sábado, 23 de enero de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y EL CAFÉ ZIEMIANSKA




JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y EL CAFÉ ZIEMIANSKA


Gombrowicz desconcertaba tanto a los polacos como a los argentinos, el deseo permanente de descolocar a los demás lo fue convirtiendo poco a poco en un actor. El café Zemianska de Varsovia fue su lugar preferido para realizar estas maniobras. “Bien, señor Stefan Otwinowski, díganos qué impresión le causa el señor Jerzy Andrzejewski; –Jerzy es muy inteligente, tiene un gran simpatía y es sincero (...)”
“No, por favor, Stefan, ahórrenos las virtudes, y concéntrese en los defectos de Jerzy, suelen ser mucho más interesantes”. Andrzejewski, en lugar de contestar con una broma, se ensombreció y se puso rígido, entre él y Gombrowicz se estableció una distancia glacial, el sentido del humor no era desde luego su fuerte, aunque hay que reconocer que Gombrowicz era un provocador profesional.

Gombrowicz se manejaba tranquilamente en el café Ziemianska con estos dos colegas, él ya había hecho su debut en su carrera literaria con “Memorias del tiempo de la inmadurez”, mientras Otwinowski y Andrzejewski lo hicieron unos años después. “Cada tarde me encaminaba hacia el café Ziemianska. Me sentaba en una de sus mesas, pedía un café y esperaba a que se reuniera el grupo de mis compañeros de café (...)”
“Frecuentar un café puede convertirse en un vicio, igual que el vodka. Para un verdadero adicto, el no acudir a su café a una hora determinada significa sencillamente sentirse enfermo. Hay que decir que los cafés de Varsovia, y el café Ziemianska en particular, no se asemejaba a los demás cafés del mundo: se entraba directamente de la calle de la oscuridad, a una especie de terrible sopa de humo y de tufo, desde cuyo fondo se asomaban unos semblantees estrafalarios ululando y haciendo gestos en un intento de hacerse entender en medio del bullicio general (...)”

“Mi actitud en el café Ziemienska se caracterizaba por una desenvoltura que demostraba claramente que no tenía necesidad de ganarme la vida con la pluma ni apresurar nerviosamente mi carrera de escritor. Supongo que la cantidad de tonterías, absurdos e idioteces proferidas por mí en el Ziemianska debía alcanzar unas cifras astronómicas y, sin embargo, a través de todas esas locuras, se transparentaba mi natural sentido común y esta lucidez, este realismo que siempre ha estado alerta en mí (...)”
“Necesitaba víctimas. Me sentía feliz cuando caía en mis manos un interlocutor cándido y apasionado con el que podía jugar como el gato con el ratón. Hoy en día, al leer algunas de las obras polacas, tropiezo a veces con fragmentos que probablemente no habrían nacido sin aquellas conversaciones (...)”

“Relacionarse conmigo siempre ha sido y sigue siéndolo hoy, bastante difícil, debido a que por principio tiendo a la discusión, al conflicto, intento llevar la conversación de modo que sea arriesgada, a veces incluso desagradable, incómoda, indiscreta, ya que eso atrae al juego y pone en entredicho a las personalidades. Una conversación afable, serena, delicada, como suelen ser las que se mantienen en los círculos literarios, me han parecido siempre algo mortalmente insípido e indigno de la gente un poco despierta espiritualmente”
Cuando uno cree haberlo ubicado en algún asunto, por ejemplo el de los cafés, Gombrowicz toma la palabra y cambia de riel. Sartre pasa gran parte de su vida y escribe la mayoría de sus obras en la atmósfera impersonal del humo del cigarrillo, el olor de café, el entrechocar de tazas, los fragmentos de conversaciones, y el ir y venir de un café parisiense.

El Café Flore y el Café Pont Royal se convirtieron con el tiempo en la Meca de la filosofía existencialista. La atmósfera del café está tan arraigada en la mente de Sartre que incluso explica las teorías de la metafísica en el más erudito de sus libros con ejemplos tomados de la vida de café. Doscientos años antes ya decían que en París sabían como preparar esa bebida de tal manera que engendrara el ingenio en aquellos que la tomaban.
Por lo menos cuando salían de allí, todos ellos se consideraban cuatro veces más inteligentes que cuando entraban. Los cafés vendrían a ser algo así como la Palas Atenea de los griegos, entonces, Gombrowicz, prepara las armas y empieza a cañonear a los cafés. Según su parecer algunos escritores son terriblemente charlatanes. Sus libros son como su prensa literaria, y su prensa literaria como sus cafés, todo revienta de charlatanería.

Las obras de estos autores no nacen del silencio, se escriben en los cafés, tienen el rasgo particular de la sociabilidad, una característica de las personas que no tienen su propio hogar espiritual. En estos cafés todas las voces tienen más o menos la misma intensidad y el mismo color. El hombre se siente diferente según esté en un bosque sombrío, en un jardín podado a la francesa, o en el piso cuadragésimo de un rascacielos.
Los escritores que escriben en los cafés tienen los límites de su personalidad a la distancia que los separa de las mesas vecinas. No hay en ellos ni rastros del empeño dramático de un pensador solitario, les falta la angustia metafísica nacida del silencio, el método y la disciplina de los laboratorios científicos. Cada uno de ellos acaba allí donde comienza su vecino; muy cerca.

Algunos se dan cuenta y hacen lo posible para no parecer escritores de café, pero sus convulsiones espirituales sólo van dirigidas a no parecerlo; por lo que se convierten de nuevo en escritores de café, pero al revés. Un verdadero círculo vicioso. Hay un solo remedio para esto, partir espiritualmente sin moverse del sitio. Para cultivar el arte los hombres de letras deben apoyarse en el arte, deben partir en busca del arte más alto para encontrar en su naturaleza la propia naturaleza.
Gombrowicz alcanzó en “Pornografía” una de sus creaciones artísticas más logradas con el tema de la guerra, y Jerzy Andrzejewski la alcanzó con el mismo tema en “Cenizas y diamantes”. Gombrowicz estaba rompiéndose la cabeza con una novela a la que primero llamó Acteón y después “Pornografía”. Cuando ya llevaba a cuestas una buena parte de las páginas del libro hace unas reflexiones en los diarios.

“Esta novela (es difícil llamar a mis obras novelas) se me da mal. Su lenguaje, demasiado rígido, me paraliza. Me temo que todo lo que llevo escrito hasta ahora –ya va por las cien páginas– sea una terrible porquería. No soy capaz de apreciarlo, porque cuando se trabaja duramente largo tiempo en un texto, se pierde el sentido crítico, pero tengo miedo..., algo me pone sobre aviso (...)”
“¿Tendré que tirarlo todo a la papelera, todo el trabajo de meses, y empezar de nuevo? ¡Dios mío! ¿Y si he perdido el talento y ya nunca más nada..., al menos nada a la altura de mis obras anteriores? Me he inventado un tema fascinante, excitante, una realidad cargada de terribles revelaciones, y la obra está ya en estado de ebullición, estimulada por numerosas ideas, visiones e intuiciones (...)”

“Pero hay que escribirlo. Me falla el lenguaje. Me he metido en un lenguaje de un género demasiado tranquilo, demasiado poco enloquecido”. Ésta es una novela en la que Gombrowicz recuerda el café Ziemianska como un representante de la ex-Varsuvia. “Voy a contarles otra de mis aventuras, y justamente una de las más fatales. Por entonces, era en el año 1943, me encontraba yo en la ex-Polonia y en la ex-Varsovia, en lo más hondo del hecho consumado (...)”
“Silencio. El desmantelado grupo de mis compañeros y amigos del ex-café Ziemianska, se reunía todos los martes en cierto pisito de la calle Krucza, y allí, mientras bebíamos, procurábamos seguir siendo artistas, escritores, pensadores... reanudando nuestras viejas conversaciones, nuestro ex-debates sobre el arte (...)”

“Dale, dale, dale, todavía hoy nos veo sentados o tumbados, en el cuarto lleno de humo, todos charla que charlarás y grita que gritarás. Uno chillaba: Dios, otro: arte, un tercero: nación, un cuarto: proletariado, y así discutíamos ferozmente y venga darle vueltas y vueltas. Dios, arte, nación, proletariado, pero un día llegó Fryderyk, un hombre de mediana edad, oscuro y reseco, de nariz aguileña, y se presentó a todo el mundo con todos los requisitos de la cortesía”
Gombrowicz y Fryderyk se van a la casa de campo de Hipolit para escaparse del drama colectivo de la ex-Polonia, de la ex-Varsovia y de las discusiones interminables sobre la nación, Dios, el proletariado, el arte. En el primer domingo de misa Gombrowicz observa a su compañero que arrodillándose y actuando de una manera particular le va quitando importancia a la ceremonia religiosa.

Con una mirada obsesiva y penetrante Fryderyk establece un contacto sensual entre las nucas de dos jóvenes, ese hombre se volvía temible y, de repente, esa misa celebrada en un lugar de la Polonia abandonada a los alemanes, cayó fulminada por un rayo, como si el absoluto de Dios hubiera muerto. Pero cada nuca estaba sola, no estaban juntas, eran la nucas de Henia, la hija de Hipolit, y de Karol, un auxiliar de la finca.
Y la novela termina a lo Shakespeare, en una verdadera tragedia. Cómo es que se pasa de la descomposición del ritual religioso y de las nucas a semejante carnicería, sólo Dios lo sabe. El estallido de las monstruosidades señoriales y campesinas que confluyen en el gesto del sacerdote celebrando la misa, y la nihilización de la iglesia, preparan el camino para el reemplazo de Dios por una nueva deidad.

Las nucas de Henia y Karol se asocian en la conciencia de Gombrowicz de una manera lasciva, le nace el pensamiento de que los jóvenes deben consumar con el cuerpo la atracción que él había descubierto, y es alrededor de este elemento erótico cómo se empieza a desarrollar la historia. Henia y Karol son representantes de la tentación y del pecado; Waclaw, el prometido de Henia, y su madre Amelia, de la corrección y de los principios religiosos.
De qué son representantes Fryderyk y Gombrowicz es más difícil saberlo. Por ahora digamos que son dos adultos mirones y lascivos que planean, en principio, que los dos jóvenes se presten atención y consumen una atracción que grita al cielo, salvo para los jóvenes mismos. Karol es atractivo con una juventud violenta que lo arroja en los brazos de la brutalidad y la obediencia.

Sensual, carnal y con una sonrisa que lo ata a una inferioridad superficial, Karol no puede defenderse. Esta mezcla explosiva en la conciencia de Gombrowicz se le echa encima a Henia como si fuera una perra, arde por ella, un deseo que nada tiene que ver con el amor, un enamoramiento becerril con toda su degradación. Pero la joven señorita tiene con el muchacho un diálogo desembarazado y confiado, los jóvenes no se comportan según el contenido de la conciencia de Gombrowicz.
En este punto Gombrowicz se pregunta cuánto sabe Fryderyk de todo esto: de la descomposición de la misa, de la atracción de las nucas, del llamado del cuerpo de los jóvenes a la consumación. Henia es una colegiala cortés, cordial y muy atractiva. Cuando Fryderyk tenía apartes con Henia a solas Gombrowicz pensaba: se la lleva para hacer cosas con ella o ella se va con él para que él le haga cosas.

A partir de ese momento Fryderyk se convierte en el operador del drama mientras Gombrowicz le sigue los pasos y trata de interpretar el significado de sus maniobras. Fryderyk maniobra con los pantalones de Karol cuando le pide a ella que se los remangue, es como si les estuviera diciendo: vengan, háganlo, gozaré, lo deseo. Gombrowicz quería averiguar cuánto de ingenuos eran los jóvenes respecto de los propósitos de Fryderyk.
Pensaba más o menos así: Henia remangaba los pantalones para que Fryderyk gozara, de modo que estaba de acuerdo con que él gozara con ella y también con Karol, ella se daba cuenta de que entre los dos podían excitar y seducir, y también Karol lo sabía porque había colaborado en aquel juego. No eran tan ingenuos, entonces, conocían su propio sabor. La situación no tenía vuelta atrás, los cuatro eran cómplices en el silencio pues el asunto era inconfesable y vergonzoso.

Después de que Karol le levantara la falda a una vieja fregona y asquerosa haciéndole brillar la blancura del bajo vientre y la mancha de pelo negro, le dice a Gombrowicz que le gustaba Henia pero que le gustaría más hacerlo con doña María, la madre de Henia. El joven estaba actuando para los adultos porque quería divertirse con ellos, y no con Henia, porque los adultos, aún dentro de su fealdad, podían llevarlo más lejos al ser menos limitados.
Pero esto no es lo que quería Gombrowicz, Karol era demasiado joven para Dios y para las mujeres, era demasiado joven para todo. El sueño de los dos adultos de que los jóvenes consumaran su atracción innegable se venía abajo. Era una pareja adulta de enamorados en la frustración, desdeñada por la otra pareja de amantes, el fuego de su excitación no tenía nada en qué descargarse.

Llameaba entre ellos, estaban asqueados el uno del otro y se juntaban en una sensualidad irritada. Pero Fryderyk continuaba con sus maniobras calculadas para juntarlos obligándolos a pisar una misma lombriz hasta partirla. Quería que Henia y Karol causaran tormentos con sus suelas, con toda calma Fryderyk había transformado en un verdadero infierno la existencia de esa pobre lombriz.
Un pecado común cometido para los adultos que penetraba la intimidad fundiendo a unos con otros. En la virtud los jóvenes se le presentaban a Fryderyk y a Gombrowicz cerrados, herméticos, pero en el pecado podían revolcarse con ellos. Era un sistema de espejos, Fryderyk lo miraba a Gombrowicz y Gombrowicz lo miraba a Fryderyk, hilaban sueños por cuenta del otro y de ese modo llegaban hasta la idea que ninguno de ellos se habría atrevido a dar por suya.

Por su parte Henia les hacía saber que era creyente, que si ni lo fuese no se confesaría ni comulgaría, que sus principios eran los mismos que los de su futuro marido. Su futura suegra era como si fuera su madre, era un honor para ella entrar en esa familia, era seguro que si se casaba con Wlacaw no haría nada con ningún otro. Un comentario de Henia que parecía severo pero que era también una confiada y seductora confesión de su propia debilidad, excitaba, precisamente, por su virtud y no por su pornografía.
Y también les decía que Karol no quería a nadie, que lo único que le interesaba era acostarse un poquito, que ella ya lo había hecho con un guerrillero, que sus padres lo sospechaban porque los habían sorprendido juntos, pero que no querían sospecharlo. Amelia, la madre de Waclaw, era cortés, sensible y espiritual, sencilla y de una rectitud ejemplar.

En Amelia regía el Dios católico, desprendido de la carne, era un principio metafísico, incorpóreo y majestuoso que no podía atender a todas las majaderías que tramaban los adultos con Henia y Karol. Parecía enamorada de Fryderyk, estaba subyugada con ese ser terriblemente reconcentrado que no se dejaba engañar y distraer por nada, un ser de una seriedad extrema.
En la finca de Amelia tiene lugar la segunda caída de Dios después del derrumbe de la misa en la iglesia. Un ladronzuelo de la edad de Karol entra en la casa para robar, según todo lo hace parecer la señora descubre al ladrón, toma un cuchillo y lucha con Joziek, transcurren unos minutos y llega a la mesa donde están su hijo y los invitados, se sienta y cae muerta con el cuchillo clavado mirando un crucifijo.

La situación no estaba clara, nadie sabía lo que había pasado porque Amelia no pudo contar nada y Joziek decía que sólo se habían revolcado, que había sido un accidente. Fryderyk era mal psicólogo porque tenía demasiada inteligencia y por lo tanto era capaz de imaginarse a doña Amelia en cualquier situación. Una sospecha terrible flotaba en el aire de la casa de campo.
Sospechaban que esa mujer tan espiritual y guiada por los principios de Dios había prologado demasiado la lucha con Joziek revolcándose en el suelo de puro placer y, por accidente, se le había clavado el cuchillo. Si esto fuera así no podían entregar a Joziek a la policía. A la casa de Hipolit llega Semian, un jefe de la resistencia que se había vuelto cobarde.

Sus compañeros temen que se convierta en delator y le piden a Hipolit que lo mate. Semian actualiza el sentimiento de que todos estaban atados a la patria, todos eran instrumentos de todos los demás, y a cada cual le estaba permitido servirse del instrumento con la mayor temeridad, para la causa común. La presencia del recién llegado convirtió a Karol en un soldado, preparado a dispararse como un perro al oír la orden.
Pero no era sólo él, la miseria romántica tan repelente unos instantes atrás cedió de pronto, y todos en la mesa, como si fueran una patrulla, esperaban la orden para entregarse a la lucha. Mientras tanto Fryderyk seguía maniobrando para juntar a Henia con Karol, esta vez utilizando al prometido. Le dio unos papeles en un teatro escrito por él y los hacía actuar en el parque, participaban de una escena extraña.

Los jóvenes, según desde dónde se los mirara, recitaban con ademanes poéticos o caían en el pasto para revolcarse. Lo único que atinó a decir el pobre Waclaw, que observaba la escena desde el lugar en que lo había puesto Fryderyk, es que eso de caer tan pronto y luego levantarse era raro, que así no se hacía, que le parecía que ella no se había entregado a él.
Esto le resultaba peor que si hubieran vivido juntos, que si se le hubiera entregado él podía defenderse, pero así no, porque entre ellos ocurría de otro modo, y al no habérsele entregado Henia era todavía más de Karol. Llegando al final de la novela hay un intercambio de mensajes escritos entre Gombrowicz y Fryderyk, es un intento que hacen los adultos por saber qué pasa.

Fryderyk confiesa que no tiene un plan determinado, que actúa siguiendo las líneas de tensión y del apetito. Él piensa que los jóvenes no se juntan porque sería demasiada plenitud para los otros, que se les acercan y flirtean porque quieren hacerlo gracias a los otros, a través de los otros y también de Waclaw, por los otros. Lo peligroso de todo esto es que Fryderyk siente que ha caído en manos de unos seres frívolos.
Unas manos apenas crecidas empujaban, en la plenitud de su desarrollo intelectual y moral, a su propio pensamiento y pasión a hacer todo lo que estaba haciendo, se sentía como un Cristo crucificado en una cruz de dieciséis años. Y llegamos al final. Los adultos no se animan a matar a Semian y le piden a Karol que lo haga con la irresponsabilidad de la juventud para quitarle gravedad a un crimen tan siniestro.

Waclaw, que está preparando su propia muerte entra al cuarto de Semian y lo mata. Apaga la luz y se enmascara con un pañuelo para que no lo reconozca Karol cuando le abra la puerta. Karol no lo reconoce y lo mata creyendo que es Semian. Queda un cabo suelto, Joziek, el joven al que no se lo puede entregar a la policía porque es inocente, entonces, Fryderyk lo mata.
Y no se sabe si lo mata para guardar sin mancha la memoria de doña Amelia que había caído en el pecado original, o para ponerle el punto final a la no consumación de los jóvenes. Hania y Karol sonríen. “Sonríen como sonríe la juventud cuando no sabe cómo salir de un apuro. Y durante unos segundos, ellos y nosotros, en nuestra catástrofe, nos miramos a los ojos”.



domingo, 17 de enero de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y SUS PRIMEROS GARABATOS




JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y SUS PRIMEROS GARABATOS

Stanislaw Balinski despertó el primer interés de Gombrowicz en la literatura y los tribunales de Varsovia fueron testigos de sus primeros garabatos literarios. Este miembro de una familia aristocrática conoció a un Gombrowicz niño. Poeta, novelista y traductor, miembro del grupo Skamander, funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores en París y en Londres durante la guerra, no volvió a Polonia.
Cuando tenía siete años la familia de Gombrowicz se mudó a Varsovia. Witold prosiguió sus estudios en un curso particular organizado por la señora Balinski para uno de sus hijos. La casa aristocrática de la familia Balinski era por entonces uno de los centros intelectuales más importantes de Varsovia, una casa aristocrática que Gombrowicz frecuentó durante mucho tiempo.

Los primeros contactos de Gombrowicz con los hijos de los aristócratas varsovianos lo deprimieron. Se sentía torpe, y el saberse diferente de los demás lo llevó a distanciarse de su familia, de la escuela y de sí mismo. Creyendo que su mundología dejaba mucho que desear se preocupaba constantemente de los modos de comportarse en sociedad y de su falta de modales.
Gombrowicz envidiaba de los aristócratas la facilidad que tenían para imponerse y una desenvoltura en los modales que parecían innatas, así como un espíritu que, por esencial, debía dominarlo todo. En sus relaciones con los adultos se sentía paralizado por sus defectos, a menudo imaginarios, lo cual aumentaba todavía más su timidez, su torpeza y su distancia.

Este sentimiento de inferioridad consolidaría uno de los rasgos de su carácter: una timidez externa ligada a una seguridad interior. Consciente de la superioridad de ciertos adultos de su entorno, evitaba las discusiones con ellos por miedo a parecer ridículo. Gombrowicz pasaba las tardes en casa de Ignacy Balinski, el padre de Stanislaw, una mansión que se consideraba ilustrada, rica en contactos con París y Londres, abierta al arte y a la literatura.
Por supuesto no tenía acceso a unos desayunos solemnes en cuyo transcurso Ignacy Balinski recibía al nuncio apostólico y a otros personajes del cuerpo diplomático. “Stanislaw Balinski se dignaba de vez en cuando a iniciar a los mocoso en las hazañas de los poetas de los grupos ‘Pikador’ y ‘Skamander’, que inauguraban su ofensiva poética. Fue mi primer contacto con la literatura (...)”

“Escuchaba con admiración aquellos rumores ceremoniosos sobre diversas locuras, excentricidades, provocaciones de Tuwin, Lechon, Slonimski y absorbía las palabras de sus primeros poemas sin entender casi nada. Creo que Stanislaw jamás habrá imaginado que este tímido y torpe joven se transformaría un buen día en el enemigo número uno del grupo ‘Skamander’ y de muchas más cosas que el propio Stanislaw apreciaba: ignoraba que estaba criando cuervos (...)”
“Pienso que, todavía hoy, le debe resultar difícil creer que el Gombrowicz de ‘Ferdydurke’ y del ‘Diario’ es el mismo dócil Gombrowicz de antaño que recibía sus revelaciones poéticas con una piedad casi religiosa”. Gombrowicz había terminado sus estudios en París y vuelto a sus vacaciones de Polonia, sólo había pisado dos veces el Instituto de Estudios Internacionales y, en realidad, los estudios nunca habían comenzado.

Para calmar la irritación que tenía el padre a raíz de su holgazanería inició sus prácticas de pasante con un juez de instrucción en los tribunales de Varsovia. En esa época escribe cuatro novelas cortas, eran los años de su práctica no rentada en los tribunales, trabajaba en el despecho de un juez de instrucción en el que tuvo la ocasión de tratar con un hampa de diversas clases.
Gombrowicz tenía la convicción absoluta de la inocencia del hombre, de que el hombre era inocente por naturaleza, no era una convicción que dedujera de alguna filosofía sino un sentimiento espontáneo que no podía combatir. Esta convicción lo predispuso al disparate y al absurdo y nada le satisfacía más que ver nacer bajo su pluma una escena verdaderamente loca y ajena a los estándares del razonamiento común.

Esta irracionalidad, sin embargo, estaba sólidamente establecida dentro de su propia lógica. Sus primeras tentativas literarias manifestaban, y Gombrowicz se daba cuenta de eso, una fuerte oposición rebelde y universal. Lo devoraba una rabia sorda contra todo lo que le facilitaba la existencia: el dinero, el origen, los estudios, las relaciones, todo aquello que, en fin, hacía de él un sibarita y un holgazán.
El juez le entregaba expedientes con la investigación policial preliminar, lo distinguía con los asuntos interesantes porque sabía jugar al ajedrez. Cuando terminó las cuatro novelas cortas que había escrito ese año no se las mostró a nadie, por vergüenza. El trabajo literario le parecía un poco ridículo, ser artista era para él una falta de tacto, y las iniciativas que tomaba en ese sentido le parecían condenadas a una afectación incurable.

Se divertía jugando al tenis, escribiendo cuentos, no consideraba a sus prácticas de pasante como un trabajo verdadero, se sentía como un verdadero parásito. Le confesó a una joven las tribulaciones en las que se encontraba por tener una vida fácil. Ella lo escuchó con atención y le respondió que era claro que tenía una vida fácil, pero que para él su vida fácil era más difícil que lo que podía ser para otros su vida dura.
Se le estaba presentando la posibilidad de realizar una operación que tiene una gran utilidad en el arte, la transformación de los propios defectos en valor. Por el momento se dedicaba a elaborar cuentos fantásticos dejando para más adelante su ajuste de cuentas con la vida, con la suya y con la de los demás. El tribunal llegó a ser para Gombrowicz una especie de agujero por el penetraba en la miseria de la existencia.

Pero los jueces, los fiscales y los abogados, aunque mejores que los propietarios terratenientes, se hallaban lejos de la perfección, ellos también eran caricaturas. La vida miserable deformaba al proletariado, las comodidades y el ocio deformaban a los terratenientes. Pero esa intelligentsia urbana también estaba desfigurada por su modo de vivir.
Había que destruir esa forma, había que imponer otra que permitiera a la superioridad acercarse a la inferioridad para establecer con ella una relación creativa, pero no sabía cómo realizarlo. Gombrowicz se sintió desde muy joven como actor de una mala obra teatral, con un papel estrecho y banal, y sin ninguna posibilidad de lucirse. Es así que se fue preparando poco a poco con la conciencia de esta inferioridad esperando tiempos mejores.

Lo que sí sabía, sin ninguna duda, es que él no era culpable de nada, la culpable era la situación. A pesar de la confusión que tenía en la cabeza y de que la actividad de escribir no estaba bien vista entre los miembros de su familia, de a poco se fue convirtiendo en un escritor, apuntando siempre al mismo norte: “la vida es la vida”. Había una paradoja, sin embargo, en esa convicción de sus tíos del campo.
Esta paradoja despertaba la perplejidad de Gombrowicz, si sus acciones iban a influir en el futuro, era responsable, por lo menos en parte, de lo que ocurría en el mundo. Pero si su propia vida estaba regida por circunstancias que escapaban a su control, entonces no era responsable de sus acciones. Y esta paradoja nos lleva de la mano, porque una cosa que siempre le anduvo dando vueltas en la cabeza a Gombrowicz era saber cuánto de loco estaba.

En la vida corriente no era tan extravagante ni tan loco como en la literatura, pero él quería experimentar en su gran laboratorio, sacar consecuencias formales extremas de las ligeras alteraciones que sufría su imaginación. En un estudio realizado por una famosa psiquiatra ginebrina se cuenta como la doctora escuchó de la boca de una de sus pacientes relatos de sus experiencias mentales.
Estas experiencias coincidían en muchos aspectos con las experiencias que describen los existencialistas y, especialmente, con las experiencias vividas por ciertos héroes de las novelas y del teatro de Sartre. “El menor gesto se extiende a todo el universo. La piedra que arrojé al agua hace un momento en este río rebotó en la superficie y dejó atrás una estela de ondas; siento que puede ser la causa remota de un naufragio en el océano (...)”

“En consecuencia, yo seré la causa de ese naufragio, y tendré que asumir la responsabilidad total... ¡Soy culpable de todo, absolutamente de todo! Por mi mera existencia soy culpable y complico al mundo entero en mi ignominia... ¡Qué terrible es esta carga eterna sobre nuestros hombros humanos! No estar segura de nada, no poder confiar en nada, y no obstante verse obligada a comprometerse siempre de manera total”.
La paciente, que verdadera y sinceramente intentó vivir según los rigurosos principios existencialistas del compromiso y la responsabilidad, finalmente, perdió por completo la razón. Imaginemos por un momento que en el mismo instituto psiquiátrico en el que se encontraba internada la paciente, hubiera estado también internado Gombrowicz, un asunto nada improbable pues durante buena parte de su vida le anduvo dando vueltas por la cabeza la idea de que estaba loco.

¿Qué hubiera estado haciendo nuestro amigo?, tirando piedras al agua, seguramente. Gombrowicz no soportaba el compromiso y la responsabilidad existencialistas, los consideraba una enfermedad que producía una deformación en el hombre, era una carga muy pesada para la naturaleza humana. La idea de una conciencia cada vez más profunda para alcanzar la existencia auténtica debía conducir a la locura.
El compromiso y la responsabilidad tientan al hombre a resolver con su propia cabeza los problemas del mundo, una tentación que, por lo general, produce resultados catastróficos. Gombrowicz comienza entonces a tirar piedras en el agua, se presenta como un paseante pequeño burgués que sólo por azar y jugueteando se pone en contacto con causas supremas y poderosas.

Gombrowicz es un representante ejemplar de una vida que huye del compromiso y de la responsabilidad, esas categorías que condujeron a la paciente a la locura, su metafísica intenta soportar a todos los hombres, en cualquier escala, en cualquier nivel, una metafísica que abarque todos los tipos de existencia, tan irresistible arriba como abajo. De este rechazo que hace Gombrowicz del compromiso y la responsabilidad excesivos nacen algunos reproches que se le hacen a su falta de sinceridad y a su histrionismo.
Pero hay que recordar que la literatura es escurridiza y lo obliga al escritor a rebotar con las paredes del lenguaje y del objeto. El bufón que todos llevamos dentro del alma nos habla muy claramente de las ganas que tenemos de divertirnos y del deseo de una mayor flexibilidad y de una forma menos definida.

Si alguna cosa en el mundo, sea la cosa que fuere, no le permite al hombre pensar, reír y sentir libremente, puede que no alcance para volverlo loco, pero lo pone en el camino de la locura. “Los jueces de instrucción ejercían sus funciones en un edificio de la calle Nowy Zjazd, a orillas del Vístula. Mi jefe, el juez Myszkorowski, tenía asignados dos cuartos que daban a un largo pasillo atestado de presos y de policías (...)”
“En el primer cuarto, nosotros, los pasantes, teníamos tres escritorios, el otro escritorio estaba ocupado por el juez. Nuestra tarea consistía básicamente en instruir los expedientes penales dirigidos al tribunal de primera instancia. Se trataba de asuntos judiciales bastante serios, el juez me entregaba el dossier de la investigación preliminar llevada a cabo por la policía (...)”

“Durante el año y pico que trabajé en el despacho del juez tuve ocasión de tratar con un hampa de diversas clases: autores de asesinatos, crímenes políticos, eróticos, robos, estafas. Tratábamos a veces con algún loco o teníamos que asistir a autopsias, lo cual no podía ser incluido entre las cosas agradables. Pudiera parecer que de este contacto con la miseria y el crimen debería haber sacado enseñanzas de suma importancia (...)”
“Sin embargo, no fue así, sucedió lo contrario. Había constatado desde hacía tiempo que el hombre no se habitúa a nada tan rápidamente como a ese bajo fondo de la existencia, sobre todo si contacta con ellos profesionalmente, como médico o como juez. El trabajo en el tribunal no me ocupaba demasiado tiempo, en total unos dos días por semana, el resto del tiempo lo ocupaba leyendo (...)”

“Devoraba al azar una cantidad considerable de libros. Volví también a otra de mis ocupaciones abandonada hacía tiempo: escribir. Esta vez, sin embargo, ya no se trataba de obras abortadas en su propia concepción, sino de un trabajo sagaz y calculado para dar un resultado concreto. Me puse a escribir obras cortas, es decir, cuentos, con la idea de que si no salían bien esos cuentos los quemaría y empezaría de nuevo a escribir otra cosa (...)”
“A pesar de vivir en Varsovia, a pesar de mi trabajo presente de pasante, seguía siendo un muchacho de campo, un producto típico de mi universo terrateniente, pero aún así me iba introduciendo poco a poco en el mundillo artístico. En un comienzo, exceptuando a Stanislaw Balinski, en quien no confiaba demasiado en esta materia, no conocía a nadie del mundo literario (...)”

“Proseguía mi práctica de pasante, era un trabajo que me convenía, me dejaba tiempo suficiente para la literatura y, además, había adquirido tal destreza en la redacción de los protocolos que, en los momentos menos tensos de la sesión, garabateaba a escondidas mis pequeñas obras literarias”



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miércoles, 13 de enero de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y LAS ARTES PLÁSTICAS



JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y LAS ARTES PLÁSTICAS

“Yo en aquel entonces estaba efectivamente en mala disposición con el arte. Me saturaba de Schopenhauer y de su antinomia entre la vida y la contemplación, y de Mann en cuya obra este contraste toma un aspecto aún más doloroso. El arte era para mí el fruto de la enfermedad, la debilidad, la decadencia; los artistas no me gustaban, por decirlo así, personalmente, yo prefería al mundo y a la gente de acción (...)”
“Estas fobias, a mi edad, eran apasionadas, yo tenía entonces veinticinco años, una edad en la que aún no se ha renunciado a la belleza. El mundo artístico me atraía por su libertad y su esplendor, pero me repudiaba física y moralmente. Así que esa excursión al Louvre no era tan inocente como pudiera parecer. Escaleras. Estatuas. Salas. Al franquear el umbral de ese templo, empezaron a ocurrir cosas raras, aunque en cada uno de diferente manera (...)”

“Jules de repente adoptó un aire místico como si su sensibilidad, aumentada súbitamente, le hubiera dado alas, se acercaba a los cuadros y a las estatuas en un estado de tensión, se notaba que lo vivía apasionadamente y eso me enfurecía, ya que sospechaba que él lo vivía así para mí, para atraerme a su culto. Entonces, cuanto más se exaltaba, yo me volvía más flemático y apático (...)”
“Con la expresión de un perfecto campesino echaba unas miradas descuidadas a aquellas salas llenas de la monotonía infinita de las obras de arte, aspiraba ese olor a museo que da dolor de cabeza, mientras mis ojos se deslizaban de un cuadro a otro con esa expresión mezcla de aburrimiento y menosprecio que produce el exceso. Eran demasiado numerosas esas obras maestras y la cantidad mataba la calidad. Y también la mataba esa disposición tan uniforme sobre las paredes”

Desde muy joven la admiración constituyó para Gombrowicz una actitud absolutamente impracticable. No sé que es lo que habrá hecho en Polonia pero aquí, en Buenos Aires, entraba a las exposiciones renqueando apoyado en alguno de nosotros; si le preguntaban por qué renqueaba, en algunos ocasiones alegaba que lo hacía para compensar alguna falta de balance de la propia exposición.
En otras ocasiones decía que renqueaba porque le dolía mucho una pierna, y que era una lástima que la belleza de la pintura calmara menos el dolor que una aspirina. Cuando en la quinta de Hurlingham me presentó las esculturas metálicas de Giangrande evitó que me pusiera en pose de admiración: –Vea, son unos pluviómetros muy especiales que se fabrican aquí para una empresa agrícola. En París, en una de esas tardes de vagabundeo, acompañó a su amigo Jules al Louvre.

“Cuando se me ocurre ir a un museo me preocupo mucho más por los rostros de los visitantes que miran las pinturas que por los rostros pintados. Mientras los rostros pintados miran con una tranquilidad soberana, en los rostros vivientes y reales se nota algo convulsivo y desesperado, falso y ficticio que hasta puede asustar a una persona poco acostumbrada (...)”
“Ah, por Dios, estas miradas piadosas o conocedoras, ese esfuerzo para estar a la altura, esa pseudo profundidad que se junta con todo un mar de pseudo impresiones, pseudo sentimientos, pseudo juicios. La Gioconda es una hermosa tela, pero si Leonardo da Vinci hubiese podido presentir las convulsiones que originaría su cuadro, es posible que hubiese aniquilado el rostro pintado para salvar los rostros reales”

Jules se había transportado: –¿Por qué me haces reproches, Jules?, no comprendes que yo no miraba los cuadros, sino otra cosa; –¿Qué cosa?; –La gente, tu miras los cuadros y yo miro a la gente que admira los cuadros, tienen una expresión estúpida, ¿entiendes?, un hombre al admirar un cuadro pone cara de imbécil, ¡es un hecho! La belleza de la pintura afeaba la cara de los admiradores.
El cuadro era hermoso, pero lo que había delante del cuadro era esnobismo y un esfuerzo torpe para advertir algo de esa belleza de cuya existencia se estaba informado. El sentimiento de admiración que aparece de vez en cuando en las obras de Giombrowicz, es un sentimiento de admiración derrumbado, enfermizo y teatral. Con una expresión de perfecto campesino Gombrowicz echaba unas miradas aburridas.

La expresión de Jules rayaba entre la histeria y el odio: –Estoy harto, Jules, basta. ¡Vámonos! Salimos al mundo, ¡qué delicia!: sol, mujeres. “Cuando hombres normales e inteligentes en todas las demás realidades se pierden de modo tan lamentable frente a cierta clase de fenómenos, esto quiere decir que hay algo de falso y de malo en su relación misma con esos fenómenos (...)”
“Y, por cierto, en el terreno artístico se acumuló una cantidad tan grande de absurdos, paradojas, falsedades, que eso no se puede explicar sino por algún error básico en nuestro modo de tratar el asunto. ¿Cómo explicar, por ejemplo, que delante de un cuadro firmado por Rafael nos muramos de entusiasmo y la copia del mismo cuadro aunque perfecta nos deje fríos?”

El escritor debe obligarse a desarrollar una política frente a la cultura, no puede dejarse subyugar, debe conservar su soberanía y no tan sólo en atención a su yo. La atracción que produce la belleza en el arte no tiene lugar en una atmósfera de libertad, una voluntad colectiva que pertenece a la región interhumana de la que no tenemos conciencia nos obliga a admirar.
De modo que somos puestos en el trance de tener que admirar, la relación que surge entonces entre el que admira y la belleza que admira es falsa. En esta escuela de tergiversaciones se ha formado un estilo, no sólo artístico sino también de pensar y de sentir de una elite que se perfecciona y consigue la seguridad de su forma de una manera inauténtica.

“¿Cómo es posible reducir todo eso a la pura estética y a una retórica estéril y vacía sobre la grandeza del arte? ¿Cómo se puede de tal modo enseñar la literatura y el arte a los niños en las escuelas acostumbrándonos desde pequeños a una pura ficción? Nuestra vida artística se desarrolla en un clima de perpetua mentira, y es por eso que la clase culta no tiene ningún real contacto con la cultura (...)”
“En verdad, todas nuestras actuaciones culturales recuerdan mucho más un rito solemne que una auténtica convivencia espiritual. Mientras no tengamos el valor necesario para dejar las ilusiones, mientras no lleguemos a una mejor conciencia de las fuerzas que nos dominan, siempre el rostro pintado de la Gioconda va a transformar nuestro propio rostro en algo... algo... en fin, en algo bastante dudoso”


Leonardo da Vinci es un personaje histórico que tiene para Gombrowicz el atractivo de ser archinteligente y de conocimientos completos, unas cualidades que debieron ejercer sobre él una enorme sugestión en su juventud. Leonardo da Vinci, arquitecto, escultor, pintor, inventor, músico, ingeniero y el hombre más representativo del Renacimiento, es considerado como uno de los más grandes pintores de todos los tiempos y la persona con más variados talentos de toda la historia de la humanidad.
Leonardo se revela grande sobre todo como pintor. Regular y perfectamente formado, parecía, en las comparaciones de la humanidad común, un ejemplar ideal. Del mismo modo que la claridad y la perspicacia de la vista se reflejan más apropiadamente en el intelecto que en los sentidos, así la claridad y la inteligencia eran propias de Leonardo da Vinci.

No se abandonó nunca al último impulso de su propio talento originario e incomparable y, frenando todo impulso espontáneo y casual, quiso que todo fuese meditado una y otra vez. Siempre atento a la naturaleza, consultándola sin tregua, no se imita jamás a sí mismo; el más docto de los maestros es también el más ingenuo, y ninguno de sus dos émulos, Miguel Ángel y Rafael, merece tanto como él ese elogio.
El interés por Leonardo da Vinci nunca se ha satisfecho, a través de los siglos ha llegado hasta nosotros. Las multitudes aún hoy hacen cola por ver sus obras y sus dibujos más famosos se divulgan en camisetas. Los escritores actuales, siguen maravillándose de su enorme genio. Especulan sobre su vida privada y, particularmente, sobre lo que alguien tan inteligente pensaba realmente.

La archiinteligencia, los conocimientos completos y el humanismo eran cuestiones que subyugaban su conciencia, por lo tanto Leonardo da Vinci debió ser en su juventud algo así como el Norte de Gombrowicz. “Corrió mucho agua bajo el puente hasta que conseguir establecer una base y sólidas razones a mi contienda contra las artes plásticas iniciada aquel día delante del Louvre, en París (...)”
“Sólo después de la guerra, en la Argentina, empezó a cristalizar en mí esa hostilidad hacia la pintura. Mi primera declaración pública sobre este tema, un artículo en el diario argentino ‘La Nación’. Llevaba por título ‘Nuestra cara y la cara de la Gioconda’ y hacía referencia a mis experiencias en París. Hoy veo hasta qué punto mis reacciones son polacas: de un hidalgüelo polaco, de una campesino polaco, polacas de carne y hueso (...)”

“Mi polonidad incurable, que experimento a cada paso cuando estoy en el extranjero, casi hace reír a un hombre como yo, aparente liberado de todos sus lazos. Llevo en la sangre esa desconfianza polaca hacia el arte y, sobre todo, hacia las artes plásticas. El hombre no está hecho para la pintura, sino la pintura para el hombre. En aquel momento yo aún no sabía que estaba estableciendo una de las fórmulas más importantes en todo mi desarrollo ulterior”



sábado, 9 de enero de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y EL ABATE BARCELOS

JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS


WITOLD GOMBROWICZ Y EL ABATE BARCELOS


“Mi situación no tenía nada de envidiable, estaba solo frente a una banda de gente muy segura de sí misma y que no paraba de burlarse de todo cuanto podía, totalmente solo con mis ideas provincianas y con mi francés que, sin ser un desastre, no podía compararse a la fluidez y agilidad de su lenguaje. Comprendí que tenía que obrar con sensatez, que no podía permitirme ni una pizca de estupidez (...)”
“Que mi inteligencia tenía que reflejarse no solamente en mis palabras, sino también en el mismo modo de hablar, escuchar, en la mirada... Había llegado la hora de poner a prueba toda mi sabiduría polaca que crecía lentamente. Este juego se volvía cada vez más serio, hasta que al final íbamos a ese café como a un campo de batalla para librar un combate que duraba varios días y estaba muy lejos de concluir (...)”

“Para mí, todo eso tenía una importancia capital. Como polaco, como representante de una cultura más débil, tuve que defender mi soberanía, no podía permitir que París se me impusiera. Y durante esas batallas me di cuenta de que lo que hasta entonces me había impedido gozar de París fue justamente eso: la necesidad de preservar mi independencia, dignidad y orgullo (...)”
“Tenía que evitar a toda costa convertirme en un alumno, imitador, acólito, admirador y mirón. Atribuyo una importancia enorme a aquellas discusiones enconadas que tuvieron lugar en la pequeña cafetería del Boul’Mich, en aquella mesa del rincón; fue allí y entonces cuando por primera vez cogí por los cuernos a un toro con el que luego me enfrentaría en numerosas ocasiones, el toro de la superioridad occidental (...)”

“Veo la escena como si hubiera ocurrido ayer: junto a la pared había un sofá de cuero donde estaban sentados unos hombres, al parecer dependientes de la tienda, que se reían de nosotros y se inmiscuían en nuestra conversación; de lado, aunque en principio sentado en otra mesa, participaba también un poeta catalán, el padre Barcelos, mientras nosotros, seis o siete con el chino Mon chou, discutíamos arduamente gritando como desesperados (...)”
“La dialéctica es la madre de la ciencia. Fue entonces cuando descubrí el método apropiado para polemizar con París”. A Gombrowicz le gustaba discutir con los curas, acerca del catolicismo, el existencialismo y el marxismo sobre todo. El abate Barcelos y el padre Jan Parsieb son religiosos que se ponen en contacto con Gombrowicz en distintos momentos de su vida por razones diversas: la cárcel y su despedida de la Argentina.

Unos meses antes de su partida de la Argentina, el padre Jan Pasierb le hace una entrevista a Gombrowicz en la que se interesa por algunas cuestiones: cuándo y por qué había perdido la fe; quiénes era sus escritores católicos favoritos; cómo definiría la cultura. “Me resulta difícil mantener una relación con el catolicismo, porque me cuesta grandes esfuerzos y sacrificios intelectuales. En principio, el catolicismo está en contradicción con mi visión del mundo (...)”
“Sin embargo, con el tiempo, he ido adoptando una postura cada vez más desconfiada y crítica frente el intelectualismo contemporáneo y esa desconfianza tiende a reconciliarme con el catolicismo. En primer lugar, el catolicismo le ofrece al creyente una visión coherente del hombre, lo cual le permite no tratar de resolver los problemas por su cuenta, intento que, por lo general, da resultados catastróficos (...)”

“Por eso, mi actitud hacia el catolicismo es positiva, aunque no sea creyente. Fui creyente hasta los catorce años y dejé de serlo sin el menor trastorno. Nunca he tenido necesidad de una fe. Sin embargo, no soy ateo, porque para un hombre que se enfrenta al misterio de la existencia, cualquier solución es posible. Pascal es mi escritor católico favorito, no me gustan los novelistas, a Mauriac por ejemplo no lo puedo soportar (...)”
“Sí, a medida que envejezco me hago cada vez más partidario de las temperaturas medias. Es una postura dialéctica. La cultura tiende a los extremismos, pero mi espíritu de contradicción me lleva en la dirección contraria. Mi actitud intelectual presente es crítica de los extremismos. Por otra parte, al adoptar esta actitud centrista me convierto en un representante típico de la cultura polaca, que ha sido siempre una cultura mediadora (...)”

“En cuanto a la cultura, yo pienso que la cultura es una violación, la violación de un débil por un poderoso”. El cortocircuito de Gombrowicz con el pensamiento se le produce cuando mira a la razón desde las ventanas de sus narraciones y de sus piezas de teatro. No es tanto el Gombrowicz filósofo el que se ríe de la conciencia, de la angustia y de la nada, son los personaje de sus obras, ese Gombrowicz irresponsable el que se ríe a carcajadas.
El Gombrowicz filósofo no desacredita ni se burla del Gombrowicz artista, pero el Gombrowicz artista no se cansa de desmontar las plantaciones que hace el Gombrowicz filósofo, ni de reírsele en la cara. “El existencialismo no es una moda, ni una locura, ni algo decadente, sino una de las más serias necesidades del desarrollo humano actual, una corriente creativa que se proyecta en el futuro (...)”

“El existencialismo es uno de los factores más esenciales que conforman la mentalidad, si no de América, cuando menos de Europa, y los marxistas, por su propio interés, deberían mirar, algo que está más allá de sus narices marxoidales”. Gombrowicz encontraba en los polacos una resistencia sistemática que se oponía a la asimilación del existencialismo, y no sabía bien si debía esta aversión.
Era quizás la aversión tipo sármata que tienen los polacos a pensar demasiado, o causada por un pasado cultural algo pueblerino, o con origen en el aislamiento del pensamiento libre en el que había caído Polonia desde el advenimiento del comunismo. Esta falta de orientación de los polacos respecto al existencialismo los separaba de Occidente más que el corte de los pantalones o la cantidad de coches.

A los católicos polacos no les interesaba el existencialismo porque consideraban a la filosofía como una especialidad de los ateos. Se olvidaban que sus verdades reveladas debían ser tratadas a un nivel de profundidad acorde con un desarrollo mental al que habían contribuido durante siglos muchos sabios laicos. Al católico no debiera resultarle indiferente el nivel mental del hombre ni los límites de su conciencia
Es justamente en esta dirección que el existencialismo ha profundizado la sensibilidad religiosa del hombre y enriquecido la fe con contenidos nuevos. A los marxistas polacos tampoco les interesaba demasiado el existencialismo porque se consideraban poseedores de un conocimiento supremo de la vida, cometiendo el mismo pecado que los católicos, ellos le encargaban al materialismo dialéctico la solución de los misterios, así como los católicos se la encargaban a Dios.

“Pero a los marxistas se les debería decir que la humanidad no se acaba en Marx y que ese orgulloso aislamiento detrás de la muralla china de cualquier pensamiento posterior al comunismo, poco a poco va convirtiendo al marxismo teórico en una sabiduría cada vez más estéril, caduca y aburrida, como puede ser aburrido repetir siempre la misma cosa. La presente crisis intelectual por la que atraviesa esta doctrina, que hoy en día no puede vanagloriarse de contar siquiera con un nombre ilustre, se debe precisamente a la incapacidad de asimilar ideas nuevas”
Gombrowicz quiere darles una lección a los polacos que piensan que las abstracciones no sirven para nada y que sólo lo concreto y la realidad son verdaderos, y quiere darles una lección pues resulta que justamente el existencialismo piensa la misma cosa.

Kierkegaard, el petimetre danés que inventó el existencialismo, anunció urbi et orbi que el razonamiento hegeliano era impotente, y era impotente porque se vale solamente de conceptos. La diferencia entre un concepto y el objeto del que se lo abstrae es la de que el objeto existe y el concepto no existe, por esta razón las filosofías no tiene utilidad en la vida concreta pues sólo elaboran fórmulas y sistemas lógicos de conceptos.
“Si para el polaco el existencialismo no se personifica en la figura de un anarquista con barba y pelo largo, de todos modos comienza y termina en Sartre, quien también, según esta versión, es un bobalicón ateo e inmoral que predica que todo lo que se nos antoje está permitido. En realidad, este Sartre, aunque ateo, es precisamente un moralista y trata de servirnos un nuevo alimento ético (...)”

“De todas formas, con Sartre no termina esta nueva escuela del pensamiento sobre la vida, sino que también existe la riquísima variante del existencialismo cristiano, en el que descuellan nombres célebres”. Cuando se tomó unas largas vacaciones en Santiago del Estero, Gombrowicz dio una conferencia sobre la ciencia y la filosofía a los estudiantes de la Universidad de Tucumán.
Dígame, señor Gombrowicz, ¿qué es la existencia?; –La existencia es lo que no es y no es lo que es. El estudiante creyó que le estaban tomando el pelo, se levantó y se fue. Lo que Sartre intenta decir en este trabalenguas es que la existencia, contrario sensu a las cosas, es un movimiento, y mientras los objetos inanimados son idénticos a sí mismos, son lo que son, la vida es cambio.

Hasta la llegada del existencialismo la lógica de las cosas era la lógica de la filosofía, pero cuando Kiekegaard escoge como objeto de su pensamiento, no el mundo de las cosas, sino la existencia misma, pone al universo patas para arriba. El desideratum del pensamiento existencialista es, por un lado, su rechazo a la abstracción y a los sistemas teóricos, y por otro, el intento de aprehender todo lo que se mueve para atrapar al mundo en su desarrollo y en su movimiento.
Algunos filósofos creen que la dialéctica hegeliana puede hacerse cargo de este segundo deseo vehemente del existencialismo, pero la diferencia que existe entre la visión dialéctica y la visión existencialista, es la misma que existe entre las sensaciones de una persona que observa un coche moviéndose a toda velocidad y las sensaciones de otra que va sentada dentro de ese mismo coche.

El existencialismo va más allá del rechazo a la abstracción y del intento por aprehender el movimiento, sostiene también que el hombre, en el curso de su desarrollo crea su propia ley, de lo que deviene un ser imprevisible sujeto a un proceso continuo de formación, tanto la de él como la de sus normas.
Pero no sólo los pensadores y los filósofos laicos han sido tomados por el sentimiento angustioso de que todo le estaba desapareciendo bajo los pies. En el café Boul’Mich cerca del Panteón en París, Gombrowicz sostuvo en su juventud discusiones interesantes sobre este punto con el abate Barcelos y con los amiguetes del chino Chou. La iglesia desea que el hombre haga el uso más completo de la razón, ya que la razón utilizada con propiedad también nos conduce a Dios.

Pero los sacerdotes deben tener en cuenta las dificultades originadas en el hecho de que el desarrollo de la razón es cada vez más acelerado, por lo que la interpretación racional de las verdades reveladas sufre continuamente en el tiempo nuevas transformaciones, y cada decenio es más profunda y rica en descubrimientos. El abate Barcelos le tenía aprecio a Gombrowicz.
Lo consideraba una oveja descarriada pues ese joven de buena familia había llegado a relacionarse con algunos tratantes de blancas, y por el aprecio que le tenía tuvo que intervenir en una mediación importante y providencial que lo salvó de la cárcel. El alma sigue luchando con los demonios indomables de la abstracción y del movimiento, es la misma lucha que había emprendido Kierkegaard ciento cincuenta años atrás.

“Y cuando llega a nuestros oídos un gemido porque la humanidad rompe todas las normas, porque está creciendo la dinámica de nuestros tiempos, la relatividad y el carácter funcional de todo cuanto nos rodea, todo ello no es más que la expresión del miedo ante ese segundo demonio cuyo nombre es movimiento, desarrollo, devenir (...)”
“El existencialismo se encuentra a cien millas de la solución de estos problemas, consiste más bien en dar la cabeza contra el implacable muro que ellos forman. Pero al menos tiene la ventaja de formular nuestras inquietudes más profundas, tanto las de Europa Occidental, como las inquietudes que tiene origen en los menos conscientes dolores nuestros, los dolores polacos”


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martes, 5 de enero de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y LAS NOVELAS SENTIMENTALES.




JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y LAS NOVELAS SENTIMENTALES.

En colaboración con su amigo Tadeusz Kepinski, compañero de aventuras en el instituto Kotska, Gombrowicz inició la redacción de una novela inspirada en las novelas sentimentales de inferior calidad, pero esta intento quedó inconcluso pues Kepinski abandonó el trabajo. Es posible que Gombrowicz retomara en “Los hechizados” los temas de esta novela.
“En el segundo curso de derecho, comencé a escribir una nueva novela. Esta obra se diferenciaba mucho en cuanto a su concepción de aquella historia de un contable concebida por mí en el silencio del bosque de Potoczek. Creo que mi nueva aventura literaria definía igualmente mi modo personal de vivir los acontecimientos y la crisis cultural polaca en general (...)”

“Todo empezó cuando con Tadeusz Kepinski, mi ex compañero de escuela, decidimos escribir a cuatro manos una novela sensacional para ganar un montón de dinero. Poníamos en duda que a los intelectos superiores, como los nuestros, les pudiera resultar difícil fabricar una obra de este género, fácil y a la vez apasionante. Sin embargo, horrorizados por la torpeza de nuestros garabatos, no tardamos en tirarlo todo al canasto (...)”
“Este problema de escribir una novela sentimental para las personas inferiores empezó a interesarme. Escribir una buena novela para diez mil o cien mil espíritus superiores, en fin, eso siempre se ha hecho, es banal y aburrido. Pero escribir una buena novela para ese lector menor, inferior, a quien le gusta otra cosa que no es la que denominamos buena literatura... hmm (...)”

“Una novela destinada a las masas, una novela que verdaderamente sea suya, ha de ser elaborada con lo que, en realidad, gusta a las masas, con lo que ellas experimentan, debiendo penetrar sus instintos más bajos. Debe ser una liberación de la imaginación más sucia, turbia, mediocre... debe basarse en sentimentalismos, en codicia, en estupidez... debe ser oscura y baja. Hoy estoy dispuesto a admitir que aquella mala novela era la cumbre de mi carrera literaria; nunca, ni antes ni después, he concebido una idea más creativa (...)”
“Mi proyecto era extraordinariamente radical: entregarse a la masa, rebajarse, convertirse en un ser inferior. Quienes conocen, gracias a “Ferdydurke” y sobre todo a mi “Diario”, lo que podríamos llamar mi teoría de la forma, que no se limita a la problemática artística sino que abarca la totalidad de las manifestaciones humanas, entenderán entonces la audacia y el extremismo de mis intenciones de aquella época (...)”

“Si hubiese logrado ese libro escrito por un estudiante, se habría convertido probablemente en el punto de partida de una nueva literatura revolucionaria y, quién sabe, tal vez hubiera abierto campos desconocidos a la expansión espiritual, realizando algo así como la creación simultánea de dos fases distintas del desarrollo. No pudo ser porque la tarea sobrepasaba cien veces mis fuerzas y, además, porque yo no me daba cuenta entonces de su magnitud. Ni de su peligro”
El proyecto de Gombrowicz no terminó bien, era una tarea gigantesca y peligrosa, diez años después se dio cuenta que había estado jugando con fuego, algo enfermizo que llegó a sus manos le hizo tomar conciencia. Un joven llegó a su casa con un manuscrito bajo el brazo pidiéndole que lo leyera, que la obra tenía un gran impulso erótico para excitar a los lectores.

De verdad resultó un libro erótico y sucio que se complacía en la porquería, era malo y barato. Leyendo ese manuscrito Gombrowicz recordó su propia novela olvidada hacía tiempo, escrita en la misma época de “El bailarín del abogado Kraykowski” y de “El diario de Stefan Czarniecki”. Unos días después de que el autor del manuscrito llegara a la casa de Gombrowicz se pegó un tiro en la sien.
Gombrowicz no podía imaginar que la causa del suicidio de ese autor malogrado hubiera sido la novela, pero esa obra era la expresión de un estado de ánimo que condujo al joven a la catástrofe. Diez años atrás, a pesar de las apariencias y de una existencia de aspecto casi despreocupado, Gombrowicz no había estado lejos él mismo de tomar una decisión parecida, debía estar muy desesperado.

A pesar de que Gombrowicz no pudo escribir esa novela en la que se propuso realizar la creación simultánea de dos fases distintas del desarrollo, lo inferior y lo superior, lo espiritual y lo instintivo, mantuvo siempre latente en toda su obra este punto de partida revolucionario. Entre 1926 y 1929 Gombrowicz escribe cuatro novelas cortas: “Crimen premeditado”, “El festín de la condesa Kotlubaj”, “La virginidad” y “En la escalera de servicio”.
Era la época de su práctica no rentada en los Tribunales, trabajaba en el despacho de un juez de instrucción en el que tuvo la ocasión de tratar con un hampa de diversas clases. Gombrowicz tenía la convicción absoluta de la inocencia del hombre, de que el hombre era inocente por naturaleza, no era una convicción que dedujera de alguna filosofía sino un sentimiento espontáneo que no podía combatir.

Esta convicción lo predispuso al disparate y al absurdo y nada le satisfacía más que ver nacer bajo su pluma una escena verdaderamente loca y ajena a los estándares del razonamiento común, una irracionalidad que, sin embargo, estaba sólidamente establecida dentro de su propia lógica. Sus primeras tentativas literarias manifestaban, y él se daba cuenta de eso, una fuerte oposición rebelde y universal.
Lo devoraba una rabia sorda contra todo lo que le facilitaba la existencia: el dinero, el origen, los estudios, las relaciones, todo aquello que, en fin, hacía de él un sibarita y un holgazán. Pero la locura era un asunto que preocupaba realmente a Gombrowicz, la sangre enfermiza de los Kotkowski que había heredado de su madre pesaba sobre él como una amenaza de posibles perturbaciones psíquicas.

Ese temor fue más intenso en los años en que su imaginación estaba desbocada y oscilaba entre la neurosis y la psicosis. La neurosis estaba radicada en la zona consciente de sus complejos a los que transformaba en un valor cultural escribiendo. La esfera de la psicosis le ocultaba, en cambio, sus trastornos psíquicos y el control era menor. Debemos clasificar a “La virginidad” como perteneciendo a esta segunda clase de sus creaciones.
Algunos detalles insignificantes y aparentemente incoherentes introducen a una pareja inocente en las más oscura entraña de la sexualidad. Es un relato donde el erotismo más refinado se entrevera y confunde con la obscenidad total. Las descripciones que hacen los jóvenes de algunas partes del cuerpo son artificiosas: la boca es una cereza, los senos son botones de rosa.

Alicia era hija de un mayor retirado y estaba educada por una madre que la adoraba. Como las demás jóvenes de vez en cuando se acariciaba el codo y enterraba los pies en la arena. La vida de una muchacha en flor es distinta a la de un abogado o una madre. Debe ser difícil proteger a una joven cuya razón de existir es seducir a los demás. Pero Alicia estaba protegida por el canario Fifí, por el perrito Bibí y por la madre.
Una tarde la joven paseaba por los senderos del jardín y un vagabundo, acostado sobre el muro que lo rodeaba, le arrojó un ladrillo que le dio en la espalda, la muchacha trastabilló y estuvo a punto de caer, sin embargo, sonrió con unos labios que le temblaban de dolor. Mientras el vagabundo bajaba del muro y desaparecía Alicia se repetía a sí misma que había sonreído.

Cuando llegó a la casa entró en un estado de ensoñación y medio distraída le preguntó a la madre mientras tomaban el té por qué los hombres usaban pantalones, tenían cabello corto y se afeitaban. La joven escondió en la manga la cucharita de plata con la que había tomado el té, salió al jardín, se dijo a sí misma que la había robado y la enterró al pie de un árbol. Volviendo a casa pensaba que si el vagabundo no le hubiera arrojado el ladrillo ella no hubiera robado la cucharita.
El padre le dijo que el día siguiente su prometido regresaba de China, el compromiso había tenido lugar cuatro años atrás cuando Alicia cumplió los diecisiete años. El día en que el novio le pidió la mano Alicia le respondió que sí, que deseaba ser su prometida pero no quería desprenderse de un miembro de su cuerpo.

Pablo era un muchacho encantador que estaba enamoradísimo de su inocencia. La mayor virtud, según pensaba él, residía en la virginidad, este valor condicionaba su espíritu y en torno a él se situaban sus instintos superiores. “Vemos, pues, que la virginidad asciende del ser más bajo en la escala biológica y llega al hombre, y del hombre salta a los ángeles y de los ángeles a Dios, para perderse en el infinito (...)”
“Dios mismo es un gran solitario en el universo, es la eterna juventud del Cosmos”. De una pequeña particularidad puramente corporal nace el inmenso mar del idealismo y de los milagros, en evidente contraste con nuestra triste realidad. Pablo amaba a Alicia por su virginidad inocente y estaba convencido de que quien desee adorar dignamente a una virgen él mismo debía ser virgen e ignorante, de otra manera el idilio sería una trampa.

Han transcurrido cuatro años y Pablo nuevamente pasea con su prometida por los senderos del jardín. Pablo la recrimina porque ha cambiado mucho pero ella, distraídamente, le dice que lo ama como siempre. El joven insiste, protesta otra vez porque en otra época no hubiera usado la frase impúdica de que lo amaba, que ahora la veía inquieta y excitada. Alicia, con toda la calma, le pide que le explique lo que era el amor y lo que era ella, pero con seriedad y si reírse.
Pablo le cuenta cómo los hombres habían perdido el Paraíso al probar del fruto del árbol del conocimiento tentados por Satanás. Le suplicaron al Todopoderoso que les concediera un poco del candor y la inocencia perdidos, entonces Dios creó la virgen, el recipiente de la inocencia, la selló y la envió a vivir entre los hombres que sintieron de inmediato una nostálgica languidez..

Cuando Alicia le pregunta por las casadas le responde que son una pura patraña, una botella abierta y evaporada. Alicia no entiende por qué, siendo ella virgen, el vagabundo le había arrojado un ladrillo, y por qué, luego, ella había sonreído a pesar de que le había dolido mucho. De regreso a casa Pablo pensaba que la virginidad y el misterio son la misma cosa y que había que cuidarse de no desgarrar el sagrado velo.
Al día siguiente la joven le dice que se extasiaba contemplando su codo, que tenía unos deseos realmente locos, y entonces Pablo le responde que adora su candor irracional. Alicia le pregunta si había robado alguna vez, Pablo le contesta que no, que ella no podría amar a un hombre sin dignidad. La joven está confundida y le sigue preguntando si engañó, mordió o golpeó a alguien alguna vez, si caminó desnudo o comió inmundicias.

Pablo le pregunta si se había vuelto loca y le ruega que reflexione. Para entonces la joven había empezado a temer que las vírgenes eran educadas en la inocencia para que después todo les resultara más perturbador. Regresaron a casa y ya en la cocina Alicia señala un hueso que, seguramente, había abandonado Bibí. En ese momento Pablo le dice que hay muchos olores de cocina y que es mejor irse de allí.
Alicia le observa que Bibí no ha terminado de roerlo, ambos pronuncian unas palabras cariñosas, y entonces la joven le manifiesta que le gustaría mucho que royesen el hueso juntos, al mismo tiempo que lo abraza y le pide que no la mire de ese modo. Le implora que lo haga porque, de lo contrario, morirá joven. Pablo se había inmovilizado por el terror, qué importancia podía tener un hueso para ella.

Si por lo menos fuera un hueso limpio, un hueso de caldo, pero Alicia gritó con impaciencia que quería roerlo a escondidas de la cocinera. Entonces se produce un altercado, él le reprocha que le está pidiendo inmundicias y ella le replica que las inmundicias le producen apetito, e insiste en que lo roan y lo coman juntos sin que nadie los vea.
Pablo le pregunta si era posible que el ladrillazo le hubiera despertado el deseo malsano de roer un hueso, que ése no puede ser el instinto de una virgen, que no son más que patrañas insensatas. Alicia le dice que todos lo hacen salvo ellos, que eso es el amor. Pablo, abrumado por tanta locura, empieza a pelearse por el hueso. En ese momento se oyen detrás del muro un golpe y un lamento.

Se asoman encima de los rosales y ven una joven descalza lamiéndose una rodilla. Cuando se estaban preguntando qué cosa habría ocurrido, una piedra silba en el aire y golpea la espalda de la muchacha, a lo lejos alguien vocifera que es una ladrona. “¿Lo has visto?; –¿Qué sucedió?; –Apedrean a las muchachas, las apedrean para divertirse, sólo por placer; –¡No, no,… no es posible!; –Tú mismo lo has visto (...)”
“Ven, que el hueso nos espera, volvamos a nuestro hueso, lo roeremos juntos… ¡Quieres?... ¡Juntos! ¡Yo contigo, tú conmigo! Mira, lo tengo ya en la boca. ¡Ahora te toca a ti! ¡Tómalo!”. Con este cuento de “La virginidad” hemos perdido un poco de vista la suerte que corrió el primer intento de Gombrowicz de escribir una novela sentimental para las personas inferiores.

“Pero veamos cuál fue la suerte de mi obra maestra. Tras varios meses de trabajo alcancé a duras penas el final. Resultó una mezcla asquerosa de vivir plenamente la vida en la sensualidad, la brutalidad, los éxitos fáciles, en una mitología de segundo orden; una historia no más sórdida y excitante que el novelón del joven malogrado. ¿Qué hacer con esto? (...)”
“Me moría de vergüenza al pensar que tendría que mostrárselo a alguien, pero no había otra solución; si escribía para el lector tenía que ser consecuente. Pasaba algunos día en Zakopane donde hice amistad con la señora Szuch, una persona inteligente que leía mucho, me estimaba y creía en mi talento. Me devolvió el manuscrito sin mirarme y dijo de soslayo: Quémelo (...)”

“Corrí enseguida a mi habitación, saqué de la maleta las demás copias, tiré todo sobre la nieve, detrás de la pensión, y le prendí fuego... En nuestro país el que se llama hombre culto no está protegido de la presión de la masa por instituciones y tradiciones sólidas, por la jerarquía y el orden social como lo está en Occidente. En nuestro país la inteligencia, la sutileza, la razón, el talento, están indefensos ante toda clase de inferioridad (...)”
“Esta inferioridad proveniente de los bajos fondos de la sociedad, la miseria, las extravagancias, el salvajismo, las desviaciones y desenfrenos, el embrutecimiento y la brutalidad; por eso a quien llamamos intelectual ha estado siempre y sigue estando en nuestro país algo atemorizado... Lo único que quizá haya cambiado es que hoy en día esa violencia del inferior sobre el superior está mejor organizada”



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