WITOLD GOMBROWICZ Y LAS NOVELAS SENTIMENTALES.
En colaboración con su amigo Tadeusz Kepinski, compañero de aventuras en el instituto Kotska, Gombrowicz inició la redacción de una novela inspirada en las novelas sentimentales de inferior calidad, pero esta intento quedó inconcluso pues Kepinski abandonó el trabajo. Es posible que Gombrowicz retomara en “Los hechizados” los temas de esta novela.
“En el segundo curso de derecho, comencé a escribir una nueva novela. Esta obra se diferenciaba mucho en cuanto a su concepción de aquella historia de un contable concebida por mí en el silencio del bosque de Potoczek. Creo que mi nueva aventura literaria definía igualmente mi modo personal de vivir los acontecimientos y la crisis cultural polaca en general (...)”
“Todo empezó cuando con Tadeusz Kepinski, mi ex compañero de escuela, decidimos escribir a cuatro manos una novela sensacional para ganar un montón de dinero. Poníamos en duda que a los intelectos superiores, como los nuestros, les pudiera resultar difícil fabricar una obra de este género, fácil y a la vez apasionante. Sin embargo, horrorizados por la torpeza de nuestros garabatos, no tardamos en tirarlo todo al canasto (...)”
“Este problema de escribir una novela sentimental para las personas inferiores empezó a interesarme. Escribir una buena novela para diez mil o cien mil espíritus superiores, en fin, eso siempre se ha hecho, es banal y aburrido. Pero escribir una buena novela para ese lector menor, inferior, a quien le gusta otra cosa que no es la que denominamos buena literatura... hmm (...)”
“Una novela destinada a las masas, una novela que verdaderamente sea suya, ha de ser elaborada con lo que, en realidad, gusta a las masas, con lo que ellas experimentan, debiendo penetrar sus instintos más bajos. Debe ser una liberación de la imaginación más sucia, turbia, mediocre... debe basarse en sentimentalismos, en codicia, en estupidez... debe ser oscura y baja. Hoy estoy dispuesto a admitir que aquella mala novela era la cumbre de mi carrera literaria; nunca, ni antes ni después, he concebido una idea más creativa (...)”
“Mi proyecto era extraordinariamente radical: entregarse a la masa, rebajarse, convertirse en un ser inferior. Quienes conocen, gracias a “Ferdydurke” y sobre todo a mi “Diario”, lo que podríamos llamar mi teoría de la forma, que no se limita a la problemática artística sino que abarca la totalidad de las manifestaciones humanas, entenderán entonces la audacia y el extremismo de mis intenciones de aquella época (...)”
“Si hubiese logrado ese libro escrito por un estudiante, se habría convertido probablemente en el punto de partida de una nueva literatura revolucionaria y, quién sabe, tal vez hubiera abierto campos desconocidos a la expansión espiritual, realizando algo así como la creación simultánea de dos fases distintas del desarrollo. No pudo ser porque la tarea sobrepasaba cien veces mis fuerzas y, además, porque yo no me daba cuenta entonces de su magnitud. Ni de su peligro”
El proyecto de Gombrowicz no terminó bien, era una tarea gigantesca y peligrosa, diez años después se dio cuenta que había estado jugando con fuego, algo enfermizo que llegó a sus manos le hizo tomar conciencia. Un joven llegó a su casa con un manuscrito bajo el brazo pidiéndole que lo leyera, que la obra tenía un gran impulso erótico para excitar a los lectores.
De verdad resultó un libro erótico y sucio que se complacía en la porquería, era malo y barato. Leyendo ese manuscrito Gombrowicz recordó su propia novela olvidada hacía tiempo, escrita en la misma época de “El bailarín del abogado Kraykowski” y de “El diario de Stefan Czarniecki”. Unos días después de que el autor del manuscrito llegara a la casa de Gombrowicz se pegó un tiro en la sien.
Gombrowicz no podía imaginar que la causa del suicidio de ese autor malogrado hubiera sido la novela, pero esa obra era la expresión de un estado de ánimo que condujo al joven a la catástrofe. Diez años atrás, a pesar de las apariencias y de una existencia de aspecto casi despreocupado, Gombrowicz no había estado lejos él mismo de tomar una decisión parecida, debía estar muy desesperado.
A pesar de que Gombrowicz no pudo escribir esa novela en la que se propuso realizar la creación simultánea de dos fases distintas del desarrollo, lo inferior y lo superior, lo espiritual y lo instintivo, mantuvo siempre latente en toda su obra este punto de partida revolucionario. Entre 1926 y 1929 Gombrowicz escribe cuatro novelas cortas: “Crimen premeditado”, “El festín de la condesa Kotlubaj”, “La virginidad” y “En la escalera de servicio”.
Era la época de su práctica no rentada en los Tribunales, trabajaba en el despacho de un juez de instrucción en el que tuvo la ocasión de tratar con un hampa de diversas clases. Gombrowicz tenía la convicción absoluta de la inocencia del hombre, de que el hombre era inocente por naturaleza, no era una convicción que dedujera de alguna filosofía sino un sentimiento espontáneo que no podía combatir.
Esta convicción lo predispuso al disparate y al absurdo y nada le satisfacía más que ver nacer bajo su pluma una escena verdaderamente loca y ajena a los estándares del razonamiento común, una irracionalidad que, sin embargo, estaba sólidamente establecida dentro de su propia lógica. Sus primeras tentativas literarias manifestaban, y él se daba cuenta de eso, una fuerte oposición rebelde y universal.
Lo devoraba una rabia sorda contra todo lo que le facilitaba la existencia: el dinero, el origen, los estudios, las relaciones, todo aquello que, en fin, hacía de él un sibarita y un holgazán. Pero la locura era un asunto que preocupaba realmente a Gombrowicz, la sangre enfermiza de los Kotkowski que había heredado de su madre pesaba sobre él como una amenaza de posibles perturbaciones psíquicas.
Ese temor fue más intenso en los años en que su imaginación estaba desbocada y oscilaba entre la neurosis y la psicosis. La neurosis estaba radicada en la zona consciente de sus complejos a los que transformaba en un valor cultural escribiendo. La esfera de la psicosis le ocultaba, en cambio, sus trastornos psíquicos y el control era menor. Debemos clasificar a “La virginidad” como perteneciendo a esta segunda clase de sus creaciones.
Algunos detalles insignificantes y aparentemente incoherentes introducen a una pareja inocente en las más oscura entraña de la sexualidad. Es un relato donde el erotismo más refinado se entrevera y confunde con la obscenidad total. Las descripciones que hacen los jóvenes de algunas partes del cuerpo son artificiosas: la boca es una cereza, los senos son botones de rosa.
Alicia era hija de un mayor retirado y estaba educada por una madre que la adoraba. Como las demás jóvenes de vez en cuando se acariciaba el codo y enterraba los pies en la arena. La vida de una muchacha en flor es distinta a la de un abogado o una madre. Debe ser difícil proteger a una joven cuya razón de existir es seducir a los demás. Pero Alicia estaba protegida por el canario Fifí, por el perrito Bibí y por la madre.
Una tarde la joven paseaba por los senderos del jardín y un vagabundo, acostado sobre el muro que lo rodeaba, le arrojó un ladrillo que le dio en la espalda, la muchacha trastabilló y estuvo a punto de caer, sin embargo, sonrió con unos labios que le temblaban de dolor. Mientras el vagabundo bajaba del muro y desaparecía Alicia se repetía a sí misma que había sonreído.
Cuando llegó a la casa entró en un estado de ensoñación y medio distraída le preguntó a la madre mientras tomaban el té por qué los hombres usaban pantalones, tenían cabello corto y se afeitaban. La joven escondió en la manga la cucharita de plata con la que había tomado el té, salió al jardín, se dijo a sí misma que la había robado y la enterró al pie de un árbol. Volviendo a casa pensaba que si el vagabundo no le hubiera arrojado el ladrillo ella no hubiera robado la cucharita.
El padre le dijo que el día siguiente su prometido regresaba de China, el compromiso había tenido lugar cuatro años atrás cuando Alicia cumplió los diecisiete años. El día en que el novio le pidió la mano Alicia le respondió que sí, que deseaba ser su prometida pero no quería desprenderse de un miembro de su cuerpo.
Pablo era un muchacho encantador que estaba enamoradísimo de su inocencia. La mayor virtud, según pensaba él, residía en la virginidad, este valor condicionaba su espíritu y en torno a él se situaban sus instintos superiores. “Vemos, pues, que la virginidad asciende del ser más bajo en la escala biológica y llega al hombre, y del hombre salta a los ángeles y de los ángeles a Dios, para perderse en el infinito (...)”
“Dios mismo es un gran solitario en el universo, es la eterna juventud del Cosmos”. De una pequeña particularidad puramente corporal nace el inmenso mar del idealismo y de los milagros, en evidente contraste con nuestra triste realidad. Pablo amaba a Alicia por su virginidad inocente y estaba convencido de que quien desee adorar dignamente a una virgen él mismo debía ser virgen e ignorante, de otra manera el idilio sería una trampa.
Han transcurrido cuatro años y Pablo nuevamente pasea con su prometida por los senderos del jardín. Pablo la recrimina porque ha cambiado mucho pero ella, distraídamente, le dice que lo ama como siempre. El joven insiste, protesta otra vez porque en otra época no hubiera usado la frase impúdica de que lo amaba, que ahora la veía inquieta y excitada. Alicia, con toda la calma, le pide que le explique lo que era el amor y lo que era ella, pero con seriedad y si reírse.
Pablo le cuenta cómo los hombres habían perdido el Paraíso al probar del fruto del árbol del conocimiento tentados por Satanás. Le suplicaron al Todopoderoso que les concediera un poco del candor y la inocencia perdidos, entonces Dios creó la virgen, el recipiente de la inocencia, la selló y la envió a vivir entre los hombres que sintieron de inmediato una nostálgica languidez..
Cuando Alicia le pregunta por las casadas le responde que son una pura patraña, una botella abierta y evaporada. Alicia no entiende por qué, siendo ella virgen, el vagabundo le había arrojado un ladrillo, y por qué, luego, ella había sonreído a pesar de que le había dolido mucho. De regreso a casa Pablo pensaba que la virginidad y el misterio son la misma cosa y que había que cuidarse de no desgarrar el sagrado velo.
Al día siguiente la joven le dice que se extasiaba contemplando su codo, que tenía unos deseos realmente locos, y entonces Pablo le responde que adora su candor irracional. Alicia le pregunta si había robado alguna vez, Pablo le contesta que no, que ella no podría amar a un hombre sin dignidad. La joven está confundida y le sigue preguntando si engañó, mordió o golpeó a alguien alguna vez, si caminó desnudo o comió inmundicias.
Pablo le pregunta si se había vuelto loca y le ruega que reflexione. Para entonces la joven había empezado a temer que las vírgenes eran educadas en la inocencia para que después todo les resultara más perturbador. Regresaron a casa y ya en la cocina Alicia señala un hueso que, seguramente, había abandonado Bibí. En ese momento Pablo le dice que hay muchos olores de cocina y que es mejor irse de allí.
Alicia le observa que Bibí no ha terminado de roerlo, ambos pronuncian unas palabras cariñosas, y entonces la joven le manifiesta que le gustaría mucho que royesen el hueso juntos, al mismo tiempo que lo abraza y le pide que no la mire de ese modo. Le implora que lo haga porque, de lo contrario, morirá joven. Pablo se había inmovilizado por el terror, qué importancia podía tener un hueso para ella.
Si por lo menos fuera un hueso limpio, un hueso de caldo, pero Alicia gritó con impaciencia que quería roerlo a escondidas de la cocinera. Entonces se produce un altercado, él le reprocha que le está pidiendo inmundicias y ella le replica que las inmundicias le producen apetito, e insiste en que lo roan y lo coman juntos sin que nadie los vea.
Pablo le pregunta si era posible que el ladrillazo le hubiera despertado el deseo malsano de roer un hueso, que ése no puede ser el instinto de una virgen, que no son más que patrañas insensatas. Alicia le dice que todos lo hacen salvo ellos, que eso es el amor. Pablo, abrumado por tanta locura, empieza a pelearse por el hueso. En ese momento se oyen detrás del muro un golpe y un lamento.
Se asoman encima de los rosales y ven una joven descalza lamiéndose una rodilla. Cuando se estaban preguntando qué cosa habría ocurrido, una piedra silba en el aire y golpea la espalda de la muchacha, a lo lejos alguien vocifera que es una ladrona. “¿Lo has visto?; –¿Qué sucedió?; –Apedrean a las muchachas, las apedrean para divertirse, sólo por placer; –¡No, no,… no es posible!; –Tú mismo lo has visto (...)”
“Ven, que el hueso nos espera, volvamos a nuestro hueso, lo roeremos juntos… ¡Quieres?... ¡Juntos! ¡Yo contigo, tú conmigo! Mira, lo tengo ya en la boca. ¡Ahora te toca a ti! ¡Tómalo!”. Con este cuento de “La virginidad” hemos perdido un poco de vista la suerte que corrió el primer intento de Gombrowicz de escribir una novela sentimental para las personas inferiores.
“Pero veamos cuál fue la suerte de mi obra maestra. Tras varios meses de trabajo alcancé a duras penas el final. Resultó una mezcla asquerosa de vivir plenamente la vida en la sensualidad, la brutalidad, los éxitos fáciles, en una mitología de segundo orden; una historia no más sórdida y excitante que el novelón del joven malogrado. ¿Qué hacer con esto? (...)”
“Me moría de vergüenza al pensar que tendría que mostrárselo a alguien, pero no había otra solución; si escribía para el lector tenía que ser consecuente. Pasaba algunos día en Zakopane donde hice amistad con la señora Szuch, una persona inteligente que leía mucho, me estimaba y creía en mi talento. Me devolvió el manuscrito sin mirarme y dijo de soslayo: Quémelo (...)”
“Corrí enseguida a mi habitación, saqué de la maleta las demás copias, tiré todo sobre la nieve, detrás de la pensión, y le prendí fuego... En nuestro país el que se llama hombre culto no está protegido de la presión de la masa por instituciones y tradiciones sólidas, por la jerarquía y el orden social como lo está en Occidente. En nuestro país la inteligencia, la sutileza, la razón, el talento, están indefensos ante toda clase de inferioridad (...)”
“Esta inferioridad proveniente de los bajos fondos de la sociedad, la miseria, las extravagancias, el salvajismo, las desviaciones y desenfrenos, el embrutecimiento y la brutalidad; por eso a quien llamamos intelectual ha estado siempre y sigue estando en nuestro país algo atemorizado... Lo único que quizá haya cambiado es que hoy en día esa violencia del inferior sobre el superior está mejor organizada”
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