miércoles, 4 de agosto de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y LA EMIGRACIÓN

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y LA EMIGRACIÓN



“1939-1959. ¿Un poco de historia? ¿De historia polaca? La sigo tan poco, no la busco en absoluto, es ella la que viene a mí; la miro de lejos, como a una cadena de montañas. ¿Debo hablar de ella? Pero si la historia es ese mirar de lejos, es justamente eso. Al final. ¿cómo han quedado repartido los papeles? ¿Quién ha perdido y quién ha ganado? ¿El país o la emigración? (...)”
“¿Dónde ha elegido Polonia finalmente su casa: en el país o en los corazones de los exiliados? Reconocedlo: la emigración es un gran fiasco, ha fracasado en la versión 1939. Algo ha fallado en la dinámica, no ha cumplido con su papel histórico. Adivinad: ¿cuál es la diferencia entre la emigración y una lata de sardinas? Que el aislamiento hermético a la emigración no le sienta bien (...)”

“La existencia es como un río que, cuando encuentra un obstáculo, inmediatamente empieza a buscar caminos nuevos y se infiltra por donde puede, abriéndose nuevos cauces a menudo en unas direcciones con las que ni siquiera ha soñado. Nuestra emigración no tiene mucho que ver con el río. Se detuvo ante un muro a esperar que se derrumbara, y hasta hoy mismo está allí, mirando y esperando (...)”
“En veinte años no habéis sido capaces de hacer nada imprevisible, no habéis sorprendido con nada a la Historia. El ajuste de cuentas de la literatura en el exilio con el comunismo no necesariamente debía haberse reducido a insultos, burlas, lamentos, pasmos e imprecaciones. La emigración no ha cumplido con dos cometidos intelectuales capitales que le había asignado la historia (...)”

“Conocer más de cerca el marxismo teórico y aproximarse al existencialismo. Podría parecer que no tienen mucho en común una cosa con la otra, y sin embargo, sólo esta dos concepciones juntas constituyen la verdadera introducción a nuestra época. Una vez más citaré a Wittlin. ‘El escritor exiliado vive en una sociedad restringida, en la que no es fácil crear y aún menos publicar obras desconcertantes (...)’
‘Semejante sociedad restringida presta con preferencia oídos a lo que ya conoce desde hace tiempo... Por lo que resulta muy difícil para un escritor en el exilio imponer a la emigración sus gustos y sus innovaciones. Pobre de él si sucumbe. Porque si en una sociedad normal a cada artista lo amenaza su mayor enemigo, el deseo de gustar, el peligro que viene de este enemigo es cien veces mayor en una sociedad restringida, en un ghetto...’ (...)”

Gombrowicz empieza a convertirse en un emigrante polaco el 1º de agosto de 1939, cuando parte de Polonia a bordo del Chrobry. Al final de la historia argentina se produce el segundo destierro de Gombrowicz, en 1939 se había desterrado de Polonia a bordo del Chrobry y en 1963, veinticuatro años después, se estaba desterrando de la Argentina a bordo del Federico Costa.
Se fue a Berlín invitado por la Fundación Ford a pasar un año en esa ciudad endemoniada donde se planificó buena parte de su ruina. ¿En qué pensó cuando le ofrecieron la beca?, es difícil responder esta pregunta pero más que pensamientos debieron ser impulsos obscuros los que lo pusieron en movimiento. Estos impulsos obscuros le impedían conocer lo que quería, lo ponían en contacto con lo que él rechazaba, con lo que no quería.

Cuando Gombrowicz recibe la invitación de la Fundación Ford ya sentía la necesidad de volverse extranjero otra vez. “Pero, ¿qué tengo que hacer yo aquí, donde ni se me lee, ni se me edita, ni se me conoce? Evidentemente, una existencia tan anónima y tranquila es muy propicia para el trabajo artístico e intelectual, pero ya todos los mecanismos de la situación me proyectan hacia a fuera (...)”
“Comprenda usted que para mí volver a Europa es un asunto casi dramático, nada parecido a un viaje de turismo. Tendré que enfrentar amigos envejecidos, amigos muertos, ciudades transformadas, gente desconocida, surgirá ante mí una Europa disfrazada y me temo que el tiempo se dejará sentir demasiado. Por cierto, viajaré temblando, como si temiera verme con un fantasma”

No obstante, es el sentimiento de libertad el que lo mueve a Gombrowicz a emprender la retirada, a alejarse de un país íntimo y extraño que lo recibió con amabilidad pero que no lo comprendió. Él siente su libertad más como una ruptura con los vínculos que lo están aprisionando que como el sueño en un esplendor futuro. Ese pájaro huyó por la puerta de la Fundación Ford.
Sin embargo ya existían otras puertas que se le estaban abriendo en el mundo, y por una u otra puerta el águila polaca se nos iba escapar de la jaula. El destierro es un dolor que aparece en todas sus novelas, no tan sólo en “Transatlántico”, y también aparece en sus piezas de teatro. ¿Qué cosas le pasaron por la cabeza a Gombrowicz cuando se bajó del Chrobry?

Cuatro días antes de la declaración de la guerra, el 28 de agosto del año 1939, el barco recibió la orden de partir. Gombrowicz estaba muy nervioso. Dudaba entre regresar a Inglaterra o quedarse en la Argentina y esperar que terminara el conflicto. Hizo que le subieran el equipaje y se embarcó. Cuando la sirena del barco empezó a anunciar la partida Gombrowicz estaba bajando por la pasarela.
Con sus dos maletas en la mano saltó rápidamente al muelle. Entre el viaje de ida a bordo del Chrobry y el de vuelta a bordo del Federico Costa vivió un exilio de veinticuatro años en el que intentó liberarse de las limitaciones que le impuso el destino habiendo recorrido para conseguirlo un camino extraño: para ser libre eligió ser extranjero en la mismísima Polonia y también en una Argentina que no lo leía, no lo editaba y no lo conocía.

De las tres pertenencias fundamentales que tiene el hombre, la transcendencia, la tierra y la especie, es seguro que por lo menos una Gombrowicz la perdió: la tierra. No tuvo oportunidades de regresar a Polonia después de su viaje providencial a la Argentina, primero los alemanes y después los comunistas le cortaron el paso. Se convirtió en un desterrado y como tal se refirió a las ventajas y desventajas del destierro.
Si bien es cierto que es desagradable no poder editar las obras y, en consecuencia, no tener lectores hay que decir que el arte está cargado de soledad y encuentra su razón de ser en sí mismo. Los hombres célebres suelen ser extranjeros en su propia casa y son célebres porque se valoran más a sí mismos que al éxito. El arte en general, y no sólo el del exilio, está en estrecha relación con la enfermedad a la que transforma en salud.

Un artista en el exilio es un ambicioso, un derrotado agresivo y asimismo un conquistador, pero eso también lo son los artistas que se quedan en casa. El arte es un cementerio, de cada mil personas que no han logrado realizarse y se han quedado en la esfera de la dolorosa insuficiencia, apenas una o dos consigue existir de verdad. La suciedad que proviene de estas ambiciones insatisfechas no tiene tanto que ver entonces con el destierro.
Esta suciedad proviene más bien de la naturaleza misma del arte. Son elementos característicos de cualquier café literario, y en realidad es indiferente en qué lugar del mundo se atormentan los escritores que no son bastante escritores para ser escritores de verdad. Quizá sea más sano que estos escritores se vean privados de los mimos que les hacían en el propio país.

No hay nada de extraño en que unas criaturas de invernadero cuidadas en el seno de la nación se marchiten fuere de ese seno. El escritor que muere separado de su sociedad jamás ha existido verdaderamente, es un embrión de escritor. Gombrowicz piensa que la situación del desterrado debería constituir un verdadero estímulo para la literatura. En muchos momentos de la historia ocurre que lo mejor de un país es expulsado al extranjero.
Gombrowicz piensa que la ventaja consiste en que se abre una posibilidad de pensar el país desde el lado de afuera. En el caos general de la nueva tierra se relajan las formas reinantes en la conciencia y se puede encarar el futuro de un modo más libre. Pero este exceso de libertad es, paradójicamente, lo que más ata al escritor. Se siente amenazado por la inmensidad del mundo y el carácter definitivo de sus problemas.

Entonces se agarra al pasado, es decir, a sí mismo, porque tiene terror a que todo se le desarme, y finalmente se toma de la única esperanza que le queda, la de recuperar la patria. Para recuperar la patria debe resignar su propio yo, no sabe ser escritor sin patria, pero al resignar su propio yo para recuperar la patria deja de ser escritor, escritor en serio. El artista en el exilio no sólo vive fuera de la nación
También vive fuera de su elite, tiene que enfrentar personalmente la presión de una vida brutal e inmadura. Algunos son empujados por esta razón a una trivialidad democrática, otros a un vulgar realismo, y otros más al aislamiento. El escritor debe encontrar una forma de sentirse otra vez superior para recuperar su valor. No es extraño que en estas condicione el escritor esté paralizado por la inmensidad y por su propia debilidad.

Esconde la cabeza, fabrica una parodia del pasado y huye del mundo para ir a parar a su pequeño mundillo. “Y, sin embargo, tarde o temprano nuestro pensamiento tiene que labrarse las vías de salida del impasse. Nuestros problemas darán con la gente adecuada. En este momento no se trata de la creación misma, sino de la recuperación de la capacidad de crear (...)”
“Debemos crear esa porción de libertad, ese reducto de valor y decisión, y hasta diría de irresponsabilidad, sin la cual la creación es imposible. Debemos simplemente familiarizarnos con la nueva escala de nuestra existencia. Tendremos que tratar con sangre fría y sin miramientos nuestros sentimientos más queridos para llegar a unos valores nuevos y creadores (...)”

“En el momento en que nos pongamos a formar el mundo desde el lugar en el que nos encontramos y con los medios de que dispongamos, la inmensidad menguará, la infinitud tomará una forma y comenzarán a bajar las turbulentas aguas del caos”. Gombrowicz no estuvo en Polonia durante la segunda guerra mundial ni mientras se consolidaba el comunismo.
Por tal razón, cuando escribió “Transatlántico”, trató de ajustar cuentas con su ausencia, y en “Pornografía” se preguntaba si la Polonia de la ocupación era como él la imaginaba. Cuando aparece “Transatlántico” Milosz le formuló a Gombrowicz una lista de objeciones. Empieza diciéndole que ajustaba sus cuentas con una Polonia anterior a 1939 ya esfumada, pasando por alto la Polonia actual y que su pensamiento era personal y no histórico.

Que los polacos a quienes intentaba liberar de su polonidad sólo eran sombras; que atacaba con su rencores a una Polonia inmadura y provinciana que ya no existía; que el ajuste de cuentas que quería hacer con los polacos ya lo había realizado la historia; que el marxismo había liquidado a Polonia de la misma manera que la destrucción de una ciudad liquida las discusiones matrimoniales y las preocupaciones por los muebles.
Que quería contribuir a la formación postmarxista de Polonia con un pensamiento individual y autónomo que no tenía en cuenta la temperatura reinante en los países conquistados. Estos dos grandes escritores entraron en conflicto porque sus exilios no fueron iguales y porque sus perspectivas históricas difirieron. La historicidad le ha puesto a la literatura conflictos y dudas ignorados por completo en la literatura de antaño.

La creación no puede tener un programa original para ahogar el miedo de no ser aceptado; este miedo no nos conduce a ninguna a parte, el escritor no se libera verdaderamente de la soledad con unos tirajes más o menos grandes; sólo aquél que logra separarse de la gente y existe como un ser singular le puede poner algún límite a la soledad. La moderación de los inmigrantes y el dogmatismo de los residentes son conductas derivadas de la guerra.
Vendrían a ser algo así como una segunda naturaleza polaca que Gombrowicz distingue de su naturaleza más profunda. La moderación de las costumbres y la virtud son una consecuencia del debilitamiento del que también se deriva una vida inauténtica que se queda en el pasado y que trata de justificarse ante los demás. Gombrowicz les armó un programa a los exiliados.

El programa consistía en recordarles a esas personas que no debían renunciar a su actitud aristocrática en relación con la cultura, que debían seguir pensando en forma compleja y civilizada. El sentido aristocrático se había muerto en Polonia, pero Gombrowicz les proponía algo así como un suicidio colectivo: los emigrantes tenían que mantener su anacronismo y morir en su ley.
“Debemos realizarnos hasta el final, expresarnos hasta el fondo, porque sólo los fenómenos capaces de vivir incondicionalmente tienen derecho a existir”. Esta propuesta va más allá de la ideología. Si bien es cierto que el comunismo polaco exaltaba al proletariado, ergo, lo vulgar, Gombrowicz pensaba que la decadencia de la actitud aristocrática en la cultura era anterior a la instauración de la República Popular.

Las condiciones históricas del arte y del pensamiento polacos en el exilio, a juicio de Gombrowicz, no eran nada complicadas: había que vivir, vivir a cualquier precio, y había que revisar, revisar su cultura y a sí mismos. Este ajuste de cuentas no debió circunscribirse solamente a su guerra con el comunismo. Tenían que haber intentado un esfuerzo intelectual más amplio.
Debieron haber hecho un esfuerzo proporcional en su intensidad a la sacudida que había conmovido a Polonia. ¿Cumplieron con este cometido? No, ni estudiaron el marxismo teórico ni se aproximaron al existencialismo. “La ruptura sentimental entre ese grupo de conservadores consecuentes, con los botones abrochados, y la modernidad, es del tamaño de la catedral de Colonia (...)”

“En cierto sentido, tanto Polonia como la emigración sufren la misma enfermedad. Porque si la emigración padece de artificiosidad, que es el resultado del aislamiento con respecto a la nación, en Polonia también les ha sido impuesta la artificiosidad, y en una dosis más brutal, por una teoría tan voraz como irreal”. La ambigüedad y la contradicción proverbiales en Gombrowicz brillan como estrellas después del “Transatlántico”.
“Se acabó el tiempo de mi exilio. He regresado, pero ya no como un bárbaro. Tiempo atrás, en la época de mi juventud, en mi país, me sentía completamente salvaje frente a Polonia, no sabía afrontarla, no tenía estilo, ni siquiera era capaz de hablar de ella; ella sólo me atormentaba. Después, en América, en América me hallé fuera de ella, separado. Hoy las cosas son distintas: regreso con unas exigencias concretas, sé qué es lo que debo pedir de la nación y sé lo que puedo darle a cambio. Me he convertido en un ciudadano”



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