martes, 19 de octubre de 2010

WITOLD GOMBROWICZ, EL SUBJETIVISMO Y EL OBJETIVISMO

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ, EL SUBJETIVISMO Y EL OBJETIVISMO



“El desgarramiento más profundo del hombre, su herida sangrante, es justamente esto: subjetivismo u objetivismo. Es lo fundamental. Lo desesperante. La relación del sujeto con el objeto, es decir, de la conciencia con el objeto de la conciencia, es el punto de partida del pensamiento filosófico. Imaginemos que el mundo se reduce a un único objeto. Si no hubiese nadie para tomar conciencia de la existencia de ese objeto, éste no existiría (...)”
“La conciencia está más allá de todo, es definitiva, soy consciente de mis pensamientos, de mi cuerpo, de mis impresiones, de mis sensaciones, y por eso, para mí, todo esto existe. Ya en su mismo inicio, en Platón y en Aristóteles, el pensamiento se divide en pensamiento subjetivo y objetivo. Aristóteles, a través de Santo Tomás de Aquino, llega por distintas vías a nuestro tiempo (...)”

“Platón llega a través de San Agustín y de Descartes. Y también a través de la deslumbrante explosión de la crítica de Kant y de la línea del idealismo alemán que se origina en ella, a través de Fichte, Schelling, Hegel. Y a través de la fenomenología husserliana y el existencialismo llega a una gran eclosión superior a la de sus inicios ¿Queréis encontrar subjetivismo y objetivismo en las artes plásticas? (...)”
“Mirad. ¿No es el renacimiento objetivismo y el barroco subjetivismo? En la música, Beethoven es subjetivo y Bach objetivo. ¡Qué grandes hombres no se pronunciaron a favor del subjetivismo! Pensadores como Montaigne o Nietzsche..., y si quisierais ver hasta qué punto este desdoblamiento sigue sangrando, leed las dramáticas páginas de “El ser y la nada” que Sartre dedica a una cuestión realmente insólita: ¿existen otros aparte de mí?”

El que pone a punto el subjetivismo de la percepción es un inglés. George Berkeley, el obispo irlandés, con una audacia extraordinaria, plantea el problema de la existencia de una manera increíble. “Existo yo y lo que yo percibo, pero más allá de lo que yo percibo no existe nada de nada”. Visiblemente, hay aquí un terrible juego de palabras, porque la mente humana espontánea y naturalmente es realista.
Pone primero la existencia en sí y por sí de las cosas, y luego su percepción por nosotros. Pero Berkeley afirma sin embargo que la tesis natural es la suya, porque ser es precisamente ser tocado con las manos, ser visto con los ojos y ser oído con los oídos. El subjetivismo de la percepción de Berkeley tiene un parentesco con la actitud fundamental de Gombrowicz: el agrandamiento del yo.

La importancia que le da a su yo en el “Diario” es continua y no tiene altibajos, su yo no podía crecer ni siquiera un milímetro más por la forma que le da a este género literario desde la primera página: lunes. Yo; martes. Yo; miércoles. Yo; jueves. Yo. Una actitud tan drástica sólo la podemos encontrar en Fichte que concibe el yo como la realidad anterior a la división entre sujeto y objeto.
Es una realidad que se pone a sí misma y, con ello, pone a su opuesto, es decir a lo que no es yo, al no-yo. Si el mundo existe como yo lo percibo o como una realidad anterior a la división entre sujeto y objeto, no son asuntos que le hayan quitado demasiado el sueño a Gombrowicz, pero sí se lo quitó la consecuencia que se desprende de ellos: el carácter originario de su yo.

El yo es una idea poderosa porque es el origen de todas las cosas, y también por la grandeza que puede alcanzar ese yo en la forma de una personalidad. A Gombrowicz le reprochaban que se pusiera a discutir con cualquiera, pero a él le gustaba aporrearse con el primero que se le cruzaba. De esta manera se disipa la superioridad artificial del escritor, desaparece la distancia que lo protege de los lectores.
En cambio se manifiesta con crueldad la superioridad esencial y la inferioridad real. El juicio del inferior hiere y duele, y no es verdad que a los escritores no les importe en absoluto. “Seguramente sería mucho más interesante que yo me tomara este combate más en serio, pero de todas maneras el hecho de que haya desafiado a la señora Báska Szubska para que reconozca su inferioridad respecto a mi superioridad tiene su importancia (...)”

“Esta polémica, me permito observar modestamente, es única en la historia de la literatura”. La polémica que mantiene con la señora Báska Szubska le da la ocasión de hacer algunas reflexiones sobre el subjetivismo. El hombre sólo puede ver el mundo con sus propios ojos y pensar con su propia razón, de modo que debe considerar que su juicio siempre es el mejor juicio posible.
Aún si reconociera la superioridad de las ideas de Einstein, pongamos por caso, y siempre que no sea un experto en la materia, sólo lo haría en el carácter de que es él mismo el que le da crédito a los especialistas que opinan así, y también en este caso su juicio sería el superior. El hecho de hacernos el centro del mundo choca de manera evidente con el objetivismo que reconoce mundos y puntos de vista ajenos.

“El tormento de los que para hundirme a mí se han lanzado en ayuda de Báska viene justamente de esto; porque, mirándolo objetivamente, es difícil suponer que todos los que me alaban sean cretinos; pero, por otro lado, como no es posible ver con ojos ajenos, desde esta perspectiva, todos mis alabadores son cretinos junto conmigo. Una contradicción realmente flagrante”
La contradicción entre el subjetivismo y el objetivismo es fundamental. La relación entre el sujeto y objeto, es decir, entre la conciencia y el objeto de la conciencia, es el punto de partida del pensamiento filosófico moderno. A juicio de Gombrowicz, Platón y Aristóteles debutan con el pensamiento subjetivo y objetivo. El pensamiento objetivo llega hasta nuestros días a caballo del marxismo y del catolicismo.

“Pero el catolicismo es una metafísica basada en la fe y, paradójicamente, es una convicción subjetiva de que el mundo objetivo existe”. Es Sartre el que se pregunta si existen los otros aparte de uno mismo. Es una cuestión realmente insólita porque la existencia de los otros es la más evidente y la más tangible de las realidades. Pero para Sartre la existencia del otro es inaceptable.
El hombre es una conciencia pura; si admitiera que el otro es también una conciencia, esa conciencia lo convertiría en objeto, y Sartre no está dispuesto a eso. Gombrowicz tiene la costumbre de liquidar las relaciones de Sartre con el marxismo de una manera rápida, pero en cuanto a la subjetividad y a la objetividad se refiere el asunto no es tan sencillo. “Crítica de la razón dialéctica” es una obra abstracta y difícil de leer.

Sartre intenta clarificar en esta obra las relaciones entre el existencialismo y el marxismo. La cuestión es que en este libro designa al marxismo como la filosofía insuperable de nuestro tiempo, y que lo seguirá siendo hasta que la situación histórica y económica que expresa haya sido superada. Pero si el marxismo es la filosofía insuperable de nuestro tiempo, ¿cuál es, entonces, la razón de ser del existencialismo de Sartre?
Para los filósofos comunistas el existencialismo representa la decadencia burguesa en un escape de lo real, en el aislamiento del individuo, en la afirmación de la autonomía absoluta del ego y en la superioridad de ese ego sobre mundo. Sartre, en cambio, está convencido de que el marxismo ofrece la única interpretación válida de la historia, pero que su existencialismo es el único camino que conduce a la realidad concreta.

Sobre esta base le hace al comunismo una acusación. “Hay dos maneras de caer en el idealismo: una consiste en disolver lo real en la subjetividad; la otra, en negar toda subjetividad real en beneficio de la objetividad”. Ambos se acusan de idealismo, pero Sartre acepta sin restricciones el materialismo, es decir, que el modo de producción de la vida material domina el desarrollo de la vida social, política e intelectual.
El salto del reino de la necesidad a un reino de la libertad, que Marx y Engels anunciaron como un ideal futuro, marcará, según Sartre, el fin del marxismo y el principio de una filosofía de la libertad. Pero este futuro está lejano y, mientras tanto, el marxismo, para no degenerar en una antropología inhumana, debe ser complementado por el existencialismo sartriano, que le proporciona su fundamento subjetivo, humano y existencial.

Dice Sartre que la comprensión de la existencia se presenta como el fundamento humano de la antropología marxista. A partir del día en que la investigación marxista tome la dimensión humana como fundamento del saber antropológico, el existencialismo no tendrá ya razón de ser. “A los ignorantes, para quienes la filosofía es un cúmulo de desatinos, me permito llamar su atención (...)”
“Sobre una contradicción análoga a la del subjetivismo y el objetivismo es que los físicos se rompen la cabeza”. Gombrowicz tiene la costumbre de volver dramáticas las contradicciones entre los corpúsculos y las ondas, pero el asunto no es tan trágico, todo depende del aparato con el que se observe el fenómeno. Tampoco es cierta la creencia de que la física es tan solo un conocimiento objetivo.

Sir Arthur Eddington, el inglés que tuvo la ocurrencia de contar el número de partículas que tiene el universo, dice algo muy instructivo al respecto. “Una cosa es, para la mente humana, obtener, estudiando los fenómenos naturales, las leyes que la mente misma ha colocado ahí, y puede ser otra cosa mucho más difícil encontrar leyes sobre las que no se tiene ningún control (...)”
“Hasta es posible que las leyes que no tiene su origen en la mente sean irracionales, y puede ser que no podamos nunca llegar a formularlas”. Y llevado por las alas del subjetivismo Gombrowicz se refiere seguidamente a la intencionalidad de la conciencia, pues la conciencia es siempre conciencia de algo, y entre la conciencia y ese algo hay siempre una contradicción que nos impide aprehender la esencia de lo humano.

“Así se presenta a grandes rasgos el problema del subjetivismo, que para muchas cabezas huecas no es más que una contemplación egoísta del propio ombligo y un conjunto de turbiedades”. La batalla contra el marxismo es la batalla entre el subjetivismo y el objetivismo, puesto que el marxismo quiere ser una ciencia, piensa Gombrowicz. Pero ni la ciencia es tan objetiva, ni el marxismo es tan científico.
Después de Kant el objetivismo recibió una paliza terrible, y todavía no ha logrado recuperarse. Una cosa en la que sí están de acuerdo Gombrowicz y Sartre es en que ambos desprecian a la ciencia, aunque de distinta manera. Es extraño que siendo Gombrowicz un partidario absoluto del yo, es decir, del subjetivismo, haya sido también un partidario acérrimo de la realidad, es decir, del objetivismo.

El yo es el mejor representante del subjetivismo y la historia es la mejor representante del objetivismo. Si bien el camino del pensamiento va del realismo al idealismo, Gombrowicz sigue el camino inverso; del subjetivismo extremo del que parte en “El bailarín del abogado Kraykowski”, su primer obra, termina en “Opereta”, una obra en la que aparece la historia como representante del objetivismo.
Corría el año 1926 y como el protagonista del cuento llega tarde al teatro en vez de ponerse en la cola para sacar la entrada se cuela. Un individuo alto y perfumado lo sujeta del cuello y lo arrastra hasta el último lugar de la cola. Al joven se le cortó la respiración, se dirigió al atrevido, un hombre rozagante con un pequeño bigote cuidadosamente recortado, que conversaba con dos damas elegantes y otro caballero.

Con una voz casi imperceptible, estaba a punto de desvanecerse, le preguntó si era a él a quien le debía la gentileza, el caballero lo miró con desprecio pero no le contestó. Después del primer acto lo saludó en la escalera, pero tampoco le respondió, entonces, le hizo una reverencia, posteriormente lo volvió a saludar un par de veces más, regresó a su asiento tembloroso y extenuado.
A la salida del teatro, cuando el arrogante caballero despedía a una de las señoras y a su marido, el joven se le acercó para pedirle que si no le hacía el favor de dejarlo viajar en su coche por un rato porque le gustaba la comodidad; como el hombre rozagante sólo le responde que si no lo puede dejar en paz se dirige al chofer, y cuando empieza a repetirle el pedido, el automóvil parte.

El joven lo sigue en un taxi, observa la casa en la que entran y con una estratagema obtiene del portero el nombre del caballero: abogado Kraykowski. A la noche no pudo dormir atormentado por los pensamientos de lo que le había ocurrido en el teatro. A la mañana siguiente envía un ramo de rosas a la casa de Kraykowski y lo espera algunas horas en la puerta de la casa. Sale el abogado elegantemente vestido silbando y blandiendo un bastón.
El joven sigue al abogado Kraykowski dominado por un sentimiento de gratitud y decide entonces rendirle un homenaje en silencio. Le compra un ramo de violetas a una florista, pasa corriendo al lado del abogado y se lo arroja a los pies sin detener la marcha. No se animaba a mirar hacia atrás, cuando finalmente mira, el abogado Kraykowski había desaparecido.

A la salida del teatro había escuchado que a la noche los cuatro se iban a encontrar en el “Polonia”, un restaurante de primera categoría, así que el resto del día lo vivió con esa única idea, la de encontrarse allí con el abogado Kraykowski. Entró tras ellos en el lujoso local, inmediatamente advirtieron su presencia. Mientras las damas lo miraban y murmuraban el abogado no le prestó ninguna atención.
Les hacía cortesías a las damas, miraba fijamente a otras mujeres y hablaba lentamente. Cuando ordena la comida para su mesa el joven ordena la misma comida, come y bebe todo lo que come y bebe el abogado. Admira la elegancia y la gracia de sus inclinaciones. Su esposa era una nulidad, pero la otra señora, la esposa del doctor, era muy atractiva y el protagonista advierte que cuando se dirigía a ella su voz era más dulce y tierna.

La esposa del doctor era una mujer hecha realmente para él: delgada, elegante, felina, con una deliciosa arbitrariedad femenina. Fue su primera orgía nocturna por el abogado y para el abogado, a partir de ese día comenzó a esperarlo a la salida de su casa espiando desde un café, para luego seguirlo. El joven tenía tiempo de sobra, su única ocupación era cuidar de una epilepsia.
Esa enfermedad lo tenía extenuado hasta el punto de que había llegado a suponer que no le quedaba mucho tiempo de vida. Unos ingresos modestos eran suficientes para cubrir sus necesidades. El abogado era goloso, al regresar del Tribunal se detenía en una pastelería y devoraba pastelillos de manzana. Después de pensarlo con cuidado el joven habla con la pastelera y le paga por adelantado el consumo de un mes de pastelillos para Kraykowski,

Le dice que lo hace porque tiene que pagar una apuesta que había perdido. Al día siguiente, cuando la pastelera no le quiso cobrar los pastelillos a Kraykowski, el abogado se enojó y arrojó las monedas en una alcancía de beneficencia. Un océano ilimitado de ideas empezó a llenarle la cabeza durante el día, las coincidencias y los servicios se sucedían, encuentros en el tranvía para sentarse frente al abogado.
Los servicios de baño pagados por adelantado por el joven, eran señales de adoración y de obediencia que le daba, muestras de fidelidad y de respeto, un sentimiento férreo del deber que denotaba pasión. La mujer del doctor, el amigo de Kraykowski, parecía insensible a los encantos del abogado, al joven le parecía evidente que lo rechazaba, un día lo vio salir furioso de la casa de ella.

Para convencerla de que tenía que ceder a los sentimientos del abogado le escribe una carta anónima en la que le protesta por su comportamiento incomprensible y la exhorta a que cumpla sus obligaciones con un caballero tan encantador. A los pocos días el abogado Kraykowski se detiene mientras el joven lo perseguía, se vuelve y se le acerca con el bastón en la mano.
Una extraña sensación de desvanecimiento se apoderó del protagonista cuando se sintió agarrado de la solapa y sacudido violentamente. Cuando el abogado Kraykowski lo amenazó con romperle el cuello a bastonazos por los anónimos el joven no pudo hablar, se sentía feliz y aceptaba el suplicio como si fuera la santa comunión, se arrodilló en silencio y le ofreció la espalda.

Kraykowski se alejó y el joven regresó a su casa con la sensación de que eso todavía no bastaba, que era necesario mucho más. Era evidente que ella había considerado la carta como una broma estúpida y se la había mostrado al abogado. Decidió ser más persuasivo esta vez y le volvió a escribir de manera más drástica, se iba a infligir toda clase de penitencias hasta que ocurriera aquello.
Le dijo a la señora que debía dejar de lado su orgullo y su obstinación, ¿qué perfumes?, sólo Violette, a él le gusta. A partir de entonces el abogado dejó de visitar a la esposa del doctor. El protagonista pasaba las noches en blanco, le seguía escribiendo que debía hacerlo, que su doctor era una nulidad, que lo debía hacer esa misma noche si es que el marido no estaba.

De pronto recordó que el abogado había tenido la intención de golpearlo, entonces se dirigió a los Tribunales, y cuando Kraykowski salió en compañía de dos colegas se arrodilló delante de él ofreciéndole la espalda para los golpes de bastón, exclamando que tal vez ahora podía. El abogado le dijo en voz baja a sus colegas que debía ser un pobre idiota, le dio unos centavos al miserable y se despidió.
Uno de los señores quiso darle él también unas monedas pero no se las aceptó, le explicó que sólo recibía limosna de la mano del abogado Kraykowski. En el edificio de la mujer dibujó una gigantesca K con una flecha. Fue tejiendo una telaraña de malos entendidos que la empujaban más y más a caer en los brazos del abogado, le hacía llamadas a la medianoche ordenándole que lo haga.

Pero todos sus esfuerzos parecían caer en el vacío, empezó a perder las esperanzas. En unas de las noches en las que el joven regresaba a su casa después de las persecuciones agotadoras, una corazonada le dijo que tenía que entrar en el parque. Y los vio, caminaban por un sendero, luego se sentaron en un banco. El abogado la abrazó y empezó a murmurarle palabras dulces.
El joven no pudo resistir, algo explotó dentro de él como si una corriente eléctrica se descargara en su interior y empezó a gritar con una voz que podía escucharse en todo el parque: “¡El abogado Kraykowski se la está…! ¡El abogado Kraykowski se la está…!”. Cundió la alarma. La gente corría y se asomaba a las ventanas, el joven sintió una primera sacudida, una segunda, una tercera.

Las piernas le temblaron y empezó a bailar como nunca lo había hecho antes, con la espuma en la boca sollozaba en medio de las convulsiones. Fue una danza orgiástica, se despertó en el hospital. Cada día que pasaba se sentía peor, los últimos acontecimientos lo habían vencido. El abogado Kraykowski se tuvo que escapar y esconder en una pequeña localidad al este de los Cárpatos.
Buscó refugio en las montañas con la esperanza de que el joven lo olvidara. Pero el protagonista se propone seguirlo, lo seguirá a todas partes porque ese hombre es como su estrella. Duda que regrese vivo de ese viaje pero se arriesga a morir. Por si eso llegara a ocurrir se dispone a preparar un documento para que su cadáver le sea remitido de inmediato al abogado Kraykowski.



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miércoles, 13 de octubre de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y LA BASTARDÍA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y LA BASTARDÍA



“Pienso y pienso... ya llevo tres semanas pensando... ¡y no entiendo nada! ¡No entiendo nada! Finalmente ha venido L., la ha examinado detenidamente y dice lo mismo, ¡que al menos vale ciento cincuenta mil dólares! ¡Al menos! Situada en un pinar, seco, crujiente bajo las suelas de los zapatos, como sacado de Polonia, con un regio panorama de montañas, con una vista principescas a una sucesión de castillos (...)”
“St. Paul, Cagnes, Villenueve, como surgidos de las luminosas aguas del mar. Un bello recibidor de roble en la planta baja y tres grandes habitaciones en fila. En la primera planta, otras dos habitaciones con un espacioso baño común. Unas terrazas sólidas y... ¿Por qué sólo quiere cuarenta y cinco mil (pero en efectivo)? ¿Se ha vuelto loco? Ese ricachón ignoto... ¿quién es? ¿Será un lector mío? ¿Será este precio únicamente para mí? (...)”

“El abogado dice: éstas son las disposiciones que me han dado??? No puedo pensar nada más. En todo caso veinte mil también me irían bien... ¿Comprar? He comprado”. Cuando Gombrowicz se enteró de que había ganado el Premio Internacional de Literatura lo primero que atinó a hacer fue a preparar una lista de sus enemigos literarios, regocijándose de antemano con la amargura desesperante que les iba a producir.
Ya con el premio en la mano escribe el diario del hijo ilegítimo para mortificar a sus enemigos polacos de Londres. En este diario relata cómo después de algunas dudas se había comprado una casa con los veinte mil dólares del Premio Formentor, y cómo la empieza a decorar con cuadros, tapices y muebles del gusto más refinado. Una carta que le llega de la Argentina le anuncia que Henryk quiere aparecer por la casa para darle una sorpresa.

Entonces se le despiertan unos recuerdos sombríos sobre una mulatona llamada Rosa, y la alegría que le había aparecido con la mudanza se le esfuma. La oscura mulatona era como las algas en el fondo del agua, una cosa negruzca que se distingue mal. En el lugar comienzan las habladurías, chismean que el señor Gombrowicz espera la llegada de alguien de la familia.
Tener un hijo era una idea que no había tenido en toda su vida, pero le importaba poco que fuera legítimo o ilegítimo, su desarrollo espiritual y su evolución intelectual lo ponían fuera de la órbita de ese dilema. Sin embargo, el hecho de que un semimulato se le acercara con su tierno papi... ¿estará bien de salud? Tenía miedo de la visita porque Henryk podía chantajearlo.

Un hijo suyo concebido con una mulatona indefinida y oscura, en una noche de hotel que se abismó en las tinieblas del olvido. De una fealdad negra y ominosa le surge un hijo ilegítimo que quizás no esté bautizado ni tenga partida de nacimiento. Una negrura tenebrosa, tropical y hotelera desbordante de ilegitimidad se le anuncia amenazante desde la lejana Argentina.
Al comienzo de las páginas de este diario, en el que relata episodios completamente falsos, nos dice que la casa estaba tasada en ciento cincuenta mil dólares, pero que el dueño sólo le pedía cuarenta y cinco mil en la mano, posiblemente porque se trataba de un admirador ricachón. Y el final de este diario es una obra maestra con la que tortura sin piedad a sus enemigos polacos londinenses.

“¡Un hijo ilegítimo que ronda/ la ilegitimidad redonda del hijo!/ ¡El despacho redondo de Rosa/ En que fue concebido el hijo! ¡Vendo! ¡Vendo! ¡Vendo! ¡Vendo muy barata una villa con sus habitaciones en fila, con terrazas sólidas y vistas panorámicas en un pinar y con un despacho redondo! Vendo al hijo y a Rosa con sus alcobas y redondeces. Urgente vendo una villa en muy buenas condiciones (...)”
“He vendido por doscientos catorce mil dólares, con alcobas con vista panorámica, hijo y mulata. ¡Me he quedado sin nada!”. La idea de la bastardía rondaba en la cabeza de Gombrowicz, y no podía ser de otra manera, el bastardo tiene menos derechos en la familia, y esa era la sensación que tenía Gombrowicz respecto a sus hermanos. No se sentía reconocido por su padre como adulto y como adaptado a la vida.

“Navegaba por el mundo en medio de opiniones incomprensibles y cada vez que tropezaba con un sentimiento misterioso, fuera la virtud o la familia, la fe o la patria, sentía la necesidad de cometer una villanía”. Con estas palabras extrañas Gombrowicz encuentra de manera cumplida una forma de definir la bastardía, no ya carnal sino espiritual, del protagonista de “El diario de Stefan Czarniecki”
Este giro indigno de una conducta que degenera de su origen está presente en toda la obra de Gombrowicz, y es también el que alienta la idea del hijo ilegítimo. “El diario de Stefan Czarniecki” es la segunda novela corta de Gombrowicz, es contigua a “El bailarín del abogado Kraykowski” y la escribió en el año 1926. El punto de inflexión del comportamiento del protagonista es la guerra.

Al regreso del frente ya no puede mantener las viejas creencias y se desbarranca en la inmoralidad. Gombrowicz tiene la costumbre de asociar el amor con la violencia: “Mi sexualidad despierta en forma precoz, nutrida de guerra, de violencia, de cantos de soldados y de sudor, me encadenaba a aquellos cuerpos enmugrecidos por el duro trabajo”. Su adolescencia estuvo marcada por la guerra y por los acontecimientos de 1920.
En ese año el ejército bolchevique invadió Polonia, llegando hasta Varsovia. El recuerdo del paso de los ejércitos, los incendios, los campos asolados por la guerra, están presentes en el “El diario de Stefan Czarniecki”. “En la época de la Primera Guerra Mundial, creo que el frente pasó cuatro veces por nuestra casa, avance, retroceso, avance, retroceso, el fragor lejano y luego cada vez más próximo el cañón (...)”

“Los incendios, los ejércitos que se retiran, los ejércitos que avanzan, el tiroteo, los cadáveres junto al estanque, y también los prolongados altos de los destacamentos rusos, austríacos y alemanes. Nosotros, los muchachos, nos la pasábamos en grande recogiendo cartuchos, bayonetas, cinturones, cargadores. El excitante olor de la brutalidad lo invadía todo”. Stefan se alistó en el regimiento de los ulanos.
Gombrowicz, en cambio, no estaba alistado en ese regimiento cuando el mariscal Pilsudski detuvo a los rusos en las puertas de Varsovia. “En ese año de 1920 era un ser distinto a los otros, aislado, viviendo al margen de la sociedad, y sucedió así porque no supe cumplir mis deberes con la nación en el momento que una terrible amenaza se cernía sobre nuestra joven independencia”

En “El diario de Stefan Czarniecki” no queda títere con cabeza. La familia, la polonidad, la política, la guerra, el amor, todo vuela por los aires, pero son más bien caricaturas las que vuelan por los aires, unas marionetas que Gombrowicz zarandea como una verdadera parodia de la realidad. El estilo es brillante, humorístico e irónico, pero los componentes de la narración son más bien morbosos.
La constitución sombría de la conciencia de Gombrowicz está metida en esta narración, pero no la arroja como si la tirara a una cloaca. Estaba intentando cancelar su deuda moral, quería que la obra lo absolviera. Stefan Czarniecki había nacido en una casa muy respetable. El padre, un hombre fascinante y orgulloso, poseía unos rasgos que personificaban una estirpe perfecta y una raza noble.

La madre andaba siempre vestida de negro con unos pendientes antiguos como único adorno. Stefan se veía a sí mismo como un muchacho serio y pensativo. Había en su vida familiar un solo punto oscuro, su padre odiaba a su madre, no la soportaba, un enigma que lo condujo finalmente a la catástrofe interior. Se convirtió en un inútil inmoral, besaba la mano de una dama babeándola, sacaba el pañuelo y se secaba la saliva mientras le pedía perdón.
El padre evitaba el contacto con la madre, a veces la miraba a hurtadillas con expresión de infinito disgusto. Stefan, en cambio, no manifestaba aversión hacia su madre a pesar de que había engordado muchísimo al punto de tropezarse con todas las cosas. Stefan se imaginaba que había sido concebido realmente bajo coacción violentando los instintos, y que él era el fruto del heroísmo del padre.

Un día la repugnancia del padre estalló: –Te estás quedando calva. Dentro de poco estarás más calva que un trasero. Eres horrorosa. Ni siquiera adviertes cuán horrible es tu aspecto. Stefan no comprendía el porqué debía considerar a la calvicie de la madre peor que la del padre, además, los dientes de la madre eran mejores y, sin embargo, ella no sentía repugnancia por él. Era una mujer majestuosa y muy religiosa, rodeada de una furia de ayunos y acciones piadosas.
A veces, los convocaba a Stefan, al cocinero, al mayordomo y a la camarera: –¡Ruega, ruega pobre hijo mío por el alma de ese monstruo que tienes por padre! ¡Rogad también vosotros por el alma de vuestro amo que se ha vendido al mismísimo diablo! A la madre le producían horror las acciones del padre, la forma desconsiderada en que la trataba, y al padre lo que le producía horror era ella misma.

No podía dejar de manifestar su asco: –Créeme, querida, que estás cometiendo una falta de tacto. Cuando veo ante el altar tu nariz, tus orejas, tus labios, tengo la convicción de que también Cristo se siente un poco a disgusto. A pesar de estas contrariedades, del conflicto permanente entre los padres, Stefan fue un buen alumno, aplicado y puntual, pero nunca gozó de la simpatía de los demás.
En el recreo los alumnos cantaban: –Uno, dos y tres, dos pan pan/ no hay judío que no sea un can/ Los polacos en cambio son águilas de oro/ Uno, dos, tres, ahora le toca al loro. Stefan estaba fascinado con estos versos pero debía apartarse de los otros chicos cuando cantaban. A pesar de los esfuerzos que hacía por resultarles agradable a ellos y a los profesores con sus buenas maneras, lo único que conseguía era una actitud hostil.

Una tarde, un profesor de historia y literatura, un vejete tranquilo y bastante inofensivo les estaba dando una clase sobre los polacos: –Los polacos, señores míos, han sido siempre perezosos, sin embargo, la pereza es siempre compañera del genio. Los polacos han sido siempre valientes y perezosos ¡Magnífico pueblo, el polaco! A partir de ese momento el interés de Stefan por el estudio disminuyó.
Sin embargo con este cambio no consiguió la simpatía del profesor y de nada le sirvió su incipiente preferencia por los desaplicados y los perezosos. La observaciones del profesor tenían mucha influencia en la clase: –Los polacos han sido siempre holgazanes, pero las suecas, las danesas, las francesas y las alemanas pierden la cabeza por nosotros, sin embargo, nosotros preferimos a las polacas. ¿No es acaso famosa la belleza de la mujer polaca?

El resultado de esas insinuaciones fue que Stefan se enamoró de una joven pero ella no se daba por enterada. Una mañana, después de haberle pedido consejo a sus compañeros de clase, venció su timidez y le dio un pellizco; ella cerró los ojos y soltó una risita. Lo había logrado. Se lo contó a sus compañeros y fue la primera vez que lo escucharon con interés, acto seguido se precipitaron sobre una rana y la mataron a golpes.
Stefan estaba emocionado y orgulloso de haber sido admitido por los jóvenes y presintió que empezaba una nueva etapa de su vida. Para congraciarse aún más atrapó una golondrina y le rompió un ala, cuando se disponía a golpearla con un palo un alumno le dio una bofetada muy sonora en la cara. Como no se defendió todos se lanzaron sobre él y lo aporrearon sin ahorrar escarnios ni insultos.

En el amor tampoco le iba nada bien, la joven pellizcada le hacía recriminaciones porque era un consentido, un pequeño nene de mamá. Stefan había comprendido finalmente que, si bien el padre era de raza pura, su madre también lo era pero en el sentido contrario, el padre era un aristócrata arruinado casado con la hija de un rico banquero. Se imaginaba que las dos razas hostiles de los padres, ambas poderosas, se habían neutralizado.
De ese modo habían parido un ratón sin pigmentación, un ratón completamente neutro, por eso Stefan no tomaba parte de nada a pesar de haber participado en todo, ése era su misterio. La joven Jawdiga le pedía que fuera valiente, le ordenaba que saltara zanjas, que sostuviera pesos, que golpeara abedules bajo la observación del vigilante, que arrojara agua sobre el sombrero de los transeúntes.

Cuando Stefan le preguntaba cuál era la razón de esos caprichos le decía que no lo sabía, que era un enigma, una esfinge, un misterio para ella misma. Si la joven fracasaba en algo se entristecía, si triunfaba se ponía feliz y le permitía besar sus deliciosas orejas, como premio, sin embargo, nunca se permitió responder a su apremiante: –¡Te deseo! Le decía que había algo en él de repulsivo y no sabía bien qué era.
Pero Stefan sabía muy bien lo que querían decir esas palabras. Leía mucho y trataba de comprender el significado de su secreto, se daba ánimos con el recuerdo de uno de los temas escolares, la superioridad de los polacos: los alemanes son pesados, brutales y tienen los pies planos; los franceses son pequeños, mezquinos y depravados; los rusos son peludos; los italianos... bel canto.

Ésta era la razón por la que querían eliminar a los polacos de la faz de la tierra, eran los únicos que no causaban repulsión. El horizonte político se volvía cada vez más amenazador y la joven cada vez más nerviosa. La multitud en las calles, las tropas se desplazaban hacia el frente. La movilización, los adioses, las banderas, los discursos. Juramentos, sacrificios, lágrimas, manifiestos, indignación, exaltación y odio.
La amada de Stefan ni lo miraba, no tenía ojos más que para los militares. Stefan afirmaba su patriotismo, participaba en juicios sumarios contra espías, pero algo en la mirada de Jadwiga lo obligó a alistarse como voluntario en el regimiento de ulanos. Atravesaban la cuidad cantando inclinados sobre el cuello de sus caballos, una expresión maravillosa aparecía en el rostro de las mujeres y sentía que muchos corazones latían también por él.

Y no entendía el porqué pues no había dejado de ser el conde Stefan Czarniecki que era antes ni el hijo de una Goldwasser, el único cambio era que ahora usaba botas militares y llevaba en el cuello unas tiras color frambuesa. La madre lo convocaba para que no tuviera piedad, para que arrasara, quemara y matara, para que destruyera a los malvados. El padre, un gran patriota, lloraba en un rincón y le decía que con la sangre podría borrar la mancha de su origen.
Le rogaba que pensara siempre en él y ahuyentara como la peste el recuerdo de la madre porque podía serle fatal, que no perdonara y que exterminara hasta el último de esos canallas. La amada le entregó por primera vez su boca, una verdadera delicia. La guerra era hermosa. Era precisamente la conciencia de ese esplendor la que le proporcionaba las energías para combatir al implacable enemigo del soldado: el miedo.

De cuando en cuando lograba colocar un tiro de fusil en el blanco preciso, y entonces se sentía columpiado por la sonrisa impenetrable de las mujeres y hasta le parecía que se ganaba el afecto de los caballos que hasta el momento sólo le habían propinado coces y mordiscos. Sin embargo, ocurrió un incidente que lo lanzó al abismo de la depravación moral de la que no pudo apartarse hasta el día de hoy.
La guerra se había desencadenado en todo el mundo. La esperanza, consuelo de los imbéciles, lo hacía vislumbrar la dichosa perspectiva del porvenir: el regreso a casa y la liberación de su situación de ratón neutro, pero las cosas no ocurrieron de esa manera. Su regimiento estaba defendiendo con tesón por tercer día consecutivo una colina en el frente, con la orden de resistir hasta la muerte.

Fue entonces cuando cayó un obús que le cortó de un tajo ambas piernas al ulano Kaeperski y le destrozó los intestinos, pero el pobre, seguramente aturdido, explotó en una carcajada convulsiva que Stefan tuvo que acompañar. Cuando terminó la guerra y volvió a casa con aquella risa sonándole en los oídos comprobó que todo lo que hasta entonces había sostenido su existencia yacía hecho escombros, que no le quedaba más remedio que volverse comunista.
Stefan entendía el comunismo como un programa en el que los padres y las madres, las razas y la fe, la virtud y las esposas, y todo, sería nacionalizado y distribuido mediante cupones en porciones iguales. Un programa en el que su madre debía ser cortada en pequeños trozos y repartida entre quienes no fueran suficientemente devotos en sus oraciones; que lo mismo debería hacerse con su padre entre aquellos cuya raza fuera poco satisfactoria.

Un programa en el que todas las sonrisas, las gracias y los encantos fueran suministrados exclusivamente bajo petición expresa, y que el rechazo injustificado fuera causal del castigo con la cárcel. Stefan elegía el término comunismo porque constituía para los intelectuales que le eran adversos un enigma tan incomprensible como lo eran para él las sonrisas sarcásticas y los rostros brutales de esos intelectuales.
Las conversaciones más irónicas las tuvo con su adorada Jadwiga que lo había recibido con efusiones extraordinarias al regreso de la guerra. Stefan le preguntaba que si acaso la mujer no era algo misterioso, y cuando ella le respondía que sí, que lo era, y que ella misma era misteriosa y desencadenaba pasiones, que era una mujer esfinge, entonces Stefan exclamaba que también él era un misterio, que tenía un lenguaje personal secreto y que le gustaría que ella lo adoptara.

Le advirtió que le iba a meter un sapo debajo de la blusa, y que ella tenía que repetir con él las siguientes palabras: Cham, bam, biu, mniu, ba, bi, ba be no zar. Fue imposible, no quiso pronunciarlas, le dijo que le daba vergüenza y se echó a llorar. Stefan no le hizo caso, tomó un sapo grande y gordo y cumplió con su palabra. Se puso como loca. Se tiró al suelo, y el grito que lanzó sólo podría compararse con el del soldado destripado.
¿Pero es que para todas las personas las mismas cosas deben ser bellas y agradables? Lo único que le quedó de agradable en esa historia fue que ella enloqueció, incapaz de librarse del sapo que se agitaba bajo su blusa. Es posible que Stefan Czarniecki no fuera comunista sino tan solo un pacifista militante. “Navegaba por el mundo en medio de opiniones totalmente incomprensibles (...)”

“Cada vez que tropezaba con un sentimiento misterioso, fuera la virtud o la familia, la fe o la patria, sentía la necesidad de cometer una villanía. Tal es el secreto personal que opongo al gran misterio de la existencia. ¿Qué queréis?... cuando paso junto a una pareja feliz, a una madre con un niño o a un anciano amable, pierdo la tranquilidad. Pero a veces el corazón se me encoge y una gran nostalgia de vosotros, padre y madre queridos, se apodera de mí. ¡También de ti siento nostalgia, oh santa infancia mía!”




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lunes, 11 de octubre de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y EL PREMIO NOBEL DE LITERATURA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y EL PREMIO NOBEL DE LITERATURA



“Desde hace al menos cinco años mi candidatura es presentada regularmente al Prix Internacional de Littératura. Y si sus primeros laureados, Beckett y Borges, ambos extraordinarios, me parecieron merecerlo en un cien por ciento, los apellidos galardonados en los años siguientes me olieron más bien a unos cálculos que poco tenían que ver con el arte puro (...)”
“Mi candidatura iba cobrando fuerza paulatinamente y ya hace dos años faltó poco para que recayera en mí el premio por ‘Pornografía’. Pero por suerte la honorable señora McCarthy votó en contra. ¡Por suerte! ¡Cuánto le debo a esta eximia escritora! Porque por obra del Ser Supremo justo después de ese año el premio fue reformado y se le concedió más importancia dotándolo con el doble de dólares (...)”

“A partir de ese momento se fallaría cada dos años y de los diez mil dólares ascendió a los veinte mil. Un deseo feroz se apoderó de mí al enterarme por ‘Le Monde’ de ese cambio. Pero consciente de ser una persona perfectamente privada, idealmente solitaria, ajena a cualquier camarilla, grupo, embajada, nada interesante desde el punto de vista político y económico, me dije las palabras del emperador de la Gran Rusia: point de rêveries (...)”
“Pero ¡paf! Me tocó. Veinte mil. Una suma semejante no es cualquier cosa, así que me compraré un cochecito nuevo. Inmediatamente después de recibir el premio preparé una lista de mis enemigos (desgraciadamente, la mayoría son nombres polacos) y, escogiendo de ella al azar a éste o aquel, me regocijaba imaginando su amargura desesperante, su actitud lívida (...)”

“Probablemente ha sido el único placer, porque aparte de esto, más trabajo que otra cosa. De modo que tengo un certificado que avala que soy un escritor de alta categoría, un certificado firmado por la flor y nata de la crítica internacional. Pero ¿por qué, señor laureado, la cara se te congela, se te vuelve severa, y una especie de ascetismo, de profunda aversión, de desagradable ironía parece cerrarla con siete llaves? (...)”
“Una cara extraña que expresa sólo y únicamente esto: ¡que bailen a tu alrededor como quieran, tú ni te inmutes! ¡Oh, gran literatura polaca! Yo, el andrajoso, yo el desplumado, yo el maltratado, yo, el presumido, el renegado, el traidor, el megalómano deposito a tus pies este laurel internacional, el más sagrado desde los tiempos de Sienkiewicz y de Raymont”.

El desempeño en la enseñanza se mide con las notas, en la escritura con los premios. El punto más alto de la enseñanza se alcanza con un diez, el punto más alto de la escritura con el Nobel. Las notas miden la inteligencia, el Nobel la grandeza, todo esto dicho grosso modo. Por otra parte el valor de un escritor se mide además por los pesos que las editoriales piensan que vale.
Los acontecimientos recientes más destacados al respecto son el Premio Nobel de Literatura con el que laurearon a Mario Vargas Llosa, muy compungido por el desaire sistemático de la Academia de Suecia con nuestro Asiriobabilónico Metafísico, y la compra que hizo la editorial Mondadori de los derechos de este autor por la suma de dos millones de euros.

Mondadori le robó el Asiriobabilónico Metafísico a Emecé por setecientos mil euros de diferencia, y al Pato Criollo por una descortesía de Emecé durante el derrumbe económico del año 2001 en el que la editorial le pagó unos derechos de autor con patacones, una moneda espuria creada para hacer frente a la crisis financiera, en vez de pagárselos con la moneda corriente.
Era una época en la que el Pato Criollo estaba muy afectado por los acontecimientos. “El fatal verano de 2001 me afectó mucho más de lo que me esperaba; en mi mundo de reclusión, entre clásicos y fantasía, no estaba tan protegido contra la realidad social de mi país como yo creía. Hasta físicamente me afectó. No puedo dar cuenta de lo que he escrito, porque no me acuerdo ni del argumento de ‘Las noches de Flores’ (...)”

“Además, casi nunca quiero decir nada, busco algo que suene bien, una música... Pero pensándolo bien, veo claro que la vida tiene un límite absoluto, que es la muerte. La literatura, en cambio, puede ser una pasión, como lo fue para mí, y las pasiones sí que no tienen límites”. En “La noches de Flores” el Pato Criollo retrata la peripecia de un matrimonio de jubilados que, a raíz de la crisis, se dedica a vender pizza en horario nocturno.
Ambos asumen el trabajo con resignación, plenamente conscientes que esta actividad es la única alternativa a la pobreza y la marginación y una estrategia para mantener la dignidad. En sus recorridos nocturnos, los protagonistas respiran la crisis en su mayor intensidad, observando a familias marginadas durmiendo en plena calle, la proliferación de la delincuencia, las bandas juveniles, los borrachos y los niños abandonados.

La pareja experimenta situaciones extremas, como el secuestro y posterior asesinato de un niño, testimonio del horror subterráneo que se ha apropiado de la sociedad. El caso revela, a su vez, vastas redes de corrupción, en la cuales están involucradas personas conocidas de los protagonistas e incluso hasta una respetable institución religiosa. “Las noches de Flores” fue elegida en la Feria del Libro de Frankfurt para ser publicada en Alemania.
En algunas entrevistas el Pato Criollo ha confesado sentir escaso aprecio por el trabajo de Vargas Llosa a más de haberlo considerarlo un vulgar plagiador cuando se dedicó al periodismo. El trabajo de los hombres de letras es arduo, desde la página en blanco hasta el editor deben levantar barreras pesadas, incluida la del propio editor, después viene lo que Gombrowicz llama el verdadero arte.

“El verdadero arte es conseguir que alguien lea lo que uno escribe”. Pero el calvario no termina aquí, si el hombre de letras logra levantar las barreras del editor y del lector y, además tiene éxito cuando arremete contra los obstáculos que llevan la inscripción del “no pasarás”, debe iniciar una marcha forzada hacia los premios. Después del Formentor a Gombrowicz se le despierta el apetito, quiere más, quiere el Nobel.
A juicio de Peter Landelius, el que fuera embajador de Suecia en la Argentina, al Asiriobabilónico Metafísico le habían negado el Nobel no por razones políticas sino porque al jurado le interesaban tan sólo algunos de sus primeros poemas, pero el resto no le interesaba. “Borges tampoco había participado del congreso del Pen Club, pero por razones diferentes a la mías (...)”

“Se había subido a un avión con su madre y estaba viajando a Europa en busca del Nobel. No es otra la razón por la que ese hombre de más de sesenta años y casi ciego, y su anciana madre, que cuenta ni más ni menos que con ochenta y siete años, decidieron volar en un avión de reacción. Madrid, París, Ginebra, Londres: conferencias, banquetes, fiestas, para despertar el interés de la prensa y para poner en marcha todos los mecanismos (...)”
“El resto, supongo, es cosa de Victoria Ocampo (‘he puesto más millones en la literatura que los que Bernard Shaw sacó de ella’)”. Estas zarandeadas entre los escritores y los premios tienen que ver la cultura. “Yo creo que la palabra cultura tiene varias acepciones: la institucional, la antropológica, y la acepción que corresponde a cuando uno dice que fulano es un hombre culto, y se remite a una sola cosa, a leer libros (...)”

“Todo lo demás, la televisión, el cine, el teatro, con todo lo bueno que tienen, no suplen el libro. Y el libro sí suple todo lo demás. Un hombre culto es un hombre que lee libros y no hay otra. Si no lee libros, no es culto, por más que sea ministro de Cultura”. Estas declaraciones apodícticas sobre el libro y la lectura que hizo recientemente el Pato Criollo me sumieron en hondas cavilaciones.
Existen dos hombres de letras argentinos que cosechan en unos las más calurosas adhesiones y en otros el más encendido rechazo, a saber: el Pterodáctilo y el Pato Criollo, ambos gombrowiczidas ilustrísimos. Es uno de los casos más señalados de la bipolaridad literaria argentina que tiene raíces oscuras y obedece a los mandatos de los más bajos instintos.

Se podría decir que la actividad más importante que desempeñó Gombrowicz , y casi única, fue escribir. Sin embargo no fue un escritor prolífico, le costaba trabajo pasar de una obra a otra, le costaba también terminarlas, el final le parecía siempre arbitrario. A pesar de la facilidad con la que el Pato Criollo consigue que le publiquen lo que escribe, conoce perfectamente bien las contrariedades que padecen muchos de sus colegas.
En una de sus novelas narra las desventuras de un joven escritor cuyo destino queda ligado a la conducta contradictoria de un editor. El editor recibe con entusiasmo la primera novela del autor, una historia que le parece genial, y le promete la firma del contrato en no más de dos semanas, pero las cosas no suceden así. Los contactos entre el escritor y el editor se van haciendo cada vez menos frecuentes.

De semanas pasan a meses y de meses a años, sin embargo, el entusiasmo y la delicadeza con los que el editor trata al autor aumentan con el transcurso del tiempo. Pero es justamente el transcurso del tiempo el que hace pasar al escritor de la condición de joven promesa a la de autor entrado en años y, como si fuera poco, de un escritor malogrado, una historia con un marcado aire kafkiano que me trajo a la memoria “Un artista del hambre”.
Kafka narra en este cuento los infortunios de un hombre que ayuna por falta de apetito y que es exhibido en público como una rareza llamativa. Al final del relato ya nadie se interesaba por él, y lo barren junto a la basura, un final que surgiere hasta cierto punto un parentesco entre este pobre faquir y los escritores malogrados de todos los tiempos, y más especialmente a los malogrados contemporáneos.

El tiempo está pasando y, a pesar de la maquinaria de precisión que ha montado su agente literario alemán, al Pato Criollo le está ocurriendo con los premios lo mismo que al autor malogrado le ocurría con el editor, considerado y amable pero contradictorio, y tiene miedo de correr la misma suerte del ayunador en el cuento de Kafka, es decir, tiene miedo de que lo barran junto a la basura.
En qué son iguales el Pato Criollo y Gombrowicz y en que son diferentes. Son iguales en la técnica que utilizan para darle rienda suelta a la imaginación y para controlar sus fantasías. Existen sin embargo algunos asuntos en los que Gombrowicz y el Pato Criollo no son iguales. Una de las ocupaciones principales que tienen los hombres de letras es la de leer, pero acostumbran a decir que leen más de lo que en realidad leen.

Gombrowicz hizo experimentos memorables en Polonia y en la Argentina para demostrar que esta afirmación es cierta. Él mismo no le tenía mucha simpatía a la lectura, acostumbraba a decir que nunca había terminado de leer un libro porque los libros lo aburrían. Mientras la actitud de Gombrowicz respecto a la lectura era distante, la del Pato Criollo no lo es, al contrario.
Pasa por ser, según las opiniones autorizadas del Niño Ruso y del Hombre Unidimensional, el escritor hispanohablante más leído por lo que lee, no así por lo que es leído. Las obsesiones de Gombrowicz y del Pato Criollo respecto a la lectura, con una actitud distante porque lo aburría la de Gombrowicz, y con una actitud realmente apasionada la del Pato Criollo, desembocaban muchas veces en actitudes inesperadas.

Quizás la diferencia mayor que existe entre los dos es que Gombrowicz escribió un “Diario” y el Pato Criollo no. El “Diario” es la obra más grande de Gombrowicz, este género resultó en sus manos una verdadera creación. En sus extremos asoman la nariz la grandeza y la falta de seriedad, unos extremos que se aprietan y se mezclan con situaciones de vida.
Fragmentos de carácter filosófico, polémicas, partes líricas, bromas grotescas y ficción literaria pura, con el contrapunto de los comentarios e interpretaciones que hace Gombrowicz sobre su propia obra. Después de leer cualquier libro del Pato Criollo uno no está seguro si es el más chiflado o al más talentoso de los narradores argentinos. Y es que las historias del Pato Criollo son francamente demenciales.

Con frecuencia hay un personaje más o menos desubicado que está en el centro de un torbellino de sucesos extraordinarios, cuando no apocalípticos. Los protagonistas tiene que alternar con sucesos increíbles. Con las Mutantes Mnémicas, con una invasión de gusanos de seda del tamaño de un edificio de treinta pisos, con ponzoñosos carcinomas metiéndose directamente en el software del universo.
Con indios de modales mundanos que manejan con soltura los temas filosóficos, con dos viejas putas que contrabandean palos de golf usando un sofisticado sistema electromagnético de pulsos crípticos. “Si uno descubre que no es un genio, no se resigna a ser lo que viene después. Yo preferí seguir creyendo que era un genio, de ahí creo que viene la extravagancia de mis libros, de mis argumentos, de lo que escribo (...)”

“Siento la imposibilidad de renunciar a la idea que me hizo creer de chico que era un genio. Aunque también podría haber renunciado a esa idea y haber escrito simplemente novelas lo mejor que pudiera, novelas normales, como todo el mundo. Quizá podría haber llegado a ser un escritor más o menos aceptable. Pero no. Preferí seguir en ese juego... La única función que me asigno: dejarle al mundo algo que no haya tenido antes de mí (...)”
“Creo que ésa es la función más genuina de un artista, un escritor. A veces chocan dos propósitos, hacer algo nuevo y hacer algo bueno. Si tengo que elegir entre las dos cosas prefiero que sea nuevo a que sea bueno”. Ya desde “El Congreso de Literatura”, el Pato Criollo es clarísimo en sus intenciones y objetivos. “Mi Gran Obra es secreta y abarca toda mi vida, hasta en sus menores repliegues y en los acontecimientos más banales (...)”

“He disimulado hasta ahora mis propósitos bajo el disfraz tan acogedor de la literatura. Pero mi objetivo, que a fuerza de hacerme transparente se ha vuelto mi secreto mejor guardado, es el típico del Sabio Loco de los dibujos animados: extender mi dominio al mundo entero”. Éste es el propósito que guía al protagonista de “El Congreso de Literatura” cuando emprende la clonación de Carlos Fuentes.
En “La silla del águila” Carlos Fuentes imagina que en el año 2020 la Academia Sueca le concederá al Pato Criollo el Premio Nobel de Literatura, el Pato Criollo le devuelve la gentileza. El clonador, un científico loco invitado a un congreso de literatura en la pequeña ciudad de Mérida en Venezuela, intenta hacer clones de Carlos Fuentes también asistente al congreso, para dominar el mundo con un ejército de intelectuales poderosos.

Una avispa mutante especialmente entrenada para tal fin le trae una célula de Fuentes para realizar el experimento. El azar interviene y nada ocurre como estaba previsto, la avispa mutante toma una cédula de la corbata de seda de Carlos Fuentes y se arma un gran revuelo. Los sueños de este escritor ex alcohólico acaban produciendo monstruos dignos de la más delirante película apocalíptica.
A la fábula central de “El Congreso de Literatura” se le añade un multiplicidad de traducciones y traducciones de traducciones que sugieren que la literaturas es un fábrica perpetua de traducciones. Un desorden aún mucho mayor que el de “El Congreso de Literatura” el Pato Criollo lo alcanza en una novela más reciente: “Las aventuras de Barbaverde”

El señor Barbaverde, un verdadero representante del bien, intenta detener los diabólicos designios del representante del mal por excelencia, el malvado profesor Frasca que se propone dominar al mundo desacreditando el poder del señor Barbaverde haciendo todo lo posible para que nadie lo tome en serio. Obedeciendo las órdenes de Frasca aparece un salmón de grandes proporciones sobre el cielo de Rosario.
Mientras tanto otros fenómenos también perturbadores atentan contra el orden del cosmos: aparecen juguetes que se transforman en personas, personas que se desprenden de una pantalla, las pirámides de Egipto se multiplican y avanzan por el desierto... un gran desorden hace peligrar a la humanidad. El tremendo volumen del gran salmón lo hace visible desde cualquier parte de la tierra.

Había surcado la inmensidad del espacio a la velocidad de la luz con el malvado propósito de estrellarse en Rosario y con la intención de destruir el mundo. Previendo lo que hacen los críticos y los estudiosos de las universidades Gombrowicz escribió el “Diario” para defenderse de este infortunio, pero el Pato Criollo no lo escribió. “Yo me he vuelto un favorito de la academia. Lo he pensado mucho (...)”
“¿Por qué se escriben tantas tesis sobre mí cuando no se escriben tantas sobre escritores mucho mejores que yo? Yo sé por qué pasa. Yo les estoy sirviendo en bandeja de plata lo que necesitan En esta novela mía, “El Congreso de Literatura”, yo quiero clonar a Carlos Fuentes, necesito una célula de Carlos Fuentes e invento una avispa mecánica con un chip e instrucciones de que vaya y tome la célula (...)”

“La avispita cumple exactamente y me trae la célula, yo la meto en el clonador y es un desastre. Porque la avispa tomó una célula de la corbata de seda natural de Carlos Fuentes. Ese episodio lo toma un profesor de narratología y ahí lo tiene todo servido en bandeja, dónde empieza y dónde termina un cuerpo, ¿la persona social es parte de la persona biológica? (...)”
“Lo tiene todo servido en bandeja por esa estructura de dibujo animado, de cómic, en la que yo se lo estoy dando. Es decir, para aplicar los conceptos de Deleuze a Kafka hay que ser Deleuze; para aplicar los conceptos de Deleuze a mí es facilísimo. Creo que ahí está la clave: utilizar esos mecanismos sugerentes pero en términos de cultura plebeya. Seguro, lo tengo bien estudiado”

En el año1968 Gombrowicz fue candidato al Premio Nobel de Literatura. La intelectualidad francesa llegó a calificarlo como un escritor anarcoexistencialista. “Me ha afectado el telegrama de Christian Bourgois a propósito del Premio Nobel que, desgraciadamente, se me ha escapado con sus setenta mil dólares. El año que viene se lo darán a un negro, después a un mulato, después a Günter Grass y después a mí, y entonces me compraré un Mercedes deportivo de dos puertas”



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jueves, 7 de octubre de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y EL PLACER

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y EL PLACER



“En mi vida no ocurre casi nada. El estado precario de mi salud en Vence se ha convertido para mí en una especie de convento. Vivo como un monje. A las nueve desayuno, después escribi durante unas horas, a las doce el correo, una vuelta en coche por las montañas combinada con un paseo a pie. Al regreso un segundo desayuno, la prensa, una pequeña siesta, la correspondencia... lecturas (...)”
“A veces, con un esfuerzo rayano en la autotortura intento desentrañar de mi memoria algún detalle olvidado de hace años. Ayer a la noche antes de dormirme y por la mañana me he estado estrujando el cerebro para recordar en qué portal de qué calle me refugié de una lluvia torrencial, en septiembre de 1955, en Buenos Aires, durante la revolución, cuando me fui de mi apartamento amenazado para refugiarme en la casa de un amigo (...)”

“Con todo mi situación no está exenta de una amarga ironía, y es que después de tantos años de ayuno argentino, ahora que podría disfrutar de este país tan elegante, de esta civilización tan elevada, de estos paisajes, de este pan, pescados, manjares, de estas carreteras, playas, palacetes, cascadas y lujos. Ahora poseo un coche, un televisor, un gramófono, una nevera, un perrito y un gato (...)”
“Pero desgraciadamente ahora he tenido que ingresar a un convento. No parece del todo justo, pero hay una cosa que sí me parece realmente injusta: que el mismo trabajo artístico no me haya aportado placeres puros, de aquellos que le están permitidos al artista. Si a pesar de todo el escribir me proporciona cierta satisfacción, es una satisfacción fría, intransigente y hosca (...)”

“Cuántas veces escribo como un colegial obligado a hacer sus deberes, y muy a menudo con miedo, o con una incertidumbre angustiosa. Recuerdo un paseo en Buenos Aires, a orillas del río, en plena obsesión, resonándome en la cabeza ni siquiera frases, sólo palabras sueltas de “El casamiento”. Pero ese estado parecía más bien una suerte de desbocamiento, de galope, una trepidación, y poco tenía que ver con la alegría (...)”
“Mi época ha sido sangrienta y severa, de acuerdo. Guerra, revolución, emigración. Pero ¿por qué escogí justamente esa época, por qué elegí nacer en 1904, en Maloszyce? Soy un santo. Sí, soy un santo... y un asceta”. Desde hace ya bastante tiempo el pensamiento tomó la deriva de definir las cosas por la negativa. La nada, la negación de la negación y otras negatividades originarias por el estilo.

La definición por la negativa desembocó en consecuencias tales como que el placer es la ausencia del sufrimiento. En la filosofía, el ser como ausencia de la nada, y en la ciencia, los fenómenos descalzados de la determinación, nos ponen en el camino de preguntarnos si el placer es en verdad la ausencia de sufrimiento. El camino que recorre Gombrowicz para alejarse del sufrimiento es puesto al rojo vivo cuando conoce a Le Clézio en Vence.
Este escritor es un representante del placer pero con la conciencia envenenada. “¿Le Clézio? Que sea Le Clézio entonces, aunque no tengo idea de qué voy a decir de él... Le Clézio me visitó con su mujer poco después de mi llegada a Vence y me causó una impresión inmejorable, serio, inteligente, sincero. Dramático (tiene veintisiete años), concentrado (...)”

“Muy apuesto y aún más fotogénico, así que L’Express y otras revistas publican fotos suyas a toda página. La prensa ve en él la principal celebridad de la literatura francesa ‘á l’heure de promesse’, ya es conocido en Europa, catalogado como el futuro Camus de Francia, la gente se detiene al verlo por la calle. Veintisiete años y ya tres novelas, estos franceses, realmente, (...)”
“A parte de las incomodidades de esta posición tan vertiginosa, Le Clézio –así me lo parece– está amenazado en dos frentes. El primer peligro es el tipo de vida que le ha tocado en suerte, demasiado paradisíaca e idílica, una vida encaminada hacia el placer. Sano, robusto, bronceado, entre las flores de Niza, con una mujer guapa, gambas, fama y playa... ¿qué más se puede desear? (...)”

“Sus novelas respiran en cambio las impenetrables tinieblas de una desesperación extrema, mientras él mismo, un joven dios en traje de baño, se sumerge en el azul salado del Mediterráneo. Pero esta contradicción es demasiado ligera y superficial para poder desacreditar a Le Clézio, y sólo un segundo veneno, mucho más penetrante y sostenido, se convierte en el vehículo del primer veneno (...)”
“Este segundo veneno es el placer que produce la belleza. Hubiese tenido que conocerlo hace trece años, cuando tenía catorce, para poder decir de esto algo más concreto. Tal como lo veo ahora, se defiende de ese placer sobre todo con su voz –que es inesperadamente baja, masculina, sólida– y también con su visión del mundo extremadamente trágica, así como con el heroísmo de su postura ética (...)”

“Lo que no excluye algunas concesiones, su mujer, por ejemplo, que también es bonita, y su pequeño coche deportivo de una buena marca no menos atractivo. También considero muy significativo y característico el hecho de que Le Clézio y su mujer vivan en Niza en una plaza llamada justamente Ile de Beauté (Isla de la Belleza). No voy a afirmar, naturalmente, que haya escogido esta plaza ex profeso (...)”
“Sin embargo en la vida hay determinadas coincidencias indiscretas que desenmascaran una tendencia oculta. Esta casualidad, en mi opinión, no es únicamente casualidad. Le Clézio, pues, se compone de contrastes: por un lado placer, salud, forma, fotos, Niza, rosas, automóvil; por otro, tinieblas, noche, vació, soledad, absurdo, muerte. Pero su mayor problema es que en él el drama se vuelve bello, seductor, placentero (...)”

“Él se rebela: ‘La juventud, no sé qué es, no existe’, ha dicho en una entrevista... pero sin tomar en consideración que uno no es joven para sí mismo, se es joven para los demás y a través de los demás. Lo único que podría salvarlo es la risa”. No sé si esta profecía lo alcanzó a Le Clézio, la cosa es que cuarenta y un años después de haber visitado a Gombrowicz en su casa de Vence recibió el Premio Nobel de Literatura.
Este prolífico escritor existencialista fue coronado por la Academia de Suecia con unas palabras fulgurantes. “Novelista de la ruptura, de la aventura poética y de la sensualidad extasiada, investigador de una humanidad fuera y debajo de la civilización reinante, Le Clézio se conjuró para intentar elevar las palabras por encima del degenerado estado del discurso cotidiano y restaurar el poder de éstas para invocar una realidad esencial”

Empezó a escribir novelas de aventuras muy temprano, a los siete años, y siguió haciéndolo durante los años siguientes. Pero hasta 1963 no publicó nada, pues consideraba que esos escritos juveniles eran meramente preparatorios para su oficio futuro. Su carrera literaria puede dividirse en dos grandes períodos. En el primero de ellos, en el conoció a Gombrowicz, de 1963 a 1975, Le Clézio hizo experimentos.
Exploró la locura, el lenguaje reiterativo, la escritura torrencial y se dedicó a la experimentación, al igual que hicieron autores contemporáneos suyos. La imagen pública de Le Clézio era la de un innovador rebelde. Cuando conoció a Gombrowicz ya tenía a cuestas tres novelas, en las que pone de manifiesto los conflictos y el miedo predominantes en las principales ciudades del mundo occidental.

En esta etapa también se destacó como autor comprometido con la ecología. El segundo periodo comenzó a finales de los años 70 en los que el estilo de Le Clézio viró drásticamente. Abandonó la experimentación; el estado de ánimo de sus novelas se convirtió en menos atormentado, abordó temas como la infancia, la adolescencia o los viajes, con los que logró atraer a un número de lectores más amplio.
En cuarenta y cinco años de oficio, Le Clézio, un gran viajero fascinado por los mundos primarios, ha escrito una cincuentena de libros cargados de una gran humanidad. “Esta bien escribir novelas, porque cambias de personalidad, te conviertes en otra persona. Es delicioso cambiar de personalidad totalmente; meterse en la piel de alguien de otra época, de otro sexo e identificarse completamente con esa persona”

Ni el contraste entre una vida paradisíaca y las tinieblas de una desesperación extrema de las novelas, en el caso de Le Clézio, ni el contraste entre la intelligentsia y la clase social, en el caso de Gombrowicz, eran los verdaderos venenos, el verdadero veneno era el placer que produce la belleza. El placer que acompañó a Gombrowicz camino de la tumba fue el de las comidas, por lo menos así lo piensa la Vaca Sagrada.
“El principio de la vida cotidiana era concentrarse en el presente y dar sabor a cada cosa pequeña. Decía que la comida era uno de los pocos placeres que le quedaban en su vida de enfermo. Detestaba a los entendidos, a los degustadores, a los paladares delicados. Comía con equilibrio, sin caprichos tanto en casa como en los restaurantes. Pero le interesaban los platos y, pese a guardar sus distancias, se notaba que era glotón (...)”

“Tenía cierta obsesión por la comida, pues era justamente a través de la comida cuando más se le aparecía la nostalgia de su infancia y de Polonia. Me explicaba algunos platos polacos, los Paczowski le mandaban de Polonia sachets de bortsch, una especie de sopa de remolacha. Para luchar contra la monotonía de las comidas de todos los días recurría a unos inventos extraños (...)”
“Ponía la mesa en la entrada o la empujaba al máximo contra el balcón francés del comedor, lo que nos daba la impresión de estar en una terraza de café suspendida sobre la plaza. Finalmente, el último otoño, en Juan-Les-Pins, fue la época ascética. ‘El mayor placer de comer consiste en combinar cosas simples’. Entonces comía carne asada a la parrilla con pan, sin nada más”

Gombrowicz le daba mucha importancia al placer que les producían las comidas y a las ceremonias concomitantes, a veces le daba tanta que dejaba de lado otros asuntos. Mientras las comidas de Gombrowicz son, sin embargo, más o menos normales, las de Sartre son desde el mismo comienzo un tanto extrañas. Para Sartre las cualidades materiales de un objeto que queremos poseer, son distintas maneras simbólicas de representar el ser.
“La intuición sintética es en sí misma una destrucción asimiladora... Me revela el ser con el cual voy a hacer mi carne”. El hombre no es lo que come, como dice Feuerbach, sino ya es lo que quiere comer. Cada una de las comidas nos presenta un tipo específico de existencia.
“De ningún modo resulta indiferente gustar de las ostras... o caracoles, o camarones, por poco que sepamos extraer de la significación existencial de los alimentos (...)”

“De manera general, no existen gustos o inclinaciones irreductibles. Todos ellos representan una cierta elección apropiativa del ser”. Sartre ya está con el agua al cuello respecto a las comidas, pero Gombrowicz conserva la calma. Dio pocas recepciones en la Argentina, no tenía medios para darlas, pero la cumbre como anfitrión la alcanzó en el Club Americano.
Dio una cena en honor de los amigos polacos. Gruber, un hombre muy rico y snob se hizo cargo de los gastos: –No entiendo por qué eres amigo de Gruber, un hombre tan antipático; –Los trajes del señor presidente (lo había sido del Banco Polaco antes de Nowinski) me vienen de maravilla. No molestes a mi protector y está a la altura de las circunstancias pues el señor presidente usa ahora un impermeable inglés muy elegante.

Distendido, rejuvenecido, se paseaba por aquel decorado de tapices orientales, mesa recubiertas de manteles bordados, cubiertos ingleses de plata, velas y flores. Un rostro radiante de propietario efímero pero soberano de todo aquel lujo. Para Gombrowicz era un ejercicio con la forma, fiestas a la antigua con la hospitalidad y el gusto por recibir que le venían de las tradiciones familiares.
Mientras Gombrowicz seguía comiendo con ganas por respeto a sí mismo, Sartre se hundía más y más en la comida. “Cuando comemos una cucharada de miel o melaza, lo dulce expresa la viscosidad, tal como una función analítica expresa una curva geométrica. Si como una torta rosada, el gusto es rosado; el suave perfume dulce y la untuosidad de la crema de mantequilla son rosados”

Sartre se rompe la cabeza buscando la forma de dar carácter objetivo a una intuición subjetiva recurriendo a la fenomenología. “Lo viscoso es la revancha del ser-en-sí... Tocar lo viscoso significa arriesgarse a diluirse en la viscosidad. Esta dilución es horrible, por que es la absorción del ser-para-sí por el ser-en-sí”. Tampoco todas las comidas de Gombrowicz eran normales
Uno de los protagonistas de sus cuentos sufre una aventura realmente extraña. Se alejaban de Europa, en una noche estrellada y apacible ocurrió algo que parecía relacionado con los vómitos que había padecido el protagonista y que, en cierto sentido, resultó premonitorio. Uno de los marineros se llevó a la boca, distraídamente, una cuerda que colgaba del mástil mayor.

Muy posiblemente, debido al movimiento vermicular del intestino, se la empezó a tragar con tanta violencia que el marinero fue izado como un trapo hasta lo más alto del mástil donde quedó atascado con la boca completamente abierta. Dos mozos se colgaron de sus piernas pero no pudieron hacerlo bajar, entonces, el primer oficial tuvo la buena idea de recurrir otra vez a los vómitos.
Para despertarle la imaginación vomitiva le presentó al paciente un plato lleno de colas de rata, el pobre infeliz, con los ojos totalmente desorbitados, tuvo un acceso de vómito y cayó al puente tan pesadamente que casi se rompe las piernas. Sartre pinta a la viscosidad con los colores más desagradables. En sus novelas los besos se dan entre ataques de diarrea, y el amor se hace entre vómitos

Sus novelas tiene un no sé qué de excrementalismo. “La nausea” refleja la disminución de la fluidez de nuestra libertad, la solidificación de nuestra conciencia, nuestra lenta degradación hacia lo suave, lo informe de una naturaleza inanimada y caótica, la absorción del ser-para-sí por el ser-en-sí que, para Sartre, caracteriza la viscosidad, y en lo cual ve la simbolización del anti-valor.
Gombrowicz ya ha cometido un pequeño sacrilegio obligando a un protagonista a comer colas de ratas, pero Sartre ya está en el fondo de la repugnancia. La victoria de la viscosidad es exactamente la reversión del proyecto del hombre de poseer el mundo y llegar a ser Dios; porque la viscosidad es el hombre poseído por el mundo. La victoria de la viscosidad simboliza necesariamente un valor negativo absoluto

Del mismo la posesión del mundo simboliza un valor positivo absoluto. Por ser un ciudadano de dos mundos –el de la conciencia y la libertad, y el de la cosidad y el determinismo– el hombre tiene que luchar siempre para impedir que la parte más alta de su existencia sea absorbida y tragada por la parte inferior. Sartre se anima y se pone al frente de una corriente de pensamiento que nos previene de la viscosidad.
La viscosidad es la pérdida de la dignidad humana, el rebajamiento del hombre a la cosidad. Pero aún si el proyecto humano de llegar a ser Dios por la posesión del mundo no se viera frustrado por la viscosidad, el proyecto estaría igualmente condenado al fracaso porque la idea de Dios es contradictoria, y el hombre es una pasión fracasada. Pero, increíblemente, Gombrowicz y Sartre se encuentran en el final del camino.

La viscosidad de la comida nos cosifica, dice Sartre, una comida en el restaurante Sorrento nos automatiza, dice Gombrowicz. “A derecha e izquierda, burguesía. Las mujeres se meten en sus orificios bucales trozos de carne mortecina y mueven la bocacha –eso les pasa al esófago y después al aparato digestivo–, todo ello con cara de sacrificio, y de nuevo abren el orificio para llenarlo (...)”
“Los hombre se valen de cuchillo y tenedor; entre otras cosas, sus pantorrillas embutidas en las perneras se nutren aprovechando el trabajo de los órganos digestivos..., ¿sería francamente extraño abordar la actividad de la gente aquí reunida como la nutrición de las pantorrillas...?... Pero el mecanismo de sus movimientos está fijado en los más mínimos detalles, todas estas operaciones están definidas y formadas desde hace siglos (...)”

“Alargar la mano para alcanzar el limón, untar los trocitos de pan, conversar entre dos tragos, llenar los vasos o servir los platos al margen de una conversación, con una sonrisa oblicua –una uniformidad de movimientos casi como en los conciertos de Brandeburgo–; se ve aquí la humanidad que se repite a sí misma sin descanso. La sala, rebosante de comilona, se manifiesta en una infinidad de variantes (...)”
“Es una figura de vals repetida por los bailarines; y la cara de esta sala concentrada en su eterna función era la cara de un pensador”. Ya mucho antes de Vence Gombrowicz se quejaba amargamente de las dificultades que tenía para alcanzar el placer. En “Yo y mi doble” sueña con su propio ectoplasma. Es una de las burlas más crueles que Gombrowicz haya hecho de sí mismo.

Rematar la narración negando el acceso al placer y afirmando el deseo de servir, a pesar de lo que había escrito en los diarios. “Bien, por lo que a mí se refiere, afirmo y anoto como uno de los cánones de mi conocimiento de los hombres que el que desee agradarles y causarles placer alcanzará con más facilidad la humanidad que el que desee tan sólo ser un siervo útil”
Gombrowicz no podía buscar ni el placer ni el deseo de agradar en ese ectoplasma que en la madrugada de un martes se había desprendido del calentador de carbón y se había presentado en su habitación, no podía mirar con ojos amorosos a un doppelgänger pues no era ni una muchacha ni la patria, sino él mismo, un ectoplasma al que había escupido para que se fuera.

Gombrowicz zarandea en este relato con sarcasmo y ligereza unas marionetas a las que a veces llama yo, otras ser, y otra más identidad, sin embargo, estas cuestiones eran fundamentales en su concepción del mundo y del hombre. “Precisamente bajo el signo de una constelación erótico sensual de este tipo, sombría y lúgubre, desperté el martes a las cinco de la mañana (...)”
“Por uno de esos fenómenos de resurgimiento que deberían estarles prohibidos a la naturaleza, acababa de ver una cosa totalmente perdida para mí, mi juventud y mi primera bienamada, allá en la roca, junto al molino, al borde del río”. Cuando Gombrowicz miraba al presente, en cambio, contabilizaba unas mejillas sin frescura, un vejete antipoético y rígido que no podía inspirar poemas y al que ya nadie admiraría.

La nostalgia de su propia belleza desvanecida lo agitaba cada vez más. Le quedaba el trabajo, sí, un buen puesto para meterle miedo a las muchachas que ya no languidecían por él. O tener un hijo y vivir por y en él una vida plena repitiendo el canto eterno de la juventud, de la felicidad y de la belleza. O sacrificar la vida por un ideal para adquirir una segunda belleza y convertirse de nuevo en objeto de nostalgia.
Sabía que no tenía ningún atractivo para nadie, era un empleado aburrido para él y para los demás, sus debilidades espirituales eran cada vez más nítidas a medida que se le instalaba la rigidez de la edad madura y empezaba a sentirse mal con sus defectos. Pensó entonces en suicidarse para suscitar después de la muerte la atracción y la nostalgia y vivir la vida de una estatua ya que no podía hacerlo como un hombre privado.

O en convertirse en un bombero para adornarse con el uniforme. De pronto, mientras se hundía en la repugnancia hacia sí mismo, la forma de un espectro se desprendió del calentador de carbón. Como era de madrugada pensó que a esa hora la única que podía llamarlo era la patria, como ya los había llamado a los tres bardos profetas de Polonia. La silueta del espectro era, sin embargo, de un ser humano.
No era la figura de su bienamada sino de un hombre, debía ser entonces la humanidad que lo estaba llamando para el sacrificio de su vida. Pero, no, no era una abstracción, era un hombre concreto que vestía saco azul marino. Al ver que no era la bienamada ni la patria ni la humanidad quienes lo llamaban, es decir, nada de lo que podía despertar su melancolía Gombrowicz se dispuso a retomar el sueño.

Repentinamente, se dio cuenta que era él mismo quien estaba de pie frente al calentador, esperando. El espectro no estaba en pose, se miraba los zapatos, se pellizcaba maquinalmente la manga del saco y parecía avergonzado. Tenía un grano en la mejilla izquierda y, al sentirse mirado, se avergonzó aún más. Estaba lleno de defectos físicos y espirituales.
El espectro se dejaba examinar, se acurrucaba e intentaba escapar de la mirada indiscreta de Gombrowicz. Al rato se cansó de mirarlo y cayó de rodillas frente a él, ocultó el rostro y produjo tal cantidad de vergüenza que se quedó sin aliento, entonces el espectro lo miró. Los defectos físicos y espirituales del ectoplasma habían desaparecido, mejor dicho, se habían convertido en su mirada.

Gombrowixcz ya no miraba sus defectos sino que los defectos lo miraban a él. Esos signos que habían sido fuente de vergüenza y de indecencia se convirtieron en una mirada brillante, algo tan absoluto como las barbas de Dios Padre. Y esos defectos que para alguien de afuera sólo podían despertar compasión ahora miraban con la fuerza y la soberanía de la vida, más aún, eran la vida misma.
Una vida que Gombrowicz había buscado en todas partes salvo dentro de sí mismo. Por fin la calma, ya no era necesario sentir miedo ni vergüenza, podía existir como él mismo. El amor y la nostalgia mezclados con el temor lo hicieron volar como una pluma. Pero, de pronto, se dio cuenta que no podía caer de rodillas ni extenderle la mano a una forma que era él mismo.

No era la bienamada ni la patria ni la humanidad quienes se le habían aparecido, no podía mirar con ojos amorosos a alguien que era él mismo. Su cabeza hervía, se aparecía ante sí mismo con el aspecto de un egocéntrico y de un narciso sucio, sintió que la juventud se burlaba de él y lo despreciaba como a un miserable egoísta y que las alumnas del liceo no verían nunca en él ningún atractivo sexual.
Entonces escupió en el rostro del espectro, el espectro lanzó un gemido y desapareció. Gombrowicz se quedó con la sensación de un vacío profundo, sin otra perspectiva que la de una existencia miserable y vana con la muerte inevitable al final del camino. La pregunta de quién era él le quedó flotando, a veces le parecía que era una función social, y otras que era, sin más.

Pero la palabra ‘ser’ sin atributos era un hecho desnudo y terrible, lo llenaba de espanto. Parecía que no había nada más difícil que ser uno mismo, ni más ni menos. Esa palabra ‘ser’ connotaba una horrorosa desnudez. Por otra parte, Gombrowicz había escupido al espíritu y el espíritu se había desvanecido. “No, no –murmuré encogido y trémulo–, no quiero ser yo mismo (...)”
“Prefiero ser un empleado subalterno del Ministerio de Relaciones Exteriores, prefiero servir para algo, servir para algo o para alguien, inmediatamente, sin tardanza, hay que tratar de servir, buscar con qué abrigarse porque hace frío y es indecente estar desnudo y buscar el placer. Es necesario, hay que servir”



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lunes, 4 de octubre de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y LA DESHUMANIZACIÓN

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y LA DESHUMANIZACIÓN


“Las diez de la mañana e hilachas de niebla ascienden por la montaña dispersadas por la luz. Vengo obsevando desde hace tiempo que mis lecturas convergen. Roland Barthés: ‘Essais critiques’. Michel Foucault: ‘Les mots el les choses’. Dante: ‘La Divina Comedia’. ¿Son para mí estos libros amigos o enemigos? En una ocasión estuve navegando en la Argentina por el alto Paraná (...)”
“Por sus afluentes sinuosos, recibía en mí con una tensión atroz los paisajes, unos paisajes nuevos detrás de cada meandro del río, como si pudieran debilitarme o fortalecerme. Igualmente, durante los largos años de mi trabajo literario escrutaba el mundo con mirada penetrante para saber si mi tiempo me afirmaba o me abolía. Hoy veo multiplicarse a mi alrededor fenómenos con los que sin duda estoy muy ligado (...)”

“Sin embargo estos fenómenos parecen envenenados por una especie de intención que me resulta insoportable. Así como yo quiero ser relajado, ellos son crispados, tensos, rígidos y obcecados... y así como yo tiendo hacia mí, ellos, desde hace tiempo, respiran el deseo de autodestrucción, quieren salir de sí mismos y dirigirse hacia el objeto, una especie de ascesis, casi medieval, una supuesta pureza que los junta en la deshumanización”
Hacia el final de su vida Gombrowicz acostumbraba a confundir la velocidad con el tocino, no obstante salía airoso de esta confusión. ¿Qué tienen que ver Barthes y Foucault con Dante? Gombrowicz echa mano a algunos artilugios para sortear este embrollo entre el pasado remoto y los estructuralistas y les encuentra un parentesco por el lado de la deshumanización a la que nos arrastra la forma.

“Siempre he escrito sobre la forma, siempre me he preocupado por la forma, siempre la he puesto en evidencia; pues bien, sustituid forma por estructuralismo y me veréis en el centro de la problemática intelectual francesa actual. ¿Por qué, entonces, entre los estructuralistas y yo, esta antipatía... como si ellos, dándome la espalda, se encaminaran en otra dirección...? (...)”
“Si ya la libertad sartriana no siente el dolor, no le teme lo suficiente, los objetivismos actuales van más allá, dan la sensación de haber sido concebidos en un estado de anestesia”. Gombrowicz consideraba que en cierto modo era estructuralista del mismo modo que también era existencialista, se hallaba ligado al estructuralismo por la afirmación de la forma.

Si la personalidad se crea entre los hombres, en el marco humano que la define, entonces es natural que el hombre sea una función de un sistema de dependencias cercano a lo que llamamos estructura. Pero el mundo de los estructuralistas, si bien tiene analogías con el suyo, es también su contrario. El estructuralismo tiene sus raíces en la etnología, la lingüística, las matemáticas y en la epistemología.
El estructuralismo de Gombrowicz, en cambio, es artístico, procede de la calle y de la realidad de todos los días, es práctico, y por ser práctico se halla cercado por la angustia y la pasión. La literatura de Gombrowicz no era un derivado del estructuralismo, una derivación muy común en esa época. En forma independiente había llegado a conclusiones similares a partir de un estado de ánimo diferente, de otras experiencias, en otro plano.

Lo que los separaba contaba más que lo que los ligaba. “Sí, sí, por supuesto, me he informado. Una ‘estructura’ estructuralista no es lo que yo entiendo por ‘forma’, y, puede creerme, he leído aquí y allá un poco de Althusser, Lévi-Strauss, Foucault, Marx, Lacan, Barthes, Goldmann. ¡Sepa que estoy a la última moda aunque no esté seguro de cuál... hay demasiadas! (...)”
“Pero en los estructuralistas la cosa es muy diferente, ellos buscan las estructuras en la cultura, yo en la realidad inmediata. Mi forma de ver las cosas estaba directamente relacionada con los acontecimientos de aquel entonces: hitlerismo, stalinismo, fascismo. Estaba fascinado por las formas grotescas y espantosas que surgían en la esfera de lo interhumano destruyendo todo lo que hasta entonces había sido venerable (...)”

“Era como si la humanidad estuviera atravesando un cierto estadio para entrar en otro: el de una elaboración consciente de la forma. En adelante el hombre podría ‘hacerse’, se fabricaban la verdades a voluntad, y los ideales, los fanatismos e incluso se fabricaban los sentimientos más íntimos. El hombre fue para mí como una abeja, que secretaba continuamente no la miel sino la forma (...)”
“Era un hombre que se modelaba en el vacío. Una fórmula no pude ser más que una fórmula y el agujero que atraviesa el razonamiento de los estructuralistas terminará por engullirlos. En la ciencias exactas, en la matemática y en la física, se puede razonar en contra de la más evidente realidad cotidiana y personal, pero en las ciencias humanas no ocurre lo mismo”.

La episteme occidental no puede solucionar los problemas del sistema comunicativo, ni siquiera puede registrarlo porque está por debajo de su nivel. Roland Barthes le sale al cruce a Gombrowicz en “Ensayos críticos” y se pone a favor de la episteme. “La escritura no es más que un lenguaje, un sistema formal; en un cierto momento este lenguaje siempre puede ser hablado en otro lenguaje (...)”
“Escribir es tratar de descubrir el mejor lenguaje, el que es la forma de todos los otros”. Gombrowicz piensa que a Barthes y a muchos otros escritores no les falta descaro, no se asustan de ninguna escalada verbal, siempre que no les produzca vértigo. Barthes llevaba la crítica literaria en la piel. “Ensayos críticos” consiste precisamente en explicitar aquella certidumbre de que el crítico es, ante todo, un escritor.

En su caso, esta premisa se cumple completamente. Para Barthes, el lenguaje del crítico tiene como objeto la obra que trata sobre el mundo, el sistema de signos del lenguaje; y su misión es evaluar la complejidad de significancias por los cuales una obra, compuesta por dichos signos, llega a significar para el mundo. “Las palabras y las cosas” de Foucault empieza con una discusión de Las Meninas de Diego Velázquez.
En el comienzo se describe su complejo juego de miradas, ocultamientos y apariciones. De ahí desarrolla su argumento central: que todos los periodos de la historia poseen ciertas condiciones fundamentales de verdad que constituyen lo que es aceptable, como, por ejemplo, el discurso científico. Estas condiciones del discurso cambian a través del tiempo, mediante cambios relativamente repentinos.

Pasan de una episteme a otra, según el término que introduce. Es una profunda reflexión sobre el ser hablado y la posibilidad humana de conocimiento. En “Las palabras y las cosas” Foucault describe tres epistemes que se han sucedido en la historia occidental. En la primera, que se mantuvo hasta el Renacimiento, las palabras tenían la misma realidad que aquello que significaban.
Así, por ejemplo, en el campo económico, el medio de cambio debía tener él mismo un valor equivalente al de las mercancías (oro, plata, etc.). En la segunda, que rigió durante los siglos XVIII y XIX, el discurso rompió sus vínculos con las cosas. El valor intrínseco de la moneda, siguiendo el ejemplo tomado del campo económico, dejó de ser importante; su valor pasó a ser sólo representativo.

A partir del siglo XIX el saber comenzó a buscar la estructura oculta de lo real. En el plano económico, ya no fue el dinero el que medía el valor de un bien sino el trabajo necesario para producirlo. Los individuos piensan, conocen y valoran dentro de los esquemas de la episteme vigente en el tiempo en que les toca vivir. Sus prácticas discursivas pueden parecer libres, pero se hallan fuertemente condicionadas por las estructuras epistémicas.
“Nadeau me escribe que va a publicar en ‘La Quinzaine’ mi autoentrevista ‘Yo era estructuralista antes que nadie’, un poco provocativa con respecto al estructuralismo. Sin duda alguna estoy rodeado de enemigos. Los del noveau roman français y del nouvelle critique no me pueden tragar porque siempre que tengo ocasión les digo que son terriblemente aburridos (...)”

“Y sin embargo estoy ligado a este agente, a pesar de todo vamos en la misma dirección. La forma”. El punto de partida de Gombrowicz en esta autoentrevista es la determinación de a qué hombre corresponde el pensamiento estructuralista. “La música de Beethoven es muy diferente a la filosofía de Kant, y, sin embargo, existe un hombre beethoveniano y un hombre kantiano que están muy cercanos (...)”
“Se puede comparar al hombre de Platón con el hombre de Balzac, el hombre de Dostoievski con el de los positivistas o el hombre de Goya con el de Schopenhauer. El estructuralismo actual es también esto: un hombre. Debo aclarar que este hombre estructuralista se me apareció ya antes de la guerra”. Desde el mismo momento en que Gombrowicz empezó a escribir se dedicó a destruir a alguien para salvarse a sí mismo.

En “Ferdydurke” atacó a los críticos para distanciarse del sistema de la episteme occidental. Sus ataques a los poetas, a los pintores y a París también estaban dictados por la necesidad de apartarse de esa episteme. La ley que formuló tardíamente dio la vuelta al mundo: cuanto más inteligencia, más estupidez, una ley que se le podía aplicar entonces perfectamente a él también.
No podía agarrar a la episteme por la garganta y luchar contra ella pues su rebelión sería absorbida fatalmente por su mecanismo; no hay nadie, al fin de cuentas, que aún consciente de su absurdidad, no forme parte sin embargo de la episteme. Existe una estupidez del sistema de comunicación que reemplaza a la comprensión por los malentendidos que provoca el refinamiento del lenguaje.

Y existe también otra estupidez que produce la erudición por la falta de un lenguaje que le permita a la gente expresar los conocimientos incompletos, es decir, la ignorancia. Ambas estupideces llevaron a Gombrowicz al descubrimiento de que cuanto más tiende nuestro espíritu a liberarse de la estupidez y a dominarla, más parece pegarse la estupidez a la condición humana.
El esfuerzo del pensamiento por purificarse de la estupidez está, entonces, en contradicción con la organización interna del género humano, y la episteme occidental es incapaz de contestar a la estupidez porque la estupidez le parece insolente. “Finalmente tengo que formular (pues veo que nadie lo hará en mi lugar) el problema fundamental de nuestro tiempo, aquel que domina por entero toda la episteme occidental (...)”

“No es el problema de la Historia, ni el de la Existencia, ni el de la Praxis, o de la Estructura, o del Cogito, o del Psiquismo, ni ninguno de los otros problemas que han ocupado el campo de nuestra visión contemporánea. El problema capital es: cuanto más inteligencia, más estupidez. Vuelvo a este problema, aunque ya lo he abordado en muchas ocasiones (...)”
“La estupidez que experimento, cada vez más y de manera cada vez más humillante, que me agobia y me consume, ha aumentado mucho desde que me acerqué a París, la ciudad más estupidizante del mundo”. Gombrowicz se las arregla para pasar de los estructuralistas a Dante recurriendo al dolor y a la deshumanización. Es difícil resumir en pocas palabras el proceso de deshumanización que sufrió Gombrowicz cuando se va de la Argentina.

Se manifiesta confusamente en los diarios que escribió en Europa, pero hay dos cosas que se pueden comprobar con toda claridad: la desaparición de su inclinación a humanizar lo que no es humano, por ejemplo, los escarabajos, las vacas y las moscas, y la declinación de su capacidad para formar un pensamiento humano dejándose en cambio tomar por las cosas.
Todo ocurre como si se hubiera alejado de esa libertad con la que descubría zonas enteras de la cultura que el pensamiento crítico había dejado vírgenes, y como si se hubiera quedado sin fuerzas para seguir derribando tabúes, pero esta característica era, precisamente, lo más sobresaliente de su humanidad. La enfermedad jugó un papel importante en la deshumanización, pero el cambio de escenario fue decisivo.

Tuvo que reemplazar sus conversaciones del café Rex por un mundo distinto: editores, ediciones, profesores, directores, funcionarios, artistas, entrevistas, reuniones, escritores, escritores y escritores… y la administración de su gloria, un mundo distinto al que le había perdido la costumbre durante veinticuatro años. Es claro que Gombrowicz no perdió sus características humanas, y mucho menos aquellas que están relacionadas con el dolor.
Dante era para el mundo literario el gran campeón de los campeones de la literatura, entonces Gombrowicz se impuso la tarea ciclópea de destruir a Dante. “Inferno. Canto terzo Per me si va nella città dolente Per me si va nell’eterno dolore, Per me si va tra la perduta gente. Giustizia mosse il mio fattore: fecemi la divina potestate, la somma sapienza e’l primo amore. Dinanzi a me non fuor cose create se non eterne, e io eterna duro. Lasciate ogni speranza, voi che entrate”

Los detalles de la reescritura que hace Gombrowicz de las palabras inscriptas en la puerta del infierno están en el “Diario”, unas páginas que muchos de sus contemporáneos calificaron de libelo. El infierno de Dante, según la idea de Gombrowicz, está mal hecho, está hecho por un Satanás que sólo busca el mal, también para lo que él mismo hace, pero Dante no podía hacer otra cosa porque era un hombre de la Edad Media.
Después de volver a escribir el comienzo del Canto Tercero del Infierno Gombrowicz queda muy satisfecho, ha convertido al diablo y al hombre en las columnas indestructibles del infierno. Con estas ideas nuevas de Gombrowicz sí que estamos en un infierno dantesco. Ha pegado un salto de seiscientos años para modificar unos conceptos de la Edad Media con otros conceptos modernos.

En este punto a Gombrowicz le parece que ha llegado la hora de exhibir su maestría en este tipo de empresas y nos anuncia que hubiera podido echar mano a otras diez ideas igualmente vertiginosas y desconocidas por Dante para alcanzar este propósito, y enumera algunas categorías sacadas la física, del marxismo, del existencialismo y del estructuralismo.
Empieza a subir por una montaña de cadáveres mientras va pensando que nuestra convivencia con la muerte es anormal e irreal, el pasado ya no existe, ni el pasado de los siglos ni mi propio pasado. Con los restos del pasado se recrea una existencia que se fue, convivir con el pasado significa aprehenderlo sin pausa, convocarlo continuamente a la existencia, pero del pasado sólo tenemos restos, es caótico, fragmentario y casual.

El pasado es un gigantesco escenario hecho de minucias. En este camino ascendente y oscuro que recorre entre los muertos se va encontrando con lo que para él es el quid de todo lo que existe: el dolor. La realidad es realidad sólo cuando se nos opone, cuando nos hace daño. El hombre real es el que siente dolor porque el dolor es el fundamento de la existencia.
“Este libro, la Divina Comedia, se escribió hace seis siglos. ¿He de buscar en el pasado seres humanos o, más bien, una suerte de abstracción dialéctica sobre la evolución? De los hombres del pasado sólo me llegan los más importantes. En este gran desfile de todos los muertos del mundo sólo podré reconocer a los grandes”. Gombrowicz sigue haciendo reflexiones sobre la muerte.

Cada día mueren cientos de miles de personas y nosotros no nos enteramos de nada, la discreción de la muerte y de la enfermedad es realmente admirable, todo ocurre fuera de nosotros. La muerte es universal, imprecisa y no deja rastros, sin embargo Gombrowicz insiste, quiere encontrarse con Dante, pero sólo se encuentra al autor de la Divina Comedia que llega hasta él a través de la historia.
Los grandes hombres dejan de ser hombres para ser obras, y nuestra actitud ante esas obras es ambigua: valemos menos porque son grandes, pero también es cierto que valemos más pues el estado de nuestra evolución es más alto. No puede ponerse en contacto con Dante sino con una gran obra del pasado, cuando intenta alcanzarlo con su talante moderno, prescindiendo de la historia, entonces siente que la Divina Comedia no vale nada.

El infierno de Dante no es un castigo, pues el castigo nos purifica y tiene un término en el tiempo, mientras su infierno es una tortura eterna, un dolor que nuestro sentido de justicia no puede aceptar. Sólo por miedo y por vileza pudo haber mezclado Dante el primer amor con ese infierno. “Recojo el libro de la vergüenza, ojeo el poema en su conjunto... no hay duda, todo este baño infernal desprende el perfume del amor supremo (...)”
“Dante acepta el infierno, lo aprueba, es más, lo venera ¿Cómo puede ser? ¿Que pasó para que una obra tan viciada por el miedo enloquecido, tan servil y tan contraria al más esencial sentido de la justicia humana acabara convirtiéndose con los siglos en un libro edificante, en el poema más solemne?”. El infierno de Dante no es verdadero, las torturas son retóricas, los condenados declaman y su eternidad tiene la indolencia de los monumentos.

La humanidad se mueve en el camino trillado de los modos de expresión, pero no podemos escaparnos del infierno tan fácilmente, los herejes eran quemados vivos, realmente. Aquí Gombrowicz hace un cargo que frecuentemente le hace a la literatura: resulta instructivo acerarse de vez en cuando al centro del dolor. La realización del infierno de Dante sólo es posible en una atmósfera de irrealidad perfectamente irresponsable.
En uno de los primeros intentos que hizo en los diarios, al que podríamos considerar como un intento metaliterario, Gombrowicz se las arregla para desvincular a la forma de sus ataduras deshumanizantes y darle vida propia echando mano a Creta. Todo ocurre un día en que va almorzar a la casa de un ingeniero que tiene una industria en la localidad de Acassuso.

A medida que ponía atención se iba dando cuenta que la casa, la mesa del comedor y los platos eran demasiado renacentistas, mientras la conversación se centraba también en el Renacimiento, una adoración por Grecia, Roma, la belleza desnuda y la llamada del cuerpo. La conversación giró alrededor de una columna de Creta, y a Gombrowicz se le pegó el cretino.
El cretino es el leitmotive de toda la narración, pero no de una manera renacentista, sino totalmente neoclásica y cretínica. Llegado a este punto le advierte al lector que él sabe que no debería escribir sobre esto. De vuelta en la ciudad se dirigió al café Rex pero, de repente, desde el café París, le hacen señas unas señoras conocidas que aparentemente estaban sentadas a la mesa comiendo bizcochos que mojan en la crema.

Era una mistificación, la verdad es que estaban sentadas a un tablero cubierto de esmalte apoyado sobre cuatro barras de hierro torcidas. La acción de comer consistía en meterse una cosa u otra por un orificio practicado en la cara, al tiempo que sus orejas y sus narices despuntaban. Cháchara va, cháchara viene, Gombrowicz pide disculpas y se marcha alegando falta de tiempo.
El hecho de que estuvieran ocurriendo cosas demasiado cretinas como para ser reveladas y tenerlas en cuenta, era la razón que lo obligaba a relatarlas pues tenían un exceso de cretinismo. Al salir del café París se dirigió al café Rex. En el camino se le acerca una persona desconocida, le dice que hacía tiempo que quería conocerlo, lo saluda, le da las gracias y se va.

Cuando iba a ponerlo de vuelta y media al cretino, se da cuenta que no es cretino, puesto que sólo quería conocerlo y lo había conocido. Se empiezan a encender las luces de la noche, pasan los coches, caminan los transeúntes, mientras tanto Gombrowicz mira las casas. En el balcón de un séptimo piso le están haciendo señas Henryk y su mujer. Él también les hace señas.
Henryk y su mujer hablan y hacen señas. Coches, tranvías, gente, bocinazos, Gombrowicz les responde con señas. De pronto repara en que Henryk, más que hacer señas, enseña..., ¿pero qué es lo que enseña? Se está enseñando a sí mismo como si fuera una botella. “Yo hago señas. De repente ella (pero no, yo no puedo hacer el cretino; sin embargo, si tengo que desenmascarar al Cretino debo hacer el cretino) (...)”

“Entonces ella le enseña hasta que él se asoma y ella le enseña con saña (pero qué es lo que enseña?), después de lo cual los dos se ensañan ligeramente, y uno hacia aquí, el otro hacia allá, y, ¡puff!... (¡Esto sí que no puedo decirlo, está por encima de mis fuerzas!)”



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