martes, 19 de octubre de 2010

WITOLD GOMBROWICZ, EL SUBJETIVISMO Y EL OBJETIVISMO

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ, EL SUBJETIVISMO Y EL OBJETIVISMO



“El desgarramiento más profundo del hombre, su herida sangrante, es justamente esto: subjetivismo u objetivismo. Es lo fundamental. Lo desesperante. La relación del sujeto con el objeto, es decir, de la conciencia con el objeto de la conciencia, es el punto de partida del pensamiento filosófico. Imaginemos que el mundo se reduce a un único objeto. Si no hubiese nadie para tomar conciencia de la existencia de ese objeto, éste no existiría (...)”
“La conciencia está más allá de todo, es definitiva, soy consciente de mis pensamientos, de mi cuerpo, de mis impresiones, de mis sensaciones, y por eso, para mí, todo esto existe. Ya en su mismo inicio, en Platón y en Aristóteles, el pensamiento se divide en pensamiento subjetivo y objetivo. Aristóteles, a través de Santo Tomás de Aquino, llega por distintas vías a nuestro tiempo (...)”

“Platón llega a través de San Agustín y de Descartes. Y también a través de la deslumbrante explosión de la crítica de Kant y de la línea del idealismo alemán que se origina en ella, a través de Fichte, Schelling, Hegel. Y a través de la fenomenología husserliana y el existencialismo llega a una gran eclosión superior a la de sus inicios ¿Queréis encontrar subjetivismo y objetivismo en las artes plásticas? (...)”
“Mirad. ¿No es el renacimiento objetivismo y el barroco subjetivismo? En la música, Beethoven es subjetivo y Bach objetivo. ¡Qué grandes hombres no se pronunciaron a favor del subjetivismo! Pensadores como Montaigne o Nietzsche..., y si quisierais ver hasta qué punto este desdoblamiento sigue sangrando, leed las dramáticas páginas de “El ser y la nada” que Sartre dedica a una cuestión realmente insólita: ¿existen otros aparte de mí?”

El que pone a punto el subjetivismo de la percepción es un inglés. George Berkeley, el obispo irlandés, con una audacia extraordinaria, plantea el problema de la existencia de una manera increíble. “Existo yo y lo que yo percibo, pero más allá de lo que yo percibo no existe nada de nada”. Visiblemente, hay aquí un terrible juego de palabras, porque la mente humana espontánea y naturalmente es realista.
Pone primero la existencia en sí y por sí de las cosas, y luego su percepción por nosotros. Pero Berkeley afirma sin embargo que la tesis natural es la suya, porque ser es precisamente ser tocado con las manos, ser visto con los ojos y ser oído con los oídos. El subjetivismo de la percepción de Berkeley tiene un parentesco con la actitud fundamental de Gombrowicz: el agrandamiento del yo.

La importancia que le da a su yo en el “Diario” es continua y no tiene altibajos, su yo no podía crecer ni siquiera un milímetro más por la forma que le da a este género literario desde la primera página: lunes. Yo; martes. Yo; miércoles. Yo; jueves. Yo. Una actitud tan drástica sólo la podemos encontrar en Fichte que concibe el yo como la realidad anterior a la división entre sujeto y objeto.
Es una realidad que se pone a sí misma y, con ello, pone a su opuesto, es decir a lo que no es yo, al no-yo. Si el mundo existe como yo lo percibo o como una realidad anterior a la división entre sujeto y objeto, no son asuntos que le hayan quitado demasiado el sueño a Gombrowicz, pero sí se lo quitó la consecuencia que se desprende de ellos: el carácter originario de su yo.

El yo es una idea poderosa porque es el origen de todas las cosas, y también por la grandeza que puede alcanzar ese yo en la forma de una personalidad. A Gombrowicz le reprochaban que se pusiera a discutir con cualquiera, pero a él le gustaba aporrearse con el primero que se le cruzaba. De esta manera se disipa la superioridad artificial del escritor, desaparece la distancia que lo protege de los lectores.
En cambio se manifiesta con crueldad la superioridad esencial y la inferioridad real. El juicio del inferior hiere y duele, y no es verdad que a los escritores no les importe en absoluto. “Seguramente sería mucho más interesante que yo me tomara este combate más en serio, pero de todas maneras el hecho de que haya desafiado a la señora Báska Szubska para que reconozca su inferioridad respecto a mi superioridad tiene su importancia (...)”

“Esta polémica, me permito observar modestamente, es única en la historia de la literatura”. La polémica que mantiene con la señora Báska Szubska le da la ocasión de hacer algunas reflexiones sobre el subjetivismo. El hombre sólo puede ver el mundo con sus propios ojos y pensar con su propia razón, de modo que debe considerar que su juicio siempre es el mejor juicio posible.
Aún si reconociera la superioridad de las ideas de Einstein, pongamos por caso, y siempre que no sea un experto en la materia, sólo lo haría en el carácter de que es él mismo el que le da crédito a los especialistas que opinan así, y también en este caso su juicio sería el superior. El hecho de hacernos el centro del mundo choca de manera evidente con el objetivismo que reconoce mundos y puntos de vista ajenos.

“El tormento de los que para hundirme a mí se han lanzado en ayuda de Báska viene justamente de esto; porque, mirándolo objetivamente, es difícil suponer que todos los que me alaban sean cretinos; pero, por otro lado, como no es posible ver con ojos ajenos, desde esta perspectiva, todos mis alabadores son cretinos junto conmigo. Una contradicción realmente flagrante”
La contradicción entre el subjetivismo y el objetivismo es fundamental. La relación entre el sujeto y objeto, es decir, entre la conciencia y el objeto de la conciencia, es el punto de partida del pensamiento filosófico moderno. A juicio de Gombrowicz, Platón y Aristóteles debutan con el pensamiento subjetivo y objetivo. El pensamiento objetivo llega hasta nuestros días a caballo del marxismo y del catolicismo.

“Pero el catolicismo es una metafísica basada en la fe y, paradójicamente, es una convicción subjetiva de que el mundo objetivo existe”. Es Sartre el que se pregunta si existen los otros aparte de uno mismo. Es una cuestión realmente insólita porque la existencia de los otros es la más evidente y la más tangible de las realidades. Pero para Sartre la existencia del otro es inaceptable.
El hombre es una conciencia pura; si admitiera que el otro es también una conciencia, esa conciencia lo convertiría en objeto, y Sartre no está dispuesto a eso. Gombrowicz tiene la costumbre de liquidar las relaciones de Sartre con el marxismo de una manera rápida, pero en cuanto a la subjetividad y a la objetividad se refiere el asunto no es tan sencillo. “Crítica de la razón dialéctica” es una obra abstracta y difícil de leer.

Sartre intenta clarificar en esta obra las relaciones entre el existencialismo y el marxismo. La cuestión es que en este libro designa al marxismo como la filosofía insuperable de nuestro tiempo, y que lo seguirá siendo hasta que la situación histórica y económica que expresa haya sido superada. Pero si el marxismo es la filosofía insuperable de nuestro tiempo, ¿cuál es, entonces, la razón de ser del existencialismo de Sartre?
Para los filósofos comunistas el existencialismo representa la decadencia burguesa en un escape de lo real, en el aislamiento del individuo, en la afirmación de la autonomía absoluta del ego y en la superioridad de ese ego sobre mundo. Sartre, en cambio, está convencido de que el marxismo ofrece la única interpretación válida de la historia, pero que su existencialismo es el único camino que conduce a la realidad concreta.

Sobre esta base le hace al comunismo una acusación. “Hay dos maneras de caer en el idealismo: una consiste en disolver lo real en la subjetividad; la otra, en negar toda subjetividad real en beneficio de la objetividad”. Ambos se acusan de idealismo, pero Sartre acepta sin restricciones el materialismo, es decir, que el modo de producción de la vida material domina el desarrollo de la vida social, política e intelectual.
El salto del reino de la necesidad a un reino de la libertad, que Marx y Engels anunciaron como un ideal futuro, marcará, según Sartre, el fin del marxismo y el principio de una filosofía de la libertad. Pero este futuro está lejano y, mientras tanto, el marxismo, para no degenerar en una antropología inhumana, debe ser complementado por el existencialismo sartriano, que le proporciona su fundamento subjetivo, humano y existencial.

Dice Sartre que la comprensión de la existencia se presenta como el fundamento humano de la antropología marxista. A partir del día en que la investigación marxista tome la dimensión humana como fundamento del saber antropológico, el existencialismo no tendrá ya razón de ser. “A los ignorantes, para quienes la filosofía es un cúmulo de desatinos, me permito llamar su atención (...)”
“Sobre una contradicción análoga a la del subjetivismo y el objetivismo es que los físicos se rompen la cabeza”. Gombrowicz tiene la costumbre de volver dramáticas las contradicciones entre los corpúsculos y las ondas, pero el asunto no es tan trágico, todo depende del aparato con el que se observe el fenómeno. Tampoco es cierta la creencia de que la física es tan solo un conocimiento objetivo.

Sir Arthur Eddington, el inglés que tuvo la ocurrencia de contar el número de partículas que tiene el universo, dice algo muy instructivo al respecto. “Una cosa es, para la mente humana, obtener, estudiando los fenómenos naturales, las leyes que la mente misma ha colocado ahí, y puede ser otra cosa mucho más difícil encontrar leyes sobre las que no se tiene ningún control (...)”
“Hasta es posible que las leyes que no tiene su origen en la mente sean irracionales, y puede ser que no podamos nunca llegar a formularlas”. Y llevado por las alas del subjetivismo Gombrowicz se refiere seguidamente a la intencionalidad de la conciencia, pues la conciencia es siempre conciencia de algo, y entre la conciencia y ese algo hay siempre una contradicción que nos impide aprehender la esencia de lo humano.

“Así se presenta a grandes rasgos el problema del subjetivismo, que para muchas cabezas huecas no es más que una contemplación egoísta del propio ombligo y un conjunto de turbiedades”. La batalla contra el marxismo es la batalla entre el subjetivismo y el objetivismo, puesto que el marxismo quiere ser una ciencia, piensa Gombrowicz. Pero ni la ciencia es tan objetiva, ni el marxismo es tan científico.
Después de Kant el objetivismo recibió una paliza terrible, y todavía no ha logrado recuperarse. Una cosa en la que sí están de acuerdo Gombrowicz y Sartre es en que ambos desprecian a la ciencia, aunque de distinta manera. Es extraño que siendo Gombrowicz un partidario absoluto del yo, es decir, del subjetivismo, haya sido también un partidario acérrimo de la realidad, es decir, del objetivismo.

El yo es el mejor representante del subjetivismo y la historia es la mejor representante del objetivismo. Si bien el camino del pensamiento va del realismo al idealismo, Gombrowicz sigue el camino inverso; del subjetivismo extremo del que parte en “El bailarín del abogado Kraykowski”, su primer obra, termina en “Opereta”, una obra en la que aparece la historia como representante del objetivismo.
Corría el año 1926 y como el protagonista del cuento llega tarde al teatro en vez de ponerse en la cola para sacar la entrada se cuela. Un individuo alto y perfumado lo sujeta del cuello y lo arrastra hasta el último lugar de la cola. Al joven se le cortó la respiración, se dirigió al atrevido, un hombre rozagante con un pequeño bigote cuidadosamente recortado, que conversaba con dos damas elegantes y otro caballero.

Con una voz casi imperceptible, estaba a punto de desvanecerse, le preguntó si era a él a quien le debía la gentileza, el caballero lo miró con desprecio pero no le contestó. Después del primer acto lo saludó en la escalera, pero tampoco le respondió, entonces, le hizo una reverencia, posteriormente lo volvió a saludar un par de veces más, regresó a su asiento tembloroso y extenuado.
A la salida del teatro, cuando el arrogante caballero despedía a una de las señoras y a su marido, el joven se le acercó para pedirle que si no le hacía el favor de dejarlo viajar en su coche por un rato porque le gustaba la comodidad; como el hombre rozagante sólo le responde que si no lo puede dejar en paz se dirige al chofer, y cuando empieza a repetirle el pedido, el automóvil parte.

El joven lo sigue en un taxi, observa la casa en la que entran y con una estratagema obtiene del portero el nombre del caballero: abogado Kraykowski. A la noche no pudo dormir atormentado por los pensamientos de lo que le había ocurrido en el teatro. A la mañana siguiente envía un ramo de rosas a la casa de Kraykowski y lo espera algunas horas en la puerta de la casa. Sale el abogado elegantemente vestido silbando y blandiendo un bastón.
El joven sigue al abogado Kraykowski dominado por un sentimiento de gratitud y decide entonces rendirle un homenaje en silencio. Le compra un ramo de violetas a una florista, pasa corriendo al lado del abogado y se lo arroja a los pies sin detener la marcha. No se animaba a mirar hacia atrás, cuando finalmente mira, el abogado Kraykowski había desaparecido.

A la salida del teatro había escuchado que a la noche los cuatro se iban a encontrar en el “Polonia”, un restaurante de primera categoría, así que el resto del día lo vivió con esa única idea, la de encontrarse allí con el abogado Kraykowski. Entró tras ellos en el lujoso local, inmediatamente advirtieron su presencia. Mientras las damas lo miraban y murmuraban el abogado no le prestó ninguna atención.
Les hacía cortesías a las damas, miraba fijamente a otras mujeres y hablaba lentamente. Cuando ordena la comida para su mesa el joven ordena la misma comida, come y bebe todo lo que come y bebe el abogado. Admira la elegancia y la gracia de sus inclinaciones. Su esposa era una nulidad, pero la otra señora, la esposa del doctor, era muy atractiva y el protagonista advierte que cuando se dirigía a ella su voz era más dulce y tierna.

La esposa del doctor era una mujer hecha realmente para él: delgada, elegante, felina, con una deliciosa arbitrariedad femenina. Fue su primera orgía nocturna por el abogado y para el abogado, a partir de ese día comenzó a esperarlo a la salida de su casa espiando desde un café, para luego seguirlo. El joven tenía tiempo de sobra, su única ocupación era cuidar de una epilepsia.
Esa enfermedad lo tenía extenuado hasta el punto de que había llegado a suponer que no le quedaba mucho tiempo de vida. Unos ingresos modestos eran suficientes para cubrir sus necesidades. El abogado era goloso, al regresar del Tribunal se detenía en una pastelería y devoraba pastelillos de manzana. Después de pensarlo con cuidado el joven habla con la pastelera y le paga por adelantado el consumo de un mes de pastelillos para Kraykowski,

Le dice que lo hace porque tiene que pagar una apuesta que había perdido. Al día siguiente, cuando la pastelera no le quiso cobrar los pastelillos a Kraykowski, el abogado se enojó y arrojó las monedas en una alcancía de beneficencia. Un océano ilimitado de ideas empezó a llenarle la cabeza durante el día, las coincidencias y los servicios se sucedían, encuentros en el tranvía para sentarse frente al abogado.
Los servicios de baño pagados por adelantado por el joven, eran señales de adoración y de obediencia que le daba, muestras de fidelidad y de respeto, un sentimiento férreo del deber que denotaba pasión. La mujer del doctor, el amigo de Kraykowski, parecía insensible a los encantos del abogado, al joven le parecía evidente que lo rechazaba, un día lo vio salir furioso de la casa de ella.

Para convencerla de que tenía que ceder a los sentimientos del abogado le escribe una carta anónima en la que le protesta por su comportamiento incomprensible y la exhorta a que cumpla sus obligaciones con un caballero tan encantador. A los pocos días el abogado Kraykowski se detiene mientras el joven lo perseguía, se vuelve y se le acerca con el bastón en la mano.
Una extraña sensación de desvanecimiento se apoderó del protagonista cuando se sintió agarrado de la solapa y sacudido violentamente. Cuando el abogado Kraykowski lo amenazó con romperle el cuello a bastonazos por los anónimos el joven no pudo hablar, se sentía feliz y aceptaba el suplicio como si fuera la santa comunión, se arrodilló en silencio y le ofreció la espalda.

Kraykowski se alejó y el joven regresó a su casa con la sensación de que eso todavía no bastaba, que era necesario mucho más. Era evidente que ella había considerado la carta como una broma estúpida y se la había mostrado al abogado. Decidió ser más persuasivo esta vez y le volvió a escribir de manera más drástica, se iba a infligir toda clase de penitencias hasta que ocurriera aquello.
Le dijo a la señora que debía dejar de lado su orgullo y su obstinación, ¿qué perfumes?, sólo Violette, a él le gusta. A partir de entonces el abogado dejó de visitar a la esposa del doctor. El protagonista pasaba las noches en blanco, le seguía escribiendo que debía hacerlo, que su doctor era una nulidad, que lo debía hacer esa misma noche si es que el marido no estaba.

De pronto recordó que el abogado había tenido la intención de golpearlo, entonces se dirigió a los Tribunales, y cuando Kraykowski salió en compañía de dos colegas se arrodilló delante de él ofreciéndole la espalda para los golpes de bastón, exclamando que tal vez ahora podía. El abogado le dijo en voz baja a sus colegas que debía ser un pobre idiota, le dio unos centavos al miserable y se despidió.
Uno de los señores quiso darle él también unas monedas pero no se las aceptó, le explicó que sólo recibía limosna de la mano del abogado Kraykowski. En el edificio de la mujer dibujó una gigantesca K con una flecha. Fue tejiendo una telaraña de malos entendidos que la empujaban más y más a caer en los brazos del abogado, le hacía llamadas a la medianoche ordenándole que lo haga.

Pero todos sus esfuerzos parecían caer en el vacío, empezó a perder las esperanzas. En unas de las noches en las que el joven regresaba a su casa después de las persecuciones agotadoras, una corazonada le dijo que tenía que entrar en el parque. Y los vio, caminaban por un sendero, luego se sentaron en un banco. El abogado la abrazó y empezó a murmurarle palabras dulces.
El joven no pudo resistir, algo explotó dentro de él como si una corriente eléctrica se descargara en su interior y empezó a gritar con una voz que podía escucharse en todo el parque: “¡El abogado Kraykowski se la está…! ¡El abogado Kraykowski se la está…!”. Cundió la alarma. La gente corría y se asomaba a las ventanas, el joven sintió una primera sacudida, una segunda, una tercera.

Las piernas le temblaron y empezó a bailar como nunca lo había hecho antes, con la espuma en la boca sollozaba en medio de las convulsiones. Fue una danza orgiástica, se despertó en el hospital. Cada día que pasaba se sentía peor, los últimos acontecimientos lo habían vencido. El abogado Kraykowski se tuvo que escapar y esconder en una pequeña localidad al este de los Cárpatos.
Buscó refugio en las montañas con la esperanza de que el joven lo olvidara. Pero el protagonista se propone seguirlo, lo seguirá a todas partes porque ese hombre es como su estrella. Duda que regrese vivo de ese viaje pero se arriesga a morir. Por si eso llegara a ocurrir se dispone a preparar un documento para que su cadáver le sea remitido de inmediato al abogado Kraykowski.



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