domingo, 5 de diciembre de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y LA LOMBRIZ

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y LA LOMBRIZ



En el año 1955 Vladimir Nabokov había actualizado la atracción malsana que ejercen las nínfulas sobre los hombres maduros con su “Lolita”. Gombrowicz no tenía una buena opinión sobre la persona de Vladimir a quien consideraba un don nadie. Escritor estadounidense de origen ruso, es considerado como una de las principales figuras de la literatura universal.
Nacido en San Petersburgo en el seno de una familia de la aristocracia, su novela sobre ajedrez, “La defensa de Luzin”, lo consagró como uno de los principales valores de la joven generación de escritores emigrados de Rusia a causa de la revolución bolchevique. Su fama literaria fue discreta hasta la publicación en París de “Lolita” en el año 1955.

Esta obra supuso su consagración como escritor, una asombrosa novela que narra la intensa y obsesiva relación de un hombre maduro con una adolescente precoz, y puede considerarse como un estudio del amor y el deseo sexual. Detestaba las ideas habituales sobre la novela; al hablar sobre el “Ulises” de Joyce insistía a sus alumnos en que tuviesen a mano un mapa de Dublín.
Con ese mapa podían seguir las peripecias de los personajes, antes que hablarles sobre la compleja historia irlandesa que muchos críticos creen ver como esencial para comprender la novela. Gombrowicz alcanzó en “Pornografía” una de sus creaciones artísticas más logradas con el tema de la sexualidad. Estaba rompiéndose la cabeza con una novela a la que primero llamó Acteón y después “Pornografía”.

Cuando ya llevaba a cuestas una buena parte de las páginas del libro hace unas reflexiones en los diarios. “Esta novela se me da mal. Su lenguaje, demasiado rígido, me paraliza. Me temo que todo lo que llevo escrito hasta ahora –ya va por las cien páginas– sea una terrible porquería. No soy capaz de apreciarlo, porque cuando se trabaja duramente largo tiempo en un texto, se pierde el sentido crítico (...)”
“Tengo miedo..., algo me pone sobre aviso. ¿Tendré que tirarlo todo a la papelera, todo el trabajo de meses, y empezar de nuevo? ¡Dios mío! ¿Y si he perdido el talento y ya nunca más nada..., al menos nada a la altura de mis obras anteriores? He inventado un tema fascinante, excitante, una realidad cargada de terribles revelaciones, y la obra está ya en estado de ebullición, estimulada por numerosas ideas, visiones e intuiciones (...)”

“Pero todo esto hay que escribirlo. Me falla el lenguaje. Me he metido en un lenguaje de un género demasiado tranquilo, demasiado poco enloquecido”. “Pornografía” es una novela en la que Gombrowicz recuerda el café Ziemianska como un representante de la ex-Varsovia. “Voy a contarles otra de mis aventuras, y justamente una de mis más fatales historias (...)”
“Por entonces, era en el año 1943, me encontraba yo en la ex-Polonia y en la ex-Varsovia, en lo más hondo del hecho consumado. El desmantelado grupo de mis compañeros del ex-café Ziemianska, se reunía los martes en un pisito de la calle Krucza, y allí, mientras bebíamos, procurábamos seguir siendo artistas, escritores, pensadores... reanudando nuestras viejas conversaciones, nuestro ex-debates sobre el arte (...)”

“Dale, dale, dale, todavía hoy nos veo sentados o tumbados, en el cuarto lleno de humo, todos charla que charlarás y grita que gritarás. Uno chillaba: Dios, otro: arte, un tercero: nación, un cuarto: proletariado, y así discutíamos ferozmente y venga darle vueltas y vueltas. Dios, arte, nación, proletariado, pero un día llegó Fryderyk, un hombre de mediana edad, oscuro y reseco, de nariz aguileña (...)”
“Se presentó a todo el mundo con todos los requisitos de la cortesía”. Gombrowicz y Fryderyk se van a la casa de campo de Hipolit para escaparse del drama colectivo de la ex-Polonia, de la ex-Varsovia y de las discusiones interminables sobre la nación, Dios, el proletariado, el arte. En el primer domingo de misa Gombrowicz observa a su compañero.

Fryderyk arrodillándose y actuando de una manera particular le va quitando importancia a la ceremonia religiosa. Con una mirada obsesiva y penetrante establece un contacto sensual entre las nucas de dos jóvenes, ese hombre se volvía temible y, de repente, esa misa celebrada en un lugar de la Polonia abandonada a los alemanes, cayó fulminada por un rayo, como si el absoluto de Dios hubiera muerto.
Pero cada nuca estaba sola, las nucas no estaban juntas, eran la nucas de Henia, la hija de Hipolit, y la nuca de Karol, un auxiliar de la finca. Y la novela termina como los dramas de Shakespeare, en una verdadera tragedia. Cómo es que se pasa de la descomposición del ritual religioso y de las nucas a semejante carnicería, sólo Dios y Gombrowicz lo saben.

El estallido de las monstruosidades señoriales y campesinas que confluyen en el gesto del sacerdote celebrando la misa, y la nihilización de la iglesia, preparan el camino para el reemplazo de Dios por una nueva deidad. Las nucas de Henia y Karol se asocian en la conciencia de Gombrowicz de una manera lasciva, le nace el pensamiento de que los jóvenes deben consumar con el cuerpo la atracción que él había descubierto.
Es alrededor de este elemento sensual y erótico cómo se empieza a desarrollar la trama de esta historia. Henia y Karol son representantes de la tentación y del pecado; Waclaw, el prometido de Henia, y su madre Amelia, son representantes de la corrección y de los principios religiosos. De qué son representantes Fryderyk y Gombrowicz es más difícil saberlo.

Por ahora digamos que son dos adultos mirones y lascivos que planean, en principio, que los dos jóvenes se presten atención y consumen una atracción que grita al cielo, salvo para los jóvenes mismos. Karol es atractivo con una juventud violenta que lo arroja en los brazos de la brutalidad y la obediencia. Sensual, carnal y con una sonrisa que lo ata a una inferioridad superficial, Karol no puede defenderse.
Esta mezcla explosiva en la conciencia de Gombrowicz se le echa encima a Henia como si fuera una perra, arde por ella, un deseo que nada tiene que ver con el amor, un enamoramiento becerril con toda su degradación. Pero la joven señorita tiene con el muchacho un diálogo desembarazado y confiado, los jóvenes no se comportan según el contenido de la conciencia de Gombrowicz.

En este punto Gombrowicz se pregunta cuánto sabe Fryderyk de todo esto: de la descomposición de la misa, de la atracción de las nucas, del llamado del cuerpo de los jóvenes a la consumación. Henia es una colegiala cortés, cordial y muy atractiva. Cuando Fryderyk tenía apartes con Henia a solas Gombrowicz pensaba: se la lleva para hacer cosas con ella o ella se va con él para que él le haga cosas.
A partir de ese momento Fryderyk se convierte en el operador del drama mientras Gombrowicz le sigue los pasos y trata de interpretar el significado de sus extrañas maniobras. Fryderyk maniobra con los pantalones de Karol cuando le pide a Henia que se los remangue, es como si les estuviera diciendo: vengan, háganlo, yo gozaré, yo lo deseo.

Gombrowicz quería averiguar cuánto de ingenuos eran los jóvenes respecto de los propósitos de Fryderyk. Pensaba más o menos así: Henia remangaba los pantalones para que Fryderyk gozara, de modo que estaba de acuerdo con que él gozara con ella y también con Karol, ella se daba cuenta de que entre los dos podían excitar y seducir, y también Karol lo sabía porque había colaborado en aquel juego.
No eran tan ingenuos entonces, conocían su propio sabor. La situación no tenía vuelta atrás, los cuatro eran cómplices en el silencio pues el asunto era inconfesable y vergonzoso. Después de que Karol le levantara la falda a una vieja fregona y asquerosa haciéndole brillar la blancura del bajo vientre y la mancha de pelo negro, le dice a Gombrowicz que le gustaba Henia.

Sin embargo le gustaría más hacerlo con doña María, la madre de Henia. El joven estaba actuando para los adultos porque quería divertirse con ellos, y no con Henia, porque los adultos, aún dentro de su fealdad, podían llevarlo más lejos al ser menos limitados. Pero esto no es lo que quería Gombrowicz, Karol era demasiado joven para Dios y para las mujeres, era demasiado joven para todo.
El sueño de los dos adultos de que los jóvenes consumaran su atracción innegable se venía abajo. Era una pareja adulta de enamorados en la frustración, desdeñada por la otra pareja de amantes, el fuego de su excitación no tenía nada en qué descargarse. Llameaba entre ellos, estaban asqueados el uno del otro y se juntaban en una sensualidad irritada.

Pero Fryderyk continuaba con sus maniobras calculadas para juntarlos obligándolos a pisar una misma lombriz hasta partirla. Quería que Henia y Karol causaran tormentos con sus suelas, con toda calma Fryderyk había transformado en un verdadero infierno la existencia de esa pobre lombriz. Un pecado común cometido para los adultos que penetraba la intimidad fundiendo a unos con otros.
En la virtud los jóvenes se le presentaban a Fryderyk y a Gombrowicz cerrados, herméticos, pero en el pecado podían revolcarse con ellos. Era un sistema de espejos, Fryderyk lo miraba a Gombrowicz y Gombrowicz lo miraba a Fryderyk, hilaban sueños por cuenta del otro y de ese modo llegaban hasta la idea que ninguno de ellos se habría atrevido a dar por suya.

Por su parte Henia les hacía saber que era verdaderamente creyente, que si no lo fuese no se confesaría ni comulgaría, que sus principios eran los mismos que los de su futuro marido. Su futura suegra era como si fuera su misma madre, era un honor para ella entrar en esa familia tan respetable, era seguro que si se casaba con Wlacaw no haría nada con ningún otro.
Un comentario que parecía severo pero que era también una confiada y seductora confesión de su debilidad, excitaba precisamente por su virtud y no por su pornografía. Y también les decía que Karol no quería a nadie, que lo único que le interesaba era acostarse un poquito, que ella ya lo había hecho con un guerrillero, que sus padres lo sospechaban porque los habían sorprendido juntos, pero que no querían sospecharlo.

Amelia, la madre de Waclaw, era cortés, sensible y espiritual, sencilla y de una rectitud ejemplar. En Amelia regía el Dios católico, desprendido de la carne, era un principio metafísico, incorpóreo y majestuoso que no podía atender a todas las majaderías que tramaban los adultos con Henia y Karol. Daba la impresión de que estaba enamorada de Fryderyk.
Parecía subyugada con ese ser terriblemente reconcentrado que no se dejaba engañar y distraer por nada, un ser de una seriedad extrema. En la finca de Amelia tiene lugar la segunda caída de Dios después del derrumbe de la misa en la iglesia. Un ladronzuelo de la edad de Karol entra en la casa para robar, según todo lo hace parecer la señora descubre al ladrón, toma un cuchillo y lucha con Joziek.

Transcurren unos minutos y llega a la mesa donde están su hijo y los invitados, se sienta y cae muerta con el cuchillo clavado mirando un crucifijo. La situación no estaba clara, nadie sabía lo que había pasado porque Amelia no pudo contar nada y Joziek decía que sólo se habían revolcado, que había sido un accidente. Fryderyk era mal psicólogo porque tenía demasiada inteligencia.
Por lo tanto era capaz de imaginarse a doña Amelia en cualquier situación. Una sospecha terrible flotaba en el aire de la casa de campo. Sospechaban que esa mujer tan espiritual y guiada por los principios de Dios había prologado demasiado la lucha con Joziek revolcándose en el suelo de puro placer y, por accidente, se le había clavado el cuchillo. Si esto fuera así no podían entregar a Joziek a la policía.

A la casa de Hipolit llega Semian, un jefe de la resistencia que se había vuelto cobarde. Sus compañeros temen que se convierta en delator y le piden a Hipolit que lo mate. Semian actualiza el sentimiento de que todos estaban atados a la patria, todos eran instrumentos de todos los demás, y a cada cual le estaba permitido servirse del instrumento con la mayor temeridad, para la causa común.
La presencia del recién llegado convirtió a Karol en un soldado, preparado a dispararse como un perro al oír la orden. Pero no era sólo él, la miseria romántica tan repelente unos instantes atrás cedió de pronto, y todos en la mesa, como si fueran una patrulla, esperaban la orden para entregarse a la lucha. Mientras tanto Fryderyk seguía maniobrando para juntar a Henia con Karol, esta vez utilizando al prometido.

Le dio unos papeles en un teatro escrito por él y los hacía actuar en el parque, participaban de una escena extraña. Los jóvenes, según desde dónde se los mirara, recitaban con ademanes poéticos o caían en el pasto para revolcarse. Lo único que atinó a decir el pobre Waclaw, que observaba la escena desde el lugar en que lo había puesto Fryderyk, es que eso de caer tan pronto y luego levantarse era raro.
Así no se hacía, le parecía que ella no se había entregado a él. Esto le resultaba peor que si hubieran vivido juntos, que si se le hubiera entregado él podía defenderse, pero así no, porque entre ellos ocurría de otro modo, y al no habérsele entregado Henia era todavía más de Karol. Al final de la novela hay un intercambio de mensajes escritos entre Gombrowicz y Fryderyk, es un intento que hacen los adultos por saber qué pasa.

Fryderyk confiesa que no tiene un plan determinado, que actúa siguiendo las líneas de tensión y del apetito. Él piensa que los jóvenes no se juntan porque sería demasiada plenitud para los otros, que se les acercan y flirtean porque quieren hacerlo gracias a los otros, a través de los otros y también de Waclaw, por los otros. Lo peligroso de todo esto es que Fryderyk siente que ha caído en manos de unos seres frívolos.
Unas manos apenas crecidas empujaban, en la plenitud de su desarrollo intelectual y moral, a su propio pensamiento y pasión a hacer todo lo que estaba haciendo, se sentía como un Cristo crucificado en una cruz de dieciséis años. Y llegamos al final. Los adultos no se animan a matar a Semian y le piden a Karol que lo haga con la irresponsabilidad de la juventud para quitarle gravedad a un crimen tan siniestro.

Waclaw, que está preparando su propia muerte entra al cuarto de Semian y lo mata. Apaga la luz y se enmascara con un pañuelo para que no lo reconozca Karol cuando le abra la puerta. Karol no lo reconoce y lo mata creyendo que es Semian. Queda un cabo suelto, Joziek, el joven al que no se lo puede entregar a la policía porque es inocente, entonces, Fryderyk lo mata.
Y no se sabe si lo mata para guardar sin mancha la memoria de doña Amelia que había caído en el pecado original, o para ponerle el punto final a la no consumación de los jóvenes. Hania y Karol sonríen. “Sonríen como sonríe la juventud cuando no sabe cómo salir de un apuro. Y durante unos segundos, ellos y nosotros, en nuestra catástrofe, nos miramos a los ojos”.

Gombrowicz intentó en “Pornografía” elevarse por encima del erotismo y el satanismo de Witkiewicz. Poco tiempo después de haber terminado esta novela le pareció que esta obra podía ser un intento de renovación del erotismo polaco, un erotismo que se correspondiera mejor con el destino y la historia de la Polonia de los últimos años hecha de violencia y esclavitud.
Una historia que descendía hacia el oscuro extremismo de la conciencia y del cuerpo. La idea de que “Pornografía” podía ser el moderno poema erótico de Polonia no se le apareció mientras la escribía, era una idea extraña, por otra parte, ajena a su naturaleza. Extraña porque Gombrowicz no escribía para la nación ni con la nación ni desde la nación, escribía consigo mismo y desde su propio interior.

En el mismo año en que Nabokov publica “Lolita” Gombrowicz renuncia al Banco Polaco y escribe en los diarios unas palabras inolvidables sobre tres rubias muy bellas en la estancia de Necochea en la que pasó algunas temporadas. “Ayer por la mañana salí en autobús, vía Necochea, hacia la estancia de Wladislaw Jankowski, llamada ‘La Cabaña’ (...)”
“Si este diario que estoy escribiendo desde hace algunos años no está a la altura –la mía, la de mi arte o la de mi época–, nadie debería reprochármelo, pues un trabajo que me ha sido impuesto por las circunstancias de mi exilio y para el que posiblemente no sirva. Llegué a ‘La Cabaña’ a la siete de la tarde. Durante la cena me dediqué a hacerles muecas con la mitad de la cara a tres rubias (...)”
“A Marisa y Andrea, las hijas de Dus Jankowski, y a Lena, la hija de Stanislaw Czapski. Espaciosa habitación en la tranquila casita de invitados en el jardín, donde dispuse mis borradores, preparándome a una batalla decisiva con ellos. ¿Quién sentenció que hay que escribir sólo cuando se tiene algo que decir? Pero si el arte consiste precisamente en que no se escribe lo que se tiene que decir, sino algo totalmente imprevisto”.

Wladyslaw Jankowski, llamado Dus, era dueño de una estancia en Necochea. En sus vacaciones en esa estancia Gombrowicz escribió páginas memorables sobre el perro, la vaca, el caballo y los escarabajos en un ambiente familiar en el que le hacía muecas a tres rubias muy bellas, mientras componía versos con el amigo. Los hombres eminentes cuando pasan los cincuenta años suelen ir poniéndose chochos.
La chochera es realmente una pérdida del juicio, un debilitamiento de las facultades mentales, un estado que regresa al hombre al tiempo de su niñez. El amor hace chochear con frecuencia a las personas mayores. En los escritos de Gombrowicz hay tres cosas que nunca faltan: la sexualidad, el humor y los sueños en proporciones que son variables

La configuración especial que van tomando estos componentes con el transcurso del tiempo nos inclina a pensar que Gombrowicz se fue convirtiendo poco a poco en un viejo chocho, asunto que se pone en franca evidencia cuando se casa con la Vaca Sagrada. “Marisa, quince años, distinguida y romántica, se sumerge continuamente en las luminosas brumas de la belleza, el amor y el arte (...)”
“Andrea, doce años, una chiquilla avispada, brillante y perspicaz, me gusta reír con ella, se ha especializado en robarme la pipa. Lena, catorce años. Con ella he iniciado un ligero flirteo que consiste en intercambiar miradas. Rubias. ¡Qué bellas son! Y miento, miento, porque es lo que me exige la imaginación de las rubias, estoy impregnado de mentira hasta la médula. Les cuento mis batallas en la última guerra”

Hay dos lolitas de Gombrowicz que se hicieron famosas, la lolita Crisamor de Tandil, y la lolita Lolaluca de Buenos Aires. Gombrowicz le pedía a Flor de Quilombo que le mostrara las cartas de las novias para hacer estudios psicológicos sobre el estilo y la forma. Se detenía especialmente en las de Crisamor: –Pero, ¿no te das cuenta que son cartas de amor?, está mortalmente enamorada de vos.
Es muy joven. Sé responsable. Presta atención, puede suicidarse. La madre de Crisamor lo veía a Quilombo con desconfianza pero su hija no le obedecía. Un día Gombrowicz, con la complicidad de Flor de Quilombo, se decide y le escribe una carta a Crismaor: –Crisamor de mi corazón... La madre descubrió la carta, se lo cuenta a un hermano y el tío de Crisamor le habla al padre de Mariano.

¿Quién es ese hombre tan raro que trastorna la cabeza de tu hijo y molesta a mi sobrina? Gombrowicz se estaba haciendo la fama de un corruptor de la juventud. Para colmo de males, un polaco de Tandil había leído “Transatlántico”: –¿No sabés con qué degenerado anda tu hijo? Crisamor parecía salida de “Ferdydurke”, le escribía a Gombrowicz cartas alocadas y magníficas.
Su humor de prima donna, con gorjeos auténticos, pescaba al vuelo el tono de las idas y vueltas de los jóvenes comediantes de Tandil. La otra lolita, Lolaluca, lo veía a Gombrowicz cuando llegaba con Marlon al café Querandí: –Sos un viejo vanidoso, además sos muy egoísta y también egocéntrico... La lolita Lolaluca se hizo famosa por una foto que aparece en todos los libros de testimonios.

Es una foto en la que aparece Gombrowicz arrojándose sobre ella en un sofá con la actitud desembozada de un viejo chocho violador. Gombrowicz se marcha de “La Cabaña”, se despide de Dus, de las rubias y de esa “Pornografía” que le crujía en las manos. Viaja hacia el norte, hacia Buenos Aires, dentro de unos días navegará por el río Paraná. Va sentado en el tren mirando tranquilamente por la ventana (...)”
“Observa a la mujer que está frente a él de manos menudas y pecosas. Y al mismo tiempo estoy allí, en el seno del universo. Todas las contradicciones se dan un rendez-vous en mí; la calma y la locura, la sobriedad y la embriaguez, la verdad y la patraña, la grandeza y la pequeñez, pero siento que en mi cuello se posa de nuevo la mano de hierro, que poco a poco, sí, de manera imperceptible..., se va cerrando”



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