jueves, 6 de agosto de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y PIRIAPOLIS


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y PIRIAPOLIS

Piriapolis se convirtió para Gombrowicz en un lugar de experimentaciones en el que puso en apuros a Eduardo González Lanuza, y también a mí. La casa de González Lanuza en Piriapolis fue un lugar de maniobras en el que Gombrowicz se introdujo cuanto quiso sin que nadie lo llamara. Acostumbraba a caracterizar estas intrusiones estrafalarias en la correspondencia que mantenía con nosotros.
“Está aquí González Lanuza que huye ante mí tal un conejo ante un león embravecido, pero no tiene donde escaparse así que lo agarro y lo jodo”
En una de esas tardes de Piriapolis armó un escándalo con sus provocaciones en una reunión que Lanuza tenía con sus amigos, quedó él mismo tan alterado que ya a solas, cuando estaba cenando en el restaurante, no podía sujetar los cubiertos de los nervios que tenía.

El pobre González Lanuza, miembro ilustre de la Academia Argentina de Letras, que quería parecer una persona respetable, de repente se dio cuenta que a esa augusta sociedad de escritores había entrado un mono por la ventana que les saltaba de un lado a otro y no lo podían atrapar. El mono, nacido en Polonia, con el tiempo llega a tenerles cariño y confianza a esos desgraciados y los empieza a morder.
Y los pobres hombres de letras tranquilizados a duras penas después de muchos años de lucha con su neurastenia y con sus infortunios, no saben qué hacer. Mientras paseábamos por los bosques de Piriapolis con Madame du Plastique, Gombrowicz trataba de desentrañar cuáles eran los límites de la realidad, ¿por qué este árbol terminaba aquí y no allá?

¿Y por qué luego empezaba la tierra?, ¿por qué no era todo un continuo?, ¿cómo es que se establecen los límites de la realidad?, a él le parecía que se formaban artificialmente o, mejor dicho, por una intervención violenta de la voluntad. De repente, Gombrowicz se detiene bruscamente delante de un arbusto, y pregunta: –¿Qué es esto?; –Un arbusto, dice Madame du Plastique; –No, no.
Nos quedamos abstraídos mirando el arbusto. Cuando el silencio nos empezó a incomodar, dije: –Es el presentimiento de la forma. Gombrowicz se puso de rodillas, juntó las manos como si fuera a rezar y empezó a adorarme como si yo fuera el Dios mismo. Claro, el arbusto es una planta indefinida, una planta que no llega a ser un árbol, y la forma es una línea, es como el límite de la realidad.

El arbusto tenía pues, para los propósitos manifiestos de Gombrowicz, una naturaleza esfumada, el arbusto tenía límites pero no tanto, pertenecía también a ese continuo donde las cosas están indiferenciadas. ¿Un arbusto no venía a ser entonces algo así como un presentimiento de la forma?
Como yo conocía lo que andaba buscando Gombrowicz respecto a “Cosmos”, una obra que había empezado a escribir en ese año y que le costó mucho trabajo terminar, no me fue tan difícil hacerlo arrodillar. Viajamos a Piriapolis en un buque elegante que hizo el trayecto entre Buenos Aires y Montevideo en una noche estrellada. A bordo de la nave no pasó gran cosa, salvo la proposición que me hizo Gombrowicz de que nos contáramos la vida y nos tratáramos de tú.

Esta idea sorprendente me dejó de una pieza, cuando recuperé mi compostura me negué con mucha cortesía pero no sin cierta intranquilidad. Es una pena que no haya escrito yo también mi propio diario, a estas horas podría recordar con más detalle lo que realmente ocurrió en Piriapolis, pues Gombrowicz, en el suyo, le dio rienda suelta a su imaginación, al punto que lo comienza narrando nuestro viaje en avión, a pesar de que lo habíamos hecho en barco.
Cuenta que habíamos viajado a mil quinientos metros de altura unos cincuenta pasajeros en total que, según se le ocurre a él, hubieran sido una cantidad diferente si estuvieran en tierra. Divisa desde el avión una eczema de cinco millones de individuos que se alejan de nosotros a quinientos kilómetros por hora.

Promediando el vuelo se puso a hacer cálculos. Si bien el viaje de doscientos diez kilómetros lo íbamos a hacer en veinticinco minutos, la duración total, con revisión de valijas y verificación de papeles, sería de ciento ochenta minutos, exactamente. Llegado a este punto se imagina una igualdad.
El número de kilómetros era igual al número de pasajeros más ciento sesenta minutos, un cálculo que somete a mi consideración y al que yo completo con reflexiones sobre el fenómeno de la cifra y la cifra del fenómeno. Cuando salíamos de la aduana a Gombrowicz se le ocurrió que yo hablaba demasiado, que había hablado casi sin parar durante todo el vuelo, aunque no estaba del todo seguro de que esto fuera así porque las hélices hacían mucho ruido.

Antes de subir al ómnibus se puso a observar un bulto que llevaba un pasajero del que goteaba vodka; entre la altitud y la vodka que goteaba quedamos un poco aturdidos, yo terminé saltando del ómnibus pues me había olvidado la valija en tierra. Gombrowicz llegó solo a Piriapolis a las cuatro de la tarde. En la casa se topó con unos alambres en los que los habitantes colgaban la ropa, una situación que presagiaba un futuro incierto.
“Era una casa construida en un bosque de pinos, muda como un pescado petrificado, en la perspectiva gótica de árboles y de ese desierto donde las guirnaldas de telas y de lencería de hombre y mujer representaban para mí, en ese momento, después de mis recientes tribulaciones –dudo que esto resulte claro–, una especie de atenuación de la cantidad humana, una substitución, o una real decadencia... un espectro pálido de la locura, algo lunar... mórbido...”

En la habitación se pone a mirar tres botellas de vino, hace unas consideraciones acerca del alcohol que se le había subido a la cabeza cuando vio la vodka que goteaba, y se pone en guardia pues tiene el presentimiento de que lo que le va a ocurrir en Piriapolis va a ser tan sólo una farsa. Una niña de ocho años se nos aparecía como la representante del otro lado de la casa y nos servía el almuerzo. A Gombrowicz le gustaba que los otros se le aparecieran de esa forma atenuada y reducida. De nuestro lado, en el dominio del bosque, no hay más que ropa tendida en los alambres.
“Pero nuestro encuentro con la farsa todavía no se ha engendrado (...) la cuestión es saber si todo esto es farsa, si nosotros mismos figuramos dentro de esa farsa, si yo fuera de color gris agregaría: una farsa como esas camisas y esos calzoncillos”

Sospechaba que yo tenía el hábito de hacer farsas, que ese proceso se estaba elaborando en mí, por lo que se alegraba de esa propiedad genial y fructuosa que tiene la literatura, esa libertad que le permite al escritor construir tramas como si eligiera senderos en el bosque sin saber dónde lo llevan y qué le espera.
“Gómez lleva a su boca un vaso de curasao. Me confía con una sonrisa que no encontró hasta el momento en toda Piriapolis una sola persona que hable, nosotros somos los únicos...”
A medida que hacemos excursiones el presentimiento de la farsa se le va acrecentando.
“Fuera de aquí, fuera a la farsa, No. No. ¡Fuera! ¿Pero por qué se pega así a mí? La botella mea pero el calzoncillo seca. Fuera de aquí. Fuera farsa. Por qué se pega a mí esta Farsa... por qué me invade como un parásito... hija de perra... Farsa... Fuera”

Relata nuestras conversaciones y discusiones interminables sobre los asuntos más abstractos: las formas de la afirmación, los límites del hermetismo, el número pi, la ingenuidad de la perversión, la tragedia seca y viscosa, el sujeto del prefijo “ex”, el carácter maníaco de la física, la cuádruple raíz del principio de razón suficiente, el principio de corporalidad.
Pero la farsa lo empieza a golpear sin piedad. En medio de la oscuridad la farsa se le dibuja en la ropa colgada que parece una bandera envenenada, una bandera de los que están del otro lado, a quienes reconoce bajo la forma de calzoncillos y de camisas. La farsa le muestra los dientes. No quiere discutir más conmigo, no quiere mezclarse con ninguna farsa, sabe que si responde a la farsa con la farsa está perdido, debe cuidar la seriedad de su existencia.

Si tiene que ser cómico, que lo sea sólo exteriormente, no en su interior. Él, en su centro, debe quedarse imperturbable como Guillermo Tell, con la manzana de la seriedad sobre su cabeza.
“He aquí que todo termina. Dejé Piriapolis el 31 de enero y, vía Colonia, llegué a Buenos Aires en el mismo día, a las once y media de la noche. Gómez se había ido antes, lo habían llamado por telegrama desde la universidad. No sabré pues jamás qué es lo que realmente pasó en Piriapolis”
En el diario de Piriapolis Gombrowicz escribe que estuvimos en ese balneario uruguayo a caballo de los años 61’ y 62’. Al año siguiente me propuso otra vez unas vacaciones en Piriapolis.

No acepté, y para sacarme el problema de encima, Gombrowicz no se daba por vencido tan fácilmente, inventé un compromiso anterior con Roberto Cebrelli (Beto), según le dije íbamos a pasar las vacaciones en Mar del Plata. Si le hubiera advertido a Beto de esta mentira no hubiera pasado nada, pero no le advertí.
La cosa es que una noche en La Fragata le preguntó a mi amigo cómo nos había ido en Mar del Plata, como yo no estaba presente Beto le dijo que nosotros no habíamos estado en Mar del Plata, más todavía, le dijo que no habíamos veraneado juntos. Al día siguiente, y a solas, se armó un lío tremendo, yo me retiré completamente ofendido y Gombrowicz también. Y aquí hubiera terminado todo, ninguno de los dos iba a dar el brazo a torcer, y adiós para siempre a Gombrowicz...

Pero, el destino no estaba todavía preparado para que nuestra relación terminara ahí, y postergó dos años más una ruptura que, de un modo o de otro, parece que tenía que ocurrir. Matías Straub, el Galimatías, hizo de mediador y recompuso la relación un par de semanas antes de su partida a Europa. La cosa es que cuando Gombrowicz se fue de la Argentina para Berlín existía una tensión afectiva latente en nuestra relación que casi explota con el segundo Piriapolis frustrado. Los últimos días que pasó entre nosotros fueron confusos e interminables para mí, en medio del vacío y de una gran tristeza también me iba apareciendo algo extraño, algo parecido a un alivio.



"Las opiniones vertidas en los artículos y comentarios son de exclusiva responsabilidad de los redactores que las emiten y no representan necesariamente a Revista Cinosargo y su equipo editor", medio que actúa como espacio de expresión libre en el ámbito cultural.


No hay comentarios:

Publicar un comentario