lunes, 3 de enero de 2011

WITOLD GOMBROWICZ Y KRYSTYNA JANOWSKA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y KRYSTYNA JANOWSKA



“La impresión que me da Gombrowicz es la de un hombre que construyó su edificio sobre las ruinas de su vida emocional”. Estas declaraciones dramáticas de Czeslaw Milosz contrastan con otras formuladas por algunos gombrowiczidas eminentes. “Gombrowicz, cuando se refiere a su vida personal e íntima, casi siempre recurre a fórmulas, anécdotas o generalidades poéticas, evitando los detalles (...)”
“En sus cartas a los amigos cercanos, especialmente en los últimos años, se manifestaba más libremente y sin tantas restricciones, pero esta indecente confesión tardía sonó como una broma”. Otros gombrowiczidas en cambio sostienen que el erotismo de la juventud de Gombrowicz era normal en un sentido físico, pero anárquico y loco en un sentido mental.

En la esfera erótica de Gombrowicz se manifestaba su pasividad, su naturalidad sumisa, su inmediatez y la facilidad del acceso, de la entrega total, un carácter ideal y místico. Necesitaba de una relación directa y espontánea con las personas. “Por supuesto no he cometido ningún acto de locura. En la superficie he sido razonable, pero en el fondo, muy dentro de mí mismo, he vivido una vida apoyada enteramente en la fantasía (...)”

“Creo que soy un hombre normal, pero tengo una tendencia a la locura interna”. Antes de hablar de Krystyna Janowska, la primera novia de Gombrowicz, vamos a dar unas vueltas alrededor de su naturaleza contradictoria. “Como mi estancia en Potoczek, la finca de mi hermano Janusz, no curó del todo mis pulmones, fui a pasar el verano a una pensión de Rabka (...)”

“Recuerdo que mi estancia en Rabka agravó aún más mis relaciones con la gente, ya de por sí bastante tensas. Pero es que en aquella estrafalaria pensión donde me instalé, me encontré frente a una colección de tipos que parecía expresamente confeccionada para representar la mezcolanza de estilos y lo grotesco polaco. Movilicé enseguida todos mis rencores y me volví provocativo (...)”
“Este talante no tardó en producir un resultado desagradable con una damisela que había estado en Inglaterra: –Se nota que se atracó de Inglaterra y ahora la está repitiendo en la mesa. La inglesa me echó una mirada fulminante y dijo algo a propósito de los mocosos mal educados, a lo cual un señor muy autoritario y terriblemente digno, añadió unas palabras sobre la arrogancia típica de los estudiantes insensatos (...)”

“Cuando un juez retirado, reprendió violentamente a su hija, yo me sentí aludido inmediatamente: –¡Hay que saber con quién se juega! Este señor, según supe después, había reprendido a la joven por haber jugado a las cartas antes de comer, pero sus palabras provocaron un cataclismo entre todos los presentes que no comprendía bien, pues creía que la indirecta estaba dirigida a mí (...)”
“Después de la comida se produjo un gran movimiento entre los señores, ellos también habían jugado a las cartas antes de comer, se sintieron por lo tanto ofendidos y le pidieron explicaciones al juez. Cada uno mandó un emisario para preguntarle si se refería a él. Al final llegó mi turno, me sentía enfermo con la suma de todas esas idioteces (...)”

“Esa manifiesta y notable ausencia de civismo que nos caracterizaba a todos en esa maldita pensión de Rabka, me sumió en un estado de terrible impotencia, de trágico desánimo. De esa forma se producían en mí saltos de la bufonería a la seriedad, de lo cómico al sufrimiento real. Y seguía sin poder resolver mi problema con la farsa polaca, con nuestro desequilibrio (...)”
“Se trataba de un océano en el que yo naufragaba pero que, a la vez, llevaba dentro de mí”. Esta confusión se acentuaba aún más en relación con las mujeres. “Personalmente no sabía tratarlas, me refiero a las mujeres, pues me comportaba realmente como no debía. Me vengaba de ellas haciéndome el loco y el payaso cuanto podía, y en el fondo de mi alma odiaba a esas maestras indulgentes y presumidas (...)”

“Eran unas guías, institutrices y, desgraciadamente, a menudo críticas. Por fin llegó un momento en que me rebelé y saqué la conclusión de que había que exterminar la feminidad de la literatura. Pero yo no me enterado nunca si las mujeres en la literatura y la femineidad literaria eran verdaderamente enemigos míos, y si mis reproches eran justos (...)”
“De la justicia de nuestras pretensiones no nos convencemos hasta que comenzamos a luchar por ellas”. Si el destino hubiera sido un poco más recto de lo que suele ser quizás Gombrowicz se hubiera casado con su prima Barbara Godecka y hubiera tenido hijos con ella, como la Teresa de su hermano Jerzy muy agraciada e inteligente, no así como el Józef de su hermano Janusz, pedigüeño y medio tonto.

Gombrowicz tenía de sí mismo una opinión estándar. “En cuanto hijo de buena familia, educado, bastante sano, ni feo ni guapo, sólo pasable, haciéndole la corte a sus primas, alumno mediocre, un tanto enmadrado, delicado, inquieto, y al mismo tiempo burlón, parlanchín, provocador, a menudo insoportable en el colegio y golpeado por sus compañeros mayores, sociable, frívolo, audaz o tímido según las circunstancias”
Los modelos femeninos de Gombrowicz fueron su madre, Marcelina Antonina, su hermana Irena, las criadas y las primas. La madre y la hermana eran dos bellas mujeres de aspecto virtuoso a cuya hermosura Gombrowicz nunca se refiere. Las primas que frecuentaban la casa se caracterizaban más por sus virtudes que por su coquetería, se dedicaban a actividades filantrópicas y no se mostraban dispuestas al flirteo.

Por esta razón Janusz y Jerzy, sus hermanos mayores, se sentían perjudicados. Su actitud hacia esas primas y hacia los principios que ellas practicaban era hostil y maligna. Con las criadas Gombrowicz ajusta las cuentas en “La escalera de servicio” y con las primas se toma revancha en Isabel de “Ferdydurke”. Los matrimonios de los nobles terratenientes polacos tenían mucho que ver con el interés.
La madre de Gombrowicz intentó casarlo con su prima Barbara Godecka por su posición social y su dote, mientras el padre, por los mismos motivos, intentaba casarlo con una joven que había elegido cuidadosamente. “¿Para qué necesito a una mujer? Esta joven le gusta a mi padre, por eso quiere que me case con ella, porque él no puede” Jan Onufry estaba preocupado por el matrimonio de su hijo

También lo estaba su amigo Tadeusz Breza. A Gombrowicz le encantaba el humor de Breza, envidiaba la facilidad que tenía para relacionarse con las mujeres, mientras él iba de mal en peor. Finalmente, como sus fracasos no cesaban de repetirse, llamaron la atención de Tadeusz. Le presentó a una joven actriz, hermosa, sana, simpática, amante de la lectura y del arte.
Tenía la esperanza de haber encontrado para Gombrowicz la unidad ideal de cuerpo y de espíritu, de cultura y naturaleza. Pero el hecho de que esa joven apareciera sobre un escenario, que se dejara contemplar, que tuviera una actitud profesional hacia su encanto y sus gracias, hizo que a Gombrowicz no se le despertara ningún interés por ella.

En el año 1926 Gombrowicz realiza los primeros flirteos con sus primas y las amigas de su hermana, todas las cuales lo abruman con su celo religioso. Su familia desea que se prometa a una joven condesa católica, amiga de su hermana, dos años mayor que él y organiza una discreta comida para que él se declare, pero nada ocurre. Su primer amor es Krystyna Janowska.
Es una joven, vecina de la propiedad de su hermano Jerzy en Wsola, a la cual ve por las noches. Fue un amor intermitente, que se prolongó durante varios años. Hacia el año 1930 había empezado a frecuentar los cafés literarios y seguía escribiendo novelas cortas. Decide permanecer en Radom pero choca con la hostilidad de sus abogados que en su gran mayoría pertenecían al Partido Nacional, una agrupación de derecha.

Los partidarios de esa agrupación se escandalizaban por las relaciones que tenía Gombrowicz con centros de izquierda y, particularmente, por las que tenía con Wiadomosci Literackie. Desde ese mismo momento Gombrowicz renunció a la continuación de su carrera jurídica. “Era una época en la que estaba en mala disposición con el arte (...)”
“Me saturaba de Schopenhaher y de su antinomia entre la vida y la contemplación, y de Mann en cuya obra ese contraste tiene un aspecto más doloroso. El arte era para mí el fruto de la enfermedad, la debilidad, la decadencia; los artistas, por así decirlo, no me gustaban, personalmente yo prefería al mundo y a la gente de acción. Estas fobias, a mi edad, eran apasionadas (...)”

“Yo tenía entonces veinticinco años, que es cuando todavía no se ha renunciado a la belleza. El mundo artístico me atraía por su libertad y por su resplandor, pero me repudiaba física y moralmente. Me sentía raro al entregar un ejemplar de ‘Memorias del tiempo de la inmadurez’, un libro fresco, recién sacado del horno, a mi respetable familia (...)”
“Supongo que si hubiera entrado a formar parte de un ballet y me hubiese puesto a saltar medio desnudo delante del público, mi familia no se hubiera sentido más incómoda”. Con esta mezcla de naturalezas, la de su familia y la de la literatura, se moría de vergüenza cuando pensaba que algún día sería un artista como ellos, que se convertiría en un ciudadano de esa ridícula república de almas ingenuas.

No quería ser un engranaje de esa terrible maquinaria, un miembro de ese clan. Por nada del mundo quería sentirse perteneciendo a ese al gremio. Desde muy temprano se le manifestó a Gombrowicz una tendencia personal que le causaría un gran daño en el transcurso de su vida, la imposibilidad de tratar normalmente a personas de rango social superior.
Era la consecuencia de su forma de comportamiento que lo hacía sentir a gusto solamente con aquellos a quienes conseguía imponer esa forma suya un tanto extravagante. La aristocracia tenía su propio estilo, definido, banal e impersonal, y nada podía hacer en su contra, tenía que someterse. Esta separación, sin embargo, no era tan drástica como podría suponerse.

La primera obra literaria de su vida fue la monografía “illustrissimae familiae Gombrovici”. La conservó en estado de manuscrito, y aunque no contenía nada de especial pues los Gombrowicz eran tan solo miembros de una pequeña nobleza, se pavoneaba con cada detalle referente a los bienes, funciones y vínculos familiares, y disfrutaba de esta manía.
Cuando murió su padre en el año 1933 ya había empezado a sentir la decadencia de su familia a la que le encontraba cierto parecido con “Los Buddenbrooks”, la novela de Thomas Mann. Era una familia que se extinguía, las perturbaciones mentales de algunos parientes de la parte de su madre pesaban sobre su cabeza como una amenaza de trastornos psíquicos futuros.

El padre fue el último Gombrowicz en gozar del respeto general e infundir confianza. Él y sus hermanos, la siguiente generación, eran unos excéntricos de quienes la gente decía que era una lástima que no hubieran salido al viejo Gombrowicz. Su pertenencia a dos mundos, tan fuertemente marcada desde su juventud, fue muy clara hasta la muerte del padre, después las cosas fueron cambiando.
En vida del viejo Gombrowicz entraba a la oscuridad y volvía a la luz con alguna facilidad, cruzaba la línea de sombra en las dos direcciones lo que le permitía comportarse como un camaleón. Esa doble personalidad se prestaba a la mistificación, su apariencia de terrateniente más que de asiduo de cafés y de escritor vanguardista le producía todo tipo de malentendidos, especialmente con el género femenino.

Después de la muerte de su padre se le fue haciendo claro que tenía que justificar su vida con una obra de orden superior pues el tiempo pasaba y su situación en Polonia se hacía cada vez más penosa. A partir de los treinta años su pertenencia a una clase social superior empezó a debilitarse y el desastre de la guerra que arruinó a su familia y también a él pusieron a esta pertenencia en el camino de la extinción.
Pero Gombrowicz nunca dejó de pertenecer a esos dos mundos, en la Argentina se las ingenió para darle una nueva vida al mundo de la aristocracia: “Entonces llegó el momento en el que los oyentes, fascinados por mi lúgubre resplandor, empezaron a insistir en que les dijera qué es el arte, en qué consiste el arte, cómo es y cómo debiera ser el arte (...)”

“Estas preguntas se me echaron encima igual que unos perros que años atrás me habían asaltado al llegar frente a la mansión de Wsola, en presencia de mi primera novia. Respondí. –¡No, eso no os lo voy a decir! Eso sólo puedo decirlo a una persona de un rango igual al mío. De entre todos vosotros, sólo a una persona; -¿A quién?; –Sólo a ella –contesté, indicando a una de las damas-, sólo a ella. ¡Porque ella es una princesa!”
Este pasaje de uno de sus diarios se refiere a Ada Lubomirska, la encantadora princesita. Gombrowicz siempre fue un holgazán, pero ya de joven se imaginaba que el pensamiento errante y libre de un holgazán era lo que más desarrollaba su inteligencia. Sin embargo, su pereza no era tan absoluta como pudiera parecer, no sabía bien cómo pero había conseguido una superioridad intelectual sobre su entorno.

Poco a poco se fue haciendo notar como más sensato y equilibrado que los demás, de alguna manera se sabía que su especialidad era la inteligencia y no otra cosa. “El hombre es un ser social, y quien se integra rápida y fácilmente en su ambiente, se forma e incluso llega a un grado considerable de eficacia... pero no se manifestará nunca en él la fuente de sus energías más profundas (...)”
“Será un hombre técnicamente útil, pero superficial y limitado”. Su gusto por decir tonterías le hacía decir a su hermano Jerzy: –Cuando voy de visita con mis hermanos lo único que temo es que Janusz se ponga a dormir y que Witold se ponga a contar tonterías. Contar tonterías constituía en la época de su juventud una de las ocupaciones que más lo absorbía pero nunca se censuró esta actividad idiota.

El desorden, la confusión y la torpeza de una existencia que elegía la idiotez para relacionarse con los demás fueron para él la mejor escuela en la se formó y que le permitió más adelante sobresalir y entrar en el gran mundo. La residencia Wsola perteneció a Jerzy Gombrowicz, hermano de Witold, y a su esposa Aleksandra Pruszak de Gombrowicz hasta la Segunda Guerra Mundial.
Gombrowicz solía pasar sus vacaciones familiares en ese lugar, donde escribió varias de sus obras, entre ellas “Ferdydurke” y algunas partes de “Los Hechizados”. En Wsola, Witold también solía jugar al tenis con Aleksandra. La residencia Wsola es el único lugar de Polonia vinculado con Witold Gombrowicz que no fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial.

Gombrowicz conoce a Krystyna Janowska en la juventud, sus familias eran amigas y ambas pertenecían al mismo círculo social de vecinos. Morena, de ojos grandes, alta delgada y esbelta. Era atlética, montaba a caballo, hacía esquí y jugaba al tenis. Krystyna se refiere a Gombrowicz como un hombre joven y guapo, diferente, interesante y original que se burlaba de los terratenientes.
Por tal razón las jóvenes no se sentían seguras con él y para ella misma no había sido una opción de casamiento. Krystyna, ya abuela, no recordaba ninguna de las reuniones nocturnas a las que se refiere Gombrowicz. Cuatro años menor que él, nacida en Bartidziejw, era hija de terratenientes. Igual que la Zutka de “Ferdydurke” era atlética y normal, no tenía nada que ver con el arte o el intelecto.

Gombrowicz sabía que no podía responder a las expectativas y a las necesidades de las jóvenes. No podía representar el papel de admirador y de amante. “Ferdydurke” termina con una escena que dice mucho sobre la relación convencional entre un hombre y una mujer. Pepe, de conformidad con el canon estándar secuestra a su prima Isabel. La joven disfruta del rapto y él debe responder a sus expectativas.
La escena muestra la incapacidad fundamental de Gombrowicz para representar el papel de novio y marido. La primera reunión de Krystyna con Gombrowicz se produce en 1922 en el río Vístula, tenía catorce años y era una colegiala. “No estuvimos vinculados por nada serio, sólo nos gustaba estar juntos, por otra parte Witold nunca me habló de sus sentimientos ni mencionó el casamiento”

Krystyna tenía una gran cantidad de pretendientes, y Gombrowicz era irritante. No sabía bailar, lo que en aquel entonces era una verdadera desventaja para un soltero. Le tenía miedo a los caballos, no nadaba ni esquiaba, era excéntrico y tenía ideas raras. En “Aventuras” en “Yo y mi doble” y en el “Diario” Gombrowicz se refiere a Krystyna de una manera romántica. En “Aventuras” se enamora de ella en un globo
“La pasajera que tenía a mi lado me proporcionaba además una alegría íntima mucho mayor que la que proporcionaba el globo mismo. Sobre los prados, los campos y los bosques, por primera vez en la vida, perdía el juicio, y lo perdía cada vez más, mientras ella me escuchaba con tal atención que habría podido besar mil veces su pequeña, perspicaz y comprensiva oreja (...)”

“A pesar de que es bien sabido que las mujeres dicen amar lo novelesco, no le conté nada sobre el Negro ni sobre mis otras aventuras… Me lo impidió una incomprensible vergüenza que me advertía que no debía hablar demasiado. Llegó el día del cambio de anillos… Luego, empezó también a acercarse el de la boda”. En “Yo y mi doble” en cambio se enamora al borde de un río.
“Precisamente bajo el signo de una constelación erótico sensual de este tipo, sombría y lúgubre, desperté el martes a las cinco de la mañana. Por uno de esos fenómenos de resurgimiento que deberían estarles prohibidos a la naturaleza, acababa de ver una cosa totalmente perdida para mí, mi juventud y mi primera bienamada, allá en la roca, junto al molino, al borde del río”

Gombrowicz recuerda en los diarios los sueños de Kierkegaard. La pérdida del amor, de su novia, los ruegos que le hace a Dios para que le devuelva todo lo perdido. El petimetre danés espera la repetición de una vida que no vivió, la recuperación de la novia perdida, quiere que le sea devuelta Regina, tal como era en los tiempos de noviazgo
“¡Qué parecido tan grande con ‘El casamiento’!. Sólo que Henryk no se dirige a Dios. Derriba a su padre-rey (el único eslabón que lo una con Dios y con la moral absoluta), tras lo cual, al proclamarse rey, intentará recuperar el pasado sirviéndose de los hombres, creando de ellos y con ellos una realidad completamente nueva. Magia divina y magia humana”

A este sueño de Kierkeggard Gombrowicz le encuentra un parecido con “El casamiento”, pero Regina sigue siendo pura cuando el más elegante de los filósofos le ruega a Dios que se la devuelva, en cambio Manka-Mania estaba pasa de vueltas cuando Henryk le ruega al padre que se la devuelva virgen e inocente. Los padres de Henryk no tenían una buena opinión de Manka-Mania.
Quizá Regina fuera más parecida a otra novia que Gombrowicz recuerda en los diarios. A los cincuenta años Gombrowicz recuerda que, veinte años atrás, en una fiesta de vecinos se encontraba Krystyna Janowska, una joven que lo transportaba a estados de embeleso. Quería lucirse y brillar ante ella, en aquel entonces esto era absolutamente necesario para él.

Pero al entrar al salón, en lugar de señales de admiración, se encontró con la compresión de las tías, las bromas de sus primas y la ironía vulgar de todos los nobles de la vecindad. Un periodista se había ocupado de uno de sus cuentos con unas palabras llenas de indulgencia, pero dando a entender que le faltaba talento. La publicación había caído en las manos de los presentes y todos conocían su contenido.
Le daban más crédito al crítico, naturalmente, porque era un escritor de mucho éxito. Esa noche Gombrowicz no sabía dónde esconderse, se sentía impotente, pero no porque la situación le viniera grande, sino porque era irrefutable, no merecía refutación. Igualmente sufría, sufría y tenía vergüenza de su sufrimiento, a pesar de que ya, por aquel entonces, sabía arreglárselas con demonios más peligrosos.

Sin embargo en este asunto se hundía descalificado por su propio dolor. Al Gombrowicz cincuentón le hubiera gustado ponerse detrás de aquel otro veinteañero para que se sintiera completado por el sentido futuro de su vida, para ayudarlo a lucirse brillar frente a Krystyna Janowska, esa joven virgen. “Pero yo –tu realización– estoy a mil millas, a muchos años de distancia de ti (...)”
“Estoy sentado aquí, en esta orilla americana, tan amargamente retrasado..., con la mirada fija en el agua que brota por encima del parapeto de piedra, colmado por la distancia del viento que llega velozmente de la zona polar”. Estaba en la Costanera mirando el Río de la Plata. Al Gombrowicz viejo le hubiera gustado ayudar al joven completándolo con su madurez.

Pero se sentía incompleto, distante, amargado y retrasado a orillas de la costa americana, tan distante, amargado y retrasado como se sintió con la Regina de su cuento. El miedo es un sentimiento de inquietud causado por la posibilidad de un daño inminente, real o imaginario. Cuando el riesgo no es inminente el miedo no aparece o, si aparece, es muy débil.
Lo que ocurre con los miedosos es que tienen una tendencia a convertir en inminente la posibilidad de los daños remotos y esto es lo que le pasaba a Gombrowicz. “Todos estos fermentos de juventud se fueron civilizando y puliendo en el curso de mi desarrollo ulterior. Pero no han desaparecido”. El sentimiento del que derivan la deserción y el destierro de Gombrowicz es el miedo.

Pero, ¿y la homosexualidad?, no es tan evidente que el origen de la homosexualidad de Gombrowicz sea el miedo. Gombrowicz no le tenía odio a las mujeres, no era misógino, pero, ¿y miedo?, ¿no será que era ginófobo? La cuestión de que la homosexualidad le produjera tanta vergüenza y la heterosexualidad de sus relaciones algunas mujeres dan para pensar que le tenía miedo a las mujeres.
Algunos gombrowiczidas connotados piensan que el miedo era el origen de su homosexualidad. Dejemos este dilema para otra oportunidad, pero si fuera cierto que era ginófobo, el miedo se convertiría en el archiorigen de los dolores de Gombrowicz. Fue el miedo a la guerra y no la conclusión de un análisis ponderado de la realidad el que lo impulsó a saltar del Chrobry en el puerto de Buenos Aires.

Los pasajes de su inmadurez a su madurez son obscuros e incompletos, es evidente que no tuvo esa transformación interna estándar que nos va volviendo maduros: del erotismo a la sexualidad, del estudio a la profesión, de la profesión al trabajo, del trabajo al dinero, de la sexualidad a la pareja, de la pareja a los hijos, y, en general, de una cosa a la otra, en este camino nos vamos transformando y nos volvemos maduros.
Sin embargo, siempre nos queda como en un sueño actual el recuerdo de la juventud, el deseo de volver a ser jóvenes.




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