sábado, 12 de junio de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y OTRA VEZ LA INDEPENDENCIA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y OTRA VEZ LA INDEPENDENCIA


“El grupo de escritores que formaron las mentes de quienes vivirían en la época de la independencia fueron artistas y maestros de gran altura. Sólo que no eran maestros de la realidad. Sienkiewicz no expresaba la realidad porque estaba entregado al servicio de la fantasía colectiva. Wyspianski, porque estaba entregado a las abstracciones estéticas e históricas (...)”
“Zeromski, porque no supo concordar su misión social con su instinto. Y Przybyszewski, porque se embriagó con los satanismos”. Stanisław Wyspianski, dramaturgo, poeta, pintor, arquitecto y ebanista polaco, fue uno de los artistas más polifacéticos y sobresalientes de su época en Europa. Mezcló el Art Nouveau con temas de la historia polaca. En sus vidrieras de la iglesia franciscana de Cracovia expresa una enorme dosis de emoción religiosa.

Su modernismo se hace casi extravagante. Escribió dramas de la historia polaca; “La boda” es un retrato sarcástico de la sociedad polaca del siglo XIX. El carácter patético y fantástico de Stanislaw Wyspianski no le caía bien a Gombrowicz pues a su entender no veía los fenómenos concretos y reales sino las sublimaciones de esos fenómenos y sus síntesis conceptuales.
“Wyspianski es la antítesis de Sienkiewicz, porque mientras Sienkiewicz se entregó al lector, Wyspianski se dedicó al arte, a un arte por lo demás exageradamente patético e irreal. Sienkiewicz aspiraba a conquistar las almas, mientras Wyspianski a ser artista; Sienkiewicz buscaba la gente, y Wyspianski, el arte y la grandeza. Su mundo es un mundo abstracto en el que los conceptos sustituyen a los hombres, es el mundo de la cultura (...)”

“La nación necesitaba a alguien que de un modo grandioso cantara su grandeza. Entonces Wyspianski se plantó delante de la nación y dijo: –¡aquí me tenéis! Nada de pequeñez, sólo grandeza, además en columnas griegas. Fue aceptado. Wyspianski, demasiado majestuoso para abordar cualquier detalle, estaba condenado a coexistir únicamente con los elementos y las fuerzas elementales (...)”
“Esos materiales eran el Sino, Polonia, Grecia, Niké, o algún fantasma de su propia invención. Su arte no es como el de Shakespeare o el de Ibsen –la vida corriente llevada a las alturas del drama– aquí todo gira desde el principio al fin por la bóveda celeste de la Historia y el Destino”. La obra de teatro que Gombrowicz hace rodar por la bóveda celeste de la irrealidad y de la historia es “La boda”.

En esta obra Wyspianski reflexiona sobre el destino de su país al mostrar la boda de la hija de un campesino con un poeta, un relato amargo sobre la unión de un hombre inteligente a una familia de campesinos, sus opiniones de oposición, la inhabilidad del artista para encontrar un lugar propio en el mundo y sus sueños infructuosos de independencia y libertad.
Las palabras iniciales de “La boda”, son miradas como un espejo cuando los polacos se preguntan por su condición nacional y espiritual. Existe un contraste entre la clase intelectual que representa el novio y sus amigos, y el sencillo campesinado de la novia y su familia. Esa atmósfera festiva al abrigo de la noche, de alegría acentuada por la danza, el alcohol y la agradable conversación, se convierte en escenario propicio de ensoñaciones.

Aparecen escenas fantasmagóricas, que se transfiguran en una alegoría de la nación polaca, que pugna por volver a salir a la luz. Los distintos personajes simbolizan la fuerza con la que cuenta Polonia para desembarazarse del yugo de los imperios que la han venido dominando, singularmente el de Rusia y el austrohúngaro. En esta obra se lanza un gran interrogante.
Es una duda acerca de la capacidad que tienen los intelectuales para guiar a la gente sencilla en el camino a la libertad. El espíritu romántico y patético de Stanislaw Wyspianski entra en conflicto con el de Gombrowicz. Gombrowicz era un enemigo implacable de las quimeras y un defensor acérrimo de la realidad, aunque siempre tuvo las manos libres para ponerle distancia al realismo.

El realismo es una manera pesada e ingenua de ver la realidad. A pesar de los diferentes puntos de partida para ver el mundo de estos dos polacos ilustres, curiosamente se ponen en contacto en una atmósfera de irrealidad en “La boda” y “El casamiento”. Gombrowicz empezó “El casamiento” durante la guerra con el propósito de escribir la parodia de un drama genial al estilo de Shakespeare.
Se propuso mostrar a la humanidad en su paso de la iglesia de Dios a la iglesia de los hombres, pero esta idea no se le apareció al comienzo de la obra, en la mitad del segundo acto todavía no sabía bien lo que quería. “El casamiento” representa la teatralidad de la existencia, una realidad creada a través de la forma que se vuelve contra Henryk y lo destruye.

En esta obra Gombrowicz le abre la puerta a sus percepciones proféticas. Es el sueño de un soldado polaco sobre una ceremonia religiosa y metafísica que se celebra en un futuro trágico en el que el hombre advierte con horror y espanto que se está formando a sí mismo de un modo imprevisible Tan imprevisible como un acorde disonante que se diera entre el individuo y la forma.
Gombrowicz reconoce la participación de elementos fantásticos en el desarrollo de sus creaciones pero no acepta que su irrealidad tenga la misma naturaleza que la de Wyspianski. “Wyspianski puso en marcha una patética maquinaria que acabó por aplastarlo, por eso es tan grandiosa la puesta en escena y en proporción resulta tan poca cosa lo que el autor quiere decir a los polacos (...)”

“A los polacos y a los no polacos. Su teatro ha sido un fracaso en el extranjero, no porque sea polaco, sino porque desde el punto de vista universal, carece de elementos enriquecedores. ¿Grecia? El teatro griego era algo natural para los griegos y estaba acorde con su manera joven de sentir la existencia. En cambio, para nosotros este teatro ya no es más que autoritario (...)”
“El carácter griego de la obra de Wyspianski se limita a la majestuosidad del decorado. No es algo que refresque y purifique nuestra visión, es únicamente solemne. Por lo cual resulta que su supuesto realismo esta a cien millas de la realidad. Wyspianski no veía los fenómenos concretos, porque sólo se fijaba en sus sublimaciones y síntesis conceptuales. Un teatro en medio de conceptos. Fue un gran director de escena (...)”

“Aportó unos decorados espléndidos. Hizo todo lo posible para asegurar un gran patetismo al espectáculo. Salió al escenario, pero, intimidado por la grandiosidad del decorado, se calló”. Los caminos que hay que seguir para llegar a ser un escritor connotado son misteriosos. A los ocho años, Gombrowicz, para escabullirse del hermano mayor que le quería pegar, usaba la táctica del pájaro cucú.
Se escondía detrás de un arbusto y salía gritando: –¡Chiflado! Cuando el hermano empezaba a correr en esa dirección, Gombrowicz, que ya se había escondido detrás de otro arbusto, salía y le gritaba: –¡Bestia! A estas aventuras infantiles le siguieron las del colegio en el que, por una cosa o por la otra, también era corrido, y así llegó el tiempo de la Universidad.

“Finalmente escogí la Facultad más cómoda y atrayente para los holgazanes: la Facultad de Derecho. En el otoño comencé a asistir a las clases de derecho romano. Pero pronto dejé de asomarme por la Universidad. El derecho resultó ser para mí un aburrimiento pesado e insufrible y mis compañeros de curso tampoco se mostraron demasiado entusiasmados ni interesantes (...)”
“Cuando leo en los diarios de Zeromski sus años universitarios saturados de colorido, ricos en amistades, política, sueños, poesía y declamación, llenos de lo que él denomina ‘la genial charlatanería estudiantil’ le tengo envidia, ya que a mí el destino me escatimó ese entusiasmo. Stefan Zeromski alcanzó muy pronto la madurez y a la edad de los veintitantos años ya tenía barba y había destrozado unos cuantos corazones (...)”

“Yo, por el contrario, con el aspecto de un mocoso y de un hijo mimado de mamá en comparación con él, fui, de alguna manera, mucho más maduro. Mi madurez se manifestaba en la convicción de que ‘la vida es la vida’, como solían decir mis tíos del campo, y ninguna reforma, acción, levantamiento, lucha, daría una pizca más de razón a mis colegas y no transformarían el mundo en un paraíso (...)”
“Era realista hasta la médula y sentía aversión por toda clase de ilusiones, trivialidades y teorías escritas. Odiaba el entusiasmo”. Condicionado social y políticamente por un período particularmente conflictivo en la historia de Polonia, Stefan Zeromski, era un escritor muy comprometido con los movimientos libertarios y patrióticos polacos de finales del siglo XIX y principios del XX.

Dedicó gran parte de su esfuerzo literario a defender un punto de vista nacionalista, exaltando la conciencia nacional polaca y el patriotismo. “Cenizas” es una novela de Zeromski dedicada a narrar la historia de los soldados polacos que lucharon y murieron como miembros de la Grande Armée de Napoleón durante las campañas europeas. Los protagonistas son dos oficiales de la entonces inexistente Polonia
Recorren la Europa destrozada por la ambición del corso y en su peripecia aparece la carga de la caballería polaca contra las fuerzas españolas en Somosierra en el momento en que Napoleón se dirige hacia Madrid. Cuando después de varios intentos los franceses entran en Zaragoza, convertida en despojo humeante y ruinoso, los dos polacos resumen el cansancio del empeño en una amarga reflexión.

“¿Qué hacemos nosotros aquí, luchando contra la libertad de los españoles cuando lo que tendríamos que hacer es batallar para obtener la nuestra, la de Polonia, la de todos nuestros compatriotas?”. Su objetivo de libertad e independencia para Polonia marcó la literatura de Zeromski, tanto para señalar virtudes como defectos, incluso los defectos de unos proyectos que tenían una enorme contradicción para aquellos patriotas polacos.
Creyendo defender el ideal de libertad, contribuyeron, junto a Napoleón, a sojuzgar a un pueblo, el español, que luchaba por defender los mismos ideales. “Zeromski fue seguramente más profundo y más sublime que Sienkiewicz. Pero tiene un defecto, o quizás se trata más bien de una flauta hecha de dos materiales de calidades diferentes: no suena limpio (...)”

“En Zeromski, el modo de sentir el amor es definitivo y trágico, mientras que el modo de sentir la patria es secundario y más bien didáctico. El Zeromski que destila los elixires del amor aparece desnudo, y el Zeromski patriota, aunque todo corazón y todo conciencia, es un ciudadano y un ‘escritor polaco’. Zeromski, que no tenía nada de novelista y en cambio lo tenía todo de poeta, se puso a escribir novelas de temas sociales (...)”
“Estos escritos eran, cuanto menos, extraños a su naturaleza. El destino lo había situado en las regiones del sexo y del amor pero, poco a poco, a medida que iba adquiriendo madurez intelectual, aumentaba la presión de otras cuestiones relacionadas con Polonia, con el pueblo, con la injusticia y con los agravios, y la conciencia empezó a atormentarlo y a alejarlo de su verdadera naturaleza (...)”

“Es sabido que el arte requiere frialdad; el artista se expresa con tanto más acierto y tanto más fuerza cuanto menos vinculado sentimentalmente está con el tema, el artista tiene que ver objetivamente lo que ha de ver, de modo que no puede estar interesado en ello. Y de entre todos los sentimientos, el que más esclaviza es el respeto; el artista tiene que dominar el tema y, es más, tiene que deleitarse con él (...)”
“Pero la conciencia no le permitía a Zeromski tratar la materia social en forma creativa y soberana. De este modo, el respeto y el amor debilitaron su mano, no se atrevió a ser suficientemente sensual, se volvió modesto, sumiso, serio y responsable, ni hablar de divertirse o de sentir emoción por su propia madre. Esos contenidos respetables irrumpieron en su arte sin estar digeridos ni destilados previamente (...)”

“No alcanzó a llevar en la sangre todo aquello que trataba con tanto respeto, y ese amante no poseyó a Polonia, la respetaba demasiado. No supo poner de acuerdo su misión social con su instinto”. Gombrowicz siguió otro camino, bastante distinto al de Zeromski. Pensaba en los roles que podía desempeñar y que no le resultaban inaccesibles: abogado, juez, comerciante, profesor, filósofo, artista, lugareño..., pero ninguno le gustaba demasiado.
A pesar de la confusión que tenía en la cabeza y de que la actividad de escribir no estaba bien vista entre los miembros de su familia, Gombrowicz, poco a poco se fue convirtiendo en un escritor, apuntando siempre al mismo norte: ‘la vida es la vida’”. Había una paradoja, sin embargo, en esa convicción de sus tíos del campo, que despertaba la perplejidad de Gombrowicz.

Si sus acciones iban a influir en el futuro, era responsable, por lo menos en parte, de lo que ocurría en el mundo. Pero si su propia vida estaba regida por circunstancias que escapaban a su control, entonces no era responsable de sus acciones. Y esta paradoja ya nos lleva de la mano, porque una cosa que siempre le anduvo dando vueltas en la cabeza a Gombrowicz era saber cuánto de loco estaba.
En la vida corriente no era tan extravagante ni tan loco como en la literatura, pero Gombrowicz quería experimentar en su gran laboratorio, sacar consecuencias formales extremas de las ligeras alteraciones que sufría su imaginación en la vida de todos los días. Gombrowicz no soportaba ni el compromiso ni la responsabilidad que habían desviado de su camino a Zeromski.

Los consideraba una enfermedad que producía una deformación en el hombre, era una carga muy pesada para la naturaleza humana. La idea de una conciencia cada vez más profunda para alcanzar la existencia auténtica debía conducir a la locura. De este rechazo que hace Gombrowicz del compromiso y la responsabilidad excesivos nacen algunos reproches que se le hacen a su falta de sinceridad y a su histrionismo.
Pero hay que recordar que la literatura es escurridiza y lo obliga al escritor a rebotar con las paredes del lenguaje y del objeto. El bufón que todos llevamos dentro nos habla muy claramente de las ganas que tenemos de divertirnos y del deseo de una mayor flexibilidad y de una forma menos definida. Si alguna cosa en el mundo, sea la cosa fuere, no le permite al hombre pensar y sentir libremente, puede que no alcance para volverlo loco.

Pero lo pone en el camino de la locura. Al reflexionar sobre sus numerosas angustias Gombrowicz llega a la conclusión de que los tormentos se le aparecen con un aspecto insignificante e inocente. “Me puedo imaginar la guerra como el sabor de un té de anteayer o como un forúnculo en un dedo o como las tinieblas. Semejante visión corroe el valor de los tormentos como los gusanos corroen la madera (...)”
“¿Qué tienen en común el miedo y la inocencia? Y sin embargo, el colmo del terror es para mí algo tan puro como... el colmo de la inocencia”. Stanislaw Przybyszewski, el ideólogo y el más radical propagador de la estética modernista en Polonia, se dio a conocer como dramaturgo y novelista. En sus novelas aparece la oposición entre el individuo con ambiciones artísticas y el ambiente social con sus mecanismos destructivos.

La acción de la mayoría de las novelas de Przybyszewski se desarrolla en un ambiente bohemio y el tema del instinto sexual aparece con frecuencia en su prosa. Como dramaturgo, Przybyszewski resume en su obra teórica los principios del drama sintético que ejecutaba en su propia obra dramática. Su teoría presenta coincidencias con los principios del simbolismo.
Sin embargo, lo más importante de su creación dramática, es que rompe con las limitaciones temáticas existentes hasta aquel momento en el drama polaco. El tema fundamental de casi todas su obras es el conflicto entre el erotismo y las normas éticas, unas energías a las que trata de poner en caja con un demonismo desembozado, un demonismo que finalmente lo pierde.

Su obra, marcada por el simbolismo de Strindberg y por el expresionismo alemán, puede considerase como un punto de enlace con la vanguardia polaca, más especialmente con Stanislaw Ignacy Witkiewicz y con Bruno Schulz. La obra de Gombrowicz en la que aparecen con más claridad las concepciones que puso en juego Przybyszewski es “Pornografía”.
“El protagonista de esta novela, Fryderyk, es un Cristóbal Colón que parte a descubrir tierras desconocidas. ¿Qué busca? Esa belleza nueva, precisamente, esa poesía nueva disimulada entre el adulto y el joven. Fryderyk es un poeta de una conciencia llevada al extremo, al menos eso es lo que yo pretendía. Pero resulta tan difícil entenderse en nuestros días (...)”

“Algunos críticos han visto en él a un Satán, ni más ni menos, y otros, se han contentado con una definición más trivial: un voyeur”. Pero Gombrowicz incluyó a Przybyszewski en el grupo de escritores polacos anteriores a su generación que se malograron por haberle dado una excesiva importancia a la participación de su ‘yo’, una idea que en sus manos resulta un tanto llamativa.
“Probablemente era el único que podía llevar a cabo la revisión de nuestros valores, o al menos enriquecer nuestra vida con una serie de mitos estimulantes y categóricos en su extremismo. No tiene mayor importancia el hecho de que introdujera la modernidad y la bohemia, lo que importa es que aboliera nuestro bonachón, puro y cívico concepto del arte, introduciendo en nuestro idilio polaco el concepto de la creación artística (...)”

“Fue el primero en Polonia que encarnó el arte implacable, un arte que no hacía concesiones a nadie ni a nada y que constituía una tremenda descarga del espíritu. Fue el primero entre nosotros que realmente exigió el derecho a la palabra ¿A qué atribuir el hecho de que esta imaginación se volviera pretenciosa, de mal gusto, retorcida, chillona, de que enfermase de Przybyszewskianismo? (...)”
“La corriente del pensamiento europeo que lo había fecundado estaba a un paso de la ridiculez, y sin embargo nunca cayó en ella. Si el estilo de Schopenhauer era infalible, el de Nietzsche, el de Wagner, el de los representantes del romanticismo alemán y del satanismo francés o escandinavo en cambio, en más de una ocasión rozaron una grandilocuente chapuza (...)”

“Y sin embargo, sólo en un polaco creció de esta semilla un árbol de una ridiculez y un mal gusto evidentes. ¿Será posible que hasta tal punto los polacos no sirvamos para el demonismo? Aquí se manifiesta de nuevo la impotencia del polaco ante la cultura. Para el polaco, la cultura no es algo de lo que él mismo se sienta coautor, la cultura le viene de afuera como algo superior, sobrehumano, y le resulta imponente (...)”
“Pero ¿qué es lo que le resulta imponente a Przybyszewski? ¿La Nación? ¿El Arte? ¿La Literatura? ¿Dios? Przybyszewski tiene mucho de un provinciano al que han dejado sentar a la mesa de la Europa más aristocrática, pero a él no le importa tanto Europa como Przybyszewski mismo. Porque al polaco lo que sí le resulta imponente es él mismo en su dimensión histórica, no hay nada que lo intimide más que su propia grandeza (...)”

“Igual que Pilsudski aplastado e incluso horrorizado con Pilsudski, igual que Wyspianski inmovilizado bajo el peso de Wyspianski, igual que Norwid gimiendo y cargando sobre sus hombros a Norwid, también Przybyszewski miraba con temor y terror sagrados a Przybyszewski. En todo lo que escribe se oye: ¡Yo soy Przybyszewski! ¡Soy un demonio! ¡Soy un profeta! (...)”
“Si hubiese conservado el oído, el gusto y la vista de un hombre normal, un ataque de risa convulsiva lo hubiera prevenido de las piruetas del demonismo. Pero, como era polaco, tenía que estar de rodillas. Y estaba de rodillas ante sí mismo”. Gombrowicz intentó en “Pornografía” elevarse por encima del erotismo y el satanismo de Przybyszewski y de Witkiewicz.

Poco tiempo después de haber terminado esta novela a Gombrowicz le pareció que esta obra podía ser un intento de renovación del erotismo polaco, un erotismo que se correspondiera mejor con el destino y la historia de la Polonia de los últimos años hecha de violencia y esclavitud, una historia que descendía hacia el oscuro extremismo de la conciencia y del cuerpo.
La idea de que “Pornografía” podía ser el moderno poema erótico de Polonia no se le apareció mientras la escribía, era una idea extraña, por otra parte, ajena a su naturaleza. Extraña porque Gombrowicz no escribía para la nación ni con la nación ni desde la nación, escribía consigo mismo y desde su propio interior. “Para que un escritor pueda llegar a la realidad, tiene que reunir dos requisitos a la vez (...)”

“Tiene que expresar el espíritu colectivo, pero también la existencia individual; tiene que ser una personalidad controlada por la colectividad, una colectividad que también debe estar controlada por la personalidad individual. En cambio ellos se hundieron del todo en la masa, o bien en aquellas abstracciones como: nación, historia, arte, que son producto de la cultura colectiva. Y siempre fueron siervos de algo (...)”
“Y en esta postura tan incómoda saludamos la independencia. Pero la independencia no nos devolvió la libertad: ni la libertad de sentimientos, ni la libertad de visión. Polonia, a la que teníamos que nutrir con nuestra propia sangre individual, era económica y militarmente endeble, estaba políticamente situada entre dos potencias amenazadores, estaba culturalmente enferma de anacronismo (...)”

“Y lo peor es que no era un Estado ni grande ni pequeño: era suficientemente grande para ser llamado a jugar un papel histórico y demasiado pequeño para estar a la altura de este cometido. Es posible que en los terrenos político y económico no tuviéramos otra cosa que hacer, pero en el arte la libertad es incomparablemente mayor, y afirmo que incluso que en aquella situación era posible en Polonia un arte real (...)”
“¿Por qué el arte nos ha defraudado tan terriblemente en este sentido? Quisiera detenerme un poco para volver a aquellos años, los años de la independencia. Para destruirlos, mi actual situación catastrófica así lo exige. Debo movilizar todas la ventajas que se derivan de mi situación y demostrar que puedo vivir mejor y de manera más auténtica. En aquellos años, en Polonia, me sentía como dentro de algo que quiere ser y no lo consigue (...)”

“Algo que quiere expresarse y no es capaz. De modo que finalmente rompí todas las relaciones con la gente de Polonia, y con lo que creaban. Me encerré en mí mismo decidido a vivir sólo mi propia vida, fuese la que fuese, y a ver con mis propios ojos; creía que en el momento que consiguiera categóricamente ser yo mismo, encontraría tierra firme bajo los pies (...)”
“De ahí que se me ocurriera, paradójicamente, que la única manera en que yo, un polaco, podía convertirme en un fenómeno de pleno valor en la cultura era éste: no ocultar mi inmadurez, sino confesarla, y con esta confesión, apartarme de ella. Avanzaba en esta dirección a ciegas, simplemente por que cada paso que daba en ese sentido hacía mi palabra más fuerte y mi arte más auténtico. Lo demás no me preocupaba demasiado, Lo demás, tarde o temprano, llegaría por sí solo”



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