jueves, 10 de junio de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y LA INDEPENDENCIA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y LA INDEPENDENCIA



“Sería fatal que, siguiendo el ejemplo de muchos otros polacos, me deleitara con el recuerdo de nuestra independencia de los años 1918-1930, que no me atreviera a mirarla a los ojos fría y libremente. Lo que pido es que no se confunda mi frialdad con un efectivismo barato. El aire de libertad nos fue dado para que emprendiéramos la lucha contra un enemigo más atormentador que todos los opresores anteriores, contra nosotros mismos (...)”
“Después de las luchas contra Rusia y contra los alemanes, nos esperaba la batalla contra Polonia. No es de extrañar, pues, que la independencia resultara ser más dura y más humillante que la esclavitud. Mientras estábamos absorbidos por la rebelión contra la agresión del opresor, las preguntas: ¿quiénes somos?, ¿qué hacer de nosotros?, permanecían como adormecidas, pero la independencia despertó el misterio que dormía en nosotros (...)”

“Con la recuperación de la libertad surgió ante nosotros el problema de la existencia. Para existir de verdad era preciso transformarnos. Pero semejante transformación superaba nuestras fuerzas; nuestra libertad sólo era aparente; en la primera estructura de la nación anidaban la falsedad y la violencia que frustraban nuestras iniciativas. Nuestra debilidad nos prevenía contra cualquier cambio en nosotros, no fuera que todo se viniera abajo (...)”
“Si yo escribiese la historia de la literatura de esa época... Pero no puedo escribirla porque no conozco la mayoría de esos insípidos libros. Cualquiera que sea una literatura en sus medios de expresión –realista, fantástica o romántica–, siempre tiene que estar estrechamente ligada con la realidad, porque hasta la fantasía resulta importante sólo en cuanto nos introduzca en la esencia de las cosas (...)”

“Nos tiene que introducir aún más de lo que lo haría la mediocridad del sentido común. De modo que la cuestión decisiva para conocer la autenticidad de la literatura o de la vida espiritual de una nación será precisamente ésta: comprobar hasta qué punto están próximas a la realidad. A la Polonia de aquel entonces la llevábamos en el pecho como la armadura de Don Quijote, pero por si acaso preferíamos no probar su resistencia”
En el grupo de escritores que formaron las mentes de quienes vivirían en la independencia se destaca con una luz fulgurante Henryk Sienkiewicz. Frente al conflicto que existía entre el Dios absoluto y el Dios de Sienkiewicz Gombrowicz encuentra una solución intermedia en la difícil infancia de un hombre adulto. A Gombrowicz le costaba trabajo mantener buenas relaciones con el catolicismo.

Esa doctrina estaba en contradicción con su visión del mundo, pero el intelectualismo contemporáneo se estaba volviendo peligroso y le despertaba más desconfianza aún que el propio catolicismo. El cristianismo le ofrece al hombre una visión coherente y no lo tienta a resolver con su propia cabeza los problemas del mundo, una tentación que, por lo general, produce resultados catastróficos.
En un principio contrapone el catolicismo superficial de Sienkiewicz al trágico y profundo catolicismo de Simone Weil con el que se podía encontrar un leguaje común entre la religión y la literatura contemporánea. Pero, posteriormente, se aleja de Weil y se acerca otra vez a Sienkiewicz porque, según dice, se había vuelto partidario de la mediocridad, de la tibieza, de las temperaturas medias, y enemigo de los extremismos.

Un año después de que naciera Gombrowicz Henryk Sienkiewicz recibe el Premio Nobel de Literatura, el quinto en la historia del galardón. Este insigne hombre de letras polaco, gran defensor de la causa de Polonia, que escribió sobre temas referidos a los problemas sociales del campesinado y de las clases pobres de las ciudades, es uno de los autores más leídos del siglo XX.
La cuestión Sienkiewicz que se le presentó a Gombrowicz estaba vinculada a Dios, a la patria y a la inferioridad. Los valores más importantes que tenían los polacos antes del nacimiento de Gombrowicz eran los de Dios y los de la patria. Cuando murió ya no lo eran, se habían transformado, sin embargo, hay que decir que estos dos valores son universales, señalan dos pertenencias fundamentales, la transcendencia y la tierra.

El poder de Dios y de la patria se había debilitado en la conciencia de Gombrowicz y la idea de inferioridad presionaba para ocupar su lugar. Gombrowicz anduvo buscando durante toda su vida una manera de pasar de la inferioridad a la superioridad con un movimiento de ida y vuelta conservando por separado las propiedades que tienen cada uno de estos estadios.
Esta aspiración a la totalidad y a la universalidad era una característica de la cultura de su tiempo. “De todos los ambientes, estilos moribundos el que agonizaba con más suntuosidad era el de los terratenientes, el espíritu de la nobleza. Fue un espíritu imponente, formado por la tradición, pulido por la literatura, representante de casi todas las facetas de lo polaco y que, en la víspera, aún gobernaba en el país (...)”

“¡Qué espectáculo daban esos hidalgüelos bonachones y afables, corpulentos y cerrados de mollera, cuando todo empezó a fundírsele entre las manos y tuvieron que enfrentarse con la modernidad armados nada más con un puñado de perogrulladas prestadas de Henryk Sienkiewicz! Un exquisito bocado para un joven sádico como yo que buscaba un cambio radical (...)”
“Me dediqué enseguida a practicar la provocación en diversas mansiones grandes y pequeñas de las regiones de Sandomierz y Radom”. Desde sus primeros escarceos literarios con el mundo de la inmadurez hasta el Premio Internacional de Literatura pasó mucho tiempo. Cuando lo recibió Gombrowicz golpeó a los polacos de muy buena gana, como siempre lo hacía, para que sintieran en carne viva los errores que habían cometido con él.

“¡Oh, literatura polaca! Yo, el andrajoso, el desplumado, el maltratado, yo, el presumido, el renegado, el traidor, el megalómano deposito a tus pies este laurel internacional, el más sagrado desde los tiempos de Sienkiewicz y de Reymont! ¡Lo veis palurdos! Qué fácil es permanecer con los Copérnicos y con los Sienkiewicz. Resulta más difícil adoptar una actitud inteligente y honesta con los valores vivos de la nación”
Empezamos diciendo que la cuestión de Sienkiewicz se le había presentado a Gombrowicz vinculada a Dios, a la patria y a la inferioridad. El Dios polaco es un sistema maravilloso que mantiene al hombre en la esfera intermedia de la existencia, es una manera de esquivar lo extremo, el Dios polaco es el Dios de Sienkiewicz, ese escritor eximio de segunda fila, ese Homero de cuarta categoría, ese Dumas padre de primera clase.

Es difícil encontrar en la historia de la literatura un encantamiento parecido al que produjo Sienkiewicz sobre la nación y las masas. Los polacos leían a Mickiewicz porque era una literatura obligatoria, pero Sinkiewicz embriagaba los corazones de todos los polacos porque les acercó un tipo de belleza distinto. Antes de Sienkiewicz la belleza polaca se identificaba con la virtud.
Los gustos fueron cambiando con el tiempo y la virtud terminó por resultar aburrida. La naturaleza humana se manifiesta en el pecado, en la expansión vital, y la verdadera belleza no se consigue silenciando la fealdad. El dilema entre la virtud y la vitalidad no estaba resuelto, entonces, Sienkiewicz, sazonó la virtud con el pecado, endulzó el pecado con la virtud y preparó un licor dulzón.

Era un licor no demasiado fuerte y, sin embargo, excitante, un licor que gusta sobre todo a las mujeres. El pecado simpático, bonachón, encantador y limpio es la especialidad de la cocina de Sienkiewicz, lo preparaba para fortalecer a la nación y a Dios. A Gombrowicz le resultaba claro que el Dios de Adam Mickiewicz y de Henryk Sienkiewicz estaba subordinado a la nación.
La moral individual de Dios le cedía su lugar a la moral colectiva de la nación abriéndole la puerta al espíritu del rebaño, es decir, de la masa, por eso es que Sienkiewicz es un escritor católico sólo en apariencia. “Por eso la literatura de Sienkiewicz podría ser definida como el desprecio por los valores absolutos a los que reemplaza por una vida superficial y facilitada (...)”

“La fuerza de Sienkiewicz consiste precisamente en que él elige el camino del menor esfuerzo, en que es todo placer, un desahogo despreocupado en un sueño barato. Nos introduce como nadie en los recovecos del alma donde se realiza nuestra huida de la vida, el modo polaco de eludir la verdad”. El lenguaje del catolicismo limitado de Sienkiewicz no alcanzaba para satisfacer el propósito de Gombrowicz.
No alcanzaba para lograr un encuentro entre lo superior y lo inferior, un encuentro que Gombrowicz buscaba y que el cristianismo, con una sabiduría calculada para todas las mentes, le podía procurar. Tuvo que seguir otro camino, un camino en el que entronizó la inmadurez como un promontorio de la cultura y con la que desmontó una buena parte de los hábitos contemporáneos.

“Yo, que soy terriblemente polaco y terriblemente rebelde contra Polonia, siempre me he sentido irritado contra Polonia, siempre me he sentido irritado ante ese mundillo polaco infantil, falso, ordenadito y pío. A ello achacaba la inmovilidad polaca en la historia, y la impotencia polaca en la cultura, porque a nosotros nos lleva Dios de la manita. Contraponía esa obediente infancia polaca a la adulta autonomía de otras culturas (...)”
“Ah, esta nación sin filosofía, sin una historia consciente, intelectualmente lerda, una nación que sólo ha sido capaz de engendrar un arte bonachón y honrado, una nación blandengue de poetastros líricos, de folklore, de pianistas y actores, una nación en la que hasta los judíos se diluyen y pierden su veneno... Mi actitud literaria está guiada por la idea de sacar al hombre polaco de todas las falsas realidades (...)”

“Mi deseo es ponerlo en contacto directo con el universo, y que se las arregle como pueda. Mi deseo es arruinarle su infancia. Pero ahora, en medio de este susurro que presiona sin cesar, frente a mi propia impotencia, en la imposibilidad de estar a la altura, me viene a la cabeza la idea de haber caído en contradicción conmigo mismo. ¿Arruinar mi infancia? ¿En nombre de qué? (...)”
“En nombre de la madurez que yo mismo no puedo soportar ni aceptar. Pues el Dios polaco, el Dios de Sienkiewicz, al contrario del Dios de Weil, es precisamente un maravilloso sistema de mantener al hombre en la esfera intermedia de la existencia, es una manera de esquivar lo extremo, por lo cual clama mi insuficiencia. ¿Cómo puedo querer que no sean niños, si yo mismo, por las buenas o por las malas, quiero ser un niño? (...)”

“¿Un niño?, sí, pero un niño que ha alcanzado todas las posibilidades de la seriedad adulta y las ha experimentado. En esto radica toda la diferencia. Comenzar por rechazar todas las posibilidades, encontrarme en un cosmos tan insondable como sea posible, en un cosmos cuyo alcance corresponda a mi máxima conciencia, y experimentar el hecho de estar abandonado a la propia soledad y a las propias fuerzas (...)”
“Sólo entonces, cuando el abismo que no habrás logrado dominar te arroje de la silla, siéntate en el suelo y descubre de nuevo la hierba y la arena. Para que la infancia llegue a ser lícita, hay que llevar la madurez a la bancarrota. Bromas aparte, cuando pronuncio la palabra infancia, tengo la sensación de expresar el contenido más profundo y todavía adormecido de la nación que me ha engendrado (...)”

“Pero no es la infancia de un niño, sino la difícil infancia de un adulto. Sienkiewicz es la ensoñación a la que nos abandonamos antes de dormirnos..., o hasta el mismo sueño. ¿Se trata, pues, de una ficción? ¿Una mentira? ¿Un autoengaño? ¿Un desenfreno espiritual? Y, sin embargo, Sienkiewicz constituye probablemente el hecho más real de nuestra vida literaria (...)”
“Ninguno de nuestros escritores fue ni siquiera la mitad de real que Sienkiewicz; quiero decir que fue en verdad leído con placer. Y fue tan real no tanto por el mundo irreal y hasta falso que había creado cuanto por la influencia archirreal que ejercía sobre los lectores. ¿Acaso era una ilusión, o por el contrario existía más que los demás? Tengamos en cuenta que una ficción que cambia algo en el mundo también se convierte en realidad (...)”

“Ni por un momento se preocupó Sienkiewicz por la verdad absoluta, no era de esos cuya mirada fulminante arranca las máscaras; tampoco tenía nada de solitario. Esencialmente sociable, tendía hacia la gente y quería gustar; unirse a la gente era para él más importante que unirse a la verdad, era de los que buscan la confirmación de su propia existencia en la existencia ajena (...)”
“Y puesto que su naturaleza no buscaba la verdad sino lectores, adquirió un olfato extraordinario en lo que se refiere a la búsqueda de la necesidad que él pudiera satisfacer. De ahí proviene aquella elasticidad espiritual suya, aquella adaptación absoluta y totalmente sincera a lo que constituían las necesidades del rebaño. Y puesto que se formaba para los hombres, también era formado por ellos (...)”

“Esto dio como resultado una maravillosa homogeneidad de estilo, una forma deliciosamente impregnada de humanidad y resplandeciente, una gran capacidad de crear mitología, y la percepción de uno de los mayores y más difíciles de descubrir peligros en el arte, el peligro de aburrir. Sienkiewicz es auténtico en la medida en que una necesidad (aunque fuese la necesidad de lo falso) puede crear valor (...)”
“Aquí nos topamos con una paradoja: este escritor conservador se revela en este sentido como un precursor de los revolucionarios tiempos contemporáneos; este escritor creyente subconscientemente se encuentra próximo a la filosofía que derriba los valores absolutos y vive con la dialéctica de los valores relativos surgidos de las necesidades y donde el hombre se convierte en la medida del valor (...)”

“¿La fe de Sienkiewicz? Me inclino a suponer que Dios constituía para él un modo de convivir con el pueblo. ¿Un Sienkiewicz ateo, bolchevique, sería imposible? No, todo lo contrario, es hasta tal punto posible que si algún día la modernidad roja polaca produce un gran escritor, será exactamente un Sienkiewicz à rebours. Pero él no se veía a sí mismo desde este lado (...)”
“No era consciente de ello, Y si lo hubiese sido, eso habría significado su inmediato fin como Sienkiewicz. Porque Sienkiewiicz quiera decir existir no en el mundo, sino en cierto mundo, en un fragmento del mundo, en un mundo secundario que se toma como el mundo real y del cual se rechaza conocer las raíces que los unen a la realidad. Sienkiewicz no se daba cuenta de ese mecanismo y eso es lo que le faltaba para ser plenamente moderno”



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