miércoles, 9 de junio de 2010

WITOLD GOMBROWICZ, LA LÍNEA DE SOMBRA Y EL HORROR

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ, LA LÍNEA DE SOMBRA Y EL HORROR


“A finales de 1943 tuve un resfrío del que me quedó una febrícula que no quería irse. Por aquella época solía jugar al ajedrez en el café Rex de la calle Corrientes, y Frydman, director de la sala de juego, noble y buen amigo, se alarmó por mi estado de salud y me dio algo de dinero para mandarme a las montañas de Córdoba, hecho que me resultó muy agradable (...)”
“Pero cuando llegué a Córdoba seguía teniendo fiebre, hasta que por fin, crac, se rompe el termómetro que me había dejado Frydman, compro uno nuevo y... la fiebre desaparece; es así que debo mi estancia de unos meses en La Falda a la circunstancia de que el termómetro de Frydman marcara unas décimas de más. Todos conocéis las características de esas vacaciones despreocupadas en la montaña o en el mar (...)”

“Mi entendimiento con la América Latina, que encarnaba el rejuvecimiento de las espléndidas razas europeas, sorprendentemente silenciosa y discreta en su amable existencia, me parecía no enturbiado por nada, a pesar de que en esa misma época mi hermano y mi sobrino se hallaban en un campo de concentración, y mi madre y mi hermana, tras huir de la Varsovia destruida, vagaban por provincias profundas (...)”
“Era el año en que a orillas del Rin resonaban los gritos de terror y de dolor de la última contraofensiva alemana. Pero estos gritos, esos aullidos de los que yo no me olvidaba, no hacían más que aumentar mi silencio. Sin embargo, un buen día, al mirarme con atención al espejo, observé algo nuevo en mi cara: una sutil red de arrugas que afloraba en la frente, bajo los ojos y en las comisuras de los labios (...)”

“Había llegado el inevitable momento en que mis años se abrían paso a través de la mentira de mi tez juvenil. A partir de ese momento empecé a observar con atención las carreteras que salen de La Falda y descubrí que existía un límite entre donde terminaban las luces de las casitas y de los hoteles y donde empezaba la oscuridad del espacio. Denominé este límite, siguiendo a Conrad, la línea de sombra (...)”
“Cuando a la noche la traspasaba, dirigiéndome a Valle Hermoso, sabía que estaba adentrándome en la muerte, una muerte invisible, sutil y lenta, pero que no dejaba de ser una agonía. Sabía que yo mismo encarnaba el envejecimiento, la muerte que finge vivir, que todavía camina, que sólo es vital en cuanto se comporta como la progresiva realización de la muerte (...)”

“La mistificación tenía que descubrirse, algún día tenía que terminar mi permanencia retardada e ilícita en la vida en flor. Regresé a Buenos Aires convencido de que ya nada me quedaba..., al menos nada que no fuera sucedáneo. Volvía con mi humillante secreto que me avergonzaba, pues no era viril, y yo, hombre, estaba subordinado a los hombres, y me amenazaban las carcajadas estrepitosa y groseras de esos rudos machos (...)”
“Me amenazaban sólo porque me había escapado de su código posesivo. En Rosario, el tren se llenó de veinteañeros; eran conscriptos marineros que volvían a su base de Buenos Aires”. Existen muchas leyendas sobre al origen del ajedrez y distintos países se atribuyen su procedencia. Hoy se cree que el ajedrez procede de la India y que su creador lo ideó para entretener a su rey.

Le pidió al soberano como recompensa que le diera un grano de trigo por la primera casilla, dos por la segunda, cuatro por la tercera hasta cubrir las 64 de las que consta el tablero siguiendo esta proporción en el paso de una casilla a la siguiente. Como en aquel tiempo no sabían lo que era una progresión geométrica el rey le respondió inmediatamente que sí sin presentir en absoluto lo que significaba todo eso.
Resultó que hecho el cálculo correspondiente se descubrió que todos los graneros del imperio de 16.384 ciudades de 4.080 agricultores no hubieran bastado para contener la cantidad de trigo pedida, pues equivalía a un cubo de más de un kilómetro de lado. Otros cuentan la historia de que el inventor fue el griego Palamedes, y que lo habría inventado durante el sitio de Troya para distraer a los guerreros durante los días de inacción.

Sea cual haya sido el origen del ajedrez, fue jugando al ajedrez que yo conocí a Gombrowicz en una tarde del café Rex del año 1956. El café Rex había sido durante veinte años un lugar ideal, se podía conversar y jugar al ajedrez. Cuando en marzo de 1961 ese café cerró se nos partió en dos un medio mágico: la conversación se nos fue para La Fragata y el juego para un club de ajedrez.
Yo no sé si una persona a la que no le interesa este juego puede entender lo que significa el ajedrez, además del juego en sí mismo es un refugio para protegerse de los infortunios de la vida, es una manera de matar las amenazas del tiempo, pero también es un campo en el que se cruzan las existencias de una manera intensa, el color de fondo que da el ambiente del ajedrez es inolvidable y no puede ser reemplazado con nada.

El ajedrez fue para Gombrowicz en la época de su mayor miseria argentina y de la guerra una disciplina que lo ayudó a soportar la pobreza y la soledad, el café Rex se convirtió para él en un verdadero hogar. Paulino Frydman, gran maestro de ajedrez, era integrante del equipo de ajedrez polaco que vino a la Argentina para competir en las olimpíadas del año 1939.
“Conocí a Gombrowicz en la época que era más pobre. Y, sin embargo, siempre lo he visto vestido modestamente, pero de un modo limpio y digno. Bien afeitado, con el pelo corto y correctamente peinado. Era metódico, no le gustaba el desorden ni le tiraba el alcohol. Se ocupaba de su salud con el mismo cuidado que le dispensaba a sus demás asuntos, no dejaba nada librado al azar (...)”

“Era un hombre que jamás olvidaba nada ni descuidaba ningún detalle. Gombrowicz es el hombre más serio que he conocido en mi vida. Era muy leal como amigo, siempre mantenía sus promesas”. Este comentario que hace el maestro Frydman es una descripción excelente de un buen burgués venido a menos, pero siempre a la altura de las circunstancias y consciente de su alcance social.
“Algunos días después, lo vi entrar al café Rex, era un apasionado de ese juego. El ambiente le gustó mucho. Jugaba y, entre las partidas, solía charlar, lo que no agradaba a sus adversarios. Gombrowicz no era un jugador profesional pero tenía un buen nivel para ser aficionado. Su juego era muy personal, un poco fantaseoso. No conocía bien la teoría y practicaba principalmente el ataque (...)”

“Además jugaba siempre con el estado psicológico de su adversario. Tenía manías que ponían a los otros jugadores fuera de sí, por ejemplo, la costumbre de tomar alguno de los peones entre el dedo índice y el mayor y dar pequeños golpes secos contra el tablero. Gombrowicz jugaba indistintamente con buenos y malos jugadores y le daba igual perder que ganar (...)”
“El ajedrez lo ayudaba a Gombrowicz más que ninguna otra cosa a calmar los nervios en la difícil situación en la que se encontraba aquí en la Argentina. Al concentrarse en las partidas de ajedrez, se olvidaba de todo lo demás. Esta disciplina le fue muy útil durante la guerra y en los momentos de mayor pobreza y soledad. El café Rex era como un segundo hogar para él”.

La traducción de “Ferdydurke” fue posible gracias a que Frydman consiguió traer en forma milagrosa un ejemplar del libro desde Polonia, pero ni Piñera ni las otras personas que ayudaron a Gombrowicz a poner en español a “Ferdydurke” pudieron comparar las dos versiones pues no sabían polaco. Los polacos hispanohablantes observaron después de que el libro apareciera en la Argentina que Gombrowicz había creado una versión más fácil.
Lo hizo así para que la novela atrajera la atención del lector sobre el contenido del libro. Por medio de la eliminación de las partes difíciles y estilísticamente más extrañas, reemplazadas por un breve sumario del sentido del fragmento faltante, los autores de la traducción se propusieron no desalentar a los lectores hispanohablantes en el mismo comienzo de la obra.

Existe una última mención escrita que Gombrowicz hace del maestro Frydman, es el pasaje de una carta que se volvió famosa y dio la vuelta al mundo. “Todavía quiero hacerle observar desde el punto de vista estético que la belleza del amor depende únicamente de las personas que lo hacen. Imagínese al maestro Frydman encamado con Frau Schultze y observe si esto no es inmundicia, aunque esté santificada por el Santo Matrimonio (...)”
“Usted Goma no sabe nada de nada”. La idea de Conrad sobre el horror y la línea de sombra también se le presentaban a Gombrowicz por su pertenencia a dos mundos. El problema moral es la línea de sombra que cruza en un camino de ida y vuelta. En vida del padre Gombrowicz entraba a la oscuridad y volvía a la luz con alguna facilidad, cruzaba la línea de sombra en las dos direcciones.

Este ida y vuelta le permitía comportarse como un camaleón. Su doble personalidad se prestaba a la mistificación, su apariencia de terrateniente más que de asiduo de cafés y de escritor vanguardista le producía todo tipo de malentendidos, especialmente con el género femenino. Después de la muerte de su padre se le fue haciendo claro que tenía que justificar su vida con una obra de orden superior pues el tiempo pasaba.
Su situación en Polonia se hacía cada vez más penosa. A partir de los treinta años su pertenencia a una clase social superior empezó a debilitarse y el desastre de la guerra que arruinó a su familia y también a él pusieron a esta pertenencia en el camino de la extinción. “¿De quién se está hablando? ¿A quién debemos comprender bajo la definición de escritor en el exilio? (...)”

“Adam Mickiewicz escribía libros y también los escribe el señor X, cómo no, un señor que escribe textos absolutamente correctos y hasta bastante leídos, ambos son escritores y escritores en el exilio... pero aquí acaba el parentesco entre ellos. ¿Rimbaud? ¿Norwid? ¿Kafka? ¿Slowacki?... hay distintos tipos de exilio. Supongo que ninguno de ellos se horrorizaría demasiado con la visión de esta clase de infierno (...)”
Es desagradable no tener lectores, muy desagradable no poder editar las propias obras, no es nada divertido ser desconocido, resulta fastidioso verse privado de la ayuda de ese mecanismo que empuja hacia arriba, hace propaganda y organiza la fama..., pero el arte está cargado de soledad y autosuficiencia, encuentra su satisfacción y su razón de ser en sí mismo (...)”

“¿La Patria? Pero si cada uno de los hombres célebres, precisamente a causa de su celebridad, ha sido extranjero hasta en su propia casa. ¿Los lectores? Pero si ellos jamás han escrito para los lectores, sino siempre contra los lectores. Homenajes, éxito, renombre, fama: pero si precisamente se hicieron famosos porque se valoraban más a sí mismos que a su éxito (...)”
“Y todo lo que en cada uno de los literatos, incluso los de menor calibre, hay de Kafka, de Conrad o de Mickiewicz, lo que es verdadero talento y verdadera superioridad o madurez, de ninguna manera cabrá en los sótanos del exilio”. Joseph Conrad, novelista británico de origen polaco, es uno de los grandes escritores modernos en lengua inglesa, cuya obra explora la vulnerabilidad y la inestabilidad moral del ser humano.

Abandonó su Polonia natal ocupada por los rusos y se trasladó a Marsella. Desde ese puerto partió en navegaciones de barcos mercantes franceses, luchó en España en las guerras carlistas y vivió una historia de amor que lo llevó al borde del suicidio. Posteriormente Conrad se puso al servicio de la Marina mercante inglesa y obtuvo la nacionalidad británica.
Además del esfuerzo de escribir, sobrellevó el sufrimiento que le producía la gota, así como la parálisis de su mujer y los exiguos ingresos que obtenía de su trabajo. La vida en el mar y en puertos extranjeros constituye el telón de fondo de casi todos sus relatos, pero su obsesión fundamental fue la condición humana y la lucha del individuo entre el bien y el mal.

Una de las novelas más conocidas de Conrad es “Lord Jim”, en la que explora el concepto del honor a través de las acciones y sentimientos de un hombre que se pasa la vida intentando expiar su cobardía durante un naufragio ocurrido en su juventud. “¡El horror! ¡El horror”, la última exclamación de Kurtz en “El corazón de las tinieblas”, es un descenso a los infiernos en el viaje de Marlow.
También es una crítica despiadada al imperialismo occidental y una investigación acerca de la locura. Su obra explora la vulnerabilidad y la inestabilidad moral del ser humano, y sus personajes son hombres con categoría de héroes que se enfrentan a su condición y a los límites que tiene el hombre, desafiando el mal o la corrupción, en su búsqueda de ideales supremos.

Joseph Conrad constituye uno de los casos extremos del exilio polaco, no sólo se exilió de Polonia sino también del idioma polaco. Gombrowicz lo distingue como a un escritor excepcional que enfrenta penurias extremas. El Asiriobabilónico Metafísico hizo declaraciones desdeñosas sobre Gombrowicz y Conrad. “Cuando fui a París los periodistas me preguntaban si conocía a Gombrowicz.
“Yo les respondía, 'debo reconocer mi ignorancia, no lo he leído'. Empecé a leer 'Ferdydurke', pero al cabo de diez minutos de lectura me sentí con ganas de leer otros libros. Quizás lo mejor de la literatura moderna sea esa que –por virtud o por carencia– nos lleva a querer leer a los clásicos: les debo a algunos libros modernos el haber leído tantas veces a Virgilio (...)”

“!Qué raro es el caso de Polonia!, ¿no? Ha dado escritores famosos a otros países, como Conrad a la literatura inglesa. Conrad en realidad era polaco. Debe ser que los polacos desconfían del destino de su lengua. Ahora, esto es peligroso, ¿no? Si recordamos, por ejemplo, el caso de Bacon que por desconfiar del destino del inglés –él solía decir 'nuestras lenguas son perecederas'– escribió toda su obra en latín”
Los escritos del Vate Marxista sobre Gombrowicz y Conrad son más constructivos que los del Asiriobabilónico metafísico. “¿Y qué hubiera pasado si Gombrowicz hubiera escrito ‘Transatlántico’ en español? Quiero decir ¿qué hubiera pasado si Gombrowicz se hubiera hecho el Conrad? (un polaco que, como todos sabemos, cambió de lengua y ayudó a definir el inglés literario moderno) (...)”

“Podemos sospechar los efectos del español de Gombrowicz en la literatura argentina. Uno piensa inmediatamente en Roberto Arlt. Alguien que quiso denigrarlo dijo que Arlt hablaba el lunfardo con acento extranjero. Esa es una excelente definición del efecto que produce su estilo. Y sirve también para imaginar lo que pudo haber sido el español de Gombrowicz: esa mezcla rara de formas populares y acento eslavo (...)”
“Vivir en otra lengua, se ha dicho, es la experiencia de la novela moderna: Conrad, claro, o Jerzy Kosinski, pero también Nabokov, Beckett o Isak Dinesen. El polaco era una lengua que Gombrowicz usaba casi exclusivamente en la escritura, como si fuera un idiolecto, una lengua privada. Por eso ‘Transatlántico’, primera novela que escribe en el exilio, quince años después de Ferdydurke, establece un pacto extremo con la lengua perdida”

Al final de la historia argentina se produce el segundo destierro de Gombrowicz, en 1939 se había desterrado de Polonia a bordo del Chrobry y en 1963, veinticuatro años después, se estaba desterrando de la Argentina otra vez a bordo del Federico Costa. Se fue a Berlín invitado por la Fundación Ford a pasar un año en esa ciudad endemoniada donde se pergeñó buena parte de su ruina.
¿En qué pensó cuando le ofrecieron la beca?, es difícil responder esta pregunta pero más que pensamientos debieron ser impulsos obscuros los que lo pusieron en movimiento. No tuvo oportunidades de regresar a Polonia después de su viaje providencial a la Argentina, primero los alemanes y después los comunistas le cortaron el paso. El arte en general, y no sólo el del exilio, está en estrecha relación con la descomposición y la enfermedad.

El artista transforma esta degradación en salud. Un artista en el exilio es un ambicioso, un derrotado agresivo y asimismo un conquistador, pero eso también lo son los artistas que se quedan en casa. El arte es un cementerio, de cada mil personas apenas una o dos consigue existir de verdad, el resto no logra realizarse y se queda en la esfera de la dolorosa insuficiencia.
La suciedad que proviene de estas ambiciones insatisfechas no tiene tanto que ver entonces con el destierro sino más bien con la naturaleza misma del arte. Son elementos característicos de cualquier café literario, y en realidad es indiferente en qué lugar del mundo se atormentan los escritores que no son bastante escritores para ser escritores de verdad.

Quizá sea más sano que estos escritores se vean privados de los mimos y de las contemplaciones que les hacían en el propio país. No hay nada de extraño en que unas criaturas de invernadero tan cuidadas en el seno de la nación se marchiten fuere de ese seno. El escritor que se muere separado de su sociedad jamás ha existido verdaderamente, es un embrión de escritor.
En muchos momentos de la historia ocurre que lo mejor de un país es expulsado al extranjero. Gombrowicz piensa que la ventaja consiste en que se abre una posibilidad de pensar el país desde el lado de afuera. En el caos general de la nueva tierra se relajan las formas reinantes en la conciencia y se puede encarar el futuro de un modo más libre. Pero este exceso de libertad es, paradójicamente, lo que más ata al escritor.

Se siente amenazado por la inmensidad del mundo y el carácter definitivo de sus problemas, entonces se agarra al pasado, es decir, a sí mismo, porque tiene terror a que todo se le desarme, y finalmente se toma de la única esperanza que le queda, la de recuperar la patria. Para recuperar la patria debe resignar su propio yo, no sabe ser escritor sin patria, pero al resignar su propio yo para recuperar la patria deja de ser escritor, escritor en serio.
El artista en el exilio no sólo vive fuera de la nación, también vive fuera de su elite, tiene que enfrentar personalmente la presión de un vida brutal e inmadura. Algunos son empujados por esta razón a una trivialidad democrática, otros a un vulgar realismo, y otros más al aislamiento. El escritor debe encontrar una forma de sentirse otra vez superior para recuperar su valor.

No es extraño que en estas condicione el escritor esté paralizado por la inmensidad y por su propia debilidad, que esconda la cabeza y fabrique una parodia del pasado, que huya del mundo para ir a parar a su pequeño mundillo. “Y, sin embargo, tarde o temprano nuestro pensamiento tiene que labrarse las vías de salida del impasse. Nuestros problemas darán con la gente adecuada (...)”
“En este momento no se trata de la creación misma, sino de la recuperación de la capacidad de crear. Debemos crear esa porción de libertad, valor y decisión, y hasta diría irresponsabilidad, sin la cual la creación es imposible. Debemos simplemente familiarizarnos con la nueva escala de nuestra existencia. Tendremos que tratar con sangre fría y sin miramientos nuestros sentimientos más queridos (...)”

“Con esta actitud llegaremos a conquistar unos valores nuevos. En el momento en que nos pongamos a formar el mundo desde el lugar en el que nos encontramos y con los medios de que dispongamos, la inmensidad menguará, la infinitud tomará una forma y comenzarán a bajar las turbulentas aguas del caos”



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