domingo, 6 de junio de 2010

WITOLD GOMBROWICZ, LA CONDESA Y RETIRO

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS


WITOLD GOMBROWICZ, LA CONDESA Y RETIRO



“En la casa de Antonio Berni conocí a Cecilia Benedit de Debenedetti, en cuya casa de la avenida Alvear se reunían bohemios de todo tipo”. Cecilia vivía dentro de una especie de halo brumoso: conmovida, embriagada, espantada por la vida, se despertaba de un sueño para sumirse en otro sueño aún más fantástico, luchando a la manera de Charles Chaplin con la substancia misma de la existencia (...)”
“Era incapaz de soportar el hecho de existir, se trataba de una mujer de cualidades eminentes y excepcionales, un alma muy noble de aristócrata”. Gombrowicz había conocido a Cecilia, a quien consagró con el título de Condesa, en la recepciones que hacía en su casa de la avenida Alvear. Reuniones de bohemios, bailarines y chicas monísimas en las que Gombrowicz se recuerda siempre con una copa en la mano.

“¿Conoces a aquellas dos chicas de allí, de aquel rincón?; –Son hijas de la señora que está hablando con Lafleur. Te diré lo que cuentan de ella: se llevó dos chicos de la calle a un hotel; para excitarlos les puso una inyección..., pero uno de ellos tenía el corazón débil y se murió. ¡Ya puedes imaginarte! Una investigación, la policía..., pero estaba bien relacionada, echaron tierra sobre el asunto, ella se marchó un año a Montevideo”
Los jóvenes eran para Gombrowicz víctimas propiciatorias de la muerte y del sexo en sus formas más intensas. El orden social descansaba sobre esos esclavos, que apenas adolescentes eran tomados por el cuello para el servicio militar, obligados a jurar obediencia ciega, preparados para matar y dejarse matar. Gombrowicz consideraba a la juventud como un valor por debajo de los otros valores.

Sin embargo, era un valor cruel que destruía a los otros valores, un valor que se bastaba a sí mismo, pero los jóvenes de sus narraciones, por lo general, están en apuros. Cecilia era una dama de los tiempos de su prehistoria argentina, debería correr todavía mucha agua para que la Condesa le abriera paso a la resurrección de Gombrowicz apoyando la edición argentina de “Ferdydurke”.
Esa dama, que había “resultado ser un báculo de virtudes y un calor de encantos, a pesar de la neurastenia que la perseguía”, puso fin a un dilema que apareció cuando a fines de 1945 Gombrowicz anuncia en el café Rex que va a regresar a la literatura con la traducción de “Ferdydurke”. Sus amigos se proponen ayudarlo, era preciso asegurarle la subsistencia para que se dedicara exclusivamente a la traducción.

“En lugar de buscar un mecenas habíamos tenido la idea de reunir a una docena de amigos de buena voluntad cuya contribución sería de cien pesos cada uno, lo que nos permitiría reunir mil doscientos pesos, o sea una subvención de trescientos pesos por mes. Se precisaba que no se trataba de un regalo sino de un préstamo, pues los cien pesos les serían devueltos a cada contribuyente cuando se cobraran los derechos de autor (...)”
“Era una especie de fondo nacional para las artes... Pero en esta ocasión, como en tantas otras, la solución vino de parte de Cecilia Benedit de Debenedetti a quien Gombrowicz dedicó la primera edición argentina de ‘Ferdydurke’”. Cuando Gombrowicz traduce “Ferdydurke” al español, los miembros del comité de traducción se empiezan a entusiasmar, de este entusiasmo Gombrowicz deduce algo que anota en sus diarios mucho tiempo después.

“Era, pues, un libro universal. Era uno de esos pocos libros, poquísimos libros polacos capaces de conmover realmente a los lectores extranjeros de la mejor categoría. ¿Y en París? Me di cuenta de que la carrera mundial de ‘Ferdydurke’ no era algo que perteneciera sólo al dominio de los sueños, cosa que ya sabía de antes, pero se me había olvidado”. Pero también hace una referencia superficial en el prefacio.
Le indica a los lectores del libro que se toquen la oreja derecha, la izquierda o la nariz según fuera el sentimiento que les hubiera despertado el libro. “Con esta ligereza, incluso frivolidad, introduje a ‘Ferdydurke’ en el mundo argentino; y lo hice así porque ante este segundo debut mi postura era aún más intransigente con respecto al lector y a su aceptación o su rechazo”

En las vísperas de la aparición de “Ferdydurke” Gombrowicz se refiere a la Condesa mientras pasa unas vacaciones en su casa de Salsipuedes pensando en millones de pesos. “Estoy muy bien, en un lindo chalet con buena cocina y en compañía de la Condesa. Ocurre que mi estadía aquí puede ser muy fructuosa pues la Condesa es tan amable conmigo que quiere presentarme a su prima que tiene dos millones (...)”
“También quiere presentarme a varios otros miembros de su familia que suman alrededor de diez millones, pero tengo que mantener a toda costa mi prestigio y dignidad. ¡Qué culta, qué inteligente, qué fina es esta mujer!”. La Condesa estaba deslumbrada con Gombrowicz y posiblemente también algo enamorada. “Nos veíamos a menudo en casa de los Berni; después Witold vino a nuestra casa (...)”

“Yo quería que abriera un salón: –No sea perezosa, Cecilia, celebre reuniones intelectuales en su casa”. Gombrowicz le decía a la Condesa que la vida social es una obligación y no un placer. “A veces me invitaba al Rex y jugaba al ajedrez. Yo me quedaba sola sentada a una mesa esperándolo. Esperaba, esperaba, esperaba, y cuando había terminado de jugar, me acompañaba a casa (...)”
“En ocasiones, por la noche, íbamos a cenar al Sorrento de la calle Corrientes, y cenábamos tranquilamente, contentos de nosotros mismos. Era un gran amigo. En la calle Venezuela tenía colgado un cuadro que había pintado yo, era un desnudo que él había colgado al revés, quizás trataba de disimular el hecho de que le había gustado. En el Banco Polaco le hacía creer a los empleados que yo era una condesa (...)”

“En mi casa de Salsipuedes, después de cenar, nos sentábamos en el porche a charlar. Durante aquellas largas veladas se hablaba de todo. Cuando terminábamos de conversar se iba al garaje donde estaba su habitación, yo veía cómo se alejaba completamente solo. Todas las veces tenía la misma extraña impresión al verle la espalda, se repetía todas las noches. Siempre de espaldas alejándose completamente solo”
Seis años después de la legendaria traducción de “Ferdydurke”, François Bondy lee esta primer versión argentina de la novela y escribe una nota, la primera aparecida en Europa Occidental después de la guerra, una nota que le va abriendo el camino a Gombrowicz para su entrada triunfal en París, venciendo finalmente la impresión que le había producido la obra a las principales editoriales francesas.

“Se trata de las aventuras de un hombre maduro, reintegrado por la fuerza a la adolescencia y a la escuela, que se convierte en objeto de diversas empresas de infantilización y de adultización. Publicaremos próximamente algunas páginas características con la esperanza de que los amantes de Jarry se alegrarán de descubrir a un Gombrowicz que, con una tradición eslava y gogoliana, payasesco, desafiante e irónico, crea una obra que llega a ser hasta genial, en todo caso de una sorprendente extrañeza”
Bondy no le pierde pisada a Gombrowicz y sigue escribiendo sobre “Ferdydurke” hasta que, finalmente, la editorial Julliard le abre las puertas a un mundo que en Polonia y en la Argentina le había resultado hostil. El restaurante Sorrento, donde Gombrowicz acostumbraba a comer con Cecilia, se convirtió para Gombrowicz en una especie de santuario gastronómico.

Allí recibí enseñanzas sobre los modales de la mesa: el cuchillo sólo se utiliza si no se puede prescindir de él, nunca para una omelette, una tarta, con el tenedor alcanza; la cuchara debe ingresar de costado a la boca, nunca de punta; el caldo se debe absorber en silencio; no se deben tomar los alimentos con las manos; lo que ingresa a la boca no puede salir por la boca.
¿Y los carozos y las espinas?, le preguntaba yo: –Arréglese, hay que sacarlos antes; jamás usar mondadientes y mucho menos llevarse una mano a la boca para ocultar las maniobras que se hacen con él. Basta decir que Gombrowicz violaba una por una todas estas prohibiciones: –¿Qué hace, Gombrowicz?; –Vea, Gómez, una vez que se sabe, está permitido.

Y es el restaurante Sorrento el que le da una idea sobre la que escribe un pasaje célebre en las páginas de los diarios en el que convierte a la comida en un mecanismo que baila al son de una música metafísica. “A derecha e izquierda, burguesía. Las mujeres se meten en sus orificios bucales trozos de carne mortecina y mueven la bocacha –eso les pasa al esófago y después al aparato digestivo (...)”
“Todo ello con cara de sacrificio, y de nuevo abren el orificio para llenarlo... Los hombres se valen de cuchillo y tenedor; entre otras cosas, sus pantorrillas embutidas en las perneras se nutren aprovechando el trabajo de los órganos y del aparato digestivo..., ¿sería francamente extraño abordar la actividad de la gente aquí reunida como la nutrición de las pantorrillas...? (...)”

“Pero el mecanismo de sus movimientos está fijado en los más mínimos detalles, todas estas operaciones están definidas y formadas desde hace siglos: alargar la mano para alcanzar el limón, untar los trocitos de pan, conversar entre dos tragos, llenar los vasos o servir los platos al margen de una conversación, con una sonrisa oblicua –una uniformidad de movimientos casi como en los conciertos de Brandeburgo (...)”
“Se ve aquí la humanidad que se repite a sí misma sin descanso. La sala, rebosante de comilona, se manifiesta en una infinidad de variantes, como una figura de vals repetida por los bailarines; y la cara de esta sala concentrada en su eterna función era la cara de un pensador”. Las reuniones que se hacían en la casa de la Condesa representaban para Gombrowicz los salones aristocráticos de los que tanto había huido en Polonia.

“Abandoné rápidamente la reunión en la casa de Cecilia, y en la inmóvil y oscura noche argentina, me dirigí hacia Retiro, que ya conocéis de ‘Transatlántico´. Allí aparece una colina desciende hasta el río; la ciudad se extiende hacia el puerto y el hálito silencioso del agua es como un canto entre los árboles de la plaza... Había en esa plaza muchos jóvenes marineros (...)”
Deseo aclarar a quien pudiera estar interesado en ello, que nunca, a excepción de unas aventuras esporádicas a mi muy temprana edad, he sido homosexual. Tal vez no sepa hacer frente a la mujer, no sé hacerle frente en el terreno afectivo, ya que existe en mí una especie de bloqueo sentimental, como si temiera el afecto..., y sin embargo, la mujer, sobre todo un determinado tipo de mujer, me atrae y me cautiva (...)”

“En cuántas ocasiones abandoné las reuniones artísticas o amistosas para dejarme caer por allí, vagar por Retiro, por Leandro Alem, tomar cerveza, y hondamente emocionado, captar los destellos de la Diosa: la juventud. La juventud, el secreto de esa vida floreciente y a la vez humillada”. Si dispusiéramos de un poder sobrenatural que nos permitiera sintetizar en una sola palabra el paso de Gombrowicz por la Argentina debiéramos elegir Retiro.
Así como Gombrowicz utilizó el culo para empezar a desestructurar todos los disfraces con los que se nos aparece la forma, al cigarrillo para destruir a la pintura, a la mano para comprender la naturaleza de los alemanes, utilizó a Retiro para comprender su relación con la Argentina. Tan importante era Retiro para él que cuando tuvo en sus manos el primer ejemplar de la versión argentina de “Ferdydurke” hizo una peregrinación a Retiro.

Le ofrendó su obra más querida a la Torre de los Ingleses. Retiro se le convirtió en un recuerdo cruel y patético, así como en un representante de su propia catástrofe, la catástrofe de Polonia y la catástrofe de Europa. Entre los recuerdos de sus miserias argentinas, incluidos los de sus días entre rejas, el que permanecía en Gombrowicz como un símbolo misterioso era Retiro.
Vamos a dar entonces un paseo por Retiro a ver si podemos dejar caer los velos de tanto misterio, aunque el misterio es el bocado más sabroso del que se alimenta el arte. Retiro es también uno de los puntos de comparación que utiliza el Filósofo Payador para encontrar un parecido entre Gombrowicz y el Asiriobabilónico Metafísico. Estos dos hombres no sólo eran diferentes sino que, además, querían ser diferentes.

Pero por aquello de que sólo pueden ser diferentes las cosas que son parecidas el Filósofo Payador sale a buscar las semejanzas que sin embargo tienen estos dos escritores eminentes. Gombrowicz afirma que el Asiriobabilónico Metafísico es europeizante y se ocupa de literatura y que él, en cambio, no es europeizante, sino al contrario, y se ocupa de la vida.
El Payador intenta desmontar una parte de esta reflexión afirmando que Gombrowicz tenía la costumbre de preguntar si había personas inteligentes cuando llegaba a las ciudades del interior argentino, de lo que concluye que era más partidario de la inteligencia que del vitalismo. Les encuentra parecidos en asuntos generales en los que en verdad podría tener algún parecido.

El esnobismo aristocratizante, uno, con los antepasados militares y los orígenes ingleses, otro, con las pretensiones nobiliarias y las manías genealógicas; en la atracción por lo bajo, uno, con el culto al coraje y a los matones de comité, otro, con la atracción por Retiro y la inmadurez. “El secreto de Retiro, un secreto realmente demoníaco, consistía en que allí nada podía llegar a la plenitud de su expresión (...)”
“Todo tenía que estar por debajo de su nivel, y de alguna manera en su fase inicial, inacabado, inmerso en la inferioridad..., y, sin embargo, aquello era precisamente la vida viva y digna de admiración, la encarnación más alta de las cosas accesibles para nosotros”. La juventud se le había aparecido a Gombrowicz como un refugio para protegerse de la cultura, buscaba en este estadio de la vida algo más radical.
“Yo podría decir que buscaba al mismo tiempo la juventud propia y también la ajena. La juventud ajena, porque aquella juventud en uniforme de marinero o de soldado que veía en la plaza, la juventud de aquellos corrientísimos muchachos de Retiro, era inaccesible para mí; la identidad del sexo y la falta de atracción sexual excluían cualquier posibilidad de unión y posesión”.

¿Detrás de qué andaba Gombrowicz? ¿Qué era eso de la falta de atracción sexual?, ¿por qué mentía? Gombrowicz nos dice que estaba repitiendo la historia de Polilla, que trataba de fraternizar con el peón. La fraternización con el peón tenía un carácter erótico más que poético, y su relación con los muchachos de Retiro también era erótica y sexual; pagaba por esas relaciones y a veces era maltratado, como el Gonzalo de “Transatlántico”.
Fue con Carlos Mastronardi, también homosexual, con quien mantuvo los diálogos más escabrosos sobre la sodomía, cada uno disfrazándose como podía en este juego prohibido. El factor atenuante en este diálogo era el infantilismo. A mi juicio Gombrowicz se manejaba mejor con la forma infantil que con la inmadura, porque la infancia, con las pulsiones sexuales en estado de nacimiento, es menos drástica que la juventud.

Gombrowicz tuvo que abandonar dos proyectos literarios fundamentales: una obra cuyo tema era el dolor, y otra sobre sus experiencias homosexuales de Retiro. La enfermedad, en el caso del dolor, y el pudor, en el caso de la homosexualidad, fueron las causas de esta frustración. No hay duda de que Gombrowicz le hizo lugar a su homosexualidad en su obra artística de una manera profunda, consciente pero sin embargo velada
El resultado de este propósito fue bueno, debiéramos decir muy bueno. Pero él quería encontrarle un lugar más amplio a su homosexualidad, menos oculto y más directo, este segundo propósito no lo alcanzó. Su impotencia para darle apariencia de bellas y espirituales a las relaciones sexuales que mantenía con los jóvenes le producía vergüenza y lo hacía sentir culpable.

Este sentimiento de culpa lo acompañó toda la vida, era una culpa que tenía dos orígenes: el de la vergüenza que le causaba su homosexualidad y el de la impotencia para transformar su homosexualidad en belleza. “Algunos verán en mi mitología del joven la prueba de mis inclinaciones homosexuales; pues bien, es posible. No obstante, deseo hacer una observación (...)”
“¿Es seguro que el hombre más hombre permanece insensible por completo ante la belleza del muchacho? Y aún más, ¿cabe decir que la homosexualidad, milenaria, extendida, siempre renaciente, no es otra cosa que extravío? Y si ese extravío es tan frecuente, si se halla tan universalmente presente, ¿no es acaso porque prospera sobre el terreno de una atracción innegable? (...)”

“¿No parecen ocurrir las cosas como si el hombre, seducido para siempre por el joven y a él sometido, procurase refugiarse en los brazos de una mujer porque ésta representa para él, a fin de cuentas, una juventud? Hay mucha exageración en todo ello, pero también una pequeña parte de verdad”. Ese fermento de Retiro nunca encontró su forma, pero Gombrowicz siempre sintió la necesidad de narrar esa experiencia argentina.
Consideraba que un hombre que toma la palabra públicamente, un literato, debe introducir a los lectores, de vez en cuando, en su historia privada. La fuerza de un hombre sólo puede aumentar cuando otro le presta la suya. De modo que el papel del literato no consiste en resolver problemas, sino en plantearlos para concentrar en sí la atención general y llegar a la gente: allí ya quedarán de alguna manera ordenados y civilizados.

Gombrowicz necesitaba que los otros conocieran su homosexualidad de una forma artística, para ser más fuerte. “¿Qué puede saber ese cactus, me pregunto, sobre el Eros, pervertido o no? Para él el mundo erótico siempre será una habitación aparte, cerrada con llave, que no se comunica con otras habitaciones de la vivienda humana. La sociología, sí, la psicología..., éstas son las habitaciones donde se siente como en su casa. (...)”
“Pero el erotismo es para Sandauer una monomanía”. Las fábulas volátiles de los artistas son consistentes sólo cuando nos revelan alguna realidad, la que fuere, y la pregunta que nos debiéramos hacer sobre las perversiones eróticas de Gombrowicz es si ellas han llevado al descubrimiento de alguna verdad; si no fuera así no vale la pena romperse la cabeza, sería un caso para ser tratado en un hospital.

Para Gombrowicz el hombre joven debe convertirse en un ídolo del hombre realizado que envejece. El dominio orgulloso del mayor sobre el menor sirve para borrar una realidad, la realidad de que el hombre en declive sólo puede tener un vínculo con la vida a través del joven, ese ser que asciende, porque la vida misma es ascendente. La naturaleza insuficiente y ligera del joven es un factor clave para la comprensión del hombre y del mundo adultos.
Existe una cooperación tácita de edades y de fases de desarrollo en la que se producen cortocircuitos de encantamientos y violencias, gracias a la cual el adulto no es únicamente adulto sino también joven. Estas afirmaciones, aunque no están formuladas abiertamente en “Pornografía"” son las que determinan la naturaleza del experimento que lleva a cabo Gombrowicz.

Pero, para cierta especie de críticos, la acción de esta novela es un fábula arbitraria y mágica que ocurre simplemente por orden de Fryderyk, un personaje sobrenatural y casi divino, que vendría a ser algo así como el alter ego de Gombrowicz. Las naturalezas no eróticas tienen dificultades para penetrar en los mundos eróticos, además, las obras de Gombrowicz son difíciles, sin embargo, la estupidez de los críticos debiera tener un límite, el límite de no escarbar en las perversiones de Gombrowicz sin la capacidad de descubrir a qué consecuencias llevan.



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