sábado, 26 de junio de 2010

WITOLD GOMBROWICZ, LA HOMOSEXUALIDAD Y EL PATRIOTISMO

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ, LA HOMOSEXUALIDAD Y EL PATRIOTISMO


“¿Mi moral? Mi moral consiste en primer lugar en protestar en nombre de mi humanidad personal, en mostrar esa ironía y ese sarcasmo que expresan mi rebelión. Y en segundo lugar, en la fe de que todo los que nos permite descifrar mejor nuestra verdadera índole y nuestra situación en el mundo constituye un triunfo sobre la naturaleza. En mi opinión, la literatura poco seria trata de resolver los problemas de la existencia (...)”
“La literatura seria los plantea. Un hombre solo no arreglará los problemas de la existencia, éstos se solucionan, si es que solucionan, en el seno de la humanidad. La literatura seria no existe para hacer la vida más fácil, sino para complicárnosla. ¿Y ‘Transatlántico’? ¿Qué pasará con ‘Transatlántico’, que deberá aparecer en Polonia de un momento a otro? Todo lo que escribo es igualmente esencial y universal (...)”

“Aunque quisiera, no podría reducir mi temática, que siempre será la misma: el hombre y el mundo. Pero ‘Transatlántico’ trata también de Polonia y esa palabrita, ‘Polonia’, basta para despertar en ellos todos los complejos localistas. ‘Transatlántico’ no se deshace. Me ha salido bien esa construcción, una penetración progresiva en lo fantástico, ese crecimiento de una realidad propia y autónoma (...)”
“Es un cuento que he contado en el que, aparte de otras cosas, aparece Polonia. Pero Polonia no es el tema, como siempre, soy yo, yo mismo, son aventuras mías y no de Polonia. Lo que pasa es que yo soy polaco”. Para el Vate Marxista y el Filósofo payador “Transatlántico pasa por ser la mejor obra de Gombrowicz. En esta novela se entremezclan de una manera hilarante la homosexualidad y el patriotismo.

“¡Psicoanálisis! ¡Diagnóstico! ¡Fórmulas! Yo mordería la mano del psiquiatra que pretendiese destriparme privándome de mi vida interior. Pero como hecho a propósito, a causa de este montaje oculto que no soy el único en descubrir en la vida, por esa misma época me fue dado observar el cuadro clínico de una histeria que lindaba con mis propios sentimientos y era casi una advertencia: ¡cuidado, estás a un paso de esto! (...)”
“Ocurrió, pues, que a través de unos amigos de un conjunto de ballet en gira por la Argentina, entré en contacto con un ambiente de un homosexualismo extremo y enloquecido. Digo extremo, porque con un homosexualismo normal ya me topaba desde hacía tiempo; en cualquier latitud, el mundillo artístico está saturado de esta clase de amor, pero aquí lo que se me apareció fue su rostro frenético hasta la locura (...)”

“El grupo que conocí esta vez se componía de hombres enamorados de otros hombres más que cualquier mujer, eran putos en estado de ebullición, incansables, siempre a la caza, zarandeados por los jóvenes, desgarrados por ellos como si fueran perros, igual que mi Gonzalo en ‘Transatlántico’”. Cuando Gombrowicz empezó a escribir “Transatlántico” no pensó demasiado en Polonia.
Los elementos iniciales de la obra son recuerdos de los primeros días en Buenos Aires, había pasado el tiempo y la memoria se los traía al presente con un color prehistórico y un sabor rancio. Se le presentan algunos componentes que seguían la línea de la realidad, y entre la fantasía y los recuerdos realiza un control mediante el cual elimina el primer bosquejo.

“Transatlántico” es una novela que se le empieza a escapar y le aparecen asociaciones estrafalarias con los polacos en la Argentina, elementos excitantes: un puto, un duelo, hasta que le queda marcada una dirección de la que ya no puede regresar, una obra fantástica. Polonia se metió de paso, como un anacronismo que retuvo los recuerdos de la esclerosis prehistórica.
La idea que resulta para el lector de esta chifladura formal con alguna imprecación blasfema es que Gombrowicz se está rebelando contra la patria. El “Transatlántico” estrafalario fue convertido por los lectores en un barco corsario cargado de dinamita que puso rumbo a Polonia. Es el caso singular de una obra que transformó al autor, un niño irresponsable y jovial, en un capitán pensador y experimentado.

Polonia no era el tema, eran aventuras de Gombrowicz y no de Polonia, era una sátira de su vida en Buenos Aires; en Polonia pensó más tarde. “Solía comer en un restaurante donde los putos del ballet habían establecido su cuartel general y cada noche me sumergía en las aguas turbulentas de su locura, de su ritual, de su conspiración infatuada y atormentada, de su magia negra (...)”
“Por lo demás, había entre ellos personas excelentes, de grandes virtudes espirituales, a los que observaba con terror, viendo en el negro espejo de esos lagos alocados el reflejo de mi propio problema. Y de nuevo me preguntaba si a pesar de todo yo no era uno de ellos (...) Durante los siguientes años de mi estancia en la Argentina, la necesidad de trabajar para vivir me agobió (...)”

“Toda la realización de mi programa a largo plazo y escala más amplia se hizo técnicamente imposible. No podía concentrarme. La burocracia me absorbió y me atrapó entre sus papeles absurdos, mientras la verdadera vida se alejaba de mí como el mar durante la manera baja. Con un último esfuerzo escribí ‘Transatlántico’, en el que encontraréis muchas de las experiencias que acabo de contar (...)”
“Luego fui condenado a una labor literaria esporádica, de domingos y días festivos, como este diario que estoy escribiendo, donde no puedo transmitiros nada aparte de un resumen superficial, pobremente discursivo, casi periodístico. Qué le vamos a hacer. Que sea al menos una huella de mi manera de comportarme con mi segunda y dolorosa patria, la Argentina, que el destino me había deparado y de la que ya no podría separarme”

El “Transatlántico” estrafalario, esa sátira de la vida de Gombrowicz en Buenos Aires en sus comienzos de su vida en la Argentina, se convirtió en un barco corsario en el que ese exiliado regresó a Polonia. El patriotismo y la guerra, igual que para todos los polacos, jugaron un papel decisivo en la juventud y en la formación de Gombrowicz, pero en el sentido contrario.
“Todos los jóvenes se alistaban entonces como voluntarios, casi todos mis colegas se paseaban ya en uniforme. Para mí el ejército era una pesadilla, a mis dieciséis años ya me venía a la cabeza un angustioso pensamiento sobre el servicio militar que me esperaba al cabo de cinco años, y de repente una broma pesada de la historia hacía que las chicas me preguntasen por la calle: –Y usted, ¿por qué no lleva uniforme? (...)”

“Mi madre, horrorizada, reprobaba al gobierno por reclutar niños, pero yo no me hacía ninguna ilusión de que esto fuese algo más que la expresión de un temor egoísta por su propio hijo. ¿Así que yo era un cobarde? Hoy considero con mayor tranquilidad mi cobardía y soy consciente de que mi naturaleza me llamó a desempeñar ciertas tareas y desarrolló en mí otras facultades completamente ajenas a la milicia (...)”
“Pero un chico de dieciséis años no conoce aún nada de sí mismo y no halla su salvación si no es en lo que hacen los demás muchachos de su misma edad. La oposición terminante de mi madre venció la voluntad de mi padre que en principio exigía que yo cumpliera con mi obligación. Fui destinado a una institución civil que se dedicaba a enviar paquetes a los soldados del frente (...)”

“Creo que el año 1920 hizo de mí lo que seguí siendo hasta hoy: un individualista. Y sucedió así porque no supe cumplir con mis deberes hacia la nación en un momento en que una terrible amenaza se cernía sobre nuestra joven independencia. Esto me colocó en una situación apurada, no tenía alternativa. El patriotismo, cuando no estaba dispuesto a sacrificar mi vida por la patria, era para mí una palabra hueca (...)”
“Y ya que no existía en mí esta disposición, debía sacar consecuencias. Todos estos fermentos de juventud se fueron civilizando y puliendo con el curso de mi desarrollo ulterior. Pero no han desaparecido. Cosa extraña: se hubiera podido creer que toda esta confusión de sentimientos e ideas causada por la crisis de la guerra y por mi imagen manchada, iba a desembocar en un estado de doloroso desgarramiento (...)”

“Sin embargo, al contrario, todo ese estado de confusión de sentimientos se descargó bajo un ataque increíble de snobismo morboso. En el momento en que el combate con los bolcheviques llega cerca de Varsovia a su fase culminante, me entretenía mostrándole de refilón una foto a mi jefe en la oficina donde trabajaba de voluntario enviando paquetes a los soldados (...)”
“La foto era la de un edificio público de Lublin bastante conocido, sin embargo, le dije a mi jefe, que para mi desgracia lo había visitado un par de veces: –Es el palacio de mi prima Tyszkiewicz. La familia de los Tyszkiewicz, junto a la de los Radziwill, los Potocki y los Plater, era una de las más aristocráticas de Polonia pero no estaba emparentada con mi familia. Mis artificios se volvían indigeribles (...)”

Gombrowicz intentó ajustar las cuentas con la batalla de Varsovia y con la segunda guerra mundial en “Transatlántico” utilizando una blasfemia espantosa. Las guerras son el producto de la orden que los maduros le imparten a los jóvenes de que hay que morir por la patria. A este mandato Gombrowicz opone la filiatría, un idea que desarrolla en forma elocuente en “Transatlántico”.
Gombrowicz escribió “Transatlántico” en el Banco Polaco, protegido por la mirada bondadosa de Juliusz Nowinski, el presidente del Banco Polaco. A más de las cosas que le debieron pasar por la cabeza mientras lo escribía, la más de las veces cómicas, es seguro que cuando lo terminó y lo mandó a “Kultura” sabía que por algo así los polacos podían romperle los huesos.

Los escritores a quienes les había mandado el texto mecanografiado le advirtieron que había escrito algo peligroso, que a los exiliados polacos les resultaría insoportable, que era mejor dejar la publicación para más adelante cuando cambiaran las cosas, y que si a pesar de todo quería publicarlo ahora debía encomendarse a Dios. Se publicaron unos fragmentos de “Transatlántico” en “Kultura” acompañados con un prefacio.
“Supongo que el libro que tenéis en las manos os parecerá bastante chocante, porque un espíritu laico y hasta herético ha irrumpido en vuestros sentimientos religiosos. No pretendo ganarme la gracia de nadie, quiero responder con desprecio al desprecio con el que me han tratado mis compatriotas y que sigue amenazándome”. El peligro le empezó a rondar en la cabeza.

Recurre entonces al ya ilustre Josef Wittlin a ver si le puede escribir un prólogo que atempere un tanto la tempestad, pues el prefacio que había escrito para presentar los fragmentos era una nueva provocación. Fueron los lectores los que colocaron a Gombrowicz en el campo de la seriedad y del conflicto, sin embargo, “Transatlántico”, tiene también una buena dosis de infantilismo y de humor.
El prólogo de Wittlin era elocuente, valiente y sosegado, no obstante, también resaltaba, más que ninguna otra cosa, el problema polaco de modo que los demás aspectos de la obra fueron empalideciendo con el tiempo. “Aparece ‘Transatlántico’ en forma de libro con el prefacio de Wittlin y el mío. Indignación. Cartas. Reacciones en pro y en contra. Ahora mi papel ya está claramente definido (...)”

“Mi segunda entrada en la literatura patria, tras doce años de silencio, se desarrolla bajo el signo de la rebelión contra la patria”. En las reflexiones que hace Gombrowicz sobre sus colegas siempre encuentra un pelo en la leche, nunca deja de mirarles el lado flaco, ni el divino Schulz se salva de este despioje. A Wittlin, en cambio, no sólo no lo ataca sino que en los diarios va preparando poco a poco un panegírico sin fisuras.
Describe algunas características de su carácter excepcional: un poeta prosista, un santo rebelde, un clásico vanguardista, un patriota cosmopolita, un activista social solitario. Es difícil de creer que este dinamitero profesional no le hubiera encontrado ningún lado flaco al bueno de Wittlin. “Y la fuerza de toda la rebelión de Wittlin consiste en que él por nada del mundo quiere rebelarse y, si se rebela, es porque debe hacerlo (...)”

“Ésta es la razón de que ninguno de nosotros sea tan consciente como él, y de que las palabras de nadie sean tan capaces, como lo son las suyas, de conquistar a la gente endurecida por los prejuicios. Experimenté en mí mismo esa fuerza, ya que el prólogo de Wittlin a mi libro es una obra maestra llena de una fuerza transparente que persuade, y de una bondad cargada con el más moderno de los dinamismos (...)”
“Pero precisamente a causa de ese prólogo me lanzaría a un ataque contra Wittlin, lo atacaría para que no dijeran que lo perdono porque me defiende y apoya. ¡Qué mezquinos son mis sentimientos!”. A pesar de que Gombrowicz tenía prevenciones contra la gratitud, es probable que en este caso haya representado un exceso teatral de gratitud, Wittlin le había escrito el prólogo de “Transatlántico” en un momento dramático, pero aquí hay más.

Ya en sus primeros cuentos Gombrowicz había sacado consecuencias tempranas de la idea de intencionalidad, una noción que se hizo famosa con Husserl. Gombrowicz sabía que el mundo sólo revela al hombre su significado a través de las intenciones que el hombre tenga para con él. La montaña sólo es empinada porque quiero subirla, el azúcar tarda mucho en disolverse si tengo apuro en tomar el té.
Los objetos son pesados sólo cuando quiero levantarlos, y livianos cuando quiero mantenerlos firmes en medio del viento. En otras palabras, las cosas sólo tienen significado cuando el hombre se los da. El elogio que le hace a Wittlin tiene mucho que ver con esa montaña que sólo es empinada porque queremos subirla, por eso manifiesta que debiera atacar a Wittlin para que no digan que lo perdonaba porque lo defendía y apoyaba.

Después de hablar de sus sentimientos mezquinos deja pasar diez años y vuelve a Wittlin, pero ahora nos está diciendo que Wittlin fue el escritor que se acercó más al infierno, es decir, empieza a retirarse del panegírico absoluto que había pergeñado. Ese ángel con gorro de dormir bueno como el pan, es como es para no ser su contrario, su doble perverso, es santo para no ser diabólico.
Su fe es de las que persiguen a Dios como los caballos de una calesita se persiguen en una carrera sin fin. Una carrera brillante que nace de un espíritu burgués, el tiempo no lo ha cambiado pero quedó suspendido en el vacío porque la tierra se hundió bajo sus pies, un burgués al que se le desmoronó su burguesía, de ahí su demonismo. Es un enfermo que tiene una capacidad especial para vivir con su enfermedad.

A través de su propia enfermedad, a través de su neurastenia, a través de Hitler, a través de su herencia judía, alcanzó el corazón de la noche. “Y quedó suspendido sobre el abismo, ese hombre bueno y modesto, ¡qué espectáculo! Que quedaran suspendidos sobre el abismo Malraux, Camus, Schulz, Milosz, Witkacy, Faulkner forma parte del orden natural de las cosas porque nacieron colgados (...)”
“Pero cuando sobre el abismo queda suspendido un hombre bondadoso como Wittlin, el espectáculo puede producir vértigo, e incluso náuseas”. El hombre aniquilado por la historia puede convertirse con el tiempo en el creador de su propia historia, como ese Wittlin devenido en infernal por el derrumbe de la burguesía que sigue extrayendo de sí la misma bondad y el mismo buen juicio.

Witlin es como esas minúsculas arañas que confiadamente cuelgan de su propio hilo. El conflicto y las contradicciones no abandonan nunca a Gombrowicz, tampoco cuando juzga a Wttlin. Puede ser que en la naturaleza de los combates que libraba Gombrowicz esté presente el conflicto sartreano de la lucha de las trascendencias en la que cada uno trata de exceder al otro con la suya... puede ser.
Al ser vistos por otra persona, somos esclavos, mirando a la otra persona somos amos, este imprevisible reverso de la realidad es la parte del diablo. Sería vano el esfuerzo del hombre para escapar a este dilema, la esencia de las relaciones humanas no es la de ser-con, sino el conflicto, y es por esto que el respeto por la libertad de los otros es una palabra exagerada y también vana.

¿Pero por qué Gombrowicz habrá querido sobrepasar a un hombre tan benévolo cómo Wittlin que no mentía ni disimulaba, un hombre que había sido tan bondadoso con él? Gombrowicz había escrito que a Wittlin, nacido y criado en medio de las comodidades burguesas de una ciudad, se le había desmoronado el mundo y había quedado colgado del infierno.
A Wittlin, nacido y criado en el campo, y soldado en la guerra, no le gustaron para nada estas páginas del diario de Gombrowicz. “Cómo soy realmente no lo sabemos ni usted ni yo. Por mi parte, le confieso que no tengo tiempo de ocuparme de ello”. Digamos algo también sobre las condiciones históricas bajo las cuales Gombrowicz escribió “Transatlántico”.

Estas condiciones lo obligaron seguramente en un momento determinado, a pesar de que no le gustaba que otros escribieran sus prefacios, a pedirle auxilio a Wittlin. El fin de la guerra no supuso una liberación para los polacos, fue tan sólo la sustitución de los verdugos de Hitler por los verdugos de Stalin. Por su situación geográfica y por su historia Polonia se veía condenada a estar eternamente desgarrada.
Había que cambiar algo en los polacos para salvar su humanidad. En la relación de los polacos con el mundo había algo malo y alterado, como artista Gombrowicz se sentía un poco responsable de esa fatídica leyenda polaca con la que había que terminar de una manera u otra. A pesar de que estaban encerrados en una maraña de quimeras y de fraseología los polacos se hallaban al mismo tiempo muy cerca de la realidad cruda.

Gombrowicz creía en el poder purificador de la realidad, pero no de una realidad polaca, sino de una realidad más fundamental, la humana sencillamente. El romanticismo, el idealismo, la guerra y la leyenda polacos le asomaban la nariz debajo de cada página de “Transatlántico”, así que tuvo que cortarles la cabeza con la risa.


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