domingo, 27 de junio de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y LA NATURALEZA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y LA NATURALEZA


“El año nuevo de 1958 venido del Este con la velocidad de una revolución terrestre me ha alcanzado y envuelto en La Cabaña, la casa de Wladyslaw Jankowski, sentado en el sofá con una copa de champán en la mano. La llegada del año nuevo es una terrible carrera del tiempo, de la humanidad, del mundo, todo se precipita como en arrebato de locura hacia el futuro, y la magnitud de esta carrera cósmica corta la respiración (...)”
“Ha comenzado otro año. Mi historia, que está llegando a su fin, empieza a producirme un placer casi sensual. Me sumerjo en este placer como en un río insólito que tiende a esclarecerse. Poco a poco todo se va completando. Todo se cierra. Empiezo ya a disfrazarme de mí mismo, aunque con dificultad y como a través de unas gafas opacas. Qué extraño: por fin empiezo a ver mi propia cara que emerge del Tiempo (...)”

“Lo cual va acompañado del presagio del fin. Patético. A la mañana me paseaba por la avenida bordeada de eucaliptos cuando de pronto detrás de un árbol salió una vaca. Me detuve y nos miramos a los ojos. Después del desayuno tuvimos una discusión sobre las sensaciones que produce un ahombre a caballo. Antes del almuerzo nos fuimos a las playas de Necochea (...)”
“Estaba estirado al sol, astutamente escondido en una cordillera formada en el borde de la playa por la arena que el viento había acumulado. Unos escarabajos pululaban laboriosamente por ese desierto con una finalidad desconocida. A la noche, ya de vuelta en la estancia de Wladyslaw Jankowski, nos enteramos de que el vecino había matado a Step, uno de los galgos de Dus”

Los episodios de ese largo día en el que Gombrowicz discute sobre los caballos, se encuentra con una vaca, observa a los escarabajos y se enfrente con la muerte de Step le dieron ocasión para escribir páginas memorables en los diarios. “Se pueden utilizar fragmentos relativos a la muerte de un perro, la mirada de una vaca, la insolente afirmación de que el hipismo es una cosa horrible, así como una agonía de escarabajos (...)”
“En general, se trata de fragmentos que han despertado el interés de los lectores del segundo volumen del ‘Diario’. Mi amiga María Paczowska, a quien usted conoce, me dice que estos textos son de lo mejor que he escrito”. No es lo mismo entrar a una reunión de psicólogos que a una de ingenieros, o a un salón plutocrático que a una taberna del puerto. Cada profesión y cada clase social tiene sus códigos y sus modales.

Gombrowicz, nacido de terratenientes y educado en un colegio aristocrático, era el producto del refinamiento y del tipo de belleza que produce la riqueza. Pero Gombrowicz era, antes que ninguna otra cosa, un escritor, y sólo un escritor puede confundirse o incomodarse cuando lo mira una vaca. Quien ha decidido ocupar una parte de su vida escribiendo debe empezar a tomar apuntes y a realizar experimentos originales.
También debe escribir un diario para alcanzar sus objetivos y no malograrse. Cuando el escritor comienza a meditar en el resultado de su actividad se le presenta el problema de la originalidad, y en este campo Gombrowicz era un maestro. La más de las veces pensaba que su vida no era interesante, que a él no le ocurría nada que valiera la pena contar en los diarios.

Aquí, en la Argentina, se nos aparecía como una persona sin pasado, un Deus ex machina, y tanto era así que los cubanos habían hecho correr el rumor en el café Rex de que era hijo de un relojero próspero de Varsovia, y de que de esta profesión provenía su filosemitismo. A mí me decía que no entendía como Gide podía hacer tantas cosas en un día: Tocar el piano, ver editores, escribir.
“Yo apenas tengo tiempo de escribir un par de renglones y comerme un sandwichito”. Como en la Argentina le faltaba acción se dedicó a humanizar la naturaleza para poner en movimiento su vida un tanto gris, si hasta pareciera que el sentimiento de la falta de acción, y no la falta de acción misma, fuera la comida con la que se alimentaba Gombrowicz para poder escribir.

Los terratenientes tienen en general una buena relación con los animales, a Gombrowicz lo alcanzan las generales de la ley, es una predisposición que paradójicamente humaniza el carácter de los hombres, como también le ocurría a nuestro Bioy Casares. Ya sabemos que, a pesar de su nobleza terrateniente, Gombrowicz se sentía confuso y en contradicción con la naturaleza.
Al ponerse en contacto con ella se transformaba en un demonio, en una anti-naturaleza, sin embargo, con los caballos le iba bastante bien, no así con los jinetes. Mientras los caballos eran para Gombrowicz los representantes de una soledad radical, los jinetes en cambio eran unos payasos incorregibles. El hombre a caballo es una cosa estrafalaria, una ridiculez y una ofensa a la estética.

Los animales no nacen para cargar sobre sí a otros animales. Un hombre sobre un caballo es tan absurdo como una rata sobre un gallo o un mono sobre una vaca, es una perturbación del orden natural a pesar de que el arte le rinde homenaje a este convencionalismo en las estatuas y en la pintura. El jinete da brincos sobre la bestia con las piernas despatarradas en un animal torpe y estúpido.
Corre montado a la velocidad de una bicicleta y repite vez tras vez el salto de un obstáculo en una bestia que ni sirve ni ha nacido para saltar. Los placeres de las cabalgatas provienen del atavismo pues en otros tiempos el caballo era realmente útil y enaltecía al hombre. Un hombre a caballo dominaba a los demás, el caballo era la riqueza, la fuerza y el orgullo del jinete.

De esos tiempos nos quedó el culto de la equitación y la adoración por un cuadrúpedo anacrónico. “Mi monstruoso sacrilegio resonaba salvajemente de un extremo a otro del horizonte. El dueño y criador de sesenta yeguas de raza me miraba con condescendencia”. Estas reflexiones sobre los jinetes las hace después de haberse despachado con unas cuantas mentiras en los diarios anteriores.
Habla de una yegua que le había caído bien. Galopaba en los pastos, saltaba los obstáculos y devoraba las cercas, el animal era de pura sangre pero de reflejos amanerados. Gombrowicz cuenta en esos diarios que le daba garbo a la yegua con la cuerda, saltando vallados, y con trote tranquilo al lado de las dos hijas de Wladyslaw Jankowski, el dueño de la estancia.

“Mentira, mentira... A pie soy diferente que a caballo, a caballo diferente que a pie. Los caballos mienten a la moral, la moral a los caballos, yo a los caballos, a la moral y a las chicas. Un repentino relajamiento. Frivolidad. ¿Quién soy? ¿Acaso soy realmente? A veces soy esto, a veces aquello...”. Nos las estamos viendo otra vez con las aproximaciones de Gombrowicz a la naturaleza.
Ya sabemos que se sentía confuso y en contradicción con la naturaleza al punto que al momento de ponerse en contacto con ella se transformaba en un demonio, en una anti-naturaleza. La importancia que fue tomando el dolor respecto de la muerte era, a su juicio, la causa de esta inseguridad, pero la causa también podría ser el papel preponderante que le daba Gombrowicz a la actuación y al artificio.

Sea como fuere vamos a ver qué cosas le ocurren cuando se pregunta cómo debía comportarse en los encuentros que había tenido con una vaca en los campos de su amigo Wladyslaw Jankowski. Paseando por un avenida arbolada de la estancia “La Cabaña” en Necochea, detrás de un árbol se le apareció una vaca. Quizá el hecho que lo obligó a realizar indagaciones sobre este encuentro fue que la vaca lo miró.
Él le había permitido a la vaca que lo mirara, y si bien es cierto que no estaba en condiciones de sacar de ese encuentro las consecuencias drásticas que saca Sastre de la mirada, se sintió tenso y con una vergüenza propia de hombre frente al animal. Continuó el paseo pero se sentía incómodo, como si toda la naturaleza lo estuviera asediando mientras lo contemplaba.

La primera idea que le pasó por la cabeza para resolver esta oposición entre su humanidad y la naturaleza fue la de que el hombre es no-natural, es anti-natural, pero resulta que Gombrowicz tenía la tendencia a establecer contacto con lo inferior. En el mundo humano pone al descubierto la dependencia que tiene la conciencia superior de la inferior, recorre el camino descendente de la madurez a la inmadurez yendo contra la corriente.
Entonces, ¿por qué no seguir descendiendo hasta el fondo en la escala de las especies? Y cuando pareciera que empieza a seguir los pasos de San Francisco de Asís, de pronto se detiene. Mirar, contemplar y comprender la naturaleza es una cosa, pero dejarla aproximar como algo igual a nosotros porque la comunidad de la vida nos engloba, tutearla, es demasiado, regresa rápidamente a su casa humana y cierra la puerta con doble llave.

La negativa a reconocer la humanidad de una vaca, es decir, de la naturaleza, una negativa que se le traduce en fatiga y aburrimiento a partir del momento en que intenta reconocer a esa vida inferior en un pie de igualdad, vendría a ser una de las características principales de la humanidad de Gombrowicz. En una tarde de playa se dedicó a salvar la vida de unos escarabajos que estaban achicharrándose al sol dándolos vuelta y poniéndolos panza abajo.
Cuando dio vuelta al enésimo escarabajo se dio cuenta que la cantidad de esos bichos era enorme y que no podía salvarlos a todos, entonces interrumpió las operaciones de salvamento. La cantidad de los que sufren le pone pues límites al dolor, lo fragmenta y lo disuelve. El sentimiento que pone al hombre en contacto con el dolor del otro proviene de una reflejo moral,

Es necesario entonces que el hombre disponga de una moral limitada, fragmentaria, arbitraria e injusta, una moral que por su naturaleza no sea continua sino granulada, como la moral que le apareció a Gombrowicz cuando daba vuela a los escarabajos. Este tipo de moral es la que Gombrowicz utilizaba para enfrentar todos los excesos, especialmente los ideológicos.
Es difícil resumir en pocas palabras el proceso de deshumanización que se manifiesta en sus diarios cuando Gombrowicz se va de la Argentina, pero hay dos cosas que se pueden comprobar fácilmente: la desaparición de su inclinación a humanizar lo que no es humano, y la declinación de su capacidad para formar el pensamiento dejándose en cambio tomar por las cosas.

Todo ocurre como si se hubiera alejado de esa libertad con la que descubría zonas enteras de la cultura que el pensamiento crítico había dejado vírgenes, y como si se hubiera quedado sin fuerzas para seguir derribando tabúes, pero esta característica era precisamente la más sobresaliente de su humanidad. Tuvo que reemplazar sus conversaciones del café Rex.
Era un mundo distinto: editores, ediciones, profesores, directores, funcionarios, artistas, entrevistas, reuniones, escritores, escritores y escritores… y la administración de su gloria, un mundo diferente al que le había perdido el gusto y la costumbre durante veinticuatro años. Es claro que Gombrowicz no perdió sus características humanas, y mucho menos aquellas que están relacionadas con el dolor.

Si bien Gombrowicz quería mucho a los perros, Dus los quería aún más. Los galgos de Dus se habían metido en un terreno lindero y despedazado a una cerda. El vecino salió de la casa con una escopeta, mató a uno de los galgos e hirió a otro, los demás huyeron. Dus salió corriendo al porche con una linterna, los galgos se levantaron al verlo y lo rodearon, su amor sumiso era conmovedor.
Faltaban Step y un cachorro, el dolor de Dus lo dominaba todo, elevándose como el canto de Isolda, hubiera dado por Step todos sus caballos preferidos. Su cara era la de un hombre abatido, debilitada quizás también por la pequeñez de esa desesperación suya causada solamente por un perro y para el cual no podía exigirnos nuestra total aprobación. Sacó un revólver de un cajón, montó a caballo y el galope se lo llevó hacia la noche.

Finalmente la ira lo fue abandonado al pobre Dus y sólo le quedó el dolor por el más fiel de sus perros: –¿Por qué me has hecho esto?, siempre he sido un buen vecino. Se puso a buscar el cadáver de Step y lo encontró entre unos arbustos, pero todavía vivía. Lo llevaron al establo jadeante y sacudido por convulsiones. Dus, Jacek, Jeanne y Gombrowicz celebraron un consejo sobre si había que acortarle el suplicio a Step. Y votaron.
La señorita Jeanne, guapa, veinte años, mujer de lujo y comunista, lúcida, enérgica y valiente, moderna y atea. Al verla ante ese perro Gombrowicz se dio cuenta de que la justicia comunista, al igual que la católica, no incluye a los animales. Como su moral racional no tenía nada que decir la señorita Jeanne se transformó en mujer, se escondió en su sexo, la sexualidad irrumpió en el dolor como si pudiera remediarlo.

Se inclinó sobre el perro con una ternura maternal, la muerte le pareció peor que el dolor: –No, no, ¡no lo matéis! Jacek, católico, profundamente creyente, pero Dios tampoco tiene nada que ver aquí, para un perro no hay salvación. Sin embargo, Dios permite que el hombre tenga piedad de ellos. Su decisión estaría dictada entonces por la compasión, por el cálculo de que la vida de un perro no tiene mayor importancia.
También por la idea de que había que terminar cuanto antes con una situación que resultaba un tanto embarazosa para Dios y para el alma: –Matadlo, no saldrá de ésta. Para Gombrowicz no existía ninguna instancia superior, tampoco ya existía el perro, delante de él sólo había un pedazo de materia sufriendo. Atrapado por este tormento en el establo exigió que le pusieran fin: –¡Matadlo, detengan la máquina del dolor!

¡No se puede hacer nada más, sólo esto! ¡Esto sí que lo podemos hacer! Dus, agrónomo, terrateniente, cazador, deportista, amante de los caballos y de los galgos. Entre él y los otros existía una total disonancia. No tiene miedo del dolor en sí como Gombrowicz. No busca una justicia universal como el católico o el comunista. Existe entre seres de carne y hueso, rechaza las abstracciones.
En el fondo de su alma no sabe qué es la igualdad, es un amo. Quiere muchísimo a ese perro, para él una criatura próxima, que conoce, por Step está dispuesto a cualquier sacrificio, pero no quiere conocerlo todo, quiere permanecer en el círculo limitado de sus sentimientos. Quiere a Step con amor de amo, lo quería porque el perro lo adoraba, y el quería en el perro su adoración canina.

Era un sentimiento aristocrático nacido de la superioridad absoluta del hombre, toda la naturaleza tiene que servirle para que él distribuya las gracias entre los seres inferiores. El rey absoluto inclinado sobre el perro fue el más acorde con la naturaleza, y si el perro hubiera podido comprender lo hubiera comprendido a él y no a los otros. Con la dulzura de una madre dolorosa él también votó.
“Esperemos, quizás no se muera. Un amo feroz que prolonga la tortura de Step con el fin de salvar al perro para sí mismo. Esta escena, como extraída de un drama, no estaría tan llena de tensión ni sería tan crítica, si no fuera por el estertor y los ojos del perro, que no se apartaban de nosotros”




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