jueves, 24 de junio de 2010

WITOLD GOMBROWICZ, EL CUCUL Y LA FACHA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ, EL CUCUL Y LA FACHA



“No me han comprendido del todo (me refiero a los artículos sobre ‘Ferdydurke’ que aparecen en Polonia), o, mejor dicho, han extraído de mí sólo lo actual, lo que conviene s su historia presente y a su situación. Me resigno a ello: semejante lectura fragmentaria y hasta diría que egoísta, siempre desde el punto de vista de las necesidades del momento, resulta inevitable (...)”
“Antes de la guerra ‘Ferdydurke’ pasaba por ser algo así como los desvaríos de un loco, pues en la época de la euforia creativa y las aspiraciones de grandeza no hacía más que estropearlo todo. Hoy, cuando la Facha y el Cucul han castigado dolorosamente al pueblo, mi libro ha sido elevado al rango de sátira y de crítica en el pleno sentido de la palabra ¡como Voltaire! (...)”

Gombrowicz no andaba muy de acuerdo ni con Sartre ni con Voltaire. En vida de Gombrowicz no pude ponerme de acuerdo con él en las ideas que tenía sobre Sartre, debo decir, sin embargo, que a esta altura de la soirée las cosas son un poco diferentes. “Por lo tanto le sugiero, Goma, amistosamente, que les diga a todos los amigos que lo considero a usted bastante tarado”
Es bien sabido que Gombrowicz no tenía pelos en la lengua, su lengua estaba tan pelada como la de Voltaire, quizás por esta razón utilizó en “Ferdydurke” el estilo del cuento filosófico propio del escritor francés. Gombrowicz, sin pelos en la lengua, me acusa a mí de tarado cuando me puse a defender a Sartre, Voltaire, también sin pelos en la lengua, era más elaborado.

Cuando lee la obra más importante de Rousseau declara que es un escrito “contra el género humano”, que cuando se lee “entran ganas de andar a cuatro patas”. Sartre lo provocaba a Gombrowicz con la idea de la libertad, y el doctor Pangloss del “Cándido o el optimismo” de Voltaire, con su idea del optimismo. Voltaire fue la figura intelectual dominante del siglo XVIII.
Ha dejado una obra literaria heterogénea y desigual, de la que resaltan sus relatos y libros de polémica ideológica. Como filósofo, Voltaire fue un genial divulgador, y su credo laico y anticlerical orientó a los teóricos de la Revolución Francesa. Enfatizó el poder de la razón humana, de la ciencia y el respeto hacia la humanidad. El Pangloss de Voltaire tiene como postulado principal el de que las cosas no pueden ser diferentes a como son.

Habiéndose hecho todo con un fin, éste no puede menos de ser el mejor de los fines, y, por tanto, todo en el mundo no sólo está bien, sino que está en el último grado de la perfección. Tal principio es un esquema caricaturesco de las ideas de Leibniz. El libro gira en torno a las desventuras ocurridas a Cándido, haciendo una sátira de los principios filosóficos sostenidos por Pangloss.
“Cándido o el optimismo” se opone con virulencia al optimismo filosófico de Leibniz. Voltaire ataca irónicamente la doctrina leibniziana que afirma que en el universo se encuentra realizado el “mejor de los mundos posibles”, determinado por el principio de la “razón suficiente”. Desmonta las tesis optimistas, el mal físico o moral es inexplicable, todo discurso que intente incluirlo en un sistema de pensamiento es aberrante.

La manera en que Leibniz plantea la cuestión del mal es ciertamente desconcertante. La realidad está compuesta de mónadas, autónomas, unidades psíquicas sin comunicación entre ellas. Para resolver el problema de la conexión y relación de las mónadas entre sí, Leibniz se refiere a la teoría de la armonía preestablecida. Es decir, que estas mónadas están reguladas de modo sincrónico.
Su conjunción global obedece al orden del “mejor de los mundos posibles”; pero este mundo también incluye necesariamente una dosis de mal, la mínima posible, porque si fuera creado de modo perfecto, se confundiría con Dios. Voltaire se complace morbosamente en demostrar por medio del absurdo la falsedad de esta construcción metafísica.

La acumulación de desgracias privadas y públicas, de calamidades naturales, de torpezas humanas, etc., se suceden aquí a un ritmo desenfrenado, probando que el desarrollo metafísico de Leibniz, en boca del filósofo Pangloss, está en constante contradicción con la realidad; la sucesión sistemática de calamidades convierte en absurda la tesis de la armonía preestablecida, y del “mejor de los mundos posibles”.
Tan provocante como el optimismo de Pangloss, es decir, de Leibniz, es para Gombrowicz la idea de libertad de Sartre. “Lo que hace más patente esta sangrienta ironía es que la misma idea de libertad, tan radicalmente opuesta a nuestra experiencia cotidiana, resulta ser del todo razonable y fértil en sus múltiples consecuencias. Por otra parte, una filosofía cuyo punto de partida es la conciencia, ¿puede tener algo en común con la existencia? (...)”

“A fin de cuentas, a la vida la conciencia como tal le es indiferente. La vida sólo conoce las categorías del pesar y del placer. El mundo sólo existe para nosotros como posibilidad de dolor o de gozo. La conciencia, mientras no es conciencia de dolor o de gozo, no tiene para nosotros ninguna importancia. La existencia de la que he tenido conciencia no es ninguna existencia mientras mi sensibilidad no la sienta (...)”
“Lo más importante no es la propia existencia de la que se ha tomado conciencia, sino que lo más importante es la existencia misma, la existencia sentida. La conciencia tiene que ser conciencia de la sensibilidad y no conciencia de la existencia. Pero el dolor (y por consiguiente también el placer) es, por su misma esencia, contradictorio con el concepto de libertad (...)”

“Decir que conservamos una posibilidad fundamental de libertad ante el sufrimiento (libertad que estaría relacionada con una finalidad que determina nuestro sistema de valores, aunque sólo fuera una libertad en situación) significa eliminar del todo el sentido de esta palabra. El sufrimiento es algo que yo rechazo pero que tengo que sufrir necesariamente (...)”
“Lo importante en este caso es la coacción, es decir, la falta de libertad. Sería difícil imaginar una oposición más radical de la que existe entre el sufrimiento y la libertad. Considerando que el punto de partida del existencialismo no puede ser otro que la sensibilidad, rechazo por eso mismo toda filosofía existencial que tenga el aspecto de una filosofía de la libertad”

“Ahora se dice que “Ferdydurke” es un libro razonable, la obra de un lúcido racionalista que juzga y vapulea con premeditación, una obra casi clásica y perfectamente sopesada. Pasar de loco a racionalista, ¿es eso un ascenso para un artista? El hombre se encuentra siempre por debajo de sus valores, siempre desacreditado, hasta el punto que ser hombre significa ser peor, peor de lo que se produce (...)”
“¿Acaso este hombre no buscará la descarga de su propia vida psíquica en la esfera que le es propia, o sea, en la esfera de la pacotilla? Quien no llega a aprehender, a sentir esta degradación en ‘Ferdydurke’, en ‘El casamiento’ y en mis otras obras, no ha comprendido lo más esencial de mí”. La caricatura es la forma grotesca de una persona o cosa, Gombrowicz era un especialista en hacer caricaturas como su hermano Jerzy.

Según parece ese hermano era un personaje con alma de artista, un cómico y un bromista nato dotado de un gran sentido del efecto y de una notable invención en materia de dichos y expresiones algunos de los cuales fueron utilizados por Gombrowicz cometiendo, como él dice, un miserable plagio. En los veinte años de independencia después de la Primera Guerra Mundial las costumbres dieron un enorme salto adelante.
Ese salto fue mayúsculo en un asunto substancial para los polacos: la noción del honor. El padre de Gombrowicz era un gentleman a la antigua pero también él empezó a caricaturizar el asunto del honor tan en boga por aquel entonces. Un día la madre lo sorprendió mientras disparaba con una pistola a una silueta apuntándole al trasero. Lo habían retado a duelo y decidió colocar la bala en esa parte pronunciada del cuerpo del adversario.

La cuestión de la forma y la caricatura se volvió muy relevante en los cuentos de Gombrowicz, especialmente en todo lo que tenía que ver con el espíritu polaco que él presentaba en forma ridícula. Las formas polacas se iban convirtiendo en caricaturas; el honor, las reglas de la buena educación, el besa manos, la moda y casi todas las costumbres llegaban a su fin.
Se escapaba de ellas su contenido vivo quedándose nada más que con la rigidez de la forma pura según la concepción del diabólico Witkiewicz. Ese formalismo abunda en la obra de Gombrowicz, los cambios violentos del comportamiento atraían cada vez más su atención sobre el papel de la forma en la vida, sobre la poderosa influencia del gesto en nuestra esencia más íntima.

El amor por su tiempo junto al sentimiento de solidaridad con su generación, eran muy fuertes en Gombrowicz, eran pasiones que había experimentado la juventud de todo el mundo, una magia de la historia que después no se volvería a repetir. Fue una época prometedora también para los polacos aunque después cayera sobre ellos otra vez la sangre y el dolor.
En aquellos años los polacos aún no sabían que en los dos imperios derrotados por la guerra se incubaba una nueva catástrofe universal. Es entonces cuando la idea de la caricatura, la forma y la deformación se convierten para Gombrowicz en una y la misma cosa, y es entonces cuando la facha y el cucul se entronizan en su vida, y ya, desde “Ferdydurke”, no lo abandonan más.

“De todos los ambientes, estilos y espíritus moribundos el que agonizaba con más suntuosidad era el de los terratenientes, el espíritu de la nobleza. Fue un espíritu imponente, formado por la tradición, pulido por la literatura, representante de casi todas las facetas de lo polaco y que, en la víspera, aún gobernaba en el país. “¡Qué espectáculo daban los hidalgüelos bonachones y afables, corpulentos y cerrados de mollera (...)”
“Todo empezó a fundírsele entre las manos y tuvieron que enfrentarse con la modernidad armados nada más con un puñado de perogrulladas prestadas de Sienkiewicz! Un exquisito bocado para un joven sádico, me dediqué enseguida a practicar la provocación en diversas mansiones grandes y pequeñas de las regiones de Sandomierz y Radom”. La Argentina fue para Gombrowicz un gran campo de maniobras,

En este lugar neutral, como si fuera la mesa de un café, intentó establecer los límites al problema de poner en claro si el par dialéctico de inmadurez y de forma, una intuición que planea sobre toda su obra, era una verdadera reducción ontológica del hombre o tan sólo una perogrullada o una tautología. La concepción de la forma no es para Gombrowicz un problema conceptual, como lo es para la filosofía, sino un problema práctico.
La realidad no puede ser abarcada tan sólo por la forma pues la forma no está acorde con la esencia de la vida. El intento por definir esta insuficiencia de la forma es un pensamiento que se convierte en forma, y que confirma tanto su impotencia para aprehender la existencia como nuestra inclinación por ella. Había pasado un cuarto de siglo desde la aparición de “Ferdydurke” en Polonia.

Gombrowicz se dispone a dar una clase elemental de su filosofía, a pensar de la desconfianza que le tenía a la enseñanza. En la clase escrita que da en “Recuerdos de Polonia” intenta sortear los escollos de la enseñanza y se presenta de una manera sencilla, como el autor de la facha y del cucul. Pegarle la facha a alguien es ponerle una máscara, disfrazarlo y deformarlo.
Cuando trata a un hombre que no es nada tonto como tonto, le está pegando la facha, y la cuculización opera de la misma manera, sólo que en este caso un adulto es tratado como un niño, y la deformación lo transforma en un inmaduro. La conciencia de las transformaciones que sufre el hombre por la acción de los otros es la razón por la que Gombrowicz ha ocupado un lugar especial en la literatura.

La importancia que le ha dado a la forma tanto en la vida social como en la personal es el punto de partida de su psicología. “Pero el hecho de que mi madre no quisiera ser lo que en verdad era, que no quisiera reconocerse a sí misma, terminó vengándose de ella, porque nosotros, sus hijos, le declaramos la guerra. Y fue allí, seguramente, donde comenzaron mis dolorosas contorsiones con la forma polaca (...)”
“Estas contorsiones producían en mí un efecto parecido al de las cosquillas: uno se troncha de risa, pero no resulta agradable. Creo también que mi sensibilidad respecto a la forma, que demostré desde mi más temprana infancia, me permitió más tarde hallar mi propio estilo literario y crear un género que va consiguiendo poco a poco derecho de ciudadanía en el mundo (...)”

“Una cosa era cierta y yo me daba cuenta de eso: mis primeras tentativas literarias manifestaban una fuerte oposición... oposición a todo... su tono era rebelde... Si entro en esta Cámara de los Lores, me decía, será como Byron, para sentarme en los bancos de la oposición”. Gombrowicz desmontó buena parte de las posiciones de la cultura de las formas en sus diarios.
También desmontó buena parte de las posiciones de la cultura literaria en su creación artística echando mano a su conciencia y a su inmadurez. Sin embargo, no pudo elaborar un pensamiento compatible para que las formas y la inmadurez convivieran juntas en una teoría que no se devorara a sí misma. Dio explicaciones analíticas y realmente simples en sus diarios y en los prólogos de sus novelas y de sus piezas de teatro.

Lo guiaba el propósito de divulgar un pensamiento y una visión del mundo sobre su propia obra, a sabiendas de que estas explicaciones no podían resultar un acercamiento suficiente a los problemas que introduce la inmadurez en la esfera de la cultura. En el año de la primavera polaca se levantaron las barreras del index y sólo siguió prohibida la publicación de sus diarios.
La crítica del país se ocupó de este renacimiento y Gombrowicz escribió que sólo lo estaban comprendiendo parcialmente. Para atacar la concepción simplista de la crítica literaria da una explicación sobre el significado de “Ferdydurke”. La idea de que el hombre es creado por los hombres, es decir, por el grupo social que le impone las costumbres, los convencionalismos y el estilo debe ser sobrepasada.

Para Gombrowicz era más importante destacar que el hombre es también creado por otra persona en los encuentros casuales. De modo que es más que el producto de su clase social como explicó Marx, es también el resultado del contacto con otro hombre y del carácter casual, directo y salvaje de ese contacto del que nace una forma a menudo imprevista y absurda.
Esa forma no es necesaria para uno mismo sino para que el otro me pueda ver y experimentar, es un elemento imposible de dominar. Un hombre así, creado desde el exterior por el grupo social, pero más especialmente por el contacto casual con el otro, debe ser esencialmente inauténtico pues está determinado por la forma que nace entre los hombres. El hombre es entonces un actor natural desde el nacimiento.

“Ser hombre quiere decir ser actor, ser hombre significa imitar al hombre, ser hombre es comportarse como hombre sin serlo en lo más profundo de uno mismo, ser hombre es recitar lo humano”. En estas condiciones lo único que se puede hacer es confesar que la sinceridad está fuera de nuestro alcance y constatar que el deseo de “ser yo mismo” está perpetuamente condenado al fracaso.
Sin embargo, es la degradación, un subproducto de la actividad de la inmadurez, más que la deformación, la que le confiere al estilo de Gombrowicz un carácter propio. Si el hombre no puede expresarse con transparencia no es sólo porque los demás lo deforman sino, sobre todo, porque sólo es expresable lo que tiene forma, lo demás, es decir, la inmadurez, se queda en silencio.

La forma desacredita a la inmadurez y humilla a esta parte del hombre; las bellas artes, las filosofías y las morales nos ponen en ridículo porque nos superan, porque son más maduras que nosotros. “Interiormente no somos capaces de estar al nivel de nuestra cultura, es un hecho que hasta ahora no ha sido suficientemente tenido en cuenta y que, sin embargo, es decisivo para la tonalidad de nuestra vida cultural (...)”
“En el fondo somos unos eternos mocosos”. Gombrowicz cumplía al pie de la letra con este programa de mocoso: cuando le pagó a dos jóvenes francesas con seis gatitos recién nacidos recogidos de la calle la traducción al francés que habían hecho de “El casamiento”; cuando delante de un cordero asado recién puesto a la mesa le dijo a la criada: –qué hermosa ave.

Cuando se miraba al espejo y recitaba: –miro mis rasgos de aristócrata, pareciera que mis facciones, día a día, registran mejor todo mi linaje; cuando delante de un mozo comunista que lo estaba sirviendo dijo: –primero los alemanes, luego los rusos, ¿qué ha sido de mis vacas y de mis criados?; cuando se presentaba como conde con derecho al taburete porque su abuelita era grandeza de España.
Cuando nos explicaba que no había retornado a la lejana Polonia debido a sus intensos estudios del alma sudamericana comenzados el día anterior a la partida del barco; cuando...


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