lunes, 12 de abril de 2010

WITOLD GOMBROWICZ, EL HOMBRE Y EL REY GNULO

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ, EL HOMBRE Y EL REY GNULO



“Viento y cúmulos que se precipitan desde el sur hacia las cimas de las montañas. Una gallina solitaria sobre el césped... picotea... Ser un hombre concreto. Ser un individuo. No aspirar a la transformación del mundo en su totalidad; vivir el mundo transformándolo sólo en la medida en que me lo permitan las posibilidades de mi naturaleza. Realizarme de acuerdo a mis necesidades, unas necesidades individuales (...)”
“No quiero decir que aquel otro pensamiento, colectivo y abstracto, de la Humanidad como tal, no sea importante, pero hay que restituir el equilibrio. La más moderna corriente del pensamiento será aquella que descubra de nuevo el hombre singular. Ser agudo, sensato, maduro, ser un artista, un pensador, un estilista, pero sólo hasta cierto punto, no serlo jamás demasiado (...)”

“Hacer justamente de este jamás demasiado una fuerza igual a todas las fuerzas muy, pero muy intensas. Salvaguardar la propia medida humana frente a los fenómenos gigantescos. No ser en la cultura nada más que un campesino, nada más que un polaco, pero tampoco ser demasiado campesino, ni demasiado polaco. Ser libre, pero incluso en la libertad no excederse (...)”
“En esto radica toda la dificultad del hombre. El conflicto más importante, más drástico y más incurable es el que se produce en nosotros mismos entre nuestras dos aspiraciones fundamentales: la aspiración que desea la forma y la definición, y la que se defiende de la forma, que no la quiere. En mis obras he mostrado al hombre tendido sobre el lecho de Procustes de la forma (...)”

“He encontrado mi propio lenguaje para manifestar el hambre del hombre por la forma y su aversión hacia ella; por medio de una particular perspectiva he tratado de mostrar a la luz del día la distancia que separa al hombre de la forma. En el arte me he acercado quizá más que muchos otros autores a cierta visión del hombre, de un hombre cuyo elemento propio no es la naturaleza, sino los hombres (...)”
“Un hombre no sólo instalado entre los hombres, sino cargado de ellos, como si el hombre fuera una batería, un acumulador. Al proclamar por todas partes el principio de que el hombre es superior a sus obras, ofrezco la libertad tan necesaria hoy en día a nuestra alma retorcida”. En no pocas ocasiones Gombrowicz ha intentado recuperar la condición humana del hombre recurriendo al apetito y a las comidas, tanto en la obra como en la vida.

Llegado a la treintena Gombrowicz ignoraba la existencia de Joyce y de Kafka, conocía muy poco del surrealismo y tenía unas nociones vagas sobre Freud, captaba lo que estaba en el aire, en las conversaciones y hasta en los chistes. El aparato formal que había puesto en movimiento era pues, en buena parte, de su propia cosecha. “Estoy en el punto donde se desencadena la lucha por defender el Yo, donde ese Yo tiende a afirmarse e intensificarse, en busca de la Inmortalidad (...)”
“Como ustedes habrán advertido ya, aquí no están Proust ni Joyce ni Kafka ni nada de lo que se está haciendo ahora. Me apoyo en autores que los precedieron porque ellos medían al hombre con una vara más alta”. Encontrarle parecidos a Gombrowicz no es una tarea fácil pues no tiene un estilo que se pueda ubicar recurriendo a los antecedentes, es más fácil encontrárselos a Kafka.
“Yo era culpable, abominable e intolerablemente culpable, sin causa y sin motivo... Yo no sabía en realidad en qué consistía mi pecado, pero la ignorancia no impedía que fuera presa de un intenso sentimiento de culpa. Un día escribí una carta de súplica al desconocido autor de mis sufrimientos, al Acusador, para pedirle que me dijera qué crimen había cometido, pero no supe adónde enviarla y la destruí”
Esta forma estilística de Kafka a la que podríamos clasificar como la forma de la postergación infinita ha alimentado la imaginación de muchos escritores, entre otros a la imaginación de nuestro Pato Criollo. A pesar de la desenvoltura con la que escribe y la facilidad con la que consigue que le publiquen lo que escribe, el Pato Criollo conoce perfectamente bien las contrariedades que padecen muchos de sus colegas.

En una de sus novelas narra las desventuras de un joven escritor cuyo destino queda ligado a la conducta extraña y contradictoria de un editor. El editor recibe con entusiasmo la primera novela del autor, una historia que le parece genial, y le promete la firma del contrato en no más de dos semanas, pero las cosas no suceden así. Los contactos entre el escritor y el editor se van haciendo cada vez menos frecuentes.
De semanas pasan a meses y de meses a años, sin embargo, el entusiasmo y la delicadeza con los que el editor trata al autor aumentan con el transcurso del tiempo. Pero es justamente el transcurso del tiempo el que hace pasar al escritor de la condición de joven promesa a la de autor entrado en años y, como si esto fuera poco, también de escritor malogrado, una historia con el marcado aire kafkiano de “Un artista del hambre”.

Kafka narra en este cuento los infortunios de un hombre que ayuna por falta de apetito y que es exhibido en público como una rareza llamativa. Al final del relato como ya nadie se interesaba por él lo barren junto a la basura, un final que surgiere un cierto parentesco entre este faquir y los escritores malogrados. Hace unos años Carlos Fuentes empezó a hacer correr una especie curiosa.
Desparramaba a los cuatro vientos que en poco tiempo más César Aira recibiría el Premio Nobel de Literatura. El tiempo está pasando y, a pesar de la maquinaria de precisión que ha montado su agente literario alemán, al Pato Criollo le está ocurriendo con los premios lo mismo que al autor malogrado le ocurría con el editor contradictorio, y tiene miedo de correr la misma suerte del ayunador en el cuento de Kafka, es decir, tiene miedo de que lo barran junto a la basura.

Gombrowicz ha reaccionado desde el principio contra la falta de apetito y contra la infinita postergación. Le daba mucha importancia a las comidas y a las ceremonias concomitantes, a veces le daba tanta importancia que dejaba de lado otros asuntos más importantes. En efecto, cuando se encuentra con el Pterodáctilo en Vence en noviembre de 1967 sólo nos habla de comidas y de bebidas.
“Viejo, ¡ando reloco! Ya no sé qué hacer primero. Mañana llega Arnesto con su mujer por un día, o dos, yendo de París a Roma. Le daremos 1º Crevettes salsa mayonesa, vino blanco 2º gansa con confitura 3º una taza de caldo 4º quesos 5º Bomba de creme, chocolat 6º café, cognac. Ando mejor de salud. Viejo, aquí a cada rato alguien llega, estuvo Arnesto con Matilde y estaban despavoridos porque Rita dijo que yo bebía champaña el día de la muerte del Che”

Gombrowicz dio pocas recepciones en la Argentina, no tenía medios para darlas, pero la cumbre como anfitrión la alcanzó en el Club Americano, en una cena que dio en honor de sus amigos polacos que tenían la costumbre de invitarlo. Gruber, un hombre muy rico y snob se hizo cargo de los gastos de la cena a pesar de los reparos que le hacía su amiga Halina Grodzicka.
“No entiendo por qué eres amigo de Gruber, un hombre tan antipático; –Por favor, Halina, los trajes del señor presidente (lo había sido del Banco Polaco antes de Nowinski) me vienen de maravilla. No molestes a mi protector y está a la altura de las circunstancias pues el señor presidente usa ahora un impermeable inglés muy elegante”. Distendido, rejuvenecido, se paseaba por aquel decorado de tapices orientales, mesa recubiertas de manteles bordados, cubiertos ingleses de plata, velas y flores.

Un rostro radiante de propietario efímero pero soberano de todo aquel lujo. Para Gombrowicz era un ejercicio con la forma, fiestas a la antigua con la hospitalidad y el gusto por recibir que le venían de las tradiciones familiares. Con la imágenes flotantes de los banquetes y de la guerra Gombrowicz se va a la Falda. La Falda es el lugar del mundo donde Gombrowicz empieza a sentir que ha perdido la juventud.
Tenía una fiebre que no se le iba. Frydman, el director de la sala de ajedrez del café Rex, le presta un termómetro para que se la controle todos los días. La fiebre no se va, entonces ese buen amigo le da unos pesos para que se tome unas vacaciones en Córdoba, estando allá la fiebre tampoco se iba. Un noche el termómetro de Frydman se rompió y Gombrowicz compró otro. La fiebre había desaparecido.

Convaleciente, pero también aterrado por la pérdida de la juventud en ese año terrible de 1944, Gombrowicz empieza escribir en La Falda “El casamiento” y “El banquete”. El año 1944 fue el año en el que empezó a vislumbrarse el final de la guerra, Gombrowicz todavía no podía saber que el comunismo le iba impedir regresar a Polonia y que su guerra iba a continuar hasta la muerte.
Es difícil saber qué le pasaba por la cabeza a Gombrowicz cuando escribía “El banquete”, pero existe en esta narración el aliento de una derrota que se convierte en victoria, una victoria militar en medio de todas las indignidades humanas. “El banquete” es su última novela corta, y aunque está más lograda técnicamente que las otras, no difiere esencialmente de ellas.

El absurdo y el snobismo se ponen aquí al servicio del in crescendo al que Gombrowicz llama elevación a la potencia, un absurdo que siempre está plegado a la lógica ceremoniosa de los rituales y las celebraciones. El plasma sombrío que existía dentro de Gombrowicz está completamente transpuesto en “El banquete”, chispea de humor y alcanza la inocencia a través del disparate.
Utiliza sus anormalidades psíquicas y eróticas como componentes de la forma, con este procedimiento consigue dominarlas y manejarlas creativamente para alcanzar un valor cultural. Es una narración paródica y teatral cuyo nivel no es menor al de ninguna de sus obras grandes. Están presentes, la repetición, la simetría, la analogía, la mitologización y, en fin, muchas de la visiones y situaciones que aparecen en sus piezas teatrales y en sus novelas.

Las sesiones secretas del consejo de ministros se desarrollaban en la oscuridad de la sala de los retratos. Los ministros y viceministros del estado se pusieron de pie, iban a anunciarse las nupcias del rey con la archiduquesa Renata Adelaida Cristina. Al día siguiente, durante el banquete real, los prometidos, que sólo se conocían por fotografías, serían presentados. Esa unión acrecentaría el prestigio y el poder de la corona.
El canciller abre el debate de la sesión del consejo. El ministro del interior pide la palabra pero comienza a callar, y no hace otra cosa más que callar todo el tiempo que dura su intervención. Los ministros que le siguen en el uso de la palabra hacen lo mismo, se callan. No podían decir nada, todos callaban porque el rey era venal y corrupto, se dejaba sobornar y vendía a manos llenas su propia majestad.

Entra el rey al consejo vestido de general con la espada al flanco y un tricornio de gala en la cabeza. Los ministros se inclinan y el monarca, mientras se arrellana en el sillón, los contempla con una mirada astuta. El consejo de ministros se transforma en consejo de la corona por la presencia del rey y se prepara para escuchar sus declaraciones. El soberano manifiesta su satisfacción por la próxima boda con la archiduquesa.
Pone de relieve la responsabilidad que pesaba sobre sus hombros, pero su voz suena tan venal que el consejo de la corona se estremece de miedo en el completo silencio que reina en la sala. Sigue diciendo que estaba obligado a hacer un serio esfuerzo para que la archiduquesa reciba la mejor impresión de su reinado. Cuando sus dedos empiezan a tamborilear sobre la mesa a los ministros no les queda ninguna duda, el monarca estaba solicitando una colaboración para la realización del banquete.

Se queja de los tiempos difíciles, de que no sabía cómo hacer para afrontar ciertos compromisos, en ese momento se empieza a reír y a guiñarle el ojo al canciller en forma repetida, finalmente, le hace cosquillas debajo del brazo. El silencio del canciller es profundo y la risa del rey se extingue. El anciano canciller y los otros ministros se inclinan ante el soberano.
El poder de la reverencia de la corte fue tremendo, el rey quedó golpeado e inmovilizado, aquella reverencia le devolvió la realeza, el pobre rey Gnulo gimió y trató de reír pero no pudo, entonces huyó aterrorizado amenazando al consejo con que se iba a tomar venganza. Los ministros se preguntaban cómo había que hacer para impedir que el rey Gnulo armara un escándalo en el banquete como represalia por no haber obtenido la cantidad de dinero que deseaba.

La archiduquesa extranjera era hija de emperadores y no podían permitir que se llevara una mala impresión de la actitud miserable del monarca. A las cuatro de la mañana el consejo presentó su dimisión pero el viejo canciller no la acepta con el argumento de que había que constreñir, encarcelar y enclaustrar al rey en el rey mismo. Había que aterrorizar al rey para salvar la reputación de la corona con el esplendor y la magnificencia de la recepción.
La archiduquesa Renata Adelaida Cristina entra al salón y cierra los ojos deslumbrada por la luminosidad del archibanquete. Cuando entra el rey es saludado con una gran exclamación de bienvenida. La archiduquesa no podía dar crédito a sus propios ojos al ver al rey, no podía creer que ese hombrecillo vulgar con cara de comerciante y con una mirada astuta de vendedor ambulante fuera su futuro marido.

En el momento que Gnulo le toma la mano la archiduquesa se estremece de disgusto pero el estruendo de los cañones y el repique de las campanas extraen de su pecho un suspiro de admiración. Un sonido apenas perceptible empezó a hacerse oír, se parecía al tintineo que producen las monedas en el bolsillo. El embajador de una potencia enemiga sonríe con ironía mientras le da el brazo a la princesa Bisancia, hija del marqués de Friulo.
El anciano canciller mira de reojo al embajador porque sospecha que el sonido viene de ahí. El presagio de una infame traición se apoderó del consejo. El rey y la asamblea se sentaron. El soberano empieza a comer y todos los demás repiten el gesto multiplicado al infinito por los espejos. Lo que hacía Gnulo lo hacían también los otros en medio del estruendo de las trompetas y los reflejos brillantes de las luces.

El rey, aterrorizado por esta duplicación, bebió un sorbo de vino. El tintineo de las monedas no había desaparecido, era evidente que alguien quería comprometer al rey y desprestigiar el banquete. En el rostro vulgar del mercachifle apareció la rapacidad. El rey sólo se dejaba tentar por pequeñas sumas, era insensible a las grandes cantidades debido a su mezquindad miserable, lo que corroía a Gnulo eran las propinas y no los sobornos.
El rey empezó a relamerse y la archiduquesa emitió un gemido de repulsión. La asamblea se espanta, entonces el venerable anciano también se relame. Los espejos multiplicaban al infinito los relamidos de todos los presentes. El rey se enfurece al ver que nada le estaba permitido hacerlo por sí mismo, todo lo que hacía era imitado de inmediato, así que empuja con violencia la mesa y se levanta bruscamente.

Todos lo imitaron. El canciller se había dado cuenta que la única manera de salvar a la corona, ya que no se le podía ocultar a la archiduquesa la verdadera naturaleza del rey, era obligar a los invitados a repetir los actos de Gnulo, especialmente aquellos que no admitían imitación. Había que convertir los gestos del rey en archigestos para presionar al monarca. Gnulo, enfurecido como estaba, golpea la mesa y rompe dos platos.
Todos los demás hicieron lo mismo, cada acto del rey era imitado y repetido en medio de las exclamaciones de los invitados. El rey empieza a deambular de un lado para otro cada vez con más furia, y los comensales deambulan, y cuando el archideambular alcanza una gran altura, Gnulo, repentinamente mareado, lanza un alarido sombrío y cae sobre la archiduquesa. No sabe que hacer y empieza a estrangularla delante de toda la corte.

Sin dudarlo un instante el canciller se deja caer sobre la primera dama que encuentra y empieza a estrangularla del mismo modo en que lo estaba haciendo el rey Gnulo, los otros siguen el ejemplo y el archiestrangulamiento rompe los lazos que unen a los invitados con el mundo normal liberándolos de cualquier control humano. La archiduquesa y muchas otras damas caen muertas mientras crece y crece una archiinmovilidad.
Tomado por un pánico indescriptible el rey empieza a huir con las dos manos tomadas al culo, obsesionado con la idea de dejar atrás todo aquel archireino. Como nadie podía atreverse a detener al rey el anciano canciller exclama que hay que seguirlo. El rey huía por la carretera seguido por el canciller y los invitados. La ignominiosa huida del rey se transforma de esa manera en una carga de infantería y el rey se convierte en el comandante del asalto.

La plebe ve a los magnates latifundistas y a los descendientes de estirpes gloriosas galopando junto a los oficiales del estado mayor que, al modo militar, galopan junto a los ministros y mariscales mientras los chambelanes forman una guardia de honor rodeando el galope desenfrenado de las damas sobrevivientes. La archicarrera era iluminada por las luces de las lámparas bajo la bóveda del cielo, los cañones del castillo dispararon y el rey se lanzó a la carga: “Y archicargando a la cabeza de su archiescuadrón, el archirey archicargó en las tinieblas de la noche”



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