WITOLD GOMBROWICZ Y LA MALA LITERATURA
“La buena literatura polaca, contemporánea o del pasado, no me ha servido de mucho ni me ha enseñado gran cosa, y ello porque nunca se ha atrevido a reparar en el hombre singular. El individuo, si aparecía en sus páginas, era siempre de un modo temeroso, débil, irreal y reticente. La literatura polaca es la típica literatura seductora que desea fascinar al individuo y someterlo a la masa (...)”
“Quiere también hacerlo caer en el patriotismo, el civismo, la fe y la entrega. Es una literatura pedagógica, por eso no inspira confianza. Sin embargo, la mala literatura polaca me resultó interesante e instructiva. Al estudiar los horribles cuentos que diversas tías culturales publicaban en los periódicos dominicales descubría la realidad, porque estas novelas desenmascaran, son traidoras (...)”
“Su torpe trama se rompe a cada instante y a través de la rotura se pueden entrever todas las suciedades de las desaliñadas almas de sus autores. La historia de la literatura... De acuerdo, pero ¿por qué sólo la historia de la buena literatura? El arte malo ¿no puede caracterizar más a una nación? La historia de la subliteratura polaca posiblemente nos diría más sobre nosotros que la historia de los diversos Mickiewicz”
La mala literatura se cruzó en el camino de Goimbrowicz con alguna frecuencia, a veces de la mano de otros escritores y otras veces de su propia mano. “Mi hermano Janusz acababa de casarse y su mujer era dueña de una finca en la región de Ilza que se llamaba Potoczek. La mansión estaba situada en medio de unos bosques inmensos surcados por una línea de cinco lagos que se extendía uno detrás de otro a lo largo de varios kilómetros hasta el pueblo (...)”
“Mi hermano y su mujer vivían entonces en Maloszyce y no iban casi nunca a esa mansión. Una casa en medio del bosque, es siempre algo melancólico. Pero qué decir de una casa en medio del bosque cuando no hay nadie en ella, cuando el crepúsculo aparece agonizante y nada lo enturbia, cuando la noche es noche de verdad, con todas sus locuras, con los aullidos y ladridos desesperados de los perros (...)”
“La servidumbre hacía lo que podía para tenerme contento. Me aburría, comía y vagabundeaba por el bosque, volvía a casa, comía, me acostaba para dormir y aguzaba la oreja al oír el repentino jolgorio de los perros, los pánicos nocturnos y, aún peor, el silencio lleno de susurros ondulantes de los pinares. La verdad es que tenía una ocupación: escribía una disertación sobre la ‘solidaridad’ de León Bourgeois, un sociólogo francés, un trabajo de seminario (...)”
“Pero toda esa sociología política me aburría y pronto la abandoné. ¿Qué hacer? Me invadió una inquietud imprecisa, un sentimiento cada vez más intenso de que algo no iba como debería ir, algo relacionado conmigo en esta mansión, de que llevaba demasiado tiempo sin dar golpe, que de alguna forma tenía que justificarme, romper con esa vida sibarita ya asfixiante (...)”
“Así, pues, me puse a buscar febrilmente una salida, debía emprender algo, actuar, purificarme por el esfuerzo... ¿qué hacer? El silencio nevado de los árboles que me rodeaban era la única respuesta. Al final, nervioso, casi desesperado, sin saber adónde huir y dónde albergarme, me puse a esbozar una novela, sobre el personaje de un contable, que poco a poco me absorbió hasta tal punto que empecé a trabajar sistemáticamente (...)”
“Mi primera obra que nacía en medio de tantos dolores era muy ramplona. No sólo carecía del precoz talento de Krasinski, quien a la edad de veinte años escribió ‘La no Divina Comedia”, sino que mi salvajismo espiritual, mi falta de habilidad literaria, todos mis fermentos y rudezas, me privaron incluso de esa fluidez que adquiere con facilidad cualquier joven que se mueve en los ambientes literarios (...)”
“Leí un fragmento a mi hermano y a mi cuñada cuando vinieron a verme: –¿Qué horror! Tíralo, da asco. No digas a nadie que te has manchado con semejante parida y en el futuro ocúpate de otra cosa. Mientras mi cuñada Pifink añadía: –Qué pena que no te hayas dedicado más a la caza. En el fondo sabía que tenían razón. Quemé mi obra y me dediqué de nuevo a la sociología de León Bourgeois”
Abrumado seguramente por las concepciones morales de León Bourgeois Gombrowicz se hunde en esa mansión solitaria en unas monstruosidades literarias cuyo primer intento es abortado por su hermano y su cuñada, pero el joven escritor no ceja. “El festín de la condesa Kotlubaj” es una de las cuatro novelas cortas que Gombrowicz escribió en el año 1929, unos años después de la novela del contable.
Si en “Crimen premeditado” se nota la relación entre el asunto de la novela y su práctica de pasante con un juez de instrucción en un Tribunal de Varsovia, y en “La virginidad” asistimos a la confusión del erotismo más refinado con la obscenidad total, en “El festín de la condesa Kotlubaj” la cuestión es otra. Cuenta como unos personajes aristócratas organizan comilonas aparentemente vegetarianas con el fin de cultivar la sublimación y las sutilezas del espíritu.
En colaboración con su amigo Tadeusz Kepinski, compañero de aventuras en el instituto Kotska, Gombrowicz inició la redacción de una novela inspirada en las novelas malas de inferior calidad, pero esta intento quedó inconcluso pues Kepinski abandonó el trabajo. Es posible que Gombrowicz retomara en “Los hechizados” los temas de esta novela. “En el segundo curso de derecho, comencé a escribir una nueva novela (...)”
“Esta obra se diferenciaba mucho en cuanto a su concepción de aquella historia de un contable concebida por mí en el silencio del bosque de Potoczek. Creo que mi nueva aventura literaria definía igualmente mi modo personal de vivir los acontecimientos y la crisis cultural polaca en general. Todo empezó cuando con Tadeusz Kepinski, mi ex compañero de escuela, decidimos escribir a cuatro manos una novela sensacional para ganar un montón de dinero (...)”
“Poníamos en duda que a los intelectos superiores, como los nuestros, les pudiera resultar difícil fabricar una obra de este género, fácil y a la vez apasionante. Sin embargo, horrorizados por la torpeza de nuestros garabatos, no tardamos en tirarlo todo al canasto. Este problema de escribir una novela mala para las personas inferiores empezó a interesarme (...)”
“Escribir una buena novela para diez mil o cien mil espíritus superiores, en fin, eso siempre se ha hecho, es banal y aburrido. Pero escribir una buena novela para ese lector menor, inferior, a quien le gusta otra cosa que no es la que denominamos buena literatura... hmm. Una novela destinada a las masas, una novela que verdaderamente sea suya, ha de ser elaborada con lo que, en realidad, gusta a las masas, con lo que ellas experimentan, debiendo penetrar sus instintos más bajos (...)”
“Debe ser una liberación de la imaginación más sucia, turbia, mediocre... debe basarse en sentimentalismos, en codicia, en estupidez... debe ser oscura y baja. Hoy estoy dispuesto a admitir que aquella mala novela era la cumbre de mi carrera literaria; nunca, ni antes ni después, he concebido una idea más creativa. Mi proyecto era extraordinariamente radical: entregarse a la masa, rebajarse, convertirse en un ser inferior (...)”
“Quienes conocen, gracias a “Ferdydurke” y sobre todo a mi “Diario”, lo que podríamos llamar mi teoría de la forma, que no se limita a la problemática artística sino que abarca la totalidad de las manifestaciones humanas, entenderán entonces la audacia y el extremismo de mis intenciones de aquella época. Si hubiese logrado ese libro escrito por un estudiante, se habría convertido probablemente en el punto de partida de una nueva literatura revolucionaria (...)”
“Tal vez hubiera abierto campos desconocidos a la expansión espiritual, realizando algo así como la creación simultánea de dos fases distintas del desarrollo. No pudo ser porque la tarea sobrepasaba cien veces mis fuerzas y, además, porque yo no me daba cuenta entonces de su magnitud. Ni de su peligro”. El proyecto de Gombrowicz no terminó bien, era una tarea gigantesca y peligrosa.
Diez años después se dio cuenta que había estado jugando con fuego, algo enfermizo que llegó a sus manos le hizo tomar conciencia. Un joven llegó a su casa con un manuscrito bajo el brazo pidiéndole que lo leyera, que la obra tenía un gran impulso erótico para excitar a los lectores. De verdad resultó un libro erótico y sucio que se complacía en la porquería, era malo y barato.
Leyendo ese manuscrito Gombrowicz recordó su propia novela olvidada hacía tiempo, escrita en la misma época de “El bailarín del abogado Kraykowski” y de “El diario de Stefan Czarniecki”. Unos días después de que el autor del manuscrito llegara a la casa de Gombrowicz se pegó un tiro en la sien. Gombrowicz no podía imaginar que la causa del suicidio de ese autor malogrado hubiera sido la novela.
Pero esa obra erótica y sucia era la expresión de un estado de ánimo que condujo al joven a la catástrofe que lo llevó al suicidio. Diez años atrás, a pesar de las apariencias y de una existencia socialmente equilibrada y de aspecto casi despreocupado, Gombrowicz no había estado lejos él mismo de tomar una decisión parecida a la de ese joven, debía estar muy desesperado.
A pesar de que Gombrowicz no pudo escribir esa novela en la que se propuso realizar la creación simultánea de dos fases distintas del desarrollo, lo inferior y lo superior, lo espiritual y lo instintivo, mantuvo siempre latente en toda su obra este punto de partida revolucionario. Entre 1926 y 1929 Gombrowicz escribe cuatro novelas cortas: “Crimen premeditado”, “El festín de la condesa Kotlubaj”, “La virginidad” y “En la escalera de servicio”.
Era la época de su práctica no rentada en los Tribunales, trabajaba en el despacho de un juez de instrucción en el que tuvo la ocasión de tratar con un hampa de diversas clases. Gombrowicz tenía la convicción absoluta de la inocencia del hombre, de que el hombre era inocente por naturaleza, no era una convicción que dedujera de alguna filosofía sino un sentimiento espontáneo que no podía combatir.
Esta convicción lo predispuso al disparate y al absurdo y nada le satisfacía más que ver nacer bajo su pluma una escena verdaderamente loca y ajena a los estándares del razonamiento común, una irracionalidad que, sin embargo, estaba sólidamente establecida dentro de su propia lógica. Sus primeras tentativas literarias manifestaban, y él se daba cuenta de eso, una fuerte oposición rebelde y universal.
Lo devoraba una rabia sorda contra todo lo que le facilitaba la existencia: el dinero, el origen, los estudios, las relaciones, todo aquello que, en fin, hacía de él un sibarita y un holgazán. Pero la locura era un asunto que preocupaba realmente a Gombrowicz, la sangre enfermiza de los Kotkowski que había heredado de su madre pesaba sobre él como una amenaza de posibles perturbaciones psíquicas.
Ese temor fue más intenso en los años en que su imaginación estaba desbocada y oscilaba entre la neurosis y la psicosis. La neurosis estaba radicada en la zona consciente de sus complejos a los que transformaba en un valor cultural escribiendo. La esfera de la psicosis le ocultaba, en cambio, sus trastornos psíquicos y el control era menor. Debemos clasificar a “La virginidad” como perteneciendo a esta segunda clase de sus creaciones.
“Pero veamos cuál fue la suerte de mi obra maestra. Tras varios meses de trabajo alcancé a duras penas el final. Resultó una mezcla asquerosa de vivir plenamente la vida en la sensualidad, la brutalidad, los éxitos fáciles, en una mitología de segundo orden; una historia no más sórdida y excitante que el novelón del joven malogrado. ¿Qué hacer con esto? (...)”
“Me moría de vergüenza al pensar que tendría que mostrárselo a alguien, pero no había otra solución; si escribía para el lector tenía que ser consecuente. Pasaba algunos día en Zakopane donde hice amistad con la señora Szuch, una persona inteligente que leía mucho, me estimaba y creía en mi talento. Me devolvió el manuscrito sin mirarme y dijo de soslayo: Quémelo (...)”
“Corrí enseguida a mi habitación, saqué de la maleta las demás copias, tiré todo sobre la nieve, detrás de la pensión, y le prendí fuego... En nuestro país el que se llama hombre culto no está protegido de la presión de la masa por instituciones y tradiciones sólidas, por la jerarquía y el orden social como lo está en Occidente. En nuestro país la inteligencia, la sutileza, la razón, el talento, están indefensos ante toda clase de inferioridad (...)”
“Esta inferioridad proveniente de los bajos fondos de la sociedad, la miseria, las extravagancias, el salvajismo, las desviaciones y desenfrenos, el embrutecimiento y la brutalidad; por eso a quien llamamos intelectual ha estado siempre y sigue estando en nuestro país algo atemorizado... Lo único que quizá haya cambiado es que hoy en día esa violencia del inferior sobre el superior está mejor organizada”
A los últimos folletines que escribió en Polonia le puso el nombre de “Los hechizados”, los escribió con un seudónimo en el mismo año que se vino a la Argentina. En vida, nunca autorizó la publicación de esta obra con su nombre y bajo la forma de libro, sólo hacia el final de su vida reconoció su autoría. El Príncipe Bastardo refiriéndose a “Los hechizados” se lamentaba de que Gombrowicz no hubiese releído esos folletines, él creía que en ese caso hubiera autorizado la publicación del libro con su nombre.
“Los hechizados”, a juicio del Príncipe Bastardo, terminó por alcanzar la categoría de una buena mala novela. Decía que una buena mala novela vale más que una mala buena novela, y que los lectores que saben discernir prefieren una serie negra bien escrita a un mediocre premio Goncourt. Sin embargo, las reticencias de Gombrowicz respecto a “Los hechizados” se debieron a que carecía de la técnica que había elaborado en los cuentos, a que no hacía de la inmadurez la materia misma de la escritura, y a que no era un verdadero vehículo para su contrabando subversivo.
Gombrowicz no le tenía confianza a esos folletines, se le parecían a una pequeña embarcación atada a una ballena que la llevaba a cualquier parte. Hasta le llegó a pedir consejo a Iwaszkiewicz para resolver la historia de terror que había introducido en esa novela policial y que no sabía cómo terminar. En fin, Gombrowicz no consideraba a “Los hechizados” como miembro de su familia artística.
Pero el Príncipe Bastardo, como buen bastardo que era, consideraba que sí lo era, y fue él quien hizo publicar este folletín cuando Gombrowicz ya no podía protestar. “Sí, todos los ingredientes de su obra están acá, todavía dispersos. Le bastará hacerlos jugar dentro de una mecánica sabia para llegar a construir esas ‘máquinas infernales’ que Sartre ha saludado en las grandes novelas posteriores”
En el año 1911, Witold tuvo que abandonar el campo que había constituido el marco de su infancia. El viejo castillo de Bodzechow, rodeado de un vasto parque, era un lugar lleno de misterios que marcó profundamente la sensibilidad de Gombrowicz. Tras haberlo evocado con sus leyendas y sus fantasmas en su primera novela por entregas, “Los hechizados”, hizo de ese castillo el escenario de “Pornografía”.
La abuela materna de Gombrowicz habitaba una casa grande y bastante aislada en Bodzechow. Un hijo demente que vivía con ella era el tío de Gombrowicz. Por las noches se animaba con cantos terribles para combatir el miedo, estos cantos se convertían en unos aullidos que le ponían los pelos de punta a cualquiera que no estuviera acostumbrado. “Los hechizados” indaga en nuestra ilimitada capacidad de hacer daño.
Esta indagación se lleva a cabo a través de una historia sobre la irresistible atracción de dos jóvenes con los destinos entrelazados que se niegan a dejarse seducir mutuamente, y que atraen al mal como un imán. El eje del suspenso de esta novela gira alrededor de una servilleta colgada de un clavo en la vieja cocina del castillo, y que se mueve constantemente.
Esta novela retrata con marcado cinismo el día a día de las diferentes clases sociales de una Polonia sin futuro donde las personas no tienen mucho que perder y luchan por sobrevivir más o menos como pueden. “Nosotras, las mujeres, a los hombres de clase inferior no los tomamos para nada en cuenta. Es como si no existieran. Yo no podría nunca amar a un campesino o a un obrero (...)”
“¿Qué puede tener una en común con un hombre de esa clase? ¿Qué proximidad espiritual puede haber entre nosotros?” Gombrowicz le llegó a pedir consejo a Iwaszkiewicz para resolver la historia de terror que había introducido en esa novela policial y que no sabía cómo terminar. “Los hechizados” ha dividido siempre a los gombrowiczidas en dos bandos irreconciliables, unos aman a esta obra y otros la detestan.
Para poner dos ejemplos digamos que el Orate Empobrecido considera a esta novela como la obra maestra de Gombrowicz, mientras Milan Kundera, uno de los gombrowiczidas más ilustres, deja a la novela en cambio fuera de concurso. “Hablo con un amigo, un escritor francés; insisto en que lea a Gombrowizc. Cuando vuelvo a encontrármelo está molesto: –Te he hecho caso, pero, sinceramente, no entiendo tu entusiasmo (...)”
“¿Qué has leído de él?; –‘Los hechizados’; –¡Vaya! ¿Y por qué ‘Los hechizados’? Esta novela no salió como libro hasta después de la muerte de Gombrowicz. Se trata de una novela popular que en su juventud había publicado, con seudónimo, por entregas en un periódico polaco de antes de la guerra. Hacia el final de su vida se publicó, con el título de ‘Testamento’, una larga conversación con Dominique de Roux (...)”
Gombrowicz comenta en ella toda su obra. Toda. Libro tras libro. Ni una sola palabra sobre ‘Los hechizados’. –¡Tienes que leer ‘Ferdydurke’! ¡O ‘Pornografía’!, le digo. Me mira con melancolía: –Amigo mío, la vida se acorta ante mí. He agotado la dosis de tiempo que tenía guardada para tu autor”
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