martes, 23 de marzo de 2010

WITOLD GOMBROWICZ, LAS PALABRAS Y EL LENGUAJE

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ, LAS PALABRAS Y EL LENGUAJE



“El lenguaje. No se trata de que no haya errores de lenguaje, sino de que no nos avergoncemos de ellos. Cualquiera puede cometer un error al escribir, un error gramatical o incluso ortográfico, pero hay quienes se ponen la toga de clásico, y cualquier error, por más pequeño que sea, los deja derrotados inmediatamente. En cambio, el escritor que no quiere ser demasiado impecable en su expresión puede permitirse muchos tropiezos sin que nadie le pida responsabilidades por ello (...)”
“De modo que el escritor debe cuidar no solamente el lenguaje, sino encontrar en primer lugar una actitud apropiada ante el mismo. Una actitud apropiada quiere decir que, si es posible, no sea vinculante. Quien deja que le echen en cara sus propias palabras es un estilista de poca monta, como lo es quien, al igual que algunas mujeres, se fabrica la fama de no pecador, puesto que entonces el menor pecadillo se convierte en un escándalo (...)”

“Los escritores que se deleitan con la supuesta precisión de estilo, que tratan de asombrar con una inexistente matemática del lenguaje, que coquetean con su maestría en la escuela de Anatole France, no tienen nada que hacer en nuestro tiempo, ya que el sibaritismo ha pasado de moda. El estilista contemporáneo debe tener un concepto del lenguaje como de algo infinito y en continuo movimiento, algo que no se deje dominar (...)”
“Pondrá el énfasis más en su lucha con la forma que en la forma misma. Tratará la palabra con desconfianza, como algo que se le escapa. Esta relación de la unión del escritor con la palabra supone una mayor desenvoltura en el uso de las palabras. Lo más importante es que un exceso de teoría, un planteamiento demasiado pedante del estilo, no quiten a la palabra su eficacia en la práctica, en la vida (...)”

“Al fin y al cabo el arte existe entre hombres vivos y concretos, o sea, imperfectos. Hoy en día abundan estilos que aburren, que cansan, que revuelven las tripas, porque son el producto de una receta intelectual, son obra de unos hombres poco sociables y simplemente mal educados. Con las palabras hay que intentar alcanzar a la gente y no a las teorías, a la gente y no al arte (...)”
“Mi lenguaje en este diario es demasiado correcto, en mis obras artísticas soy más desenvuelto”. El camino hacia mi encuentro con los hombres de letras hispanohablantes empezó en el café Rex con Gombrowicz, siguió con el Pterodáctilo en el café Northing, y de ahí en más los miembros del club de gombrowiczidas se me fueron viniendo como en cascada.

Cuando intenté ubicar este acercamiento en un terreno adecuado caí en la cuenta de que, aunque pueda parecer una perogrullada, el arte de escribir, entre muchas otras cosas, también tiene que ver con las palabras. “¿Qué pensar de la categoría intelectual y demás cualidades de una persona que aún no se ha enterado de que las palabras cambian en función de su uso (...)”
“Incluso la palabra ‘rosa’ puede perder su perfume cuando aparece en labios de una pedante pretenciosa y en cambio la palabra ‘m...’ puede resultar correctísima cuando su uso está sometido a una disciplina consciente de sus objetivos?”. Las palabras se desarrollan en el tiempo, son como un desfile de hormigas y cada una aporta algo nuevo e inesperado, a través del movimiento de las palabras se expresa el incesante juego de la existencia.

La materia prima del lenguaje es la palabra, las palabras tienen una importancia fundamental para Gombrowicz, tanto en el arte como en la vida. “Las palabras se alían traicioneramente a espaldas nuestras. Y no somos nosotros quienes decimos las palabras, son las palabras las que nos dicen a nosotros, y traicionan nuestro pensamiento que, a su vez, nos traiciona (...)”
“Las palabras liberan en nosotros ciertos estados psíquicos, nos moldean, crean los vínculos reales entre nosotros”. El escritor debe desarrollar una estrategia para subirse al caballo de las palabras y tratar que ese animal no lo desmonte y lo tire al suelo. En el año 1946 Gombrowicz publicó una revista subcultural a la que llamó Aurora, y en la que debutó con una costumbre que luego prolongó en los diarios de hacer anuncios publicitarios sobre perros.

En uno de sus pasajes cuenta cuánto de peligrosa puede ser la responsabilidad por la palabra. El escritor Hipólito Alonso Pereiro estaba escribiendo a máquina la primera página de su novela en la que un mucamo le pregunta a la señora si había ordenado llamar el coche. Cuando Matilde le estaba diciendo que sí, que lo había ordenado, pero que no había ningún apuro, en vez de pero, y por error, a Pereiro le salió perro.
Un escritor con menos fuerza de carácter de la que tenía Pereiro hubiera corregido el error, pero Pereiro era consciente de su misión y aceptó con responsabilidad la palabra que había escrito: –¡Perro, insolente perro! Y esta respuesta de Matilde obligó al pobre Pereiro a modificar la respuesta del mucamo: –Si yo soy un perro, entonces usted, señora, es una pera.

Este nuevo error que se le deslizó en el teclado de la máquina, pues en vez de perra escribió pera, lo obligó a cambiar otra vez : –Si yo soy un perro, entonces usted es una pera perra, una perra pera para mí, señora, porque sepa que a mí me gusta la bruta. Quiso decir fruta pero ya era tarde: –¡Ah, soy bruta, que me muerda si yo soy bruta! Había querido decir muera.
¿Morderte? ¡Con pusto!; –¡Infame, sos coco!; –¡La Coca-cola es usted!; –¡Lococo!; –¡Co-coco, cocococo! El sentimiento vacilante que Gombrowicz tenía respecto al lenguaje y a las palabras le producía la sensación de que nadie entendía nada de nada, una sensación en la que también se sentía incluido. Sin embargo, a pesar de todo, de vez en cuando se encontraba participando en charlas y conferencias con resultados diversos.

“En una pequeña mesa de café, unos diez poetas gritan enzarzados en una discusión acalorada. Pero este café tiene una acústica fatal y además a esta hora está lleno de gente, no se oye nada. Así que dije: '¿No sería mejor cambiar de café?', pero mis palabras se perdieron en el tumulto general. De modo que les grité otra vez, y otra más, y seguí gritándoles a los oídos de mis vecinos (...)”
“Por fin me di cuenta de que ellos probablemente estaban gritando lo mismo que yo, pero nadie oía a nadie. Gente extraña los poetas. Se reúnen cada semana en un local pero no llegan a ponerse de acuerdo para cambiar de sitio”. La conferencia “Contra los poetas” que dio en la librería Fray Mocho, en la que intentó rescatar el valor de la palabra sustrayéndola del lenguaje poético, fue también tumultuosa.

Los poetas presentes se empezaron a alterar, reaccionaron con insultos y un viejo poeta le revoleó su bastón. Las palabras que pronunció resultaron tan elocuentes que Nowinski se decidió y lo empleó en el Banco Polaco. “Contra los poetas” es un ensayo belicoso que le nació a Gombrowicz de la irritación que le habían producido los poetas de Varsovia, su poeticidad convencional lo tenía harto, pero la rabia lo obligó a ventilar todo el problema de escribir versos.
A parte de la alteración que se produjo en el público presente y del bastonazo que le quiso pegar el viejo poeta, se desató una batalla tremebunda en la prensa. Gombrowicz no podía esperar que los signos de interrogación que le había puesto a la poesía fueran a ser enriquecidos por los periodistas.

Su razonamiento antipoético merecía un análisis bien hecho, no se lo podía despachar en cinco minutos con cuatro garabatos, su idea era nueva y estaba basada en un sentimiento auténtico. La intervención de Gombrowicz que más ha tenido que ver con la idea de que nadie entiende nada de nada, la tuvo en Berlín. Höllerer, un profesor muy renombrado, director de la revista Akzente, lo invitó a un coloquio para que leyera en alemán una página de “Ferdydurke”.
“Pero mi pronunciación es terrible, profesor, ni yo ni los oyentes entenderemos nada; –No importa, es un acto de cortesía que tenemos con usted, el señor Hölzer leerá algunos de sus poemas y después se abrirá el debate”. Walter Höllerer –una especie de Victoria Ocampo según nos decía Gombrowicz en sus cartas– le inspiraba confianza, tanto como profesor como por su talante de estudiante, algo que se le hacía evidente cuando escuchaba su risa jocosa y juvenil.

Gombrowicz esperaba que esa jovialidad lo liberara justamente de ese compromiso con los estudiantes de la universidad, pero el alemán que el profesor llevaba adentro lo obligó a representar su papel y se dispuso a abrir la sesión. Lo presenta a Gombrowicz en la sala de conferencias y lo invita a leer la página. “Perdón, señor Höllerer, pero no la voy a leer”. Otros participantes empiezan la lectura de sus poemas.
“Höllerer hablaba como profesor y sólo como profesor, dentro de los límites de la función, Barlevi, en calidad de polaco, de futurista varsoviano de antes de la guerra y de pintor que estaba preparando una exposición, y también de invitado de Höllerer. Hölzer, hablaba en calidad de poeta... Völker, como joven literato”. Gombrowicz se sintió debilitado, tenía que defenderse y ponerse a la altura.

Decidió por lo tanto dar señales de vida y pidió la palabra para chapurrear su alemán. Su balbuceo hueco se volvió enseguida inconcebible, ensartaba palabras al azar con el único propósito de seguir hablando, pero, increíblemente, los estudiantes lo estaban escuchando, no sabía cómo seguir. Entonces se dirigió a Barlevi, al que podía hincar el diente como compatriota y como pintor.
En un tono apasionado le empezó a hacer reproches incomprensibles, hasta que Barlevi no pudo resistir más y se durmió. Sonaron los aplausos, los estudiantes se levantaron y Höllerer dio por terminada la reunión. De las costas americanas Gombrowicz se despide con un tumulto que arma en Montevideo después de asistir a una conferencia en la Asociación de Escritores, en la que en un momento determinado lo presentan como el autor de “Fidefurca”.

Termina el acto y Gombrowicz estampa en el libro de la Asociación su firma, tras lo cual se lo pasa al Asno para que lo firme también. Esto vuelve a provocar inquietud porque el Asno está en la edad del servicio militar y todavía no tiene pinta de literato. De ahí se fueron con Paulina Medero y Dickman a un restaurancito que se daba aires, en el que los poetas habían preparado un banquete para homenajear a un profesor.
Se levantan los poetas y las poetisas y sueltan poemas en honor del profesor. Cada uno de los cincuenta poetas presentes tenía que pronunciar su poema de homenaje. Gombrowicz llama al mozo, pide dos botellas de vino y empieza a tomar. Le llega el turno a una poetisa grasienta y barrigona, se levanta de un salto, mientras balancea el busto de un lado para otro y agita los brazos, emite manojos de rimas nobles.

Gombrowicz no aguantó más y lanzó una carcajada tras la espalda del Asno, que también soltó una carcajada pero sin ninguna espalda que lo protegiera. En medio de miradas indignadas se levantó el laureado para soltar su discurso, Gombrowicz y el Asno aprovecharon la oportunidad y ahuecaron el ala. Al día siguiente, mientras cenaba con el Asno oyó que en la mesa vecina se hablaba del escándalo en la Asociación de Escritores y de la provocación en el banquete de poetas... Aconsejaban escribir a Ernesto Sabato para preguntarle si su carta dirigida a Julio Bayce en la que recomendaba calurosamente a Gombrowicz era auténtica.


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