sábado, 27 de marzo de 2010

WITOLD GOMBROWICZ, LA BELLEZA Y LA NARIZ

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ, LA BELLEZA Y LA NARIZ



“Hemos ido al Tigre. Está en el delta del río Paraná. Navegamos en una lancha por una superficie que se extiende oscura y silenciosa en medio de una maraña de islas. Todo es verde y azul, agradable y ameno. En una parada sube una muchacha que..., ¿cómo decirlo? La belleza tiene sus misterios. Hay muchas melodías bellas, pero sólo algunas son como una mano que oprime la garganta (...)”
“Esta belleza era tan magnetizadora que todos se sintieron extraños y quizá incluso avergonzados; nadie se atrevía a admitir que la observaba, aunque no había ni un solo par de ojos que no contemplara escondidas aquella espléndida aparición. De repente, la muchacha, con toda la tranquilidad del mundo, se puso a hurgarse la nariz”. Desde muy joven la belleza se le apareció a Gombrowicz por dos caminos distintos, y ésta fue la causa de muchos de los contratiempos que posteriormente le aparecieron con la edad.

La edad reparte las cartas y nos asigna los papeles en la vida social, pero la edad le hacía trampas a Gombrowicz, no le daba una carta, le daba dos; una, con el papel de superior, adulto, maduro; otra, con el papel de inferior, joven, inmaduro: era oficial y soldado a la vez. Pero fue la belleza la que mortificó a Gombrowicz con la edad, como no pudo venderle el alma al diablo se la quiso vender a la belleza.
“He aquí una escena que a menudo ha vuelto a mi memoria: el mozo de labranza, con chaqueta y la cabeza desnuda bajo la lluvia, dirigiéndose a mi hermano Janusz, bien arrebujado con su abrigo y protegido por un paraguas. La dureza de los ojos, de las mejillas, de la boca de ese mozo bajo la lluvia torrencial... La belleza. Ya en aquel tiempo distinguía dos tipos de belleza accesibles para mí, o sea para mi edad impúber (...)”

“Una de ellas sencilla, descalza, natural, y la otra el atributo de los muchachos de las mejores familias del país, muchachos de abolengo, dotados desde su más tierna infancia de elegancia e incluso distinción, miembros de una clan cerrado. ¿Cuál escoger? No fue una decisión fácil, ya que mi naturaleza, naturaleza de artista, era en el fondo de alguna manera instintivamente aristocrática (...)”
“No os olvidéis que el artista posee un sentido innato de la jerarquía, de la superioridad, del refinamiento, que el arte se basa en una despiadada segregación de valores para separar lo mejor y lo superior y rechazar con desdén lo vulgar y lo corriente. No habría sido de extrañar que escogiera a los Potocki y a los Radziwill como habían hecho Chopin, Proust, Balzac (...)”

“Pero, por otra parte, ya había notado ciertas pequeñas porquerías, que me dieron que pensar a mis catorce años... Por ejemplo... el hurgarse en la nariz. Sí, hurgarse en la nariz. Me percaté que la aristocracia practicaba este deporte con placer. También reparé en que el hurgarse la nariz de mis muchachos campesinos era de algún modo inocente y no producía ningún disgusto (...)”
“En cambio, el mismo acto cometido por la mano de un Potocki o un Wielopolski resultaba ser terriblemente desagradable y repugnante. Ese inmenso descubrimiento empezó a orientarme hacia la izquierda. Pero a la vez me invadía una oleada de snobismo que perturbó durante largo tiempo mi desarrollo”. Este descubrimiento temprano e inocente de la belleza no siguió un camino recto porque la belleza suele estar encarnada en el sexo y en el cuerpo.

Los intentos que hizo Schopenhauer para desexualizar la belleza no tuvieron éxito en Gombrowicz. Para Schopenhauer el cuerpo más bello era el del hombre y sólo por la atracción sexual nos parecía a los hombres más bello el de la mujer. Pero Gombrowicz quería encontrar una tercera vía en todo lo que concierne a la creación. “Evidentemente, Genet, es un gran creador y, tal vez, el mejor artista francés, porque ha descubierto una nueva realidad (...)”
“En la obra de Genet nos encontramos con una belleza ruinosa, una belleza sucia, inferior y perseguida. A mis ojos es un gran descubrimiento, una belleza moderna; eso es lo que ahora y en el porvenir va a atraernos y no la belleza de una madona de Rafael, que para nosotros resulta terriblemente aburrida porque la perfección aburre. Sólo interesa lo que florece (...)”

“Hay otra cosa en Genet que tiene mucha fuerza, y es que une la belleza a la fealdad. Ha mostrado el reverso de la medalla, ha encontrado una potente unión entre el aspecto positivo de la belleza y su aspecto negro”. Desde hace ya bastante tiempo el pensamiento tomó la deriva de definir las cosas por la negativa. La nada, la negación de la negación y otras negatividades originarias por el estilo desembocaron en consecuencias tales como que la felicidad es la ausencia del sufrimiento.
En la filosofía, el ser como ausencia de la nada, y en la ciencia, los fenómenos descalzados de la determinación, nos ponen en el camino de preguntarnos, por ejemplo, si la belleza no será, quizás, la ausencia de la fealdad. Gombrowicz define la fealdad del cuerpo en forma positiva.

La gordura es uno de los síntomas conspicuos de la fealdad, una sola cucharadita de grasa rancia de Balzac bastaba para volver indigesta toda su personalidad, sin embargo, había que ser indulgentes con su persona porque era un genio. “Las mujeres que se acostaban con su genial gordura debieron saber algo de esa indulgencia, puesto que para meterse en la cama con el genio tuvieron que vencer en ellas más de una aversión (...)”
“Es más fácil llegar a odiar a alguien por hurgarse la nariz que llegar a amarlo por haber compuesto una sinfonía”. No resulta tan fácil deducir la calidad de una obra de la contextura corporal del autor, pero Gombrowicz la deducía. Yo a veces me pongo a deducir la calidad de “Sobre héroes y tumbas”, y otras veces de “El tilo”, de los cuerpos del Pterodáctilo y del Pato Criollo respectivamente, pero no me sale nada.

Entonces hago experimentos más cruciales aún, cruzo las obras con los cuerpos de los autores, pero tampoco me sale nada. Claro, Gombrowicz tenía a su disposición elementos espirituales de los que yo no dispongo. Los aspectos contradictorios y profundos de la belleza se le actualizaron a Gombrowicz en Vence, en la persona de Jean-Marie Gustave Le Clézio.
“¿Le Clézio? Que sea Le Clézio, aunque no tengo idea de qué voy a decir de él... Le Clézio me visitó con su mujer poco después de mi llegada a Vence y me causó una impresión inmejorable, serio, inteligente, sincero. Dramático (tiene veintisiete años), concentrado. Muy apuesto y aún más fotogénico, así que L’Express y otras revistas publican fotos suyas a toda página (...)”

“La prensa ve en él la principal celebridad de la literatura francesa ‘á l’heure de promesse’, ya es conocido en Europa, catalogado como el futuro Camus de Francia, la gente se detiene al verlo por la calle. Veintisiete años y ya tres novelas (estos franceses, realmente...). A parte de las incomodidades de esta posición tan vertiginosa, Le Clézio –así me lo parece– está amenazado en dos frentes (...)”
“El primer peligro es el tipo de vida que le ha tocado en suerte, demasiado paradisíaca e idílica. Sano, robusto, bronceado, entre las flores de Niza, con una mujer guapa, gambas, fama y playa... ¿qué más se puede desear? Sus novelas respiran en cambio las impenetrables tinieblas de una desesperación extrema, mientras él mismo, un joven dios en traje de baño, se sumerge en el azul salado del Mediterráneo (...)”

“Pero esta contradicción es demasiado ligera y superficial para poder desacreditar a Le Clézio, y sólo un segundo veneno, mucho más penetrante y sostenido, se convierte en el vehículo del primer veneno. Este segundo veneno es la belleza. Hubiese tenido que conocerlo hace trece años, cuando tenía catorce, para poder decir de esto algo más concreto (...)”
“Tal como lo veo ahora, se defiende de su propia belleza sobre todo con su voz –que es inesperadamente baja, masculina, sólida– y también con su visión del mundo extremadamente trágica, así como con el heroísmo de su postura ética. Lo que no excluye algunas concesiones, su mujer, por ejemplo, que también es bonita, y su pequeño coche deportivo de una buena marca no menos atractivo (...)”

“También considero muy significativo y característico el hecho de que Le Clézio y su mujer vivan en Niza en una plaza llamada justamente Ile de Beauté (Isla de la Belleza). No voy a afirmar, naturalmente, que haya escogido esta plaza ex profeso, pero en la vida hay determinadas coincidencias indiscretas que desenmascaran una tendencia oculta. Esta casualidad, en mi opinión, no es únicamente casualidad (...)”
“Le Clézio, pues, se compone de contrastes: por un lado la belleza, salud, forma, fotos, Niza, rosas, automóvil; por otro, tinieblas, noche, vació, soledad, absurdo, muerte. Pero su mayor problema es que en él el drama se vuelve bello, seductor. Él se rebela: “La juventud, no sé qué es, no existe”, ha dicho en una entrevista... pero sin tomar en consideración que uno no es joven para sí mismo, se es joven para los demás y a través de los demás (...)”

“Lo único que podría salvarlo es la risa”. No sé si esta profecía lo alcanzó a Le Clézio, la cosa es que cuarenta y un años después de haber visitado a Gombrowicz en su casa de Vence recibió el Premio Nobel de Literatura. Este prolífico escritor existencialista fue coronado por la Academia de Suecia con unas palabras fulgurantes que Gombrowicz no pudo escuchar.
“Novelista de la ruptura, de la aventura poética y de la sensualidad extasiada, investigador de una humanidad fuera y debajo de la civilización reinante, Le Clézio se conjuró para intentar elevar las palabras por encima del degenerado estado del discurso cotidiano y restaurar el poder de éstas para invocar una realidad esencial”. Empezó a escribir novelas de aventuras muy temprano, a los siete años, y siguió haciéndolo durante los años siguientes.

Pero hasta 1963 no publicó nada, pues consideraba que esos escritos juveniles eran meramente preparatorios para su oficio futuro. Su carrera literaria puede dividirse en dos grandes períodos. En el primero de ellos, en el conoció a Gombrowicz, de 1963 a 1975, Le Clézio exploró la locura, el lenguaje reiterativo, la escritura torrencial y se dedicó a la experimentación, al igual que hicieron autores contemporáneos suyos, como Georges Perec y Michel Butor.
La imagen pública de Le Clézio era la de un innovador rebelde, y recibió elogios de Michel Foucault y Gilles Deleuze. Cuando lo conoció a Gombrowicz ya tenía a cuestas tres novelas, en las que pone de manifiesto los conflictos y el miedo predominantes en las principales ciudades del mundo occidental. En esta etapa también se destacó como autor comprometido con la ecología.

El segundo periodo comenzó a finales de los años 70 en los que el estilo de Le Clézio viró drásticamente. Abandonó la experimentación; el estado de ánimo de sus novelas se convirtió en menos atormentado, abordó temas como la infancia, la adolescencia o los viajes, con los que logró atraer a un número de lectores más amplio. En cuarenta y cinco años de oficio, Le Clézio, un gran viajero fascinado por los mundos primarios, ha escrito una cincuentena de libros cargados de una gran humanidad.
“Esta bien escribir novelas, porque cambias de personalidad, te conviertes en otra persona. Es delicioso cambiar de personalidad totalmente; meterse en la piel de alguien de otra época, de otro sexo e identificarse completamente con esa persona”. Ni el contraste entre una vida paradisíaca con las tinieblas de una desesperación extrema de las novelas, en el caso de Le Clézio, ni el contraste entre la intelligentsia con la clase social, en el caso de Gombrowicz, eran los verdaderos venenos, el verdadero veneno era la belleza para ambos.

Gombrowicz buscó hasta el final de su vida un pacto con la belleza para detener el envejecimiento, es decir, el tiempo, pero la belleza no es el diablo, le dio la espalda y Gombrowicz se murió viejo. La belleza es un valor que retiene al joven en la inmadurez, pero como el joven quiere ser maduro, se defiende de su propia belleza, la porta pero no la quiere. Este rechazo de la propia belleza es más hermoso que la belleza misma.
Gombrowicz se desvelaba por establecer las relaciones que existen entre la inmadurez y la cultura, dos términos marcadamente antitéticos, pues la cultura es la puerta por la que entramos hacia el completamiento. Sin embargo, el estado inicial es el que guarda celosamente los tesoros preciosos de la belleza y el encanto que le muerden los talones a la cultura con una inmadurez que no necesita de mediadores.

Pero la cultura y las ideas son mediadoras por excelencia y la forma su aspecto más visible. El primer ataque severo y sostenido que Gombrowicz realiza contra el veneno de la belleza aparece en su primera novela, donde hace víctima de sus maniobras destructivas a la colegiala moderna. La belleza de Zutka lo hacía sufrir a Kowalski, al extremo de llegar a soñar con su destrucción física.
Se empezó a preparar para atacar la hermosura de la moderna adolescente. Al día siguiente en la cena: –Zuta, ¿quién es ese muchacho que te acompañó a casa?; –No sé, mamá, se me pegó en la calle; –¿A lo mejor tienes una cita con él? ¿A lo mejor quieres pasar el week-end con él y quedarte toda la noche? Quédate entonces; –Como no, mamá. El ingeniero se tomó el atrevimiento de continuar con las insinuaciones de la Juventona.

¡Claro está que no hay nada de malo en eso! Zuta, si deseas tener un hijo natural, ¡sírvete nomás! El culto a la virginidad se acabó, es una idea anacrónica propia de estancieros. Kowalski empezó a imaginarse el parto, la nodriza y también una criatura que, con su calor infantil y con su leche, iba a aniquilar muy pronto la hermosura de la muchacha, transformándola en una madre pesada y tibia.
Se inclinó de un modo miserable hacia la colegiala y dijo: Mamita. Y de golpe y porrazo el Juventón se mandó una risotada, algo se le debió asociar con el cabaret o, quizás, con el desván del género humano. Las gafas se le cayeron de la nariz: –¡Víctor! Kowalski echó más leña al fuego: –Mamita, mamita; –Perdón, el ingeniero seguía risoteando, perdón. La muchacha había sido alcanzada.

Me extraña, Víctor, los comentarios de nuestro viejito no son nada jocosos; –Mamita, mamita; –¡Hágame el favor de no meterse en la conversación! Kowalski, para consolidarse en su miseria, empezó a chapotear en la compota, le metía todo lo que tenía a mano y la revolvía con el dedo; –¿Qué hace?... ¿Por qué el caballero ensucia la compota?; –Yo lo hago así nomás... me da igual.
El ingeniero otra vez chilló con una risa de cabaret: –¡Es una pose! ¡No comas, Zuta, no permito! ¡Víctor, impídeselo! La colegiala se levantó y se fue, la Juventona salió tras ella. Huían, el risoteo subterráneo del Juventón le había devuelto a Kowalski la capacidad de resistencia, tenía que aniquilar el modernismo de la colegiala, rellenándola con elementos extraños como había hecho con la compota.

Sin embargo, el éxito que había tenido en la cena era dudoso, era más bien un triunfo sobre los padres, la muchacha había salido sin un daño serio. Kowalski se había quedado solo en la casa, tenía que entrar al cuarto de la colegiala para afearla. Lo único que le llamó la atención fue un clavel metido dentro de una zapatilla de tenis. Agudizaba su amor por el deporte con el amor.
Asociando el sudor deportivo con la flor despertaba una atracción hacia su sudor. Tenía que neutralizar el hechizo de la flor. Atrapó una mosca, le arrancó las patas y las alas, hizo una bolita sufriente, pavorosa y metafísica, y la puso dentro de la zapatilla. La mosca sufriente descalificaba todo lo que estaba dentro del cuarto de la colegiala. Revisó los cajones, enseguida encontró la correspondencia amorosa de la colegiala.

Había cartas amorosas de los escolares, de los universitarios, pero ninguna mencionaba los muslos, se referían a otras cosas. Los políticos se agregaban a la lista de los que ocultaban los muslos, también los poetas. Después de meditar un rato Kowalski logró traducir a un idioma comprensible el contenido de uno de los poemas. “Los horizontes estallan como botellas/ La mancha verde crece hacia el cielo/ Me traslado de nuevo a la sombra de los pinos/ Desde allí tomo el último trago insaciable/ De mi primavera cotidiana”
En la versión de Kowalski el poema quedaba transformado. “Los muslos, los muslos, los muslos/ Los muslos, los muslos, los muslos, los muslos/ El muslo/ Los muslos, los muslos, los muslos”. Pero también los jueces, abogados y procuradores, farmacéuticos, comerciantes, estancieros, médicos le escribían cartitas.

La madurez les resultaba pesada y a escondidas de sus esposas y de sus hijos le mandaban largas epístolas a la moderna colegiala de segundo año, pero tampoco en ellas se podían encontrar muslos. “¡Oh, el pandemonium de la colegiala moderna! ¡Qué contenidos encerraba aquel cajón! Sólo entonces me enteré de cuán terribles misterios son dueñas las contemporáneas colegialas y qué pasaría si alguna quisiera traicionar lo que se le ha confiado.
Pero esos misterios se hunden en las jóvenes como una piedra en el agua, son demasiado lindas, demasiado hermosas como para poder contarlos... y aquellas que no están enmudecidas por la belleza no reciben tales cartas. Hay algo ultra conmovedor en eso de que sólo las personas sujetas a la disciplina de la hermosura tienen acceso a ciertos vergonzosos contenidos psíquicos de la humanidad”

¿Alcanzaría la mosca metafísica para afearla? Tenía que atacar a la colegiala en todos los frentes para derrumbar su belleza moderna. Reflexiona un poco y decide mandar dos cartas apócrifas haciéndose pasar por la colegiala. Con esta argucia prepara una trampa para que un colegial y Pimko se encuentren a la medianoche en el dormitorio de la muchacha, ninguno de los tres lo sabe.
Pero antes que llegue la medianoche decide volver a espiar. Quiere sorprenderla en el baño, listo para el salto psicológico bestializado, verla saliendo del sueño, tibia y descuidada, para aniquilar en él su hermosura. La muchacha salta a la bañadera, abre la ducha fría, empieza a sacudirse la mechas y su cuerpo proporcionado tirita y temblequea bajo el agua. Se echa agua fría para recuperar su belleza diurna. Cuando cierra el grifo y se queda desnuda, mojada y jadeante, es como si hubiera empezado a existir de nuevo. Kowalski no debía espiar más, esto podría perderlo.


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