domingo, 28 de marzo de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y EL RELOJERO DE VARSOVIA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y EL RELOJERO DE VARSOVIA


“Virgilio Piñera (escritor cubano): –¡Vosotros los europeos no nos tenéis consideración! No habéis creído jamás, ni por un momento, que aquí pueda nacer una literatura. ¡Vuestro escepticismo en relación con América es absoluto e ilimitado! ¡Inamovible! Está oculto tras la máscara de la hipocresía, que es una clase de desprecio aún más mortífera. En este desprecio hay algo despiadado (...)”
“¡Desgraciadamente nosotros no sabemos responder con el mismo desprecio! Un arrebato de la ingenuidad americana; lo tienen las mejores mentes de este continente. En cada americano, aunque haya tragado todas las sabidurías y haya conocido todas las vanidades del mundo, siempre queda oculto el espíritu provinciano que en cualquier momento puede estallar en una queja fresca e infantil (....)”

“Virgilio, no sea usted niño. Pero si estas divisiones en continentes y nacionalidades no son más que un desafortunado esquema impuesto al arte. Pero si todo lo que usted escribe indica que desconoce la palabra ‘nosotros’ y que sólo la palabra ‘yo’ le es conocida. ¿De dónde le viene entonces esta división entre ‘nosotros’, los americanos, y ‘vosotros’, los europeos?”
La más de las veces Gombrowicz pensaba que su vida no era interesante, que a él no le ocurría nunca nada que valiera la pena meter en los diarios. Aquí, en el café Rex, se nos aparecía como una persona sin pasado, un Deus ex machina, y tanto era así que unos cubanos, Virgilio Piñera y Humberto Rodríguez Tomeu, habían hecho correr el rumor de que Gombrowicz era hijo de un famoso relojero de Varsovia.

Humberto Rodríguez Tomeu tenía conmigo una cordialidad pícara muy evidente, me trataba con una gran delicadeza pero cuando yo lo aburría con algún tema se vengaba. Una tarde estábamos analizando en su casa mi correspondencia con Gombrowicz y yo trababa de convencerlo de que lo había vencido en una polémica acalorada y sostenida que manteníamos sobre Sartre.
Un poco cansado de mi interminable charla me dijo que a su edad ya sólo le interesaban las biografías y no tanto la filosofía, pero como yo no paraba de hablar me pidió permiso para ir a buscar un cuadro. Cuando me mostró la reproducción de una pintura que parecía importante me preguntó si me gustaba. Le hablé de las masas cromáticas, de las líneas de fuga, mientras Humberto sonreía maliciosamente.

Finalmente me hizo la pregunta fatal: –¿De quién es el cuadro, Gómez? Se trababa de un cuadro famoso del Greco pero, desgraciadamente para mí, no pude ubicar al autor. Con esta pequeña artimaña Humberto consiguió lo que quería, que lo dejara de fastidiar con Sartre. “Mi primera impresión sobre Gombrowicz fue muy intensa. Dijo dos o tres frases categóricas, porque sí, sin reír, por broma”
Humberto Rodríguez Tomeu y Virgilio Piñera condujeron en forma sistemática y magistral la traducción de “Ferdydurke”. El testimonio de Humberto que aparece en “Gombrowicz en Argentina” es uno de los más divertidos. “En general cada uno pagaba lo suyo. Pero había una rivalidad entre Piñera y Gombrowicz para no pagar. Si servían un café, Witold le insistía a Piñera para que lo invitara (...)”

“Virgilio se defendía: –‘Ayer pagué yo’. Acabábamos por ceder pues teníamos más dinero que Gombrowicz. Era un juego especialmente psicológico que Gombrowicz utilizaba para imponerse a Piñera”. Gombrowicz les presentaba el borrador de su traducción en un español macarrónico. No existía ningún diccionario polaco-español, era preciso no sólo traducir sino también elegir las palabras por su eufonía, su cadencia y su ritmo.
También inventar palabras nuevas para encontrar el equivalente de las polacas. “Con la aparición de ‘Ferdydurke’, Witold decidió fundar una revista con Piñera y conmigo. Queríamos hacer algo que llamara la atención para provocar al mundo literario que había ignorado ‘Ferdydurke’. Gombrowicz y Piñera se disputaron rápidamente los espacios y los privilegios (...)”

“Entonces Witold dijo: ‘Yo hago mi revista’, y Piñera: ‘Yo hago la mía’. Cada uno de ellos trataba de ganar tiempo y hacer que su revista apareciera antes que la del otro. La de Gombrowicz, ‘Aurora’, salió primero, ‘Victrola’, de Piñera, al día siguiente”. Virgilio Piñera y Humberto Rodríguez Tomeu gozaron con “Ferdydurke”, habían creído en el libro y estaban contentísimos de haber participado en la traducción en condiciones tan excepcionales.
Cuando se fueron de la Argentina, en diciembre de 1947, compraron a precio de saldo una valija llena de ejemplares, que después vendieron a sus amigos de La Habana. “Me interesa añadir que sí, que pese a todo encontré amigos benévolos y serviciales. Virgilio Piñera, un escritor cubano hoy eminente, y Humberto Rodríguez Tomeu, otro cubano, hicieron mucho por mí, y es sobre todo a ellos a quienes debo la traducción española de “Ferdydurke”

El primer gombrowiczida polaco que apareció en Francia fue el Príncipe Bastardo, y los primeros gombrowiczidas hispanohablantes que aparecieron en la Argentina fueron Virgilio Piñera y Humberto Rodríguez Tomeau aunque, hay que decirlo, Gombrowicz ya tenía algunos admiradores en el país. Gombrowicz designó a Piñera como presidente del comité de traducción de “Ferdydurke”.
El trabajo la mayor parte del tiempo se realizó en el café Rex: “Joyce dispuso de una sola persona para traducir su Ulises, yo dispuse de veinte para traducir mi “Ferdydurke”. Antes de llevar adelante esta empresa Piñera ya se había hecho una composición de lugar respecto a Gombrowicz en las mesas de café: –Así que usted viene de la lejana Cuba. Todo muy tropical por allá, ¿no es cierto? ¡Caramba, cuántas palmeras!

El misterio del origen del vocablo “Ferdydurke”, en los tiempos del café Rex en los que se traducía “Ferdydurke”, resultaba impenetrable para Piñera, tanto como la verosimilitud de la historia que le contaba sobre su viaje a la Argentina. Pero mientras que para el vocablo Gombrowicz tenía una versión única: no significa nada, para la historia tenía varias. El relato del viaje era el primer plato de la conversación con Gombrowicz y fue escuchado por todas las personas que se acercaban al autor de “Ferdydurke” en aquellos años.
Destacaba que en el barco era invitado de honor, que almorzaba en la mesa del capitán con el que sostenía conversaciones filosóficas y al que le daba consejos místicos. Repetía hasta el cansancio que no le había gustado Río de Janeiro porque su vegetación era demasiado verde y porque los morros eran muy dudosos, y tantas veces como lo de la vegetación, repetía que no había regresado a Polonia por los intensos estudios del alma sudamericana que había iniciado el día anterior a la partida del barco.

“Cuando apareció ‘Ferdydurke’, llovió sobre él el fuego graneado de los gramáticos. En general, tenían razón. Las objeciones de Sabato, de Capdevila, y tantos otros, se fundamentaban en argumentos contundentes. No creo, sin embargo, que por haber empleado mal algunas palabras, o de haber tomado otras en una acepción bastante discutible, la traducción fuese absolutamente mala (...)”
“Sin que pretenda justificar esas faltas lo cierto es que tales errores se debieron a que fue imposible, en vista a la inminente aparición del libro, hacer una revisión al microscopio. Yo no creo, sinceramente, que a pesar de que uno que otro adverbio haya sido mal empleado, o de que un sustantivo haya sido usado impropiamente, la versión española de “Ferdydurke” resultara ilegible”

Toda esta historia había empezado cuando el maestro Paulino Frydman, director de la sala de ajedrez del café Rex, consiguió milagrosamente traer un ejemplar polaco de “Ferdydurke” de Polonia a la Argentina, pero ni Piñera ni las otras personas que ayudaron a Gombrowicz a poner en español a “Ferdydurke” pudieron comparar las dos versiones pues no sabían polaco.
Los polacos hispanohablantes observaron después de la aparición de la obra que Gombrowicz había creado una versión más fácil de la novela para atraer la atención del lector al contenido del libro. Por medio de la eliminación de las partes difíciles y estilísticamente más extrañas, reemplazadas por un breve sumario del sentido del fragmento faltante, los autores de la traducción se propusieron no desalentar a los lectores en el mismo comienzo de la obra.

Por otro lado, los traductores de Gombrowicz, jugando con una mezcla de estilos y variaciones del castellano y sin atender demasiado a la corrección, crearon un lenguaje tan fuera de lo convencional que irritaron a los puristas. El lector no sabía descifrar muy bien a “Ferdydurke”, pues no sabía en qué grado el lenguaje dependía de las licencias poéticas del autor o de la traducción misma.
Por eso no podía juzgar adecuadamente el trabajo de los traductores, ni aún el mismo libro. El motivo general del rechazo a “Ferdydurke” no fueron sin embargo las cuestiones lingüísticas, sino la inmadurez por parte de los lectores para entender el aspecto filosófico del libro. Virgilio Piñera define a la obra como la realización de un análisis espectral, como un examen de conciencia que todavía hacía falta en la cultura.

Ve a “Ferdydurke” como una sátira y la compara con Don Quijote. Según Piñera, a través de lo grotesco y lo absurdo Gombrowicz muestra los mecanismos de la forma, y gracias a su madurez en el oficio, no cae en la trampa de la pura dialéctica que mataría la poesía de la obra. Hasta aquí estamos viendo a “Ferdydurke” con la mirada de Virgilio Piñera, ahora vamos a ver un poco “La carne de René” con la mirada de Gombrowicz.
Hay naciones que miran y otras que se sienten miradas. En la época de Gombrowicz, las capitales del cuadrilátero de la cultura: País, Roma, Inglaterra y Berlín, se pasaban la vida mirando, mientras otras capitales del mundo se sentían miradas con desdén El que es mirado suele maniobrar en forma defensiva, Sudamérica pertenecía al gran mapa de las regiones periféricas que se sentían miradas, no podían luchar con esa mirada desdeñosa, era una tierra fértil para el cultivo del gran absurdo.

Después de leer “La carne de René” Gombrowicz se ocupa de Piñera en los diarios y lo pone bajo la lupa con la que observa la rebelión inmadura sudamericana contra la cultura europea. “Piñera, al sentirse impotente, rinde homenaje al gran absurdo, que lo aplasta; en su arte la adoración del absurdo es una protesta contra el sin sentido del mundo, hasta una venganza, una blasfemia del hombre ofendido en su moralidad (...)”
“‘Si el sentido, el sentido moral del mundo, es inaccesible, me dedicaré a hacer payasadas’; tal es el aspecto aproximado que tomaban la venganza de Piñera y su rebeldía”. Pero fue en la región central de las miradas donde aparecieron por primera vez las miradas absolutas y también el gran absurdo. Kierkegaard, en su famoso “¡O esto o aquello!”, crucifica a la razón para aceptar la paradoja absoluta que él ve en Cristo.

Como su tiempo no quiso aceptar su ‘o esto o aquello’, se rebeló contra la sociedad, contra su propia iglesia, y contra el mismísimo matrimonio, porque, conforme a su exigencia de una pureza absoluta, la procreación le parecía pecaminosa. Y el Roquentin de Sartre se rebela contra el mundo porque el mundo no es como debiera ser de acuerdo a sus postulados absolutos.
El hecho de que Kierkegaard fuera teísta y que Sartre fuera ateo, resulta de la menor importancia, ya que lo que ambos tienen en común es mucho más esencial: la demanda de lo absoluto en un mundo relativo, y la actitud de rebelión contra ese mundo que no se pliega a sus demandas absolutas. Virgilio Piñera es uno de los grandes escritores cubanos. En febrero de 1946 viajó a Buenos Aires donde residió, con algunas interrupciones, hasta 1958.

Aquí trabajó como funcionario del consulado de Cuba, como corrector de pruebas y como traductor. Para llevarle la contraria a “Aurora”, la revista de la resistencia que había creado Gombrowicz, fundó la revista Victrola”, y para llevarle la contraria a Lezama Lima, con quien había polemizado agriamente, fundó la revista “Ciclón”, una publicación de gran importancia en la historia de la literatura cubana. En 1952 apareció su primera novela, “La carne de René”.
Colaboró con la revista argentina “Sur” y con las francesas “Lettres Nouvelles” y “Les Temps Modernes”. En 1958 abandonó la Argentina y se instaló definitivamente en Cuba donde murió en 1979. En los últimos años de su vida Piñera fue condenado al ostracismo literario por las autoridades de las instituciones culturales oficiales cubanas, en gran parte debido a su condición de homosexual, una condición que él nunca había ocultado.



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