domingo, 21 de marzo de 2010

WITOLD GOMBROWICZ, MANKA-MANIA Y WLADZIO


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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS


WITOLD GOMBROWICZ, MANKA-MANIA Y WLADZIO



“Una conversación con Karol Swieczeweski sobre ‘El casamiento’. Al mismo tiempo una carta con la noticia de que en los Estados Unidos alguien quiere representar esa pieza teatral, y una carta de Camus con la pregunta de si no tengo nada en contra de que recomiende ‘El casamiento’ a un director de teatro de París. ‘El casamiento’ sin teatro es como un pez fuera del agua (...)”

“Sí, porque es un drama no solamente escrito para el teatro, sino que, al menos en su intención, es también la misma teatralidad de la existencia que se libera de sus cerrojos. No obstante, temo que nadie, aparte de mí, sea capaz de dirigirlo y que el espectáculo se derrumbe, con gran vergüenza para mí, enterrando por muchos años la carrera teatral de la obra (...)”

“La mayor dificultad consiste en que ‘El casamiento’ no es una transposición artística de un problema o una situación, sino una libre descarga de la imaginación, eso sí, dirigida a un fin determinado. Lo cual no quiere decir que ‘El casamiento’ no cuente una historia: es el drama de Henryk, un hombre contemporáneo cuyo mundo ha sido destruido, que ha visto en sueños su casa convertida en una taberna y a su novia Manka-Mania transformada en una mujerzuela (...)”

“Deseando recuperar el pasado, este hombre proclama rey a su padre, y en su novia quiere ver una virgen. Todo en vano, puesto que no sólo su mundo ha sido destruido, es él mismo quien también ha sufrido un hundimiento y a quien ya se le han agotado aquellos sentimientos de antaño (...)”

“Es el sueño acerca de una época, que expresa los tormentos de nuestro tiempo presente, pero a la vez es el sueño que anticipa una época que trata de adivinar. El sentido de estas reflexiones resulta melancólico, la verdad es que no tengo ninguna seguridad de que ‘El casamiento’ se represente mientras yo viva”. El príncipe Segismundo, de “La vida es sueño” de Calderón de la Barca, y el príncipe Henryk, de “El casamiento” de Gombrowicz, siguen caminos diferentes.

Sin embargo ninguno de los dos distingue en sus historias si son verdaderamente reales o están dictadas tan sólo por los sueños. Los sueños y el yo son ideas poderosas, son el origen de todas las cosas, y también son ideas poderosas por la grandeza que pueden alcanzar en la forma de una personalidad.

Que el yo y los sueños sean el origen de todas las cosas es una cuestión con la que no todos están de acuerdo. La tragedia sólo es posible si hay por lo menos dos personas, si existe un antagonismo real entre dos personas diferentes, ajenas una a la otra, que por esa diferencia se pueden destruir mutuamente. Pero si lo que ocurre, ocurre entre una persona y un mundo de sueños cuya existencia está tan solo en el poder de su imaginación, el resultado puede ser irónico o paradójico, satírico o burlesco, todo menos dramático.

No existe drama donde la resistencia del otro no es real y existe sólo en la región del sueño. Pero el sueño de “El casamiento”, según lo ve Gombrowicz, es un sueño sobre la realidad. Los miedos que enfrenta el protagonista provienen de un contacto real con la vida, aunque sea un contacto con personas creadas por su imaginación en la esfera de los sueños.

Los hombres independientes no existen, y nuestras ideas y sentimientos no vienen de nosotros mismos, se forman entre los hombres, en la esfera peligrosa y poco conocida de la forma y de los sueños. “Perdió su amor, su novia. Ruega a Dios que le devuelva todo lo perdido y espera ¿Qué es lo que reclama, pues Kierkegaard? Reclama la repetición de una vida que no vivió, la recuperación de la novia perdida (...)”

“Reclama la repetición del pasado; que le sea devuelta Regina, tal como era en los tiempos de noviazgo’. ¡Qué parecido tan grande entre este pensamiento de Lefebvre y ‘El casamiento’! Sólo que Henryk no se dirige a Dios sino a los hombres. Derriba a su padre-rey (el único eslabón que lo une con Dios y con la moral absoluta), tras lo cual, al proclamarse rey, intentará recuperar el pasado sirviéndose de los hombres, creando de ellos y con ellos una realidad. Magia divina y magia humana”

Kierkegaard era enemigo del disimulo y las mentiras, quería llevar una vida auténtica en el reino de la fe cristiana y luchar contra la mala fe de los que fingían tenerla sin vivir al nivel de los severos y austeros principios del cristianismo verdadero. Quiso ponerse a prueba él mismo y eligió romper su compromiso con la hermosa Regina Olsen que lo adoraba, una conducta que utilizó desvergonzadamente en sus libros describiendo a la mujer como el eterno enemigo del espíritu.

La mujer era el diablo que arrastra a los jóvenes a sus trampas. Pero todas estas actitudes con las justificaciones respectivas eran mentiras, mentiras al mundo y a sí mismo. El sueño de Kierkeggard que le ruega a Dios que se la devuelva a Regina, no es el mismo de Gombrowicz en “El casamiento”, Manka estaba pasada de vueltas cuando Henryk le ruega al padre que se la devuelva virgen e inocente.

Los padres de Henryk no tenían una buena opinión de Manka-Mania. “Por favor, no piensen que pueden permitírselo todo porque esto es una posada. ¿Pero qué es esto? ¡Eh! Les entran las ganas, también es una calamidad que a esta arrastrada todos la quieran manosear, no piensan más que en tocarla, todos la tocan y la sofaldan, día y noche, sin parar, siempre igual, frotarla, sobarla, sofaldarla, y eso trae problemas (...)”

“¡No te cases con ella! Porque el viejo borracho dijo la verdad. Ella tonteaba con Wladzio, en el pasado. ¡También yo los sorprendí sobándose junto al pozo en pleno día, se toqueteaban y se buscaban, él a ella y ella a él, Henryk, no te cases!”. Gombrowicz empezó “El casamiento” durante la guerra con el propósito de escribir la parodia de un drama genial.

Se propuso mostrar a la humanidad en su paso de la iglesia de Dios a la iglesia de los hombres, pero esta idea no le apareció al comienzo, en la mitad del segundo acto todavía no sabía bien lo que quería. “El casamiento” es la teatralidad de la existencia, una realidad creada a través de la forma que se vuelve contra Henryk y lo destruye. En esta obra Gombrowicz les abre la puerta a sus percepciones proféticas.

“Empecé ‘El casamiento’ durante la guerra, en el año 1944, en la localidad de La Falda de la provincia de Córdoba, convaleciente de unas líneas de fiebre persistentes que, como supe al fin, se debían a que el termómetro marcaba unas décimas de más. Esta pieza de teatro se fue estructurando en mí lentamente, a tirones, a lo largo de esa existencia argentina, un día tras otro (...)”

“‘Fausto’ y ‘Hamlet’ fueron mis modelos, pero sólo en lo referente a su genialidad. Quería escribir un drama que fuera grande y genial, y me remití a estas obras, que en mi juventud había leído con veneración. Mis ambiciones no estaban exentas de cierta astucia, ladino como era, presentía que era más fácil escribir una gran obra que una obra simplemente buena. La vía del genio me parecía menos ardua (...)”

“‘El casamiento’ que, como todas mis obras, se rebela contra la forma, es una parodia de la forma, una parodia del drama genial. Pero, parodiando el genio, ¿acaso no iba a poder introducir fraudulentamente un poco de mi propio genio, de contrabando? Me propuse mostrar a la humanidad en su paso de la Iglesia de Dios a la iglesia de los hombres. Con todo, la idea no surgió desde el comienzo de mi obra (...)”

“Primero empecé por lanzar a la escena un puñado de visiones, de gérmenes, de situaciones y lentamente a trompicones, llegué a esa idea. Iba por la mitad del segundo acto y seguía sin saber lo que quería. Y se me antojaba que la creación bamboleante, ebria y sonámbula, a partir de los cortocircuitos de la forma, de sus conexiones y combinaciones, se correspondía con el devenir de la historia, la cual avanza también ebria y sonámbula (...)”

“Pueden detectarse en ‘El casamiento’ ciertos mecanismos de gestación del hombre y de la humanidad modernos. La presencia constante de la forma en la escena constituye el spiritus movens del drama. Y aquel que se deje arrastrar en los torbellinos de la forma en proceso de formación, queda preso para siempre en una duda mortal. ¿Es eso cierto? ¿Es sensato, o más bien estúpido? ¿Es realidad o sueño?”

“Mi modesto teatro de aficionado no es teatro del absurdo, sino teatro de ideas, con sus medios propios, sus propios objetivos, su clima particular y un mundo personal”. En esta pieza de teatro se narra el sueño sobre una ceremonia religiosa y metafísica que se celebra en un futuro trágico en el que el hombre advierte con horror que se está formando a sí mismo de un modo imprevisible.

Éste es un acorde disonante entre el individuo y la forma; si no hay Dios, los valores nacen entre los hombres. Pero el reinado de Henryk sobre los hombres tiene que hacerse real, las necesidades formales de la acción para hacerlo rey terminan por derrumbarlo y toda la transmutación fracasa; ha recibido un zarpazo de Dios. En esta pieza de teatro se cuenta el sueño de un soldado polaco alistado en el ejército francés.

Está peleando contra los alemanes en algún lugar de Francia. Durante el sueño se le abren paso las preocupaciones que tiene por su familia perdida en alguna de las provincias profundas de Polonia y se le despiertan los temores del hombre contemporáneo a caballo de dos épocas. Henryk ve surgir de ese mundo onírico a su casa natal en Polonia, a sus padres y a su novia.

El hogar de Henryk se ha envilecido y transformado en una taberna empobrecida en la que su novia Mania es la camarera y su padre el tabernero, y ese padre miserable y degradado en una posada miserable, perseguido por unos borrachos que se mofan de él, grita al cielo que es intocable, y alrededor de esta exclamación desesperada se empieza a hilar toda la trama de la obra.

Los borrachos cantando y bailando a su alrededor con risas beodas y sarcásticas lo señalan con el dedo como si fuera un rey intocable. Pero, entonces, el hijo le rinde homenaje al padre con toda la seriedad y pompas de una consagración real, y el padre se transforma en rey. Ya como rey el padre eleva al hijo a la dignidad de príncipe de la corona y le hace la promesa, en virtud de su poder real, de que le concederá un casamiento digno y religioso que restituirá a la novia la pureza y la integridad de antaño.

Cuando se está preparando el casamiento digno y sagrado que celebrará un obispo el sueño del protagonista empieza a vacilar junto a la misma ceremonia, se siente amenazado por la estupidez justamente cuando aspira con toda el alma a la sabiduría, a la dignidad y a la pureza y, poco a poco, va perdiendo la confianza en sí mismo y en el sueño.

Otra vez entra en la escena el cabecilla de los borrachos para provocarlos. Cuando Henryk está a punto de pegarle, la escena se metamorfosea en una recepción de la corte en la que el borracho se ha convertido en el embajador de una potencia extranjera que incita al príncipe a la traición. El obispo, el rey, la iglesia y Dios son viejas supersticiones y, si Henryk se proclamara a sí mismo rey, ninguna autoridad divina ni terrenal le sería necesaria.

Se administraría a sí mismo el sacramento del matrimonio y obligaría a todos a reconocerlo y a reconocer a la novia como pura y unida a él. Una transformación que había comenzado con la intocabilidad del padre culmina en el paso de un mundo basado en la autoridad divina y paternal a otro en el que la propia voluntad de Henryk deberá convertirse en la autoridad divina y creadora como la de Hitler, como la de Stalin.

El príncipe cede a la incitación del borracho, destrona al padre y se convierte en rey, pero el borracho anda detrás de algo más, cuando estaba por finalizar la ceremonia matrimonial le pide a Wladzio, el amigo de Henryk, que sostenga una flor encima de la cabeza de Manka-Mania, la novia, entonces escamotea rápidamente la flor dejándolos en una actitud falsa y sospechosa que despierta los celos del príncipe.

Henryk ve al borracho como si fuera un sacerdote cochino uniendo a su amigo y a su prometida en un casamiento inmoral y bajo. El padre tenía una idea un tanto rancia sobre su autoridad sobre el hijo y sobre la humanidad. “Y quien alce su mano sacrílega contra su padre cometerá un crimen espantoso, inaudito, infernal, diabólico, abominable y terriblemente despreciable (...)”

“Un crimen que irá de generación en generación, lanzando gritos y gemidos terribles, en la vergüenza y los tormentos, maldito de Dios y de la Naturaleza, marchito, estigmatizado, abandonado”. Henryk se convierte en un dictador, ha dominado a todo el mundo, también a sus padres, y de nuevo se vuelve a preparar la ceremonia nupcial pero sin Dios, sin otra sanción que la de su poder absoluto.

Henryk utiliza, a efectos de alcanzar sus propósitos, un procedimiento drástico para hacerse de la autoridad que le arrebata al padre y, por lo tanto, a Dios. “Es la paz. Todos los elementos rebeldes han sido detenidos. El Parlamento también ha sido detenido. Aparte de eso, también están en la cárcel los medios militares y civiles, y grandes sectores de la población, así como la Corte Suprema, el Estado Mayor y las Direcciones Generales (...)”

“Los Departamentos, los Poderes públicos y privados, la prensa, los hospitales y parvularios, todos están es prisión. Hemos encarcelado también a los ministros y, en general, a todo. También la policía está en la cárcel. Es la paz. La calma”. Sin embargo, la verdadera autoridad de “El casamiento” Gombrowicz la encuentra en el poder que tienen las palabras.

“¡Todo eso es mentira! Cada uno dice lo que es conveniente y no lo que quiere decir. Las palabras se alían traicioneramente a espaldas nuestras. Y no somos nosotros quienes decimos las palabras, son las palabras las que nos dicen a nosotros, y traicionan nuestro pensamiento que, a su vez, nos traiciona. ¡Ah, la traición, la sempiterna traición! Las palabras liberan en nosotros ciertos estados psíquicos (...)”

“Nos moldean... crean los vínculos reales entre nosotros. Si tú dices algo como: 'Si tú lo quieres, Henryk, yo, Wladzio, me mataré de mil amores', parece en principio algo extraño, pero yo puedo responder con algo más extraño aún, y así, ayudándonos el uno al otro, podemos llegar lejos. ‘Asiste a la boda, Wladzio, y cuando llegue el momento, mátate con este cuchillo’”

El dictador siente que su poder sólo tendrá realidad si es confirmado por alguien que realice voluntariamente el sacrificio de su sangre. Le pide a Wladzio que se mate para él, pues este sacrificio calmará sus celos y lo hará poderoso y formidable para realizar su casamiento y conseguir la pureza de Manka-Mania, la novia. El amigo se mata, Henryk retrocede horrorizado ante lo que ha hecho y el casamiento no se consuma.

Mientras la aproximación a “Ferdydurke” fue para nosotros, los de la barra del café Rex, una empresa más o menos normal, “El casamiento”, aun después de los procesos de simplificación al que lo sometía Gombrowicz para facilitar su comprensión, se constituyó en una especie de elemento rítmico que colaboraba con nuestra relación. El “tempo poco claro” alcanzó alturas inconmensurables.

Servía para cualquier cosa, tanto para delimitar algún principio filosófico como para dar cuenta de alguna ambigüedad erótica. Y los versos: “¡Qué agradable en el five o'clock del rey/ Llevar un flirt liviano en forma discrecional!/ Embriaga y fascina de las mujeres el dorso/ ¡Y de los hombres el torso!”, fueron usados como una coda brillante que nos servía para pasar de un tema a otro sin solución de continuidad.




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