WITOLD GOMBROWICZ, LEONOR FINI Y KONSTANTY JELENSKI
“Jelenski... ¿quién es? Ha aparecido en mi horizonte, allá lejos, en París, y está luchando por mí; hace tiempo –tal vez nunca– que no me he encontrado con una afirmación tan decidida y al mismo tiempo tan desinteresada de lo que soy y de lo que escribo. La capacidad de asimilar y de percibir no sería suficiente, semejante comprensión sólo puede producirse sobre la base de una afinidad de naturalezas. Anda a la greña con la emigración polaca por mi causa (...)”
“Aprovecha todas las ventajas de su situación en París y de su creciente prestigio dentro del beau monde intelectual para respaldarme. Recorre los editores con mis textos. Me ha conseguido ya unos cuantos partidarios, y nada mediocres. Consideración, sí, de acuerdo, incluso admiración..., al fin y al cabo lo comprendo (homo sum)..., pero ¿todo este trabajo para mí?, ¿qué la admiración no se limite a admirar? (...)”
“No me parece extraño que él absorba y asimile con tanta facilidad..., él es todo facilidad, no se alza ni se agita como un río ante un obstáculo, sino que fluye vivaz en una secreta alianza con su cauce, no destroza, se filtra, penetra, se moldea según los obstáculos..., casi baila con las dificultades (...)”
“Pues bien, yo soy en cierta medida también un bailarín y me es muy propia esta perversión (la perversión de abordar con facilidad lo difícil), supongo que es una de las bases de mi capacidad literaria. Pero lo que me extraña es que Jelenski también haya sabido llegar hasta mi dificultad, hasta mi dureza; nuestras relaciones no se reducen con toda seguridad solamente al baile, y él me comprende como muy pocos, precisamente donde soy más doloroso (...)”
“Mis contactos con él se limitan exclusivamente a un intercambio de cartas, jamás lo he visto con mis propios ojos, y por otra parte estas cartas son generalmente apresuradas y concretas; sin embargo, sé con seguridad que en nuestra relación no hay nada de sentimentalonas carantoñas espirituales, que es una relación severa, intensa y tensa a la vez, y mortalmente seria en su propia esencia (...)”
“A veces asocio a Konstanty Jelenski (que al parecer es un refinado hombre de mundo de prestigio creciente dentro del beau monde intelectual) con la proletaria sencillez de un soldado..., es decir, tengo la sensación de que su facilidad es la facilidad ante la lucha, ante la muerte... Que ambos somos, como dos soldados en las trincheras, al mismo tiempo fútiles y trágicos”
Konstanty Jelenski, es decir, el Príncipe Bastardo, fue diplomático antes de la guerra, integrante del ejército polaco que combatió en Francia contra los nazis por la liberación de Europa, miembro sobresaliente del mundo artístico parisino de posguerra, y fue también el primer gombrowiczida que apareció en el mundo y el primero con el que tuve correspondencia.
Dice Gombrowicz que sus relaciones con el Príncipe Bastardo se habían vuelto distendidas, que habían empezado a sentirse realmente cómodos, recién a partir del momento en que habían descubierto una tatarabuela común. El lugar en el que le abrieron las puertas de la cárcel a Gombrowicz fue París, pero no fue el Príncipe Bastardo polaco quien se las abrió, sino el Bondy francés quien se las abrió a “Ferdydurke”. Quién le podía creer un polaco si, como dice Dostoievski, se declaran condes en cuanto pisan suelo extranjero.
“Ando enloquecido, Ferdy aparece el 10 de noviembre en París, precedida por una publicación de Lettres nouvelles, ahora ocurre que sin avisarme han metido en el libro un prefacio, lo que me enfureció, mandé telegrama exigiendo que lo saquen a toda costa, el príncipe se enfermó, Nadeau asustadísimo, ahora después leí otra vez el prefacio y me pareció tan bueno que estoy temblando que lo van a sacar y ya mandé otro telegrama. Ahora nada sé, todo está en manos de Dios”
El prefacio de “Ferdydurke” lo había escrito el Príncipe Bastardo, un texto que finalmente apareció en la edición francesa de “Ferdydurke”. Para interpretar “Pornografía” Jelenski se refiere al erotismo y a la guerra y para interpretar “Ferdydurke” se refiere a las partes del cuerpo.
“Estás realizando una de las primeras incursiones en un dominio desdeñado por Freud: el inconsciente físico (...) Tú das prueba de una inmensa intuición (no se hasta que punto consciente) estableciendo una ecuación entre el erotismo y la guerra”
El Príncipe Bastardo le manda una carta a “Wiadomosci” en la que se arriesga a afirmar que las ideas de Gombrowicz tienen un cierto parentesco con las de Pirandello y también con las de Sartre.
“Por si acaso prefiero no parecerme a nadie, y aunque la idea no es más que uno de los elementos del arte a veces ha ocurrido que una idea de lo más trivial como ‘el amor santifica’ o ‘la vida es bella’ ha servido de punto de partida para una obra que deslumbra por su inspiración y sorprende por su originalidad y fuerza (...)”
“Por sí mismas no son nada, pueden tener importancia sólo en razón del modo en que han sido percibidas y espiritualmente explotadas, en consideración a la altura a la que han sido elevadas y al resplandor que desde la altura emanan. Una obra de arte no es cuestión de una sola idea ni de un solo descubrimiento, sino que es el resultado de miles de pequeñas inspiraciones, el producto de un hombre que se ha instalado en su propia mina y extrae de ella mineral siempre nuevo”
El abismo que existe entre la idea y la vida es el hueco que Gombrowicz utiliza para meternos el grano de maíz en el orificio bucal. En efecto, el conflicto más importante del hombre se produce dentro de nosotros mismos, entre dos aspiraciones fundamentales: el deseo de la forma y la definición, y el rechazo de la forma.
La humanidad siempre tiene que estar definiéndose y, al mismo tiempo, escabulléndose de sus propias definiciones. La realidad no puede ser abarcada tan sólo por la forma pues la forma no está acorde con la esencia de la vida. Las notas que escribía el Príncipe Bastardo sobre la obra de Gombrowicz recorrían París como un reguero de pólvora. Durante el mayo francés puso de relieve que la revolución de la juventud había sido anunciada por Gombrowicz con treinta años de anticipación y que “Opereta” era una ilustración poética de los acontecimientos de mayo.
Mi correspondencia con el Príncipe Bastardo terminó cuando se interrumpió la que mantenía con Gombrowicz. Por él supe que la Vaca Sagrada podía ser una solución para que Gombrowicz sobrellevara el invierno de 1964, y también por él supe algo del porqué a Gombrowicz no le había gustado el prefacio que había escrito el Pterodáctilo para la reedición de “Ferdydurke”.
El Príncipe Bastardo vivía con la hermosa pintora argentina, Leonor Fini, y con otro poeta diplomático, un ménage à trois en un departamento de dos pisos en el Marais. Uno de los pisos estaba bellamente decorado con muebles Regencia y pinturas de los amigos surrealistas de Leonor, el otro lo ocupaban alrededor de treinta gatos persas, angoras, siameses, cuyo remolino de colores creaba su propia decoración fantasmagórica.
Leonor había hecho la escenografía de la producción francesa del Requiem for a Nun de William Faulkner, y en la intimidad hacía intrincados dibujos pornográficos que mostraba furtivamente a los amigos mientras bailaba con suavidad alrededor de un cuarto. En ese departamento recibieron a Gombrowicz cuando llegó a París después de su alejamiento de la Argentina.
Gombrowicz nos escribía que las damas mas distinguidas de París gritaban ‘ah, que felicidad, la suya!’ cuando Leonor Fini les anunciaba que estaba invitado a su casa. La vida del Príncipe Bastardo no tuvo un final feliz, murió de Sida en 1987, un año después de que el virus recibiera el nombre que tiene hoy: VIH. En esa época la gente temía acercarse al los infectados pues aún no se conocían bien las vías de contagio y, en general, se consideraba que el estilo de vida depravado de los homosexuales era responsable de la enfermedad.
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