sábado, 5 de septiembre de 2009

GOMBROWICZIDAS WITOLD GOMBROWICZ Y STANISLAW BRZOZOWSKI


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y STANISLAW BRZOZOWSKI

“En el estudio sobre Brzozowski, ‘Un hombre entre escorpiones’, Milosz se pregunta: ‘¿Por qué tanta gente se ha aprovechado y sigue aprovechándose a manos llenas de la obra de Brzozowski, pero como a escondidas, sin admitirlo públicamente?’. ¿También yo me aprovecho? No, yo tengo la conciencia tranquila. Hasta la fecha nunca me he topado con Brzozowski, he sobrevivido sin que nada de él ni sobre él cayera en mis manos (...)”
“A veces hay desencuentros así, es uno de los autores polacos que me son perfectamente desconocidos. Por otra parte cuando Milosz habla de la obsesión de Brzozowski por liberarse de Polonia o de que la literatura polaca lo hacía ruborizarse de vergüenza por haber dado al mundo a Sienkiewicz, me vienen a la memoria mis propias obsesiones y rubores (....)”

“Sólo que estas obsesiones son muy diferentes en cada uno de nosotros y provenientes de posiciones también diferentes, como diferentes son nuestras naturalezas. Al leer el trabajo de Milosz veo además que estoy tan profunda y radicalmente en contradicción con este filósofo como quizás no lo esté ninguno de los polacos ilustrados de hoy. ‘El principal pecado de la intelligentsia polaca consiste en sustituir el verdadero pensamiento por la sociabilidad’ (...)”
“(...) ‘Con qué serenidad señorial, con qué libertad de juicio señorial se daban palmaditas en el hombro de las ideas y de los hombres. El experto en solitarios, o el mártir nacional que se aburría entre partida y partida, entre feria y feria, observaba con una sonrisa indulgente a su hijo que levantaba la cabeza ardiente de la lectura de Darwin’ (...)”

“Mostraré el vivo contraste que existe entre estas palabras de Brzozowski y yo si digo que en este caso estoy del lado del padre y no del hijo. ¡Sí! Apruebo la desconfianza de los viejos nobles y su conocimiento de que las teorías se apartan de la vida, igual que de todo aquello que no permite vivir plenamente el pensamiento (...)”
En la época de Brzozowski había triunfado el intelecto con una violenta ofensiva en todos los campos, parecía entonces que la ignorancia podía ser erradicada por el esfuerzo tenaz de la razón. Este impulso intelectual creció hasta alcanzar su apogeo después de la segunda guerra mundial, cuando el marxismo y el existencialismo se desparramaron por toda Europa ampliando explosivamente los horizontes de los hombres dedicados al pensamiento.

Gombrowicz empieza a darse cuenta de que, si bien la vieja ignorancia estaba desapareciendo, aparecía una nueva ignorancia engendrada, justamente, por el intelecto, una estupidez desgraciadamente intelectual. La vieja visión del mundo que descansaba en la autoridad de los padres, de los maestros y sobre todo la de la Iglesia, estaba siendo remplazada por otra.
Con la nueva autoridad cada uno tenía que pensar el mundo y la vida por cuenta propia, porque ya no existía la vieja autoridad. El mundo del pensamiento empezó a caracterizarse por una extraordinaria ingenuidad, a la que animaba una inmadurez sorprendente, los intelectuales exhortaban a que se pensara por uno mismo, con la propia cabeza.

Las nuevas ideas podían tener un salvoconducto sólo si se las comprendía personalmente, pero todavía más, había que experimentarlas en la propia vida, había que tomarlas en serio y alimentarlas con la propia sangre. Los resultados funestos no se hicieron esperar. Empezaron a proliferar pensadores fundamentales que se remontaban hasta las fuentes para construir mundos nuevos que ponían una enorme distancia con el viejo pensamiento.
“La filosofía se hizo obligatoria. Pero el acceso al pensamiento más elevado y más profundo, jalonado de grandes nombres, no es fácil, y henos aquí hundidos en la horrible ciénaga del pensamiento aproximado, no digerido, en el lodo, en el barrizal de la cuasi profundidad”

El aumento de este exceso de responsabilidad tuvo consecuencias realmente paradójicas: el conocimiento y la verdad dejaron de ser la preocupación principal de los intelectuales, una preocupación que fue remplazada por otra, por la preocupación de que descubrieran su ignorancia.
El intelectual, atiborrado de conocimientos que no terminaba de asimilar, andaba con rodeos y disfraces para no dejarse pescar, entonces toma algunas medidas de precaución bastante ingeniosas: enmascara la formulación de los pensamientos, utiliza nociones pero no las desarrolla, dando por sentado que son perfectamente conocidas por todo el mundo, y todo esto lo hace para ocultar una ignorancia producida justamente por el pensamiento.

“Ha nacido una destreza particular que consiste en esgrimir hábilmente unas ideas no asimiladas poniendo cara de que todo está perfecto orden. Ha surgido un arte particular de citar y utilizar los nombres”
La omnipresencia de Sartre en la segunda mitad del siglo XX termina por cerrarle el cerco a los intelectuales, Sartre les exige que se comprometan y que elijan, que se pongan en pro o en contra.
Cuando expone los postulados de su exhortación en “Situations”, los pobres burgueses pensantes toman conciencia de que para entender la idea de la libertad, había que leer antes la setecientas páginas de “El ser y la nada”, y de que, como el fundamento de esta obra es una ontología fenomenológica, había que leer antes a Husserl..., y antes a Hegel..., y antes a Kant.

“Pregunto: ¿cuántos de los que discutieron las tesis de Sartre se habrían atrevido a presentarse ante una comisión de examen? Y (teniendo en cuenta el trabajo incansable del vientre femenino), todos los elementos de esta mascarada tienen que multiplicarse y aumentar de día en día. Ah, la sociabilidad ha adquirido de pronto un aspecto inesperado (...)”
“Estamos ya tan hartos de esas verdades últimas y profundas que hay que alimentar con la propia sangre que, no sabiendo finalmente cómo conciliar nuestro bostezo con la importancia de nuestra empresa, empezamos a preocuparnos únicamente por guardar las apariencias. Sartre va acumulando poco a poco toda la patología de nuestra época, pone en crisis la grandeza de la literatura y la convierte en una literatura funcional”

La voz categórica del espíritu de Sartre desciende al terreno llano para desempeñar el papel de un maestro pedante y moralista. Como no consigue unir el dominio de la verdad esencial con los asuntos cotidianos, le asigna al escritor una función social. Sus instrucciones positivas sobre el papel del escritor en la sociedad contienen todas las debilidades propias de los sermones, sean religiosos o marxistas, y son ajenas a los filósofos más antiguos, menos producidos y más naturales.
“Ellos no experimentaban esos deseos de autodestrucción y de autodescrédito propios del intelectual de hoy que, no confiando en sí mismo, se esfuerza por adoptar un tono brutal prestado de una esfera inferior. La protagonista de una de las novelas de Thomas Mann, tras acostarse con un ascensorista del hotel exclama extasiada: ‘¡Caray, yo, madame de no sé cuánto, poeta, persona mundana, con un botones desnudo en la cama!’ (...)”

“Para mí esta anécdota encaja muy bien con Sartre, no tanto por la dialéctica de infraestructura y de superestructura que contiene, cuanto por el ascensor. Porque incluso en nuestra época ocurre a veces que un escrupuloso, asustado por la idea de que lo que lo ha llevado tan alto no es su propia esencia sino un mecanismo, aprieta el botón de la misma máquina para descender cuanto antes”
El carácter artificial que estaba tomando el pensamiento lo ponía a Gombrowicz del lado del padre que observaba con una sonrisa indulgente a su hijo que levantaba la cabeza ardiente de la lectura de Darwin, pero también lo ponía del lado de Sienkiewicz a quien Brzozowski detestaba.


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