domingo, 6 de septiembre de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y KAZIMIERZ WIERZYNSKI


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y KAZIMIERZ WIERZYNSKI

“La vía en este mundo es como el filo de una navaja, de este lado el infierno, y del otro en infierno; entre los dos: la vía de la vida”
Estas son las palabras preliminares de “Testamento”, un libro testimonial de Gombrowicz cuya lectura debe haberle sido de un gran provecho a la mayor parte de los gombrowiczidas.
“¿Quién de ellos se acercó más al infierno? ¿Tuwin? Si algo le faltaba era justamente esto; sus poemas, con su gusto por la luz, el resplandor, la savia, el color, el instante, le impedían alcanzar el infierno. ¿Lechon? A primera vista, por el físico podría parecer un auténtico condenado, y si los cielos de su poesía hubieran estado a la altura de sus infiernos personales...., pero qué le vamos a hacer, no lo estaban (...)”

“¿Wierzynski? Oh, ese sí descendió a los infiernos, ¡le venían de camino! Iwaszkiewicz, Slonimski, Balinski, son poetas valiosos, cómo no, pero nada abismales”
Estos poetas pertenecían al grupo “Skamander”, uno de cuyos fundadores había sido precisamente Kazimierz Wierzynski. Gombrowicz frecuentó desde muy joven la casa de Stanislaw Balinski.
“Creo que Stanislaw jamás habría podido imaginar que ese tímido y torpe Witold se transformaría un buen día en el enemigo número uno del grupo “Skamander” y de muchas más cosas que el propio Stanislaw apreciaba; ignoraba que estaba criando cuervos. Pienso que, todavía hoy, le debe resultar difícil de creer que el Gombrowicz de “Ferdydurke” y de los diarios sea el mismo dócil Witold de antaño que recibía sus revelaciones poéticas con una atención casi religiosa”

Kazimierz Wierzynski, poeta, narrador y ensayista expresó en sus primeros poemas la alegría de vivir en contraste con el espíritu de una Polonia que por tradición era grave. Una alegría de vivir que se rebelaba contra las normas rigurosas del viejo orden europeo. Pero con el paso del tiempo Wierzynski pierde esta alegría y comienza a reflexionar sobre la naturaleza compleja de la vida y del mundo.
Después de la guerra sufrió una crisis emocional muy grande debido a la pérdida casi total de su familia judía. Su estilo poético terminó por rechazar el rigor clásico, y por afirmar el valor de un mundo estoico, el apego por la lengua materna y las expresiones de la tragedia del exilio y la crueldad del mundo. Esta cambio radical de Wierzynski le sirve de excusa a Gombrowicz para responder a su pregunta de quién se había acercado más al infierno: “Ese sí descendió a los infiernos, ¡le venían de camino!”

El infierno era para los polacos la representación por excelencia de la santa babosa que Gombrowicz maldice en “Transatlántico”. A pesar de la acusación que le hace a los skamandritas de que no se habían acercado al infierno, él mismo tenía reparos para seguir este camino. ¿Hasta dónde y cómo se puede sufrir entonces para que el dolor pueda ser, sin embargo, una fuente de inspiración?
Gombrowicz no se cansaba de exclamar que estaba harto de los gimoteos actuales, que teníamos que renovar nuestros problemas, que ésa era la tarea primordial de la literatura creativa. A uno de los padecimientos al que le baja la persiana es al de la muerte; estamos adaptados a la muerte desde que nacemos y aunque nos vaya devorando poco a poco nunca nos encontramos con ella.

La enajenación marxista no es tan terrible como la pintan los comunistas, los obreros, a lo largo del año, tienen casi tantos días libres como días de trabajo. El vacío, el absurdo, el infierno de la existencia y de la nada, tampoco son tan dramáticos como se suele exagerar, basta permanecer tres días sin comer nada para que esos dramas se vuelvan benignos.
“Hace algunos siglos, la gente moría antes de los treinta años. Las epidemias, la miseria, el diablo, las brujas, el infierno, el purgatorio, las torturas... ¿Acaso los triunfos se nos han subido a la cabeza? ¿Acaso hemos olvidado lo que éramos ayer? (...) No es que yo me rebele contra una visión trágica de la existencia, no soy de los que pintan el mundo de color de rosa. Pero no se puede estar siempre repitiendo lo mismo (...)”

“El rasgo más trágico del infierno y de las grandes tragedias es que suscitan pequeñas tragedias; en nuestro caso, el aburrimiento, la monotonía, y una especia de explotación superficial y reiterada de las profundidades”
El ataque más extendido que Gombrowicz realiza contra el infierno, se lo hace al infierno de Dante.
El infierno de Dante, según la idea de Gombrowicz, está mal hecho, está hecho por un Satanás que sólo busca el mal, también para lo que él mismo hace, pero Dante no podía hacer otra cosa porque era un hombre de la Edad Media. Después de volver a escribir el comienzo del Canto Tercero del Infierno con sus propias ideas Gombrowicz queda muy satisfecho, ha convertido al diablo y al hombre en las columnas indestructibles del infierno.

Con estas ideas nuevas sí que estamos en un infierno dantesco. Ha pegado un salto de seiscientos años para modificar unos conceptos de la Edad Media con otros conceptos modernos. En este punto a Gombrowicz le parece que ha llegado la hora de exhibir su maestría en este tipo de empresas y nos anuncia que hubiera podido echar mano a otras diez ideas igualmente vertiginosas y desconocidas por Dante.
Con estas ideas también él podría alcanzar el infierno, y enumera algunas categorías sacadas la física, del marxismo, del existencialismo y del estructuralismo. Gombrowicz empieza a subir por una montaña de cadáveres mientras va pensando que nuestra convivencia con la muerte es anormal porque el pasado ya no existe, ni el pasado de los siglos ni mi propio pasado.

Con los restos del pasado se recrea una existencia que se fue, convivir con el pasado significa aprehenderlo sin pausa, convocarlo continuamente a la existencia, pero del pasado sólo tenemos restos, es caótico, fragmentario y casual. Cada día mueren cientos de miles de personas y nosotros no nos enteramos de nada, la discreción de la muerte y de la enfermedad son admirables, todo ocurre fuera de nosotros.
La muerte es universal, imprecisa y no deja rastros. Gombrowicz quiere encontrarse con Dante, pero sólo encuentra al autor de la Divina Comedia que llega hasta él a través de la historia. Los grandes hombres dejan de ser hombres para ser obras, y nuestra actitud ante esas obras es ambigua: valemos menos porque son grandes, pero también es cierto que valemos más pues el estado de nuestra evolución es más alto.

No puede ponerse en contacto con Dante sino con una gran obra del pasado, cuando intenta alcanzarlo con su talante moderno, prescindiendo de la historia, entonces siente que la Divina Comedia no vale nada. El infierno de Dante no es un castigo, pues el castigo nos purifica y tiene un término en el tiempo, mientras su infierno es una tortura eterna, un dolor que nuestro sentido de justicia rechaza.
Sólo por miedo y por vileza pudo haber mezclado Dante el primer amor con ese infierno. El infierno de Dante no es verdadero, las torturas son retóricas, los condenados declaman y su eternidad tiene la indolencia de los monumentos. La humanidad se mueve en el camino trillado de los modos de expresión, pero no podemos escaparnos del infierno tan fácilmente, los herejes eran quemados vivos, realmente.

Gombrowicz tuvo el primer encuentro con el representante del infierno en la casa de campo de su hermano Janusz, a los diecinueve años. Lo había invadido un sentimiento de que algo no iba como debía, sintió la necesidad de justificarse de alguna manera, así que empezó a escribir una novela sobre el personaje de un contable. Una tarde se animó y les leyó un fragmento al hermano y a la cuñada que habían ido a visitarlo.
Janusz exclamó que era un horror, que tenía que tirarlo porque daba asco, que en el futuro se ocupara de otra cosa, mientras la cuñada suspiraba que era una pena que no se hubiera dedicado a la caza. Gombrowicz les hizo caso y tiró la obra, esta primera prueba le indicaba que en la soledad de esa casa empezaban a manifestarse las ponzoñas que lo atormentaban desde hacía tiempo.

Poco tiempo después de esa visita familiar se produjo un acontecimiento extraño que tuvo una influencia considerable en su vida psíquica. Una noche se despertó y sintió un peso sobre los pies, movió las piernas, algo gruñó y se alejó, pero no pudo ver lo que era porque estaba muy oscuro, era de noche. Lo invadió una terrible sospecha, la casi certeza de que no había sido el perro negro de la casa sino un ser cien veces más horroroso el que se había acostado a sus pies.
Esa idea lo atormentó varias noches, finalmente recordó algo que le había sucedido cuando era niño. El obispo de Sandomierz había ido a visitar a los padres y les confesó que una noche se le había aparecido el Maligno. Cuando ya dormía sintió un peso sobre los pies, movió las piernas para sacárselo de encima y algo increíblemente pesado cayó emitiendo un ruido metálico.

No era un perro, era un pequeño hombrecito de cincuenta centímetros que parecía estar hecho de metal. Pronunció una oración para ahuyentarlo, la criatura emitió un alarido y se escondió debajo del armario. Cuando el obispo constató más tarde que el suelo había quedado completamente quemado huyó de la casa atravesando el campo y pasó toda la noche bajo las estrellas a pesar de que nevaba.
Estos episodios asociados produjeron en Gombrowicz consecuencias importantes que justifican la presencia del representante del infierno en toda su obra.
“Los días vividos a la sombra de aquellos terribles enigmas me introdujeron en regiones espirituales hasta entonces desconocidas y que no hubiera alcanzado con facilidad por caminos normales (....)”

“Me pusieron en contacto con el Misterio, con la máscara, me revelaron el poder de los significados ocultos, me arrancaron de la rutina de lo cotidiano para precipitarme en el pathos, en el drama de nuestra verdadera situación en el mundo. Esos descubrimientos casi oníricos me mostraron un lenguaje sibilino y poderoso, al que luego recurrí con gran frecuencia en mis obras literarias posteriores”


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