sábado, 8 de agosto de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y LAS TÍAS CULTURALES


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y LAS TÍAS CULTURALES

“En ‘Ferdydurke’, esa novela que escribí llegando ya a mis treinta años y que constituye mi ajuste de cuentas con el mundo, hay un fragmento sobre las ‘tías culturales’, a las que considero una calamidad aún peor que las tías normales, las de la familia. De veras, esas tías culturales me han hecho de todo (...)”
“Y si de la señora Nalkowska guardo un recuerdo lleno de agradecimiento, es porque fue una de las pocas mujeres de letras que no me trataban con una indulgencia de tía, desde la altura de su saber de tía literaria. Es cierto, respiro con alivio al recordar la inteligencia tranquila y acertada de esa mujer eminente, las otras me consideraban generalmente o bien como un mocoso insoportable o bien como un demonio o, más a menudo, como un pedante deseoso de impresionar con su forzada originalidad (...)”

Zofia Nalkowska en Varsovia, tanto como Victoria Ocampo en Buenos Aires, fueron damas que convirtieron a sus casas en verdaderos centros culturales para el desarrollo de la vida literaria. Gombrowicz conoció a Bruno Schulz en la casa de Zofia, después de la publicación de “Las tiendas de color canela”. Ese modesto maestro, un ser indefenso al que todo el mundo le daba palmaditas en la espalda para animarlo, fue consagrado en la casa de Nalkowska. Schulz estaba deslumbrado: –Zofia hizo que le leyera las primeras páginas, después se detuvo y me pidió que le dejara el manuscrito para terminar de leerlo ella sola. Zofia es una mujer maravillosa. A la tarde de ese mismo día Nalkowska exclamó: –Es la revelación más sensacional de nuestra producción novelística. Mañana mismo iré a la editorial para que publique el libro.

“La señora Zofia, el único miembro femenino de la Academia de Literatura, se sentaba en el sofá y guiaba la conversación a la manera de las distinguidas matronas de antes de la guerra; todo ello me recordaba los five o’clock de mi madre o las recepciones organizadas por las canonesas. Sin embargo, no cabía duda de que la inteligencia y la cultura de esa mujer eminente marcaba el nivel de la conversación y dominaba perfectamente a diversos elementos que participaban en esas charlas (...) Su talante mundano fracasaba únicamente en presencia de Witkiewicz; cuando aparecía ese gigante pesado con la cara de un astuto esquizofrénico, la señora Zofia lanzaba a sus confidentes una miradas desesperadas, porque desde ese mismo momento se terminaba la conversación y Witkacy tomaba la palabra”

“A Nalkowska le debo el haber retirado a tiempo de ‘Ferdydurke’ un pequeño verso que parodiaba ‘La primera Brigada’ de las Legiones. Puso el grito en el cielo (...) Pero, aunque todo lo que se refería al mito de Pilsudski y las Legiones estaba lejos de poder ser comentado libremente en la prensa o los libros, cada uno podía hablar de ellos lo que se le venía en gana sin que le pasara nada”
El círculo de las relaciones de la señora Nalkowska era muy vasto, abarcaba también al mundo político, hasta el mariscal Pilsudski había pasado algunos días en su casa. Con las mujeres mantenía relaciones bastante complejas y hasta perversas, no les tenía afecto y prefería la compañía masculina. En el fondo Gombrowicz no soportaba a los polacos como la Nalkowska que asimilaban el savoir vivre europeo eludiendo al mismo tiempo una confrontación esencial con Occidente.

Las tías culturales de Gombrowicz pertenecían a la más vasta extensión de los modelos femeninos, modelos que le daban tantos dolores de cabeza. Cuando notó que la femineidad le confería a la literatura polaca demasiada blandura y vaguedad, quitándole los rasgos del ingenio y de la fuerza masculinos, sacó la conclusión que había que exterminarla. Un poeta editor le preguntó sobre qué iba a escribir en la página que le había asignado en su revista.
Voy a luchar por mí mismo, ¡voy a ajustar cuentas con mis enemigos!; –¿Con qué enemigos?; –Con las mujeres. Gombrowicz trata con dureza a las tías culturales y a las tías familiares en “Ferdydurke”, se estaba tomando venganza en ellas de buena parte de le crítica literaria.

“¿Qué iba a hacer? ¿Dar explicaciones? ¿Tratar de aclararlo? No hubiera servido de nada, no hubieran comprendido gran cosa, eran personas que a duras penas podían apreciar la literatura ya establecida, valorada y catalogada, completamente desamparadas ante algo que se escapaba a la norma. Me vengaba de ellas haciéndome el loco y el payaso cuanto podía, y en el fondo de mi alma odiaba a esas maestras indulgentes y presumidas, esas guías, institutrices y... desgraciadamente, a menudo... críticos”
Gombrowicz alentaba el deseo de venganza de su generación apoyando a sus amigos en sus batallas con las tías culturales y también con sus tías familiares. Uno de ellos tenía una tía a la que no podía soportar, había condenado públicamente sus esponsales con una joven porque no era suficientemente bien.

Para sacarse de encima esa pesadilla decidió tomarse revancha, buscó una mujer callejera que no estaba nada mal, le dio unas lecciones de los llamados modales de salón, y la presentó con un nombre falso en la casa de la tía. La cortesana se comportó perfectamente, bebía el té y comisqueaba los bocaditos de una manera irreprochable, pero resultó que tenía varios conocidos entre los señores presentes. Todo terminó en un escándalo y el amigo y la prostituta fueron puestos de patitas en la calle.
Los modelos femeninos de Gombrowicz fueron Marcelina Antonina, Rena, las criadas y las primas. Las primas que frecuentaban la casa se caracterizaban más por sus virtudes que por su coquetería, se dedicaban a actividades filantrópicas y no se mostraban dispuestas al flirteo, razón por la que Janusz y Jerzy, sus hermanos mayores, se sentían perjudicados.

Su actitud hacia esas primas y hacia los principios que ellas practicaban era hostil y maligna. De las criadas Gombrowicz se ocupa en “La escalera de servicio” y de las primas en “Ferdydurke”. Los matrimonios de los nobles terratenientes polacos tenían mucho que ver con el interés del dinero, de modo que la familia de Gombrowicz intentó casarlo de una manera conveniente.
Se trataba de una joven que había elegido su padre, Jan Onufry, por su posición social y por su dote: –¿Para qué necesito yo a una mujer? Esta joven le gusta a mi padre, por eso quiere que me case con ella, porque él no puede casarse. En esta ocasión fracasó Jan Onufry, en algunas otras Tadeusz Breza. A Gombrowicz le encantaba el humor de Breza, envidiaba la facilidad que tenía para relacionarse con las mujeres, mientras él iba de mal en peor.

Finalmente, como los fracasos de Gombrowicz no cesaban de repetirse, llamaron la atención de Tadeusz. Le presentó a una joven actriz, hermosa, sana, simpática, amante de la lectura y del arte con la esperanza de haber encontrado para él la unidad ideal de cuerpo y de espíritu, de cultura y naturaleza. Pero el hecho de que esa joven apareciera sobre un escenario, que se dejara contemplar, que tuviera una actitud profesional hacia su encanto y sus gracias, hizo que no se le despertara ningún interés por ella.
Iba de fracaso en fracaso y los escritores seguían mofándose de Gombrowicz por las dificultades que tenía con las mujeres. Janusz Minkiewicz, un poeta satírico famoso por sus conquistas en el mundo de la galantería, le dijo una tarde en el café: –Ahora regreso a casa porque espero una llamada de Lala... A las cinco he quedado con Cela, y a las once me espera una locura con Fila. ¡Hasta la vista!

A Gombrowicz le empezaron a molestar las damas de la sociedad ya desde joven, la más de las veces le resultaban insoportables por su grandilocuencia ingenua y supercómoda. Su programa sublime era conseguir un marido que ganara dinero o que sacara beneficios de sus dominios, mientras ellas desempeñaban el papel de guardianas de unos ideales a los que no les miraban los dientes porque les venían de unos padres y abuelos venerados.
La nueva generación estaba irritada con esta falsedad de su actitud y de su tono, cada vez más evidente. Un día, un estudiante le confesó a Gombrowicz que le hubiera gustado matar a su madre: –Pero si siempre te sentías muy apegado a ella, la querías muchísimo; –No lo niego, pero a la vez no la puedo soportar.

¡No te puedes imaginar cómo me enerva! Por mi padre tampoco tengo ninguna devoción, pero al menos es un tipo normal, no hace comedias. ¡Pero mi madre! Es una actriz de la peor categoría, noble, inquebrantable, sufrida, ¡no hace más que declamar! También es verdad que por eso mismo antes la quería, la idolatraba, ¡pero ahora tengo ganas de matarla! Estos estilos agonizantes de las formas polacas que se remataban como a un animal enfermo, fueron una verdadera ganga para Gombrowicz en los tiempos que escribía “Ferdydurke”.
“Y no estoy hablando yo aquí de los dulces, tibios juicios familiares de nuestras tías queridas, no, quisiera referirme más bien a los juicios de otras tías: las tías culturales, aquellas numerosas semi autoras que expresan sus juicios en los periódicos (...)”

“Pues sobre la cultura del mundo se sentó un montón de maritornes, cosidas, atadas a la literatura, iniciadas de modo incomparable en los valores espirituales y orientadas estéticamente, con ideas, conceptos y todo lo demás, ya enteradas de que Oscar Wilde es anticuado y que Bernard Shaw es el maestro de la paradoja. Ah, ya saben que hay que ser independiente, sencillo, profundo, así que son independientes, profundas, sencillas y llenas además de bondad familiar. ¡Tía, tía, tía! ¡Ah, quien no se vio llevado nunca al taller de la tía cultural y no fue operado por aquellas mentalidades trivializantes, y que privan de vida a la vida, quien no leyó en el periódico un juicio tial sobre su propia persona, no sabe, en verdad, lo que es la bagatela, ignora lo que significa la tíobagatela!”

Hasta cierto punto los inconvenientes que Gombrowicz tenía con las tías culturales son parecidos a los que yo tengo con los Proseres y con los Pulgones, pero nada más que hasta cierto punto, los inconvenientes de Gombrowicz constituyen un caso particular de los que tenía con el género femenino.
“Y yo también, sólo al cabo de cierto tiempo, tomaba conciencia de que nada podía salir de semejantes amores basados en una mistificación. Efectivamente, no salía nada. Todos ellos terminaban dolorosamente cuando la joven descubría que yo, aunque encantado con ella, no le permitía acceder a mí, siempre hermético, entregado a mis asuntos, nunca verdaderamente sincero y abierto, ni por un minuto. Sin embargo, yo, por mi parte, no podía ser diferente, ya que hubiera sido más fácil, por ejemplo, comprender la naturaleza de un cocodrilo que la mía, formada por influencia y factores que eran completamente desconocidos para ellas”



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