lunes, 20 de julio de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y GEORGE GORDON BYRON


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y GEORGE GORDON BYRON


“A medida que iba creciendo, me volvía cada vez más peligroso. Mis composiciones de polaco eran las mejores y eso me salvaba, ya que en otras materias era ignorante y holgazán. Un día nuestro profesor Cieplinski nos mandó escribir una redacción sobre Slowacki. Harto ya de tanto incienso dedicado al poeta profeta decidí, para variar, fastidiarlo un poco: ‘Juliusz Slowacki, ese ladrón que plagiaba a Byron y a Shakespeare y no sabía crear nada por sí mismo (....)’. El profesor Cieplinski me puso un cero y me amenazó con enviar mi trabajo al ministerio (...)”
Había pasado un cuarto de siglo desde la aparición de “Ferdydurke” en Polonia, y Gombrowicz se dispone a dar una clase elemental de su filosofía, a pensar de la desconfianza que le tenía a la enseñanza.

“Se descubrirá entonces que el maestro chochea y que el alumno no escucha; que nadie hace nada; que el alumno engaña y el maestro se deja engañar”
En la clase escrita que da en “Recuersos de Polonia” intenta sortear estos escollos y se presenta de una manera sencilla, como el autor de la facha y del cucul. Pegarle la facha a alguien es ponerle una máscara, disfrazarlo y deformarlo. Cuando trata a un hombre que no es nada tonto como tonto, le está pegando la facha, y la cuculización opera de la misma manera, sólo que en este caso un adulto es tratado como un niño, y la deformación lo transforma en un inmaduro. La conciencia de las transformaciones que sufre el hombre por la acción de los otros es la razón por la que Gombrowicz ha ocupado un lugar especial en la literatura, la importancia que le ha dado a la forma tanto en la vida social como en la personal es el punto de partida de su psicología.

“Creo también que mi sensibilidad respecto a la forma, que demostré desde mi más temprana infancia, me permitió más tarde hallar mi propio estilo literario y crear un género que va consiguiendo poco a poco derecho de ciudadanía en el mundo (...) Una cosa era cierta y yo me daba cuenta: mis primeras tentativas literarias manifestaban una fuerte oposición... oposición a todo... su tono era rebelde... Si entro en esta Cámara de los Lores, me decía, será como Byron, para sentarme en los bancos de la oposición”
Aquí, en la Argentina, operó con la facha y el cucul cuanto se le vino en gana, pero no pudo entrar a la Cámara de los Lores. A nosotros, los discípulos, con mucha frecuencia nos pegó la facha y nos hizo el cucul, pero él no quedó indemne, quedaba transformado por su propia actividad y, además, porque nosotros también le pegábamos la facha y le hacíamos el cucul.

George Gordon Byron, sexto lord Byron, poeta inglés, considerado uno de los escritores más versátiles e importantes del Romanticismo, ejerció una gran influencia entre los polacos. Sus maneras y modales le sirvieron para disimular su cojera, haciéndola parecer un caminar excéntrico a la vez que distinguido.
Tuvo que soportar muchas burlas y rechazos por su deformidad, pero aprendió con el tiempo a defenderse bajo la máxima de que ‘cuando un miembro se debilita siempre hay otro que lo compensa’, una máxima que parece gombrowiczida. Byron describió la relación que vivió con su madre como una aventura de golpes y besos. La madre lo llamaba con frecuencia al pequeño Byron cojo bribón o pequeño diablo, mientras él la llamaba vieja o la viuda.

Pese a esta relación de amor y de odio, su madre fue la única que lo entendió, según lo escribió el mismo Byron. Aprendió boxeo y esgrima, siendo un gran experto en ambas artes de lucha. Poco querido por los demás componentes de la nobleza a raíz de sus continuos amoríos y críticas feroces, fue insultado públicamente en la cámara de los Lores cuando defendió a los católicos..
Pero a él realmente le importaba muy poco e incluso le gustaba que lo odiaran pues, en su opinión, también le temían. En la noche de bodas le dijo a su esposa: “Te arrepentirás de haberte casado con el diablo”. Los rumores sobre sus relaciones incestuosas con su hermanastra, sus poemas antipatrióticos, su acusación de sodomía y las dudas sobre su cordura provocaron su ostracismo social..

Amargado profundamente, Byron abandonó Inglaterra y nunca volvió. En Suiza estuvo viviendo algún tiempo junto a Percy Shelley, Mary Shelley y su médico personal, John William Polidori. En una tormentosa noche de verano se reunieron los cuatro en Villa Diodati, propiedad de Byron, y decidieron escribir relatos de terror dignos de aquella noche lúgubre.
Inspirados ambos en la personalidad de Byron, Mary Shelley escribió “Frankenstein” y Polidori su relato “El Vampiro”. Goethe escribió, ante la noticia de su muerte: “Descansa en paz, amigo mío; tu corazón y tu vida han sido grandes y hermosos”. Su gran obra, “Don Juan”, fue uno de los más importantes poemas publicados en Inglaterra desde “El paraíso perdido” de John Milton.

“Don Juan” influyó a nivel social, político, literario e ideológico.. Sus personajes presentan un idealizado pero defectuoso carácter cuyos atributos incluyen: un gran talento, una gran exhibición de pasión, una aversión por la sociedad y por las instituciones sociales, una frustración por un amor imposible debido a los límites impuestos por la sociedad y la muerte, la rebeldía, el exilio, el pasado oscuro y un comportamiento autodestructivo.
Admirado por Goethe, Edgar Allan Poe, Alejandro Pushkin, Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Karl Marx... Lord Byron tuvo un particular magnetismo personal. Consiguió la reputación de no ser convencional, de ser excéntrico, polémico, ostentoso y controvertido.

Muchos han atribuido sus capacidades extraordinarias a su depresión maníaca. Siempre fue ácido y cruel. Se inclinó por los desheredados, los marginados, los miserables como los corsarios y los cosacos, y todo lo demás era hipocresía. Tuvo un gran afecto por la compañía de su perro: “Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos”
La Argentina fue para Gombrowicz un gran campo de maniobras, en este lugar neutral, como si fuera la mesa de un café, intentó establecer los límites al problema de poner en claro si el par dialéctico de inmadurez y de forma, una intuición que planea sobre toda su obra, era una verdadera reducción ontológica del hombre o tan sólo una perogrullada o una tautología.

La concepción de la forma no es para Gombrowicz un problema conceptual, como lo es para la filosofía, sino un problema práctico.
“Pero el hecho de que mi madre no quisiera ser lo que era, que no quisiera reconocerse a sí misma, terminó vengándose de ella, porque nosotros, sus hijos, le declaramos la guerra (...) Y fue allí, seguramente, donde comenzaron mis dolorosas contorsiones con la forma polaca, que producían en mí un efecto parecido al de las cosquillas: uno se troncha de risa, pero no resulta agradable (...)”
La realidad no puede ser abarcada tan sólo por la forma pues la forma no está acorde con la esencia de la vida. El intento por definir esta insuficiencia de la forma es un pensamiento que se convierte en forma, y que confirma tanto su impotencia para aprehender la existencia como nuestra inclinación por ella.

Gombrowicz tiene algunos puntos de encuentro con Lord Byron: un gran talento, la rebeldía, el exilio, el pasado oscuro y un comportamiento autodestructivo. Como Lord Byron disponía de un particular magnetismo personal, consiguió la reputación de no ser convencional, de ser excéntrico, polémico y controvertido y tuvo un gran afecto por la compañía de su perro. Pero sus ideas sobre la forma lo apartaron de la poesía, aunque no de la de Shakesperae o la de Byron, sin embargo, sus encuentros con los poetas eran esporádicos y difíciles.

Resulta útil ver cómo Gombrowicz pone en funcionamiento su concepción de la forma aplicada a la actividad de escribir en su propia obra. En uno de los primeros intentos que hizo en los diarios, al que podríamos considerar como un intento metaliterario, Gombrowicz se las arregla para desvincular a la forma de sus ataduras y darle vida propia echando mano a Creta.
Todo ocurre un día en que va almorzar a la casa de un ingeniero que tiene una industria en la localidad de Acassuso. A medida que ponía atención se iba dando cuenta que la casa, la mesa del comedor y los platos eran demasiado renacentistas, mientras la conversación se centraba también en el Renacimiento, una adoración por Grecia, Roma, la belleza desnuda y la llamada del cuerpo.

La conversación giró alrededor de una columna de Creta, y a Gombrowicz se le pegó entonces el cretino, leitmotive de toda la narración, pero no de una manera renacentista, sino totalmente neoclásica y cretínica. Llegado a este punto le advierte al lector que él sabe muy bien que no debería escribir sobre esto, pero sigue escribiendo. De vuelta en la ciudad se dirigió al café Rex pero, de repente, desde el café París, le hacen señas unas señoras conocidas que aparentemente estaban sentadas a la mesa comiendo bizcochos que mojaban en la crema.
Pero era una mistificación, la verdad era que estaban sentadas a un tablero cubierto de esmalte apoyado sobre cuatro barras de hierro torcidas, y la acción de comer consistía en meterse una cosa u otra por un orificio practicado en la cara, al tiempo que sus orejas y sus narices despuntaban.

Cháchara va, cháchara viene, Gombrowicz pide disculpas y se marcha alegando falta de tiempo. El hecho de que estuvieran ocurriendo cosas demasiado cretinas como para ser reveladas, era la razón que lo obligaba a relatarlas pues tenían un exceso de cretinismo. Al salir del café París se dirigió al café Rex. En el camino se le acerca una persona desconocida, le dice que hacía tiempo que quería conocerlo, lo saluda, le da las gracias y se va.
Cuando iba a ponerlo de vuelta y media al cretino, se da cuenta que no es cretino, puesto que sólo quería conocerlo y lo había conocido. Se empiezan a encender las luces de la noche, pasan los coches, caminan los transeúntes, mientras tanto Gombrowicz mira las casas.

En el balcón de un séptimo piso le estaban haciendo señas Henryk y su mujer. Gombrowicz también les hacía señas. Henryk y su mujer hablaban y hacían señas. Coches, tranvías, gente, bocinazos, Gombrowicz les responde con señas. De pronto repara en que Henryk, más que hacer señas, enseña..., ¿pero qué es lo que enseña? Se está enseñando a sí mismo como si fuera una botella.
“Yo hago señas. De repente ella (pero no, yo no puedo hacer el cretino; sin embargo, si tengo que desenmascarar al Cretino debo hacer el cretino); entonces ella le enseña hasta que él se asoma y ella le enseña con saña (pero qué es lo que enseña?), después de lo cual los dos se ensañan ligeramente, y uno hacia aquí, el otro hacia allá, y, ¡puff!... (¡Esto sí que no puedo decirlo, está por encima de mis fuerzas!)”



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