domingo, 19 de julio de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y EL COLEGIO SAN ESTANISLAO KOSTKA


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y EL COLEGIO SAN ESTANISLAO KOSTKA

Los edificios y las personas sobre los que guardamos nuestros recuerdos más perdurables son los que habitan en la casa natal y en el colegio. También de los primeros amigos guardamos un recuerdo que vuelve siempre a nosotros en el transcurso de nuestras vidas. Kazimiers Balinski y Tadeusz Kepinski fueron los primeros amigos de Gombrowicz y sus cómplices de aventuras juveniles en el colegio Kostka.
Cuando tenía siete años la familia de Gombrowicz se mudó a Varsovia y él prosiguió sus estudios en un curso particular organizado por la señora Balinski para su hijo Kazimiers. La casa de esta señora era por entonces uno de los centros más importantes de Varsovia. Gombrowicz la frecuentó durante mucho tiempo e hizo amistad con Kazimiers.

No obstante, sus primeros contactos con los hijos de los aristócratas varsovianos lo deprimieron. Se sentía torpe, y el saberse diferente de los demás lo llevó a distanciarse de su familia, de la escuela y de sí mismo. Creyendo que su mundología dejaba mucho que desear se preocupaba constantemente de los modos de comportarse en sociedad y de su falta de modales.
“Los aristócratas se relacionaban por lo general entre sí y no permitían que entraran en su clan más que unos cuantos elegidos, emparentados o no, pero en todo caso pertenecientes a familias de la ‘sociedad’. El proceso se realizaba con una precisión sorprendente en gente tan joven, a través de una especie de selección natural, seguramente inconsciente, en la que la rigidez y la intransigencia del tabú aristocrático aplicado sobre el fondo de nuestra anarquía desenfrenaba y chillona, me revelaron una ley no escrita, una de esas leyes que cuanto menos se proclama más se hace notar (...)”

“Balinski tenía una abuela condesa y una bisabuela princesa, aparte de su padre senador; yo, con una cuantas tías condenas a duras penas podía acompañar a alguno de ellos de la escuela a casa”
Envidiaba de los aristócratas una facilidad para imponerse y una desenvoltura en los modales que parecían innatas, así como un espíritu que, por esencial, debía dominarlo todo. En sus relaciones con los adultos se sentía paralizado por sus defectos, a menudo imaginarios, por lo cual aumentaba todavía más su timidez y su torpeza.
Este sentimiento de inferioridad consolidaría uno de los rasgos de su carácter: una timidez externa ligada a una seguridad interior. Consciente de la superioridad de ciertos adultos de su entorno, evitaba las discusiones con ellos por miedo a parecer ridículo.

“Yo pasaba entonces las tardes en casa de los Balinski, una mansión que se consideraba ilustrada, culta y rica en contactos con París y Londres, abierta al arte. Fue mi primer contacto con la literatura. A pesar de eso seguía siendo provinciano hasta la médula, tímido, rústico, salvaje, casi un hijito de mamá y, aunque vivía espiritualmente con una gran intensidad la nueva vida polaca que nacía, en la práctica, no sabía establecer contacto con ella”
El instituto filológico San Estanislao Kostka era un colegio muy aristocrático, estaba plagado de Radziwill, de Potocki, de Tyszkiewicz, de Plater, aunque también había adolescentes de las clases sociales más bajas. A los once años los padres enviaron a Gombrowicz a esa escuela.

Era el más joven de su grado, estaba aterrorizado, de hecho los primeros años fueron muy dolorosos. Como estaba dotado de un temperamento intranquilo y travieso se convirtió rápidamente en el blanco de todos los golpes, puntapiés y torturas sofisticadas como el sacacorchos, las tijeras sencillas y la doble Nelson. No había día en que no fuera varias veces al suelo con un golpe lateral plano que le daban con el pie en una parte baja de la pierna.
Cada mañana, yendo a la escuela cargado con la mochila, era víctima de taladradoras y pomadas que le aplicaban unos pesados terribles que se convirtieron poco a poco en sus verdugos permanentes. A pesar de todo no descendió a la categoría de pelele y organizó un grupo de agresión y defensa para protegerse de esos terribles suplicios acompañados por las risotadas salvajes de sus desolladores.

En esa edad ingrata soñaba con la madurez para alejarse de aquel infierno poblado de criaturas que ululaban, corrían y brincaban en un estado de ebullición permanente, y para descansar por fin de la suciedad y fealdad de esos mocosos simiescos. El que tenga aunque sea un recuerdo vago del “Atrapamiento y consiguiente malaxamiento” de “Ferdydurke” comprenderá enseguida en qué estaba pensando Gombrowicz cuando lo escribía.
La novela comienza cuando Jósiek Kowalski, el protagonista treintiañero llamado Pepe, es raptado de su casa en una forma infantil por un profesor que lo lleva a una escuela de adolescentes, a pesar de los lamentos de la criada que no lo puede impedir porque el profesor la pellizca en las nalgas y la criada pellizcada tiene que mostrar los dientes y estallar en una risa pellizcada.

En el medio de la narración Pepe tiene unas aventuras en la escuela que culminan con un duelo de muecas entre dos adolescentes líderes de dos agrupaciones que expresan su antagonismo con intentos de violación por los oídos mediante la utilización de palabras sublimes y obscenas, que caen en la vulgaridad y el anacronismo, y que no pueden darle el triunfo a sus ideas.
“Nosotros, en el cole, nos propinábamos grandes y ruidosas bofetadas que, sin embargo, ya no terminaban en duelo. El ultrajado tenía que devolver la bofetada si no quería perder su honor, pero entonces el adversario se veía también obligado a su vez a devolver la bofetada, ya que una ley tácita estipulaba que el último en golpear la cara ganaba. Un día, con Tadeusz Kepinski, atravesamos dos veces el patio de la escuela dándonos bofetadas: ambos terminamos con la cara hecha una calabaza”

Al mismo tiempo de estas aventuras juveniles discutía en el colegio en forma madura con su profesor de polaco, el señor Cieplinski, el Enteco de “Ferdydurke”, sobre un contenido de la educación en Polonia que le daba más importancia a sus poetas profetas que a Shakespeare y a Goethe. Gombrowicz le reprochaba que se ocuparan más de las guerras polacas contra los turcos que de la historia europea y universal.
Y cuando Cieplinski le respondía que había que tener en cuenta que eran polacos, que hasta no hacía mucho tiempo habían sido perseguidos por hablar polaco en las escuelas, Gombrowicz le replicaba que por eso no tenían que ser ignorantes. Dejó la adolescencia, entró en la juventud, escribió “Ferdydurke”, pero seguía ocupándose de tonterías.

“Mi situación era un tanto embarazosa porque desde hacía unos cuantos años casi no había abierto mis manuales, y me dedicaba durante las clases a practicar mi firma, cada vez más sofisticada, con rúbrica o sin ella, aprobando los cursos de pura chiripa. En el cuarto curso el director me había retado porque yo no llevaba libros a la escuela, simplemente una pequeña agenda para tomar apuntes. En respuesta contraté a un mensajero –se encontraban entonces en las esquinas de las calles– que entró detrás de mí en el edificio de la escuela cargando con mi mochila llena de libros (...)”
Marcelina Antonina y Rena, su madre y su hermana, admiraban a la ciencia. La hermana tenía un espíritu lógico y estaba atraída por la objetividad científica. A la madre la fascinaban los médicos eminentes, los profesores, los grandes pensadores, y en general las personas serias. Yo creo que la actitud de Gombrowicz hacia la ciencia quedó decidida en un examen del bachillerato.

“Volvió a repetirse lo mismo, desgraciadamente, en el examen escrito de matemáticas. Mi falta de talento en esta materia se dejó ver con toda claridad. Ataqué el problema de trigonometría con la bravura de un suicida y, para mi mayor sorpresa, lo resolví en diez minutos. Todo iba como la seda: bastaba sumar unas cuantas cifras y ya estaba todo listo (...)”
“Pero yo sabía que era demasiado hermoso para ser cierto y me dispuse a buscar, horrorizado, otras soluciones... mas no había nada que hacer, cada vez, como un tren sobre una vía muerta, llegaba a la misma solución sencilla, clara, deslumbrante por su evidencia. Por fin sucumbí, no pude resistirme más a la evidencia y, presa de los peores presentimientos, entregué el trabajo (...)”

“Sabía que me iban a poner un cero pero, ¿qué podía hacer si no existía mancha ninguna en mi obra? Sí, un cero en trigonometría, un cero en álgebra, un cero en latín: tres ceros coronaron mis esfuerzos. Parecía que no tenía salvación. En cambio, mi disertación de polaco me valió un cum laude, así como también mi examen de francés, lengua que hablaba bastante bien en casa. El tribunal se quedó de piedra y decidió enviar mis trabajos al ministerio quien pronunció una sentencia favorable: aprobado (...)”
“Fuimos a celebrar el éxito (...) Me emborraché como todos y eché mis entrañas por la ventana del quinto piso: estaba tan ciego que no me di cuenta de que abajo había una cafetería con las mesas en la acera. Los aullidos que llegaron desde la calle, me hicieron avisar rápidamente a mis compañeros y, acto seguido, colocamos una barricada en la puerta de entrada dispuestos a defendernos hasta el final”


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