sábado, 18 de julio de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y GALILEO GALILEI


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y GALILEO GALILEI

“Me parece que aquí hay algo paradójico, hasta siniestro. Pienso: ¿qué es forma? O más bien: ¿qué no es forma? ¡Ay Señor! ¡Ay Señor de Platón que siempre geometrizas, Señor de Galileo que nos hablas, mortales, en signos matemáticos, Señor de Einstein que nunca, jamás, juegas a los dados! Lo único que se ha propuesto que no sea forma es la materia, pero aunque manejamos con soltura la forma inmaterial (por ejemplo, los números), nadie ha podido imaginar materia informe, prima materia. Gombrowicz, lo hemos visto, la asociaba al culo”
Galileo fue un astrónomo, filósofo, matemático y físico que estuvo relacionado estrechamente con la revolución científica. Eminente hombre del Renacimiento, mostró interés por casi todas las ciencias y las artes.

Considerado como el padre de la física moderna, sus investigaciones experimentales son complementarias a los escritos de Francis Bacon en el establecimiento del moderno método científico. Su trabajo se constituyó en una ruptura de las asentadas ideas aristotélicas y su enfrentamiento con la Iglesia Católica Romana suele tomarse como el mejor ejemplo del conflicto entre la autoridad y la libertad de pensamiento en la sociedad occidental.
El Santo Oficio condenó al sistema copernicano como falso y opuesto a las Sagradas Escrituras», y Galileo fue condenado por enseñar públicamente las teorías de Copérnico. Una de las actividades más características de la inteligencia es el razonamiento pero, si bien es cierto que el razonamiento es una máquina dialéctica que se limpia a sí misma, también es cierto que debe ser controlado pues la suciedad le es propia.

El imperialismo de la razón es terrible, se extiende como una serpiente, devora todo lo que puede, y como no sabe controlarse a sí misma debe ser controlada desde afuera. Durante mucho tiempo Dios se las arregló para que la razón funcionara libremente, sin causar muchos contratiempos. Cuando Einstein declaró que el cosmos es como un reloj del que sólo conocemos el movimiento de las agujas pero no su mecanismo, le cerró el camino al entendimiento.
Gombrowicz sostenía con nosotros polémicas acaloradas en el café Rex sobre los problemas de la física, cuando la discusión se ponía un poco escabrosa nos escapábamos con una broma. Una noche, discutíamos sobre si relatividad era una palabra adecuada para designar a esa teoría de la física.

Vea, Gombrowicz, como usted sabe Einstein era judío, pues bien, concentró todo el poder de su inteligencia en el desarrollo de una teoría de las medidas (la relatividad es, en efecto, una teoría sobre las medidas), con el propósito de agrandarlas cuando se achican y de achicarlas cuando se agrandan, y corregir así lo que podríamos llamar el efecto semita.
En efecto, los tenderos judíos tienen la costumbre de achicar el metro para medir las telas cuando las venden, y de agrandarlo para medirlas cuando las compran. Einstein era un hombre culto además de genio, no sólo había leído a Newton sino que también había leído a Kant. Kant se encuentra en el cruce de la tres corrientes ideológicas más importantes del siglo XVIII.

El racionalismo de Leibniz que distingue entre verdades de razón y verdades de hecho y cuyo ideal es estructurar el conocimiento científico como una malla de verdades de razón. El empirismo de Hume con sus reflexiones sobre las percepciones y sobre las conexiones no causales de los hechos. Y la ciencia positiva físico matemática de Newton.
El pensamiento de Kant huele mucho más a Newton que a otra cosa, es por eso que su sistema filosófico es imponente pero no exagerado. Newton había puesto en caja a todos los fenómenos de la naturaleza con su desarrollo de la mecánica racional, un sistema grandioso y seguro, alejado de las quimeras. Kant tiene en la mano pues todas las cartas de la ideología de su tiempo.

Las concepciones del tiempo y del espacio del modelo magistral desarrollado por Galileo pasaron a la mecánica racional de Newton a la que Einstein empieza cascotear aplicándole el efecto semita del metro de los tenderos judíos, una mecánica que se basa en cuatro principios fundamentales. El principio del movimiento rectilíneo uniforme, el principio de acción y reacción, el principio inercial que vincula a la fuerza con la masa y la aceleración, y el principio de la atracción de las masas.
El conflicto entre los corpúsculos y las ondas es el que a la larga se convierte en el talón de Aquiles de Newton, en forma extraña la luz es el fenómeno más oscuro de la naturaleza pues presenta aspectos corpusculares y ondulatorios a la vez. Newton se queda con los corpúsculos aduciendo que como el espacio es vacío no puede ondular.

A medida que los instrumentos de medición se fueron perfeccionando la luz cada vez con más frecuenta mostraba sólo sus trajes ondulatorios, y como el vacío no podía ondular según lo había dicho Newton, los físicos inventaron el éter, un engendro de los mil demonios, un medio inmóvil e inmensamente rígido a través del cual se desplazaban todos los objetos y también la luz.
La velocidad de la luz era una vieja conocida de los científicos con sus trescientos mil kilómetros por segundo a cuestas, de modo que si existía un éter inmóvil debía ser posible calcular la velocidad que tenía la tierra respecto a él utilizando los rayos luminosos, pero sorpresivamente los físicos descubrieron que la luz tenía una velocidad constante en cualquier dirección en que dispararan los rayos.

Este resultado paradójico entraba en contradicción con el insuperable modelo de Galileo en el hay que sumar o restar las velocidades cuando hay más de un sistema de referencia. Para calcular la velocidad que tiene una persona que camina sobre un tren respecto a la tierra, hay que sumar la velocidad que tiene respecto al tren a la velocidad que tiene el tren respecto a la tierra.
Si la persona que camina sobre el tren fuera la luz, el modelo de Galileo sería inválido pues cualquiera fuera la velocidad del tren la luz mantendría una velocidad constante. La teoría de la relatividad toma el hecho de la constancia de la velocidad de la luz como condición básica para la construcción de la teoría pues no puede dejar a esta anomalía surgida del reciente descubrimiento fuera del sistema.

Como la velocidad de la luz se ha convertido en una invariante universal entonces un intervalo de tiempo o de espacio de un fenómeno que se mide desde la tierra no es igual al medido desde un cuerpo que se mueve respecto a ella en relación a ese mismo fenómeno. La mecánica racional de Newton suponía también que la velocidad de traslación de la fuerza de gravedad en el espacio era infinita, pero si la máxima velocidad que alcanza la naturaleza según la teoría de la relatividad es la de la luz, entonces la concepción de Newton debía ser revisada. Einstein resuelve este problema demostrando la equivalencia entre la masa gravitacional y la masa inercial de lo que concluye que la gravedad es una fuerza que debe manifestarse como una curvatura del espacio.

En ausencia de gravedad el espacio sigue siendo euclídeo, es decir, recto, pero en presencia de materia gravitatoria se curva, y se curva tanto más cuanto mayor sea el tamaño de la masa de esa materia gravitatoria. La fuerza que atrae a un planeta hacia el Sol, es en realidad el efecto producido por su movimiento en un espacio que ha sido deformado por la masa del Sol. La consecuencia paradójica de esta manera de ver las cosas es que el espacio y el tiempo se contraen en los cuerpos cuando aumentan su velocidad respecto a un sistema de referencia, o cuando están cerca de otras masas gravitatorias de mayor tamaño. La fórmula más conocida de la teoría de la relatividad es la de la equivalencia entre la materia y la energía, posiblemente la más famosa de la física moderna, por la que hemos llegado a saber que la cantidad de energía es igual al producto de la cantidad de masa por el cuadrado de la velocidad de la luz.

La luz y la fuerza de la gravedad trastornan a la razón, la razón galopa enloquecida, el espacio de Euclides y la mecánica racional de Galileo y Newton se han derrumbado a pesar de que estas concepciones son las que están más cerca del sentido común de la humanidad.
Gombrowicz piensa que debe controlarse esta sobreactividad de la razón porque no se corresponde con la realidad del hombre, el hombre es un ser intermedio que tiene necesidad de temperaturas medias.
“Pertenezco a la escuela de Montaigne y estoy a favor de una actitud más moderada, no hay que sucumbir a las teorías, conviene saber que los sistemas tienen una vida muy corta y no hay que dejarse impresionar por ello”

A Gombrowicz, igual que a Galileo, le costaba trabajo mantener relaciones cordiales con el catolicismo porque esa doctrina estaba en contradicción con su visión del mundo, pero el intelectualismo contemporáneo se estaba volviendo peligroso y le despertaba más desconfianza que el propio catolicismo. El cristianismo le ofrece al hombre una visión coherente y no lo tienta a resolver con su propia cabeza los problemas del mundo, una tentación que, por lo general, produce resultados catastróficos.
En un principio contrapone el catolicismo superficial de Sienkiewicz al trágico y profundo catolicismo de Simone Weil con el que se podía encontrar un leguaje común entre la religión y la literatura contemporánea pero, posteriormente, se aleja de Weil y se acerca otra vez a Sienkiewicz porque, según dice, se había vuelto partidario de la mediocridad, de la tibieza, de las temperaturas medias, y enemigo de los extremismos.

Pero Gombrowicz tuvo mala suerte con Galileo. Un editor alertó a los lectores con un (sic) sobre que Gombrowicz creía que el principio de la palanca es de Galileo y no de Arquímedes como en realidad lo es: “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo... Aplicando estas palabras de Galileo (sic) a las condiciones polacas (...)”



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