domingo, 12 de julio de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y CARLOS FUENTES


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y CARLOS FUENTES

Carlos Fuentes, narrador y ensayista mexicano cuya obra se sitúa en el llamado boom de la literatura hispanoamericana, es uno de los escritores más importantes de todos los tiempos en el conjunto de la literatura de su país. Figura dominante en el panorama nacional del siglo XX, por su cuidadosa exploración de México y lo mexicano, a través de una obra extensa y que usa un lenguaje audaz y novedoso capaz de incorporar neologismos, crudezas coloquiales y palabras extranjeras, su propuesta se sumerge en el inconsciente personal y en el colectivo, y traslada con vigor a las letras mexicanas los mejores recursos de las vanguardias europeas. Ensayista, editorialista de prestigiosos periódicos y crítico literario, ha publicado también obras de teatro. Una inteligencia atenta al presente y sus inquietudes, el profundo conocimiento de la psicología del mexicano y una cultura de alcance universal hacen de su obra un punto de referencia indispensable para el entendimiento de su país.

Los hombres de letras mexicanos forman un grupo muy destacado en el club de gombrowiczidas: el Niño Ruso, el Cacatúa, el Hábil Declarante, el Maltratado.... Carlos Fuentes, que incluye a “Ferdydurke” entre las diez mejores novelas del siglo XX, se refiere a los cuartetos de Beethoven, a Gombrowicz y a César Aira de una manera superlativa.
Los cuartetos de Beethoven eran para Gombrowicz la cumbre prodigiosa de la música, y la música, el efecto más poderoso y penetrante con el que las bellas artes alcanzan el alma. A parte del placer que le producía, Gombrowicz encontraba en los cuartetos una estructura espiritual que se correspondía profundamente con el arte de composición literaria a la que ponía en práctica en todas sus obras.

El burgués inteligente, perezoso y bromista que era Gombrowicz cuando se fue de la Argentina, también llevaba consigo esos cuartetos de Beethoven. Con el curso del tiempo se me fueron pegando tanto los nombres de Gombrowicz y de Berthoven que me vi obligado a escribir “Gombrowicz es Beethoven”, una oración de diez líneas que publicó “Tworczosc” en Polonia hace más de diez años, una idea sobre la que volví a dar vueltas en “Gombrowicz, este hombre me causa problemas”.
“Durch Leiden Freude, por el dolor la alegría pensaba Beethoven, algo parecido piensa Gombrowicz, quizás el polaco cambia la alegría del alemán por la belleza, o el encanto, o la juventud, o la diversión, o todo eso, da lo mismo. Yo no junto a Beethoven con Gombrowicz porque sean grandes, los junto porque son hermanos, porque en ellos se siente más que en ningún otro que el dolor es el origen de la existencia”

Gombrowicz le daba vueltas a los cuartetos para ponerlos en correspondencia con los vaivenes de su escritura.
“A veces trato de relacionar los cuartetos de Beethoven con una edad diferente e incluso con el otro sexo. Intento imaginarme que el do sostenido menor fue compuesto por un niño de diez años o por una mujer. También trato de escuchar el cuarto como si estuviera compuesto después del décimo tercero. Para adquirir una relación personal con cada uno de los instrumentos, me imagino que soy el primer violín, que Quilomboflor toca la viola, que Gomozo sostiene el violoncelo y Beduino el segundo violín”
Carlos Fuentes publicó recientemente una hermosa nota en la que habla de los artistas que coronan sus vidas con serenidad, y de los que al final de su vidas apuestan a la intransigencia y a la contradicción.

“(...) Enajenado, oscuro, rechazando la serenidad, despreciando la madurez, Beethoven nos recuerda en sus cuartetos el ánimo de Witold Gombrowicz en sus grandes novelas ‘Ferdydurke’ y ‘Cosmos’ (...)”
En la variedad de temas que Gombrowicz aborda en los diarios está incluida su sabiduría filosófico musical, pero su obra artística no la incluye, por lo menos no la incluye a primera vista. Hay que decir no obstante que las estructuras musicales y el pensamiento fundamental están presentes en el momento de la creación, pero Gombrowicz se ocupa de cubrir su presencia con el lenguaje. El hombre encuentra en la música su más auténtica y completa expresión artística, su lado íntimo y del mundo en general.

El verdadero carácter de la melodía refleja la naturaleza eterna de la vida humana, que desea, se satisface, y desea otra vez, una particularidad que describe Schopenhauer con palabras profundas y hermosas.
“Por consiguiente, la música no es en modo alguno la copia de las Ideas, sino de la voluntad misma, cuya objetividad está constituida por las Ideas; por esto mismo, el efecto de la música es mucho más po-deroso y penetrante que el del resto de las bellas artes, pues éstas solo nos reproducen sombras, mientras que ella, esencias”
Gombrowicz no utiliza las estructuras musicales tan sólo para ordenar su creación literaria, sino también como elemento de hechizo, para seducir a los lectores, especialmente en “Pornografía”.

“¡Qué descaro de mi parte recurrir a unos temas tan fascinantes y melodiosos! Sobre todo hoy, cuando la música moderna le teme a la melodía, cuando el compositor, antes de utilizarla, tiene que despojarla de toda su atracción, volverla árida. Lo mismo ocurre con la literatura: un escritor moderno que se respete evita toda suerte de cebos, es difícil y prefiere repeler antes que tentar. ¿Y yo? Yo hago justamente lo contrario, meto en la obra todos los sabores más sabrosos, los encantos más encantadores, la relleno de bellezas y excitaciones, no quiero una escritura árida, sin hechizo... Busco las melodías más cautivadoras... para llegar, si lo consigo, a algo todavía más seductor”
Existen dos hombres de letras argentinos que cosechan, en unos, las más calurosas adhesiones, y en otros, el más encendido rechazo, a saber: el Pterodáctilo y el Pato Criollo, ambos gombrowiczidas ilustrísimos.

Es uno de los casos más señalados de la bipolaridad literaria argentina que tiene raíces oscuras y obedece a los mandatos de los más bajos instintos. La primera vez que vi a Gombrowicz me pareció un personaje inglés por el aspecto y por la pipa. Poco tiempo después se me empezó a parecer a Jacques Tati, y cuando lo conocí un poco más todavía, puso en mis manos a “Ferdydurke”. Gombrowicz fue el primer hombre de letras al que conocí personalmente; de este encuentro y de la lectura de “Ferdydurke” saqué la conclusión de que era un hombre inesperado y de que no existía ninguna diferencia entre el escritor y sus escritos. Cuando conocí a otros escritores me di cuenta de que este canon no era aplicable en forma uniforme, funcionaba más o menos bien con el Pterodáctilo, pero no funcionaba con el Pato Criollo, para poner dos ejemplos que se refieren a estilos y concepciones literarias tan diferentes que ocupan los dos extremos en el rango de la creación artística.

El Hombre Unimesional divulga a los cuatro vientos que no conoce a ningún escritor que lea tanto como el Pato Criollo, y ésta es precisamente una diferencia muy marcada que yo tengo con él. Después de haber leído “El arte del espectáculo” le dije al Pato Criollo que el Asno tenía las facultades mentales alteradas, pero no es así, lo que pasa es que estando yo en mi estado natural –el de no leer– cuando me cae un libro en las manos, lo rechazo y lo primero que se me ocurre es hablar mal del autor, no del texto al que no leí o al que apenas leí, como hacía Gombrowicz con Borges.
Advertido de esta inclinación malsana que tengo decidí consultar al Niño Ruso sobre cuál era la altura literaria que había alcanzado el Pato Criollo pues me proponía leer alguno de sus libros.

“Me parece bien que hayas acudido a Aira para el prólogo. Hay conexiones con Gombrowicz en su excentricidad, en su libertad, en muchas cosas. No son iguales, claro, nadie lo es (...) Yo lamento la ausencia de los conocimientos filosóficos que tan bien maneja Aira y que le dan un peso especial a sus novelas, como ‘Cumpleaños’. Aira es el más importante y radical de los nuevos autores latinoamericanos y a mí, que estoy en el umbral de los setenta años, leerlo me da una gran sensación de libertad”
Teniendo en cuenta que las precauciones que uno puede tomar antes de poner un libro entre las manos nunca están demás le escribí una carta al Pato Criollo, me proponía leer uno de sus libros, y como es un hombre de letras tan prolífico no sabía cuál era el que debía elegir.

“Y, sí, siendo amigos, o en vías de serlo, lo que da lo mismo, creo que ha llegado un momento muy duro para mí. Como te hice leer diecinueve de las cartas que le escribí a Gombrowicz, el mero transcurso del tiempo me obliga a leer alguno de tus libros, así lo mandan las leyes de la simetría, contrariando mi inveterada costumbre de resistirme, como gato panza arriba, a la lectura de libros, no así a la lectura de cartas. (....) Llegados a este punto, y como es muy probable que a vos te interese saber, por lo menos en parte, qué es lo que pienso de tus escritos, creo que deberías recomendarme la lectura de un libro tuyo. Para prevenirnos, tanto vos como yo, de malos entendidos que podrían resultar fatales para el futuro de nuestra relación, más teniendo en cuenta que vos escribís novelas con mucha frecuencia, es imprescindible que se entienda muy bien que te estoy pidiendo la recomendación para la lectura de tan solo uno de tus libros, no vaya a ser cosa que se te ocurra jugarme una mala pasada, una pitolina, como quien diría. Pitol me mandó recientemente desde México tres de sus libros dedicados”

Una tarde en el Tortoni el Pato Criollo me contaba que la mujer de un escritor argentino conocidísimo se le había entregado al Dandy para darle celos, no podía soportar que su marido anduviera persiguiendo a las nínfulas como buitre a camión de tripas. Yo no sé si esta historia será cierta, nunca se sabe hasta dónde pueden llegar las mentiras de los hombres de letras, tanto es así que también me contó que la mujer del Dandy se acostaba con una señora de la familia más íntima del Dandy, aunque en este caso no sabía por qué.
A pesar de estas maniobras algo desdorosas de los hombres de letras se podría decir que la actividad más importante que desempeñó Gombrowicz , y casi única, fue escribir. Sin embargo no fue un escritor prolífico, le costaba trabajo pasar de una obra a otra, le costaba también terminarlas, el final le parecía siempre arbitrario.

Gombrowicz no se parecía a Lope de Vega que escribía una obra en una sola noche y, para no ir tan lejos ni tan atrás, al Pato Criollo, uno de nuestros escritores más prolíficos. Esta dificultad para asomar la cabeza con sus escritos lo hacía sufrir, no tenemos que olvidarnos que Gombrowicz era más bien un hombre de ágora que un hombre de claustro.
“Qué extraño, que no leas. Yo prácticamente no hago otra cosa (...) Pero estoy seguro que vas a leer esta carta. Si yo fuera una de esas pedagogas insistentes, se me ocurriría un truco para hacerte leer: tomaría una buena novela, por ejemplo ‘La Montaña Mágica’ de Thomas Mann, y te la iría mandando de a una página por día en un sobre; si encuentro una oficina de correos que abra los domingos, me llevará tres años, si no, cuatro”

Un poco por este truco del Pato Criollo con el que me quería obligar a leer y otro poco por el hecho de que en cada uno de los miembros del club debe anidar algo de esa impotencia que tenía Gombrowicz que le impedía terminar de leer los libros, la cuestión es que se me fue ocurriendo la idea de escribir los gombrowiczidas, una idea que también me permite entrar y salir de Gombrowicz con alguna soltura.
A pesar de la desenvoltura con la que escribe el Pato Criollo y la facilidad con la que consigue que le publiquen lo que escribe, conoce perfectamente bien las contrariedades que padecen muchos de sus colegas. En una de sus novelas narra las desventuras de un joven escritor cuyo destino queda ligado a la conducta contradictoria de un editor. El editor recibe con entusiasmo la primera novela del autor, una historia que le parece genial, y le promete la firma del contrato en no más de dos semanas, pero las cosas no suceden así.

Los contactos entre el escritor y el editor se van haciendo cada vez menos frecuentes, de semanas pasan a meses y de meses a años, sin embargo, el entusiasmo y la delicadeza con los que el editor trata al autor aumentan con el transcurso del tiempo.
Pero es justamente el transcurso del tiempo el que hace pasar al escritor de la condición de joven promesa a la de autor entrado en años y, como si fuera poco, malogrado, una historia con un marcado aire kafkiano que me trajo a la memoria “Un artista del hambre”. Kafka narra en este cuento los infortunios de un hombre que ayuna por falta de apetito y que es exhibido en público como una rareza llamativa. Al final del relato ya nadie se interesaba por él, y lo barren junto a la basura, un final que surgiere un cierto parentesco entre este faquir y los escritores malogrados.

Hace unos años Carlos Fuentes andaba desparramando a los cuatro vientos que en poco tiempo César Aira recibiría el Premio Nobel de Literatura pero, el tiempo está pasando y, a pesar de la maquinaria de precisión que ha montado su agente literario alemán, al Pato Criollo le está ocurriendo con los premios lo mismo que al autor malogrado le ocurría con el editor contradictorio, y tiene miedo de correr la misma suerte del ayunador en el cuento de Kafka, es decir, tiene miedo de que lo barran y lo tiren a la basura.
Lo primero que atinó a hacer Gombrowicz cuando ganó el Premio Internacional de Literatura fue preparar una lista de sus enemigos literarios, regocijándose de antemano con la amargura desesperante que les iba a despertar.

Ya con el premio en la mano escribe el famoso diario del hijo ilegítimo que proyecta visitarlo en Vence para mortificar a sus enemigos polacos de Londres. Finalmente había obtenido un certificado de escritor de alta categoría, firmado por la flor y nata de la crítica internacional. Se le puso una cara extraña, los laureles le congelaban la cara y una seriedad severa le cerraba con siete llaves los tesoros de la gloria.
“Una cara extraña que expresa sólo y únicamente esto: ¡que bailen a tu alrededor como quieran, tú ni te inmutes!”



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