viernes, 10 de julio de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y SUSAN SONTAG

JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y SUSAN SONTAG


“La Universidad de Yale organizó un congreso internacional acompañado de una exposición con materiales de Gombrowicz en los archivos de la Biblioteca Beinecke, además de mesas redondas académicas, películas y representaciones teatrales de sus obras.. A pesar de todas estas muestras de deferencia, a pesar de que sus libros están traducidos a más de una treintena de idiomas, y a pesar de un amplio número de lectores en el exterior, en Estados Unidos, Gombrowicz sólo es conocido esencialmente entre los escritores. Susan Sontag y John Updike lo consideran una figura influyente en la literatura moderna, comparable a Proust y a Joyce. Yo no sé si eso habría agradado a Gombrowicz, que tenía una idea totalmente distinta acerca de la fama que quería para sí mismo (...)”

“No deseaba en absoluto que lo compararan con el Tolstoi de Yasnaya Polyana, el Goethe de Olympus o el Thomas Mann que relacionaba el genio con la decadencia, y no le interesaba en absoluto el dandismo metafísico de Alfred Jarry o la maestría afectada de Anatole France. Ni siquiera quería ser conocido como escritor polaco, sino simplemente como Gombrowicz”
La literatura es uno de los fenómenos que más junta y que más divide a la humanidad. Su alcance es tremendo, el hecho de que Gombrowicz haya podido enfrentar, en tiempos y en espacios diferentes, a dos mujeres estadounidenses eminentes es una prueba palpable de que una y la misma cosa puede despertar sentimientos tan encontrados como el desprecio y el amor.

Mary MacCarthy y Susan Sontag se cruzaron con la obra de Gombrowicz con muy distinto talante. Gombrowicz había empezado a tener una nostalgia melancólica por la Argentina en Vence. Algunos fragmentos escritos de su puño y letra en los diarios y en las cartas que nos escribía tienen esa tonalidad. En ese tiempo también había finalizado “Cosmos” y “Opereta” y se había puesto de moda en París.
La presencia simultánea de la nostalgia melancólica por la Argentina y del envalentonamiento en París puede que haya sido el origen de algunos contratiempos que tuvo en Vence. La ambivalencia y la bipolaridad de Gombrowicz fueron las que le levantaron poco a poco ese conjunto de cárceles, también la de los premios. A principios de mayo de 1965 no abrigaba ninguna esperanza de conseguir los diez mil dólares del Premio Internacional de Editores.

Pero al cuarto día de las deliberaciones una periodista italiana que lo entrevistaba le dijo que en el jurado habían empezado a hablar de “Pornografía”, un libro que se destacaba entre unas cuantas decenas de obras en discusión. Quedaron como finalistas Witold Gombrowicz y Saul Bellow, un estadounidense que diez años después recibiría el Premio Nobel.
Los diez mil dólares del premio le despertaron el apetito y le quitaron el sueño, pero por un conjunto de circunstancia adversas perdió por un voto, y los dólares se le esfumaron de entre las manos. El español Ferrater, que en principio estaba de su parte, decidió proponer en la primera votación a un latinoamericano para hacerle propaganda; el nombre de “Pornografía” también lo perjudicó.

El mismo jurado había premiado unos días atrás una obra algo escabrosa, y no quiso premiar en forma contigua más de lo mismo; y la presidenta del jurado, Mary MacCarthy, dijo que no había sido capaz de leer más de cincuenta páginas de la novela. Mary McCarthy era una novelista y ensayista estadounidense sobresaliente. Su obra, en conjunto, se destacaba por una mezcla rica y precisa de ficción y autobiografía.
Pasado el tiempo, a juicio de muchos, se ha convertido en una de las más grandes escritoras e intelectuales estadounidenses del siglo XX. Sin embargo, y a raíz de los comentarios que la McCarthy había hecho sobre “Pornografía”, a Gombrowicz le sale el abogado que tiene dentro, y empieza a meditar en cómo podía llevar a ese jurado a los tribunales.

Las bases legales de la acción judicial se podían sustentar en el hecho de que el premio, el más importante después del Nobel, debía otorgarse al mejor libro y sólo desde el punto de vista artístico, ése era el único criterio que debía tenerse en cuenta. Inspirado seguramente en este impulso de Gombrowicz a alguien de por aquí, en la Argentina, se le ocurrió llevar a los tribunales al Vate Maxista y a la editorial “Planeta”, pero ésta es harina de otro costal.
“Compréndanme, por favor: nosotros, los artistas, conocemos perfectamente bien lo insignificante y efímero de nuestras empresas. Por supuesto que emborronar el papel con historias imaginarias no es una ocupación seria. Qué vergüenza sentía los primeros años de escribir, ¡cómo me ruborizaba cuando alguien me sorprendía in fraganti! (...)”

“Si un ingeniero, un médico, un oficial, un piloto, un obrero son gente seria de entrada, un artista no consigue realizarse seriamente más que después de muchos años de esfuerzos y contrariedades. A mí la ascensión me había ocupado treinta años de esfuerzo, miseria y humillación (...)”
“¿Quién? ¿Qué demonio? ¡Diez mil dólares! ¡Que tú codicias! ¡Que han penetrado en ti hasta la médula! ¿Diez mil? ¡Pero si es una suma del todo ridícula! ¡Si al menos fuera un millón! ¡Cincuenta millones! No diez mil, ésa es la suma que gana un financiero estándar en una transacción que no pasa de mediocre”
Gombrowicz no dice esto para despreciar los premios, sino para poder presentarse a ellos sin menoscabo de su propia vida interior y también para mostrar qué hirientes pueden ser estas canalladas.

Después del Formentor –que recibe dos años después multiplicado por dos pues lo habían aumentado a veinte mil dólares– a Gombrowicz se le despierta otra vez el apetito y quiere más, quiere el Premio Nobel.
“Me ha afectado mucho el telegrama de Christian Bourgois a propósito del Premio Nobel que, desgraciadamente, se me ha escapado otra vez con sus setenta mil dólares. El año que viene se lo darán a un negro, después a un mulato, después a Günter Grass y después a mí, y entonces me compraré un Mercedes deportivo de dos puertas”
Susan Sontag, escritora y directora de cine, es considerada como una de las intelectuales más influyentes en la cultura estadounidense de las últimas décadas, pero la posición de Susan Sontag es un lugar de conflicto.

En un país al que los escritores no suelen importarle demasiado, Sontag ha motivado debates de altura y diatribas descarnadas acerca de su obra, por supuesto, pero sobre todo acerca de su persona. En Estados Unidos, el hecho de que un novelista intervenga en política, interior o internacional, no es bien recibido.
Sontag ha ido mucho más allá: ha visitado países en guerra; ha fustigado a los gobiernos estadounidenses con tanta dedicación como ferocidad; ha asumido, en definitiva, el papel de portavoz del intelectual comprometido. Desde su posición de neoyorquina arquetípica, ha ido por el mundo representando una ética del intelectual contemporáneo que no es frecuente, y la ha acompañado con textos de calidad constante y de naturaleza siempre controvertida, también en el caso del hermoso texto que escribe sobre “Ferdydurke”.

“Entonces, ¿puede ‘Ferdydurke’ ofender todavía? ¿Aún parece escandaloso? Salvo por la misoginia mordaz de la novela, probablemente no. ¿Y aún parece extravagante, brillante, perturbador, valiente, divertido... espléndido? Sí. Celoso administrador de su propia leyenda Gombrowicz estaba y no estaba diciendo la verdad cuando aseguró que había logrado eludir con éxito todos los géneros de grandeza (...)”
“Pero sea lo que fuere que pensaba, o quería que pensáramos que pensaba, hay determinadas consecuencias inevitables si alguien ha producido una obra maestra y finalmente se lo reconoce como grande. A finales de los años cincuenta ‘Ferdydurke’ fue finalmente traducido (gracias a un patrocinio propicio) al francés, y Gombrowicz fue, por fin, descubierto”

“Nada había querido más que ese reconocimiento; este triunfo sobre adversarios y detractores, reales o imaginarios. Pero el escritor que aconsejaba a sus lectores que intentaran evitar toda expresión de sí mismos, que se precavieran contra todas sus creencias y que desconfiaran de sus sentimientos, sobre todo, que dejaran de identificarse con lo que los define, apenas podía dejar de insistir que él, Gombrowicz, no era ese libro. En efecto, tiene que ser inferior a él. ‘La obra, transformada en cultura, se cierne en el cielo, mientras yo permanecía debajo’. Como el gran trasero que se cierne en lo alto sobre la desganada fuga del protagonista hacia la normalidad al final de la novela, ‘Ferdydurke’ ha ascendido hasta lo alto del empíreo literario. Larga vida a su sublime burla a todos los intentos de normalización del deseo... y los alcances de la gran literatura”



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