WITOLD GOMBROWICZ Y MANUEL PEYROU
Dos de los sucesos más significativos que le ocurrieron a Gombrowicz con el grupo “Sur” tuvieron lugar en la casa de Bioy Casares y en la redacción del diario “La Prensa”, el primero antes de la publicación de “Ferdydurke” y el segundo después. En el mismo año de la publicación de “Ferdydurke”, Gombrowicz pronunció una conferencia “Contra los poetas”, un acontecimiento que con el transcurso del tiempo tomaría más relevancia que los otros dos. Gombrowicz le había pedido a Graziella Peyrou, hermana de Manuel Peyrou que publicara el texto en la revista “Sur”, pero el pedido no tuvo éxito, los colaboradores de Victoria Ocampo lo tiraron al canasto.
“(...) La gente, en su mayoría jóvenes, empezaron a hacerle preguntas a Gombrowicz durante la conferencia; él respondía con vivacidad. Todos estaban muy animados(...)”
“Alguien se levantó y empezó a insultar. Algunos chiflaban. Gombrowicz estaba en su salsa, se sentía muy bien, adoraba el clima polémico (...) Cuando empezó a hablar se hizo silencio. Gombrowicz entonces sacó del bolsillo un reloj y declaró: –Sé que entre el público hay por lo menos unos veinte poetas... Les doy un minuto para la réplica. Se levantó Córdova Iturburu, y tras él muchos más pidieron hablar (...) Córdova Iturburu trató de leer algo, pero no encontró las papeletas. Entonces Gombrowicz se declaró rey de los poetas. El marido de Wally Zenner, radical de Forja, tembló de indignación y estuvo a punto de proceder (....) Los amigos del conferenciante estaban desorientados por el ataque a la poesía, no era de esperar que este artista pudiera atacar el arte en tal forma, no sabían que un artista, con una sinceridad que lindaba casi con la ingenuidad, podía decir que el arte lo aburre (...)”
“La charla provocó muchas protestas, de Adolfo de Obieta, de Graziella Peyrou y de Roger Pla (...) Gombrowicz anotó en sus apuntes: ‘(...) más bien un fracaso (...) Adolfo criticó fuertemente la charla (....) Graziella y Pla muy críticos (...) A la última charla, el jueves 4 de septiembre, asistieron quince personas (22.50 pesos) (...) Liquidación’ (...)”
Mastronardi había elaborado una estrategia para acercar a Gombrowicz al grupo “Sur”, cuando pensaba en ese encuentro le temblaban las piernas, y no era para menos, ese conde polaco se había referido a Victoria Ocampo con desconsideración, una dama aristocrática apoyada en muchos millones que acostumbraba a hospedar en su casa a celebridades europeas, y sobre la que se hacía una pregunta que no se atrevía a contestar.
“¿En qué medida influyeron en esas majestuosas amistades los millones de la señora Ocampo y en qué medida sus indudables calidades y su talento personal? (...) Por lo pronto Mastronardi decidió presentarme primero a la hermana de Victoria, Silvina, casada con Bioy Casares (...) Una noche fuimos a cenar con ellos (...)”
“Decidieron, pues, que yo era un anarquista bastante turbio, de segunda mano, uno de aquellos que por falta de mayores luces proclaman el elan vital y desprecian aquello que son incapaces de comprender. Así terminó la cena en casa de Bioy Casares... en nada... como todas las cenas consumidas por mí al lado de la literatura argentina”
El Dandy se refiere a la cena con otras palabras, pero el aburrimiento fue, según parece, el sentimiento predominante entre los siete comensales.
Silvina, Bioy, Borges, Gombrowicz, Mastronardi, José Bianco y Manuel Peyrou eran los integrantes de esa mesa. La cena en la casa del Dandy que menciona Gombrowicz en los diarios y el Dandy en un reportaje se volvió famosa sin ningún motivo. Quizás, lo único destacable, fueron los tangos que escucharon antes de sentarse a la mesa y el accidente que sufrió Silvina Ocampo. En efecto, a Silvina se le cayó la fuente de las manos cuando la llevaba de la cocina al comedor con un gran estruendo. El único que se dio por enterado fue Gombrowicz pues no le prestaba ninguna atención a los tangos, entonces corrió a ver lo que pasaba. La vio a la pobre Silvina con la cabeza entre las manos y le dijo que no se preocupara, que recogiera todo y lo sirviera como si no hubiese pasado nada. Silvina le pidió que guardara el secreto, durante la comida Gombrowicz le echaba miradas cómplices cuando los demás decían que la comida estaba muy buena.
“Yo también la recuerdo con tedio. En ningún momento durante esa larga noche prosperó un asomo mínimo de conversación. Sólo al retirarse, lo acompañé abajo para despedirlo (...) Miramos juntos un momento la avenida del Libertador, que entonces se llamaba Alvear, y Gombrowicz dijo: –¡Bioy, qué hermosa avenida! Y entonces sí estuvimos de acuerdo. Yo no sé, ese Gombrowicz. Carlos Mastronardi estaba obsesionado con él. Hablaba todo el día, al punto que cuando ya lo había nombrado como diez veces, comenzaba a usar perifrasis: un amigo europeo, cierto conde polaco. Era gracioso”
En esta prehistoria de sus aventuras en la Argentina el grupo de Victoria Ocampo brillaba como una estrella.
“Victoria Ocampo, una dama ya entrada en años y aristócrata, que nadaba en millones largos y que con su tenacidad entusiasta había conseguido hacerse amiga de Paul Valéry, invitar a su casa a Tagore y Keyserling, tomar el té con Bernard Shaw y hacer buenas migas con Strawinski (...)”
“Un escritor francés de renombre había caído ante ella de rodillas gritando que no se levantaría hasta recibir el dinero suficiente para fundar una ‘revue’ literaria: –¿Qué iba hacer con un hombre arrodillado y que no quería levantarse? Tuve que dárselo”
El mismísimo Orate Blaguer, un gombrowiczida connotadísimo, y a miles de kilómetros de distancia, se refiere a esa famosa cena en la casa de Bioy Casares, en la que sentaron a la misma mesa Gombrowicz y el Asiriobabilónico Metafísico.
“Pasé toda una larga época obsesionado con saber qué había sucedido realmente en la famosa cena de Borges y Gombrowicz. Un día, el azar quiso que José Bianco aterrizara en Barcelona, le llevaron a la tertulia literaria que yo tenía en el bar Astoria. Me pasé toda la noche planeando el momento en que le preguntaría a Bianco qué había ocurrido en la famosa cena (...)”
Cuando por fin me atreví a preguntar, Bianco me dijo: –Usted quiere saber qué pasó aquel día, pero yo quiero saber qué ha pasado hoy, pues a mí me habían dicho que esto era una tertulia literaria y lo que yo he visto es una reunión de cocainómanos, no han parado ustedes de ir todo el rato al lavabo. Ya no me atreví a decirle nada más a Bianco en toda la noche”
Del suceso que ocurrió en la redacción del diario “La Prensa” participaron tres de los comensales: Witold Gombrowicz, Manuel Peyrou y Jorge Calvetti. Calvetti, que había compartido con Gombrowicz muchas noches del Rex, le hizo una entrevista con la intención de publicarla en el diario “La Prensa”.
En ese tiempo se lo estaba traduciendo a la mayoría de las lenguas europeas, sin embargo, Peyrou, se lo reprochó violentamente aduciendo que se había dejado embaucar por las imposturas de Gombrowicz. Calvetti cuenta cuál fue el motivo del escándalo que se armó con esta entrevista, y Gombrowicz da su versión de hasta qué punto había llegado el escándalo, una versión que Calvetti desmiente, por lo menos en parte.
“Manuel Peyrou, que se encontraba en la redacción, al ver mi artículo declaró que no se debía publicar porque se trataba de una impostura; nadie conocía a Gombrowicz, ya que su estilo carecía de interés, por lo que, en resumidas cuentas, se oponía a la publicación del texto (...) Por fin apareció la entrevista. Peyrou no dijo nada, pero se escondía siempre que me veía. Gombrowicz ha contado en ‘Testamento’ que Weidlé, de paso por Buenos Aires, informó que era muy conocido en Europa (...)”
“Eso es cierto, pero no es cierto que uno de nosotros, Peyrou o yo, tuviera que ser encerrado en un ascensor para que no llegáramos a las manos.. Todo lo que acabo de contar es exactamente así. Los campesinos de mi provincia dicen: ‘Está muerto, y no me deja mentir’ (....)”
Gombrowicz le había dado su versión al Hasídico sobre esta historia en las conversaciones que aparecen en “Testamento”, una versión parecida a la de Calvetti pero con una diferencia.
“Manuel Peyrou, amigo de Borges, se encontró con Calvetti en la redacción y le reprochó violentamente que se hubiera dejado embaucar por mis mentiras (...) Calvetti fue a quejarse al jefe de redacción (...) Afortunadamente, un conocido crítico de París, el ruso Wladimir Weidlé, cuyos libros tenían éxito en la Argentina, se encontraba de paso por Buenos Aires. El jefe de redacción le sugirió a Calvetti que fuera a verlo para comprobar sus afirmaciones, y Weidlé confirmó que, efectivamente, yo era un escritor conocido y apreciado en Europa, un veredicto que Calvetti utilizó en la entrevista (...) Según parece, la agarrada entre Calvetti y Peyrou fue tan tormentosa que hubo que encerrar a uno de los dos en un ascensor, e inmovilizar el ascensor entre dos pisos a fin de evitar que llegaran a las manos: ‘Se non e vero...’ (...)”
Manuel Peyrou, después de haber practicado el juego de lo policial y lo fantástico, que lo aproximaba al orbe literario de Borges, se interesó por los conflictos de las psicologías sociales para abordar a través de ellos la novela de testimonio y denuncia. Gozó de la amistad de Borges, de quien fue su confidente. El mismo Borges reconoció que Peyrou “era un hombre muy reservado pero aceptaba y alentaba las confidencias. Creo que fue una de las pocas personas a las que me atreví a hacérselas”. Cuando Borges debió acudir a la asistencia psiquiátrica fue Peyrou quien lo recomendó.
Los dos profesaban la pasión por la literatura, pero mientras Borges creía que las palabras servían menos para expresar la realidad que para crear nuevas realidades, las palabras eran para Peyrou sólo una herramienta, un objeto de uso que él utilizaba para describir la realidad y reflexionar sobre ella.
“Me gusta la aventura cuando ésta es tan cómoda como la ausencia de aventura. Me parezco a ese personaje de un cuento inglés que quería cometer un desliz siempre que el desliz fuera confortable, honesto, apropiado a la clase media de su país, y entonces decidió raptar a su mujer, con lo cual conciliaba la aventura con la respetabilidad”
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