sábado, 13 de junio de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y FREDERIC CHOPIN



JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y FREDERIC CHOPIN


“En el Banco Polaco nadie creía en Gombrowicz salvo Kaminski, él fue su mejor aliado y, prácticamente, único (...) Kaminski era inteligente y poliglota, hablaba de filosofía y de música. Witold lo quería a Kaminski y a menudo discutía con él. Conversaban frecuentemente de Chopin...”
Aunque Gombrowicz no destaca a Chopin tanto como a Beethoven en sus escritos, conocía profundamente a este artista romántico, no podía ser de otra manera siendo polaco. Cuando se estrena “El casamiento” mantiene una conversación con Diego Masson, el compositor de la música para el estreno de la pieza teatral en París, un diálogo que contiene algunas apreciaciones estéticas que no están hechas tan en broma como parece.

“He oído que el decorado estaba hecho con restos de coches viejos; –Sí, era excelente; –¡Oh, qué feliz me siento de no haberlo visto, esos restos de coches!, me hubiera gustado mucho más un lindo decorado gótico con muchos colores.. Usted compuso además la música para la batería, ¿no es cierto?; –Sí, es verdad, la música fue escrita para dos bateristas, detrás de las cortinas había un gran número de instrumentos de percusión; –¡Oh, qué feliz estoy de no haberlo escuchado!, sabe usted, a mí me hubiera venido mucho mejor algo como Beethoven o Chopin”
Frederic Chopin fue uno de los campeones de romanticismo polaco, no sé cuánto de románticos eran los corazones de Bruno Schulz y de Gombrowicz, pero solían tener conversaciones frente al monumento a Chopin en Varsovia.

“Witold, aunque nuestros géneros estuvieran emparentados por la ironía, el escapismo sarcástico y el gusto por jugar a la gallina ciega, a pesar de eso, mi lugar en el mapa se encuentra a cien millas del tuyo y, es más, tu voz, para llegar a mí, tiene que rebotar en un tercer elemento, no hay entre nosotros una línea telefónica directa”
Gombrowicz era muy amigo de Witold Malcuzynski, el último de los pianistas románticos, con el que tomaba copas después de los conciertos. Malcuzynski bebía mucho después de sus magistrales interpretaciones de Chopin, le temía al público y de esta manera se relajaba. El estilo de Witod Malcuzynski, lleno de virtuosismo y fuerza pero a la vez de vitalidad y romanticismo, fascinó al mundo entero y le hizo ser calificado como el último romántico del piano.

“¿Creéis que patriotas como Mickiewicz y Chopin no participaron en la lucha únicamente por cobardía? ¿O quizá porque no querían hacer el ridículo? Y supongo que tenían derecho a defenderse de aquello que superaba sus fuerzas”
Hay pueblos que alcanza la grandeza conquistando naciones, hay otros que la alcanzan con el romanticismo, pero en uno o en otro caso nos encontramos con problemas. Frederic Chopin es considerado uno de los más importantes compositores y pianistas de la historia. Su perfección técnica, su refinamiento estilístico y su elaboración armónica han sido comparadas con las de Johann Sebastian Bach, Wolfgang Amadeus Mozart y Ludwig van Beethoven por su perdurable influencia en la música de tiempos posteriores. La obra de Chopin representa el romanticismo musical en su estado más puro.

La existencia de Chopin fue atormentada por aspiraciones elevadas que no pudieron realizarse, por sufrimientos físicos que no tuvieron curación y por sentimientos patrióticos que fueron atropellados con crueldad. Chopin tuvo un alma noble, fue un sincero patriota, un soñador romántico en un cuerpo de salud minada. Para él era más atractiva la ilusión que se viste con las galas del idealismo, que la realidad que transcurre con la indiferencia y a frialdad de la lógica.
Gombrowicz se las tuvo que ver desde el nacimiento con el romanticismo polaco al que enfrentó con un apego premeditado por la realidad. Protestaba contra los tres poetas profetas del romanticismo, guías espirituales de la nación polaca. Ellos absorbían la inteligencia y el tiempo de los jóvenes estudiantes dejándolos atrás del pensamiento europeo, pero a pesar de sus protestas quería ser como uno de ellos.

El valor de la patria se le transformó a Gombrowicz. cuando los rusos llegaron a las puertas de Varsovia y fueron detenidos por el ejército polaco al comando del mariscal Pilsudski en el año 1920. Los jóvenes se alistaban como voluntarios y sus colegas se paseaban en uniforme por las calles, pero Gombrowicz permaneció en su casa. Esa ruptura con el grupo y con la nación surgió en el año memorable de la batalla de Varsovia, y lo obligó a buscar su propia senda y a vivir por su cuenta.
Se sintió humillado y a la vez en rebeldía, todas esas aventuras lo impulsaron a la anarquía, al cinismo y se puso en contra de la patria por la presión que ejercía sobre los individuos. Aunque estaba lejos todavía de dominar intelectualmente estos difíciles problemas empezó a comprender que en Polonia el precio de la vida humana era bajo.

“(...) me mantenía a distancia y cuando me topaba en la calle con los ruidos de una marcha militar y el ritmo de una tropa que desfilaba a mi lado, hacía todo lo posible para no seguir su compás. ¿Estaría buscando quizás mi propia música y mi propia marcha? (....) La vida política no me interesaba”
Esta presión contra la patria va creciendo hasta que pronuncia la blasfemia increíble del comienzo de “Transatlántico”. Pasados diez años de escritas estas páginas en las que maldice a Polonia, pone en el diario que en ese barco, en “Transatlántico”, había regresado a su patria y se había convertido en un ciudadano. La patria, como a Chopin y a Mickiewicz, le suscita otra vez la afirmación de su espíritu polaco. Y la patria lo llama nuevamente cuando se va de la Argentina y lo sorprende diciendo que no se había desnacionalizado, que seguía siendo tan polaco como el primer día.

“Esta obra nació en mí como un ‘Pan Tadeuz’ al revés. El poema de Mickiewicz, escrito también en el exilio hace más de cien años, la obra maestra de nuestra poesía nacional, supone una afirmación del espíritu polaco suscitada por la nostalgia. En “Transatlántico” quería oponerme a Mickiewicz”
Gombrowicz había empezado a lidiar con el espíritu romántico polaco en su primera novela. En el medio de un mundo de hombres paralizados a Gombrowicz se le ocurre ponerse en contra del lema del romanticismo polaco que convocaba a los jóvenes a medir las fuerzas por las intenciones y no las intenciones por las fuerzas, y escribe “Ferdydurke” con un propósito restringido, pero la obra se la va de las manos, le sale el tiro por la culata y se pone en línea con la “Oda a la juventud” de Adam Mickiewicz.

“(…) la Historia ha enseñado a los polacos lo que quiere decir no ser. Privados de Estado, vivieron durante más de un siglo en el corredor de la muerte. ‘Polonia todavía no ha perecido’ es el primer y patético verso de su himno nacional y, hace unos cincuenta años, Gombrowicz, en una carta a Czeslaw Milosz, escribía una frase que no se le habría ocurrido a ningún español: ‘Si dentro de cien años nuestra lengua todavía existe’…(...)”
No pasaron cien, pero pasaron cincuenta años y la lengua polaca todavía existe, una lengua que a mi modo de ver tiene demasiadas consonantes. La grandeza del hombre clásico se expresa en su voluntad de dominio, es una postura en la que el hombre trata de ser dueño y señor. La postura romántica, en cambio, se expresa en el sometimiento del hombre, en el aguante y en el sufrimiento, la grandeza del hombre romántico recién aparece cuando se convierte en víctima de un mundo que lo supera.
Chopin representa la postura romántica del aguante y el sufrimiento, su grandeza proviene de su lucha contra una fuerza que lo somete y lo hace víctima de un mundo que los supera. En la relación de los polacos con el mundo de antes de la guerra había algo malo y alterado.

Si por su situación geográfica y por su historia Polonia se veía condenada a estar eternamente desgarrada, entonces había que cambiar algo en los polacos para salvar su humanidad. Los artistas y los intelectuales polacos de antes de la guerra fueron entonces también responsables de no ajustar las cuentas con ese pedazo de tierra creado por las condiciones de su existencia histórica y por su situación especial en el mundo, para que la leyenda polaca del romanticismo y del idealismo, de la que Chopin y Mickiewicz eran los campeones, se extinguiera.



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