viernes, 12 de junio de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y HERBERT SPENCER

JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y HERBERT SPENCER

De naturaleza perezosa y desprovista de sentido práctico en un tiempo en el que había abundancia de criados y de institutrices, el papel de la madre de Gombrowicz se limitaba a darle órdenes al cocinero y al jardinero. Sin embargo, le decía a todo el mundo que la casa estaba a su cargo, que el jardín era una obra de ella, que menos mal que tenía sentido práctico.
Profesaba una gran admiración por todo cuanto ella no era. La fascinaban los médicos eminentes, los profesores, los grandes pensadores y en general las personas serias.. Gombrowicz y sus hermanos bien sabían que los libros del filósofo inglés, que fundamentó el proceso social en la lucha por la existencia y la supervivencia del más apto, permanecían en los estantes de la biblioteca con las páginas sin abrir.

Sin embargo, a Marcelina Antonina se le ocurría presentarse de otra manera: –Confieso que pueda parecer un poco extraño, pero tengo una gran debilidad por la filosofía, por el pensamiento riguroso y en ocasiones me deleito leyendo Spencer.
“En el Instituto Kostka recibía la formación oficial, pero su verdadera educación la llevó a cabo por su cuenta (...) A los quince años Gombrowicz ya leía a Spencer, a Kant (...)”
Esa pasión por la filosofía de Gombrowicz, iniciada a los quince años, seguramente tiene que ver con los desvaríos de su madre, pero la mantiene en forma invariable durante toda la vida.. Los filósofos, a los que a menudo acusaba de un exceso de abstracción y de desinterés hacia los problemas de la vida, serán sus fieles compañeros hasta sus últimos días en los que se despide de ellos dictando un curso de filosofía.

Herbert Spencer fue el fundador del darwinismo social y un ilustre positivista. Utilizó en forma sistemática los conceptos de estructura y función y concibió a la sociología como un instrumento al servicio de la reforma social. Spencer considera a la evolución natural como la clave de toda la realidad, a partir de cuya ley mecánica y materialista se explican los niveles progresivos de la realidad: la materia, lo biológico, lo psíquico, lo social...
Su intento de sistematizar todo el conocimiento dentro del marco de la ciencia moderna en términos de evolución lo convirtió en uno de los principales pensadores de fines del siglo XIX. No hay cosa que sea más ajena a Gombrowicz que las ideas de Spencer, el filósofo que subyugaba a Marcelina Antonina.

Es fácil ver como se burla de estas ideas en “Ferdydurke”, especialmente en la cabeza de la Juventona. Gombrowicz también deja huellas en los diarios de cuánto lo perturbaba el determinismo evolucionista de Spencer.
“Me atrae el abismo de la vida ajena, aunque esté adornada o incluso tergiversada; en cualquier caso es un caldo hecho a base de realidad y me gusta saber que, por ejemplo, el 3 de mayo de 1942 Bobkowski enseñaba a su mujer a ir en bicicleta en el bosque de Vincennes (...)”
“¿Y yo? ¿Qué hice ese día? Ya veréis, o más bien no veréis: dentro de doscientos o mil años surgirá una nueva ciencia que establecerá las relaciones de tiempo entre los individuos, y entonces se sabrá que lo que le ocurre a uno no deja de tener relación con lo que le ha sucedido simultáneamente a otro... Y esta sincronización de la existencias nos abrirá nuevas perspectivas..., pero basta...”

La madre fue la primera quimera que Gombrowicz combatió, era para él la representación de la irrealidad, un exceso de irrealidad.
“Pero el hombre es para sí mismo una sorpresa inacabable porque yo, aunque con miedo de morirme y ese taladro que me desgarraba el pecho, tenía reparos en despertar a Rita y llamar al médico a una hora tan temprana; finalmente vino, me puso una inyección y, cuando el dolor remitió, a Rita y a mí nos dio una ataque de alegría, de pronto nos invadió un humor excelente, reíamos y decíamos tonterías, y el médico nos miraba como a dos mentecatos (...)”
“No me he muerto, y sin embargo algo en mí ha sido tocado por la muerte, todo aquello de antes de la enfermedad es como si estuviera detrás de un muro. Ha surgido una nueva dificultad entre yo y el pasado”

Esta caída en la irrealidad en las vísperas de su propia muerte le venía desde la cuna pero, le viniera de donde le viniera, hay que decir que la idea de realidad se escurre entre las manos como una anguila. La realidad se define a veces de modo negativo y a veces de modo positivo. En el primer caso se afirma que el ser real sólo puede entenderse como un ser contrapuesto al ser aparente, o al ser potencial, o al ser posible. En el segundo caso se afirma que es real sólo lo que existe, y no es real sólo lo que es. La realidad surge de asociaciones de una manera indolente y torpe en medio de equívocos, a cada momento la construcción se hunde en el caos, y a cada momento la forma se levanta de las cenizas como una historia que se crea a sí misma a medida que se escribe, introduciéndose de una manera ordinaria en un mundo extraordinario, en los bastidores de la realidad.

La falta de realidad era una espina que se clavó muy pronto en la piel de Gombrowicz, tanto que una buena parte de las historias que cuenta en sus novelas no es real, y no sólo porque no relate acontecimientos que hayan ocurrido verdaderamente, sino porque son historias que no pueden ocurrir en el mundo real.
Todas sus narraciones tienen elementos fantásticos, y estos productos de la imaginación son los que le hacen posible la actividad de escribir, es decir, el defecto de realidad es entonces el que pone en marcha su obra, pero no su desarrollo y su término, pues todas ellas tienen, como quien diría, una moraleja. Si el defecto de realidad es el motor de su literatura, se podría decir que el exceso de realidad obraría para Gombrowicz como un palo en la rueda; y así era nomás.

Hacia el final de sus aventuras en Francia no encontraba la forma de justificar ante el padre el hecho de que no estudiaba ni aprobaba los exámenes. Por suerte le apareció una fiebre acompañada de un debilitamiento general y el médico le recomendó que partiera hacia el sur, a las montañas.
En el tren que lo llevaba de París a los Pirineos Orientales entabló conversación durante gran parte de la noche con una joven escocesa bastante feucha. Cuando la joven se enteró de que sus caminos se separaban en Perpignan supuso que después no se volverían a ver, entonces, sin pensarlo dos veces, le hizo unas confidencias realmente monstruosas: en la casa familiar ocurrían cosas indecentes en las que la escocesa participaba activamente. Llegaron a Perpignan y se despidieron cariñosamente..

Gombrowicz llegó a su destino y se hizo compinche de unos lugareños que jugaban al billar. El domingo del primer fin de semana se fueron en bicicleta a un pequeño puerto cercano. En ese trayecto tuvo su primer deslumbramiento con el Sur, pero ésta es harina de otro costal, es ya otra historia. Decidió quedarse algunos días en esa playa, pero en la mañana del cuarto día vio a la escocesa sentada en la arena.
La situación era más embarazosa para ella que para Gombrowicz, pero ambos se ponían como un tomate cuando se veían. Gombrowicz decidió mudarse a un pueblo vecino. El día después de la llegada, cuando salía del hotel a la mañana, vio a la escocesa bajando del autobús, a ella también se le había ocurrido la idea de mudarse. Gombrowicz consideró a estas circunstancias como un exceso de realidad y nunca se atrevió a ponerlas en una novela.



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