WITOLD GOMBROWICZ Y BERNARDO CANAL FEIJÓO
“Gombrowicz es algo más que esos vitalicios maestros de la juventud que para desgracia de los jóvenes argentinos abundan en nuestro país. Es un camarada. Con más experiencia y más edad que los demás, simplemente. No más viejo sino más joven, como corregiría seguramente Gombrowicz, en un tono no del todo urbano me temo. Ya hemos hablado al comienzo de sus relaciones con la intelectualidad argentina. Agreguemos que tuvo dos grandes amigos, los únicos tal vez entre los maduros que lo comprendieron: Bernardo Canal Feijóo y Ernesto Sabato”
Estas justas palabras del Dramaturro junto a otras muy atinadas que escribió Blas Matamoro nos recuerdan que Bernardo Canal Feijóo fue unos de los mejores amigos de Gombrowicz.
“El exilio desdobla a Gombrowicz en un par de patrias imaginarias: el mito del cuerpo joven en la Argentina y el mito de la palabra inmarcesible en Polonia. Polonia es una palabra que pierde su actualidad para Gombrowicz debido a la distancia y a que se refugia en la evocación culterana del barroco polaco llamado ‘sarmata’, una suerte de nacionalismo recalcitrante, que define a Polonia como un espacio cerrado a las seducciones de la modernidad europea. Algo así como la Argentina de los nacionalistas argentinos. La síntesis de ambas vertientes míticas es Trasatlántico, visión caricatural de ciertos aspectos de la vida argentina: la riqueza comercial de la calle Florida, los bailes populares, la estancia de la oligarquía ganadera, el preciosismo de los salones eruditos y la vida polaca en la emigración con la hipertrofia ceremonial y falsamente caballeresca de su diplomacia contada en la clave neobarroca del gaweda, relato popular del siglo XIX (...)”
“Hay, de otra parte, una especie de sociología impresionista o psicología social de los argentinos, que Gombrowicz practica en la tradición de los visitantes atentos o profesionales, que conocieron la Argentina de la belle époque, así como los filósofos viajeros que pontificaron sobre el ser nacional argentino. En el centro, dos obras, la una silenciada por Gombrowicz de Ezequiel Martínez Estrada, la otra recordada en la amistad de Bernardo Canal Feijóo”
Canal Feijóo transmitió la belleza del paisaje y la fuerza de la tierra. Sus temas recurrentes: el amor, el deseo, el dolor y la muerte, poblaron sus versos y se ahondaron aún más en sus textos teatrales. Hay dos historias que cuenta Gombrowicz en las que aparece Canal Feijóo con su aire campesino: la del pájaro colibrí y la de los poetas catamarqueños.
A Gombrowicz no le sentaban bien ni el folklore ni las leyendas indígenas, pero tenía dos amigos que lo aburrían cuando hablaban de estos temas. Uno de esos amigos era Canal Feijoo, un escritor argentino que se había gastado los codos estudiando toda clase de leyendas y que había participado en una multitud de excavaciones buscando los arcanos del folklore.
El otro amigo era Odyniec, un polaco millonario que durante un tiempo le dio dinero a Gombrowicz para le beca de Flor de Quilombo: –Es culpa tuya si ahora debo soportar la últimas teorías del príncipe sobre la antropología de las tribus indígenas, le tengo alergia a esas conversaciones, me aburren muchísimo. En cuanta oportunidad se presentaba aparecía la aversión que Gombrowicz le tenía al folklore.
¿Qué música escucha usted, Quilombo?; –Beethoven, Bach, Mozart...; –A ver, cuarto movimiento de la sexta sinfonía; –¿De quién?; –¿De quién va ser?, no va a ser de Dvorak, de Tchaikovsky, simples folkloristas. Este desprecio por las tradiciones y las costumbres indígenas se le puso a prueba mientras navegaba por el río Pilcomayo rumbo a Asunción.
“Estábamos sentados en cubierta, los ojos fijos en la frondosidad de la orilla que desfilaba lentamente delante de nosotros, cuando de repente llegó volando un colibrí y se quedó suspendido temblando en el aire también trémulo después del tórrido día..., era casi invisible en el torbellino que creaba a su alrededor al batir sus pequeñas alas con tanta rapidez que casi era pura vibración”
En el momento en que Canal Feijóo se pronuncia contra ese pajarito irritante cuya belleza no le sirve de nada porque no se deja ver, la dueña de la embarcación toma la palabra para contar la leyenda del colibrí. Lo curioso de esta historia es que en ningún otro pasaje de sus escritos Gombrowicz se detiene a recapitular leyendas indígenas, pero en este único caso la recapitula completa, en todos sus detalles, debe haber algo entonces en esta leyenda que la hace interesante para que Gombrowicz y por eso la distingue tanto. Painemilla y Painefilu, es decir, oro azul y víbora azul, eran dos jóvenes y bellas hermanas que vivían en las proximidades del lago Paimún. Un poderoso jefe Inca se enamoró perdidamente de Painemilla con quien se casó y vivió feliz en un hermoso palacio de piedra.
Cuando Painemilla quedó embarazada, el jefe Inca convocó a los sacerdotes para escuchar sus profecías. Le vaticinaron que serían mellizos, que serían muy bellos, que un hilo de oro adornaría sus cabellos desde el mismo momento de su nacimiento, pero que algo horrible se interpondría en la felicidad de la pareja. Antes del nacimiento el gran jefe tuvo que marcharse al norte para sostener un guerra larga y cruenta.
Entonces le pidió a su cuñada Painefilu que acompañara a Painemilla y la ayudara. Al ver a su hermana tan feliz, tan enamorada y tan mimada por su nueva familia, una envidia muy intensa le tomó el corazón. Cuando nacieron sus sobrinos, los vio tan lindos, tan sanos y tan alegres que la víbora azul enloqueció e imaginó una forma para eliminarlos..
Encerró a los mellizos en un cofre y lo tiró a las aguas del lago, le dijo a la hermana que sus hijos no eran seres humanos sino perros mientras le entregaba un par de cachorros, luego se sumió en un profundo y oscuro silencio, se llenó de miedo y empezó a temblar.
Painemilla no hacía otra cosa que llorar, cuando llegó su esposo y vio los perros que tenía por hijos, la encerró en una cueva oscura, la desolación se apoderó de la pareja.
Pero los mellizos no murieron, fueron hallados por un viejo mapuche que los sacó del agua y los cuidó. Al cabo de unos años el jefe Inca terriblemente entristecido, paseando a orillas de lago, vio a un par de niños jugando, ambos tenían u hilo de oro es sus cabellos. Recordó la profecía, supo que eran sus hijos, los abrazó, los llevó a su hermosa casa de piedra, y reconstruyó con Painemilla la felicidad perdida.
Pero debía castigar a Painefilu por su traición. El gran jefe Inca tomó entre sus manos una piedra mágica y la elevó al cielo: –Ayúdame señor a hacer justicia. Que todo tu calor traspase esta piedra y que en ella se ejecute el castigo a Painemilla. La piedra se volvió transparente, se cargó de luz y de fuego, un rayo verde salió de la piedra y buscó a Painefilu. Donde ella estaba solo quedaron cenizas... cenizas y un pequeño trocito de su corazón del que nació el colibrí el que, según las tradiciones mapuches, presagia la muerte, vive inquieto y triste, como Painefilu, no se posa en ramas ni toca el follaje, tiembla de miedo como si esperase el castigo. No puede morir de una muerte natural porque ha sido concebido por un corazón traidor, el colibrí lo sabe, por eso vive con un miedo permanente, y a pesar de su magnífica belleza, se siente apestado, evita la proximidad de todo y se eleva temblando siempre en el aire.
Su angustia lo hace temblar, y vibra tanto que sus hermosos colores se tornan invisibles; la belleza del colibrí solo se puede admirar después de muerto. El colibrí trae mala suerte, le augura a las personas no sólo el día de su muerte, sino el tipo de muerte que tendrán. Si llegara a tomar con su pico un cabello caído, el que lo perdió morirá ahorcado. La belleza del colibrí, apestada por un crimen horrendo, tiene mucho que ver con las concepciones de Gombrowicz.
“En la obra de Genet, nos encontramos con una belleza ruinosa, una belleza sucia, inferior y perseguida (...) Hay otra cosa en Genet que tiene mucha fuerza, y es que une la belleza a la fealdad. Ha mostrado, como si dijéramos, el reverso de la medalla, ha encontrado una potente unión entre el aspecto positivo de la belleza y su aspecto negro”
Gombrowicz había quedado muy impresionado con la montañas de la cordillera cuando llegó a Mendoza. Esta inmensidad y este poder sólo le resultaba comparable con la anchura imponente del río Paraná. Mendoza era una ciudad que le caía bien con sus huertas y viñas, y con unos hoteles en los que cada habitación tenía su baño con agua fría y caliente.
Cuando se dispone a hacer una siesta reparadora del viaje agotador escucha por la ventana el redoble de un tambor, por la calle avanza lenta y rítmicamente una murga de Carnaval. Gombrowicz decide participar en ese baile de disfraces. Este Carnaval argentino es una fiesta triste y aburrida, vacía y melancólica, los extranjeros han descubierto que los argentinos no saben divertirse, sin embargo Gombrowicz discrepa con este desprecio.
A su juicio el argentino es complicado, difícil y misterioso, es un pueblo enriquecido por el cruce de razas y de culturas. Los polacos llegados después de la guerra opinan que la Argentina es primitiva y debe ser despreciada, y esto lo dicen a pesar del bienestar con el que tropezaban a cada paso, un bienestar con el que Polonia no podía ni soñar. No les decía nada la cantidad de coches que había en Buenos Aires, esta cantidad superaba en varias veces el número de coches de toda Polonia, y tampoco les decía nada que el subterráneo de aquí era mejor que el de París.
“El polaco, a pesar de toda esta evidencia, los trataba desde la altura de su condición de europeo, puesto que era como lo hacían el francés o el inglés. En general, la soberbia europea en América es tan inmensa como cretina, y francamente hay que admirar a los argentinos que con tanta paciencia soportan esos humos y esa arrogancia”
Gombrowicz despreciaba este orgullo europeo, y tanto más si venía de Polonia, pero también despreciaba este orgullo si venía de París. Relata la desilusión de su amigo Stanislaw Odyniec, que después de muchos años de vida en la Argentina había hecho un viaje a París.
Volvió desencantado, y aunque no había tenido los problemas de un embajador argentino que temía estirar las piernas al acostarse en Austria pues se imaginaba que podía penetrar en un país vecino, de todas formas la ridícula pequeñez y estrechez de Europa le habían disgustado enormemente: –París también es demasiado pequeña, todo allí es minúsculo, y además sucio y anticuado. ¡Los cuartos de baño horribles! ¡La gente no se baña!
Gombrowicz seguía mirando el Carnaval, cuando de pronto se topa con Canal Feijóo, uno de los grandes escritores argentinos que, junto a otros más pequeños, medianos y también grandes como él, se esforzaban en descifrar el carácter nacional. La esencia de una nación no se manifiesta en los análisis sino en la acción, para saber quién eres debes actuar.
El arte y el hombre son imprevisibles para sí mismos, la literatura no soporta los programas ni el sometimiento a las teorías, sólo acepta la audacia y el descaro creativos. La falta de una relación directa con la vida es la causa del carácter secundario de las culturas de las naciones secundarias, naciones tímidas y sin desenvoltura, que no son creativas porque no tienen contacto directo con la vida.
Canal Feijoo y Gombrowicz se dan palmaditas en el hombro: –¿Qué hace usted por aquí?; –He venido por negocios. Venga conmigo. Allí, a la vuelta de la esquina, se está celebrando un encuentro de poetas de Catamarca en ocasión de un concurso de belleza con jóvenes catamarqueñas muy atractivas.
Era una reunión de ínfima categoría, un público mal educado hacía ruidos estrepitosos, mientras las candidatas asustadas, temblaban y se agitaban como mariposas. Los poetas encargados de honrar a la reina esperaban junto a la pared muy bien vestidos. A Gombrowicz le vinieron a la memoria los jóvenes poetas polacos de antes de la guerra, vestían una ropa que era el colmo de la miseria y el descuido pero escribían un poco mejor que los argentinos.
“Conmigo muestran desconfianza –ya me conocen–, y uno de ellos me advierte de entrada: –Tú, Gombrowicz, ¡sobre todo no hagas el tonto!; –¿Yo? ¡Qué va! –digo pacíficamente– ¡Jamás! La pena es que vosotros sí que hacéis el imbécil. Os han traído aquí para que cantéis la elección de la reina de la belleza, siendo la cosa menos poética que podía ocurrirle a un poeta moderno. ¡Una trivialidad antipoética y sentimentalona! ¡Puro kitsch!; –¡Eres un bobo! Se trata de provocar un escándalo. Somos seis y cada uno de nosotros va a declamar su poema para reivindicar la libertad sexual. ¿Comprendes?”
La prudencia femenina del país no procede solamente de España, es también el resultado de una manera de vivir tranquila y burguesa, pensada para fundar una familia e instalarse en una casita con jardín.
La joven argentina tiene todas las posibilidades de casarse bien y de pasar el resto de su existencia honradamente y sin riesgo.
“A esas vírgenes una aventura, sencillamente, no les va bien. Por tanto, todo aquí está calculado para obligar al hombre a casarse, política femenina que ha triunfado incondicionalmente sobre el deseo de aventuras del hombre. Lo que pasa es que... el diablo está al acecho. El hombre está al acecho. Y mis poetas se estaban preparando para una ofensiva”
En diciembre de 1963 desde Berlín, cuando intentaba convencerme de que a su regreso fuera a vivir con él y con Flor de Quilombo, trata de impresionarme con la importancia de sus colegas argentinos.
“No, no, Goma, tendrá que hacer viajecitos, no hay caso, estos pequeños chantajes basados en la supuesta soledad mía no sirven. No, Goma, nada de soledades, no estoy a la merced suya, parece que su imaginación no alcanza a darse cuenta de que cambió todo, basta que levante un dedo para que corran todos: la Lynch, Arnesto, Pla, Canal Feijóo, los bolches de La Plata, las niñas, los adolescentes, los ancianos y las viudas, trate de imaginarse algo como Weimar. El que estará algo aislado, me temo, será Vd. Goma con su papá y su mamá”
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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS
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