miércoles, 3 de junio de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y DEOLINDA DE MAURO

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y DEOLINDA DE MAURO

“Hace algunos días que estoy en Tandil y estoy parando en el hotel Continental. Tandil, una ciudad pequeña de setenta mil habitantes en medio de montañas no muy altas erizadas de roquedales como fortalezas. Fue la primavera la que me hizo venir con la esperanza de librarme de los microbios de la gripe asiática que todavía me quedan (...)”
“Ayer alquilé por una módica suma un apartamento delicioso un poco en las afueras de la ciudad, al pie de la montaña, allí donde se alza una gran puerta de piedra, en la unión de un parque con un bosque de eucaliptos y coníferas”
Fueron los jóvenes tandilenses los que atraparon a Gombrowicz en esa ciudad, él andaba detrás de una actualización permanente de su inmadurez. La barra del café Rex de Buenos Aires empezó a saber algo de la gente de Tandil cuando Gombrowicz nos empieza a escribir desde allá.

Para los amigos de Buenos Aires algunas de las cosas que ocurrieron en Tandil se volvieron legendarias: el asombro de Gombrowicz cuando supo, casi recién llegado a Tandil, que el Asno había leído “Ferdydurke”; la compota de Flor de Quilombo que protegió a Gombrowicz de sus ensueños con su propia muerte; la ceremonia que armó Deolinda de Mauro en su casa celebrando la llegada del contrato de Julliard para editar “Ferdydurke” en París.
Gombrowicz se va a Tandil como un viajante de comercio, quiere ver si le puede vender un poco de risa al dolor y sacar de este negocio un sucedáneo del talento. No le venía nada bien la idea de talento, el escritor no escribe con ningún talento misterioso, sino consigo mismo.

El escritor escribe con su sensibilidad e inteligencia, con una constante excitación del espíritu que es la esencia de toda retórica. Si lo que escribe el escritor es trivial, fracasa no sólo como literato, sino también como hombre. El fundamento de esa constante excitación del espíritu es para Gombrowicz el dolor, es el quid de la existencia, y la risa el último recurso que tenemos para soportarlo.
“Saquemos de ello una moraleja: que en los momentos que las circunstancias catastróficas nos obligan a transformarnos interiormente del todo, la risa es nuestra salvación. Pero el humor consiste en una inversión de todo, hasta el punto que un verdadero humorista nunca puede ser únicamente lo que es. La risa nos libera de nosotros mismos y permite que nuestra humanidad sobreviva a pesar de los dolorosos cambios de nuestro envoltorio (...)”

“Esa risa, dictada por unas necesidades terribles, debería abarcar no solamente el mundo del enemigo, sino ante todo a nosotros mismos y a lo que para nosotros es más querido (...) Vierto sobre el papel mi crisis del pensamiento democrático y del sentimiento universal, porque no soy el único –quiero que lo sepáis–, no soy el único que, si no ahora sí dentro de diez años, desee tener un mundo limitado y un Dios limitado (...)”
“Una profecía: la democracia, la universalidad, la igualdad no serán capaces de satisfacernos. Será cada vez más fuerte en vosotros el deseo de la dualidad, de un mundo doble, de un pensamiento doble, de una mitología doble; en el futuro profesaremos dos sistemas diferentes al mismo tiempo y el mundo mágico encontrará su lugar junto al mundo racional”

El mundo mágico del que habla Gombrowicz, ése que busca un lugar junto al mundo racional, debía ser la juventud, un estadio de la vida que le resultaba más familiar que la condición sofisticada de la madurez. Gombrowicz no quería ocupar su lugar de adulto en la sociedad y anduvo siempre conspirando, aliándose en su contra con otros elementos, ambientes y fases del desarrollo. Hay un pasaje memorable de los diarios que muestra hasta qué punto los argentinos fuimos cómplices de ese sabotaje.
“También soy colega de Cox, un chico largo y flaco de diecisiete años que tiene algo de botones de un hotel de gran ciudad...: familiaridad con todo y experiencia de todo, la más perfecta falta de respeto que jamás haya visto, una tremenda mundología, como si hubiera llegado a Tandil directamente de Nueva York (sin embargo, nunca ha ido siquiera a Buenos Aires) (...)”

“A éste no lo va a impresionar nada..., posee una incapacidad total de sentir cualquier jerarquía y un cinismo que consiste en saber guardar una apariencia amable. Es una sabiduría proveniente de la esfera inferior, la sabiduría de un pilluelo, de un vendedor de periódicos, de un ascensorista, de un mozo de recados, para quienes la esfera superior tiene valor en la medida en que se le puede sacar dinero (...)”
“Churchill y Picasso, Rockefeller, Stalin, Einstein son para ellos caza mayor a la que desplumarían hasta la última propina si es que los pescaran en el hall del hotel..., y semejante actitud hacia la Historia en este chico me tranquiliza y hasta me alivia, me proporciona una sensación de igualdad más auténtica que aquella otra, hecha de consignas y teorías. Descanso”

Las aventuras de Gombrowicz en Tandil eran controladas por la mirada bondadosa de Deolinda de Mauro, la dueña de la casa donde Gombrowicz pasaba sus temporadas de vacaciones..
“Aquí vivo, abajo, donde termina la gran avenida. Todo más o menos bien pero no sé qué pasa, algo no muy claro, hoy vino y dijo que le dará a patadas a Panagotto, ahora Dipi y Buffalo sostienen que no era él sino Bianchotti, quien lo sabrá, me piden consejo pero qué consejo puedo dar, además hay que andar con cuidado porque hay no sé qué en el ambiente y lo de Leoplán y Ricardone tambien me resulta algo raro que digamos. Veremos. Mi valija manda saludos a su changador y yo a los demás infelices del Rex??? !!! ??? !!! Qué sé yo... La cena. La muela. El paseo y la confitería”

Ésta es la primera carta que Gombrowicz me escribe desde Tandil, un carta un tanto extraña, lo único seguro es que vivía en “Casita de Paz” de Deolinda de Mauro en la que vivió más o menos diez meses entre 1957 y 1960.
“(...) Un día lo invitaron a la casa de los Santamarina, una familia muy importante: –¿Y va a ir a comer a la casa de esas personas con una camisa tan sucia?, espere, voy a buscar un trapo y se la limpio con un poco de alcohol (...) A Witoldo le gustaba estar en el living durante los grandes calores. Cuando yo salía a dar un paseo abría la despensa y me robaba las frutas. Un día lo sorprendí y se apresuró a tragar la que tenía en la boca: –¡Qué desgracia tener un ladrón en casa, además sucio! Tenía muchas ganas de reírse, pero no se rió porque era un hombre de mundo (...)”

“Poco a poco comprendí que era un escritor. Un día se enteró de que sus libros habían sido aceptados en Francia: –Señora, señora, me han escrito, mire esta carta, me aceptan; –Oh, Witoldo, qué alegría, ¿no deberíamos hacer un fiesta? (...) Preparé una corona de laureles, se la puse en la cabeza, Mariano y yo nos paramos al lado de su silla, y él firmó el contrato (...) No era espontáneo, pero uno podía comprender que tenía ganas de contar con amigos, aunque no le resultara fácil; no todos estamos hechos de la misma manera. Nos escribía cartas, eran hermosas, muy cortas, pero decían muchas cosas. En una de las últimas escribió: ‘Me acuerdo de ustedes y no quiero que me olviden’ (...)”

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