domingo, 24 de mayo de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y FRANÇOIS RABELAIS

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y FRANÇOIS RABELAIS

Los géneros más pesados según la óptica de Gombrowicz eran el histórico y el aburrido, el más ligero y agradable era el que provocaba risa. La idea de la historia está relacionada con el pasado, con la causalidad, con el determinismo, con la dialéctica histórica, unas formas del pensamiento que no andaban bien con el talante de Gombrowicz. Vivió en una época que experimentó un ascenso irresistible de la actividad política cuya forma más representativa fue el marxismo, intentó entonces darle una forma artística a estas transformaciones de la historia en su última obra.
Gombrowicz acostumbraba a recurrir a la desnudez del cuerpo y a la risa para debilitar el exceso de estructura de la forma humana. Empieza con el cuculeilo en “Ferdydurke” y termina justamente con en los pies, es decir, con los zapatos en “Historia”, el primer bosquejo que hace de “Opereta”.

Los pies en Polonia formaban una línea cruel que separaba la miseria extrema del resto de los hombres, pues los pies de la miseria iban sin zapatos tanto en el campo como en la ciudad. En su obra final Gombrowicz se propuso liberar a los hombre desnudándolos, con una desnudez parcial o total, pero desnudándolos al fin y al cabo. En el primer proyecto intentó liberarlos descalzándolos, pero este bosquejo le pareció de alcances limitados y no llegó a convertirlo en obra.
Le sirvió sin embargo de base para un segundo intento de alcances más amplios en el que la desnudez abarca al cuerpo entero de Albertina. Al proyecto le llamó “Historia” y a la obra le llamó “Opereta”. En “Historia” intervienen como personajes el mismísimo Gombrowicz y el resto de la parentela, el padre, la madre y sus tres hermanos, con sus verdaderos nombres.

A medida que se desarrolla la acción estos fantasmas se van transformando en personajes históricos de las cortes europeas de principios del siglo XX, entre los que Gombrowicz se mueve como un enviado especial que se pasea descalzo invitando a los reyes a que hagan lo mismo, es decir, a que se quiten los zapatos.
Se propone liberar a los hombres pidiéndole a los emperadores que dejen de representar sus papeles y que se queden descalzos.
Esta manera de ver las cosas tiene mucho ver con las fuerzas que habían hostigado a Polonia durante siglos, la aristocracia que la empujaba hacia lo alto, y el fango y los pies descalzos de los campesinos con abrigos de piel de cordero, que ligaba a Polonia con la parte más atrasada de Europa.

En el libreto de “Historia” Gombrowicz entra descalzo a su casa junto con el hijo del portero. A partir de ese momento la familia se convierte en un jurado que examina esta confraternización entre clases y se pregunta si Gombrowicz será capaz de graduarse de bachiller debido a esta circunstancia.
De junta examinadora la familia se transforma en un tribunal militar y, de delirio en delirio, llega hasta la corte del zar Nicolás II, a las puertas de la primera Guerra Mundial. Con un lenguaje y un estilo absurdo como el de Rabelais Gombrowicz observa cómo Polonia es destruida y poco a poco empieza a desaparecer.
Pero no sólo Polonia desaparece, desaparece también la Europa de la alta cultura, de la alta costura, de la alta cocina, de la aristocracia, de las ideas, del romanticismo; desde nuestras pampas ve caerse el inmenso y majestuoso edificio europeo.

Gombrowicz se convierte finalmente, a través de su obra, en un arquetipo al que terminan reverenciando los ricos y los pobres, la izquierda y la derecha, la saciedad y el hambre. Manuel Gálvez pone de relieve en una carta que le escribe a Gombrowicz cuando se publica “Ferdydurke” su parecido con Rabelais.
“Como no me conformo con tocarme la oreja derecha cuando lo vea, ahí va mi opinión sobre ‘Ferdydurke’. No he leído en mi vida libro más original ni más raro. No se parece tanto a Rabelais, salvo en la invención de palabras. Pero pertenece a una corta familia de libros muy raros, entre los que yo colocaría, además de la obra de Rabelais, el drama ‘Le roi Bombance’ de Marinetti, varios libros futuristas, dadaístas y ultraístas y algo de Ramón Gómez de la Serna (...)”

“Si ‘Ferdydurke’ no es una obra genial, está muy cerca de serlo. Tiene usted una imaginación formidable y un poderoso sentido dramático. Sobre lo segundo, le diré que muchas escenas me han apasionado por su dramaticidad, a pesar de tratarse de asuntos en cierto modo absurdos, como me apasionaron escenas realistas o sentimentales, escritas por verdaderos maestros (...)”
François Rabelais, hombre de letras, sacerdote, médico y humanista escribió Gargantúa y Pantagruel para hacer reír a sus enfermos y Gombrowicz consagra a la risa como un canon de orden superior. El recurso a los gigantes le permite a Rabelais trastocar la percepción normal de la realidad de una manera hilarante pero también sabia que nos conduce a un humanismo.

Rabelais es sin duda un crítico de la naturaleza humana a través de la exageración de sus características y de su lenguaje escatológico lleno de inmundicias, secreciones y referencias explícitas a los órganos sexuales, condimentadas siempre con un explosivo sentido del humor, un estilo que nos hace recordar al del Quijote de Cervantes.
Los gigantes son cómicos pero también simbolizan el ideal humano del Renacimiento, con ellos Rabelais intenta conciliar la cultura humanística erudita y la tradición popular. Sus intenciones últimas resultan, sin embargo, bastante enigmáticas. En el “Aviso al lector” del Gargantúa, dice querer ante todo hacer reír. Después, en el “Prólogo”, mediante una comparación que hace con los Silenos de Sócrates, sugiere una intención seria y un sentido profundo oculto tras el aspecto grotesco y fantástico.

Pero en la segunda mitad del prólogo critica a los comentaristas que buscan sentidos ocultos en las obras. En conclusión, Rabelais quiere dejar perplejo al lector y busca la ambigüedad para perturbarlo. Este talante de burla, risa y humanismo de Rabelais es el mimo que Gombrowicz despliega en “Ferdydurke”.
Rabelais agotó la alegría de vivir, el disfrute franco y sin barreras de las gracias de la vida terrenal. Tuvo una especial destreza para inventar términos nuevos y enriquecer el idioma francés. Se burló de las supersticiones y del oscurantismo. Le otorgó más importancia a las exigencias de la vida material que a las promesas inciertas de una vida espiritual, pese a que era un sacerdote. El cuerpo humano, con sus excrecencias y solicitudes, ocupa un lugar central en su obra.

La filosofía de Gargantúa es simple: “Las horas se han hecho para el hombre y no el hombre para las horas”. A veces recuerda al Quijote por la aparatosidad incongruente. “Gargantúa y Pantagruel” ha quedado como un hito de la literatura universal que contribuyó a despejar oscuridades, confusiones e ignorancias usando uno de los más poderosos recursos que tiene el hombre: la risa.
La historicidad le ha puesto a la literatura conflictos y dudas ig-norados por completo en la literatura de antaño. Rabelais escribía pa-ra divertirse y para divertir a los demás, escribió lo que le dictaba el corazón y le salió un arte purísimo e imperecedero que expresó la esencia de la humanidad, la de sí mismo como hijo de su tiempo, y la de sí mismo como germen del tiempo por venir.

La creación no puede tener un programa para ahogar el miedo de no ser aceptado; este miedo no nos conduce a ninguna a parte, el escritor no se libera de la sole-dad con unos tirajes más o menos grandes; sólo aquél que logra separar-se de la gente y existe como un ser singular le puede poner algún lí-mite a la soledad.

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