miércoles, 19 de octubre de 2011

WITOLD GOMBROWICZ Y EL MATRIMONIO

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y EL MATRIMONIO


Hay un párrafo salido de mi propia mano que me ayudó a abordar el problema intrincado que Gombrowicz tenía con el matrimonio. “Yo también me veo a menudo armando un dinosaurio cuando hablo de sus dolores y de su grandeza pero, en cambio, me siento conversando con un amigo inolvidable cuando lo recuerdo como ese noble polaco venido a menos caído al nivel de un burgués sin medios (...)”
“Ni tan grave ni tan ligero, ni tan sabio ni tan burro, ni tan profundo ni tan superficial, ni tan metafísico ni tan realista, ni tan afectuoso ni tan frío. Él tenía una tendencia natural a desviarse hacia los extremos pero con su conciencia agudísima se ponía en el medio. Un burgués inteligente, perezoso y bromista, ni más ni menos”. Esto lo digo yo en el final de “Gombrowicz y todo lo demás”.

Existe un contraste evidente entre cómo Gombrowicz aborda el problema del matrimonio en sus escritos y cómo lo aborda en la vida real. En cuanto a la literatura se refiere en las vísperas ocurren fenómenos o catástrofes que impiden que el matrimonio se consume. En “Ivona” la novia se atraganta y muere con una espina de corvina atravesada en la garganta en el banquete en el que se anuncia la ceremonia nupcial.
En “El casamiento” el matrimonio de Henryk se malogra cuando su amigo Wladzio, a pedido del propio Henryk, se mata para conseguir la pureza de Manka-Mania, la novia de Henryk. Uno de los fenómenos más extraños que impiden que el casamiento de Gombrowicz se consume ocurre en “Aventuras”. En su casa de campo de Polonia, descansaba y se entretenía para pasar el tiempo.

El Negro había desaparecido, el otoño se acercaba. Por mera diversión empezó a construir un globo aerostático tipo Montgolfier. Una mañana, después que lo tuvo terminado, encendió la llama de la lámpara y empezó a ascender. Voló sobre el bosque y sobre el río, desde abajo la población lanzaba gritos jubilosos, cuando llegó a una altura de cincuenta metros apagó la mecha y empezó a descender.
Gombrowicz aterrizó en un patio en el que lo recibieron con risas y bravos. Interrumpieron la merienda y lo invitaron a tomar café, queso y pastelillos. El protagonista les propuso que uno de ellos podía subir a la cesta y volvió a encender la llama. La pasajera que subió le proporcionaba una alegría íntima mucho mayor que el globo mismo.

Por primera vez en la vida sentía que estaba perdiendo el juicio mientras ella lo escuchaba con atención. A pesar de que es bien sabido por todos que las mujeres aman lo novelesco y aventurado, no se atrevió a contarle nada de sus aventuras con el Negro... Llegó el día del cambio de anillos... Luego empezó a acercarse también el día de la boda.
Pero una semana antes de la fecha de casamiento, cuando se sentía penetrado por el secreto y el escalofrío jubiloso prenupcial, se le ocurrió hacer un paseo en globo durante un día de tormenta. La tormenta fue tan grande que lo arrastró con fuerza diabólica, y después de varias horas, al levantarse el telón del alba, vio que debajo de él se agitaban las olas del Mar Amarillo.

Se preguntaba qué podía hacer cuando volviera a ver los abedules y los ojos de la mujer amada. No, no le era posible volver, tenía que abandonar todo aquello que ya lo había abandonado a él. El sueño de Kierkeggard que ruega a Dios que le devuelva a Regina no es el mismo de Gombrowicz en “El casamiento”; Manka estaba pasada de vueltas cuando Henryk le ruega al padre que se la devuelva virgen e inocente.
Los padres de Henryk no tenían una buena opinión de Manka. “La mayor dificultad consiste en que ‘El casamiento’ no es una transposición artística de un problema o una situación. Es una libre descarga de la imaginación, eso sí, dirigida a un fin determinado. Lo cual no quiere decir que ‘El casamiento’ no cuente una historia: es el drama de Henryk, un hombre contemporáneo cuyo mundo ha sido transformado (...)”

“Ha visto en sueños su casa convertida en una miserable taberna y a su novia Manka-Mania con el aspecto de una pobre mujerzuela. Deseando recuperar el pasado, este hombre proclama rey a su padre, y en su novia quiere ver una virgen. Todo en vano, puesto que no sólo su mundo ha sido destruido, es él mismo quien también ha sufrido un hundimiento y a quien ya se le han agotado aquellos sentimientos de antaño (...)”
“Es el sueño acerca de una época, que expresa los tormentos de nuestro tiempo presente. Pero a la vez es el sueño que anticipa una época que trata de adivinar el futuro que vendrá. El sentido de estas reflexiones resulta melancólico y lejano, la verdad es que no tengo ninguna seguridad de que ‘El casamiento’ se represente mientras yo viva, quizá después de muerto”.

El príncipe Segismundo, de “La vida es sueño” de Calderón de la Barca, y el príncipe Henryk, de “El casamiento” de Gombrowicz, siguen caminos diferentes. Sin embargo ninguno de los dos distingue en sus historias si son verdaderamente reales o están dictadas tan sólo por los sueños. Los sueños y el yo son ideas poderosas, son el origen de todas las cosas.
También son ideas poderosas por la grandeza que pueden alcanzar en la forma de una personalidad. Que el yo y los sueños sean el origen de todas las cosas es una cuestión con la que no todos están de acuerdo. La tragedia sólo es posible si hay por lo menos dos personas, si existe un antagonismo real entre dos personas diferentes, ajenas una a la otra, que por esa diferencia se pueden destruir mutuamente.

Pero si lo que ocurre, ocurre entre una persona y un mundo de sueños cuya existencia está tan solo en el poder de su imaginación, el resultado puede ser irónico o paradójico, satírico o burlesco, todo menos dramático. No existe drama donde la resistencia del otro no es real y existe sólo en la región del sueño. Pero el sueño de “El casamiento”, según lo ve Gombrowicz, es un sueño sobre la realidad.
Los miedos que enfrenta el protagonista provienen de un contacto real con la vida, aunque sea un contacto con personas creadas por su imaginación en la esfera de los sueños. Los padres de Henryk no tenían una buena opinión de Manka-Mania. “Por favor, no piensen que pueden permitírselo todo porque esto es una posada. ¿Pero qué es esto? ¡Eh! (...)”

“Les entran las ganas, también es una calamidad que a esta arrastrada todos la quieran manosear, no piensan más que en tocarla, todos la tocan y la sofaldan, día y noche, sin parar, siempre igual, frotarla, sobarla, sofaldarla, y eso trae problemas. ¡No te cases con ella! Porque el viejo borracho dijo la verdad. Ella tonteaba con Wladzio, en el pasado. ¡También yo los sorprendí sobándose junto al pozo en pleno día (...)”
“Se toqueteaban y se buscaban, él a ella y ella a él, Henryk, no te cases!”. Gombrowicz empezó “El casamiento” durante la guerra con el propósito de escribir la parodia de un drama genial. Se propuso mostrar a la humanidad en su paso de la iglesia de Dios a la iglesia de los hombres. Sin embargo esta idea no le apareció al comienzo, en la mitad del segundo acto todavía no sabía bien lo que quería.

“El casamiento” es la teatralidad de la existencia, una realidad creada a través de la forma que se vuelve contra Henryk y lo destruye. En esta obra Gombrowicz les abre la puerta a sus percepciones proféticas. “Empecé ‘El casamiento’ en el año 1944, en la localidad de La Falda de la provincia de Córdoba. Estaba convaleciente de unas líneas de fiebre persistentes (...)”
“Como supe al fin, se debían a que el termómetro marcaba unas décimas de más. Esta pieza de teatro se fue estructurando en mí lentamente, a tirones, a lo largo de esa existencia argentina, un día tras otro. ‘Fausto’ y ‘Hamlet’ fueron mis modelos, pero sólo lo fueron en lo referente a su genialidad. Quería escribir un drama que fuera grande y genial, y me remití a estas obras, que en mi juventud había leído con veneración (...)”

“Mis ambiciones no estaban exentas de cierta astucia, ladino como era, presentía que era más fácil escribir una gran obra que una obra simplemente buena. La vía del genio me parecía menos ardua. ‘El casamiento’ que, como todas mis obras, se rebela contra la forma, es una parodia de la forma. Es una parodia del drama genial, pero, parodiando el genio quizá alcanzara algo más (...)”
“¿Acaso no iba a poder introducir fraudulentamente un poco de mi propio genio, de contrabando? Me propuse mostrar a la humanidad en su paso de la Iglesia de Dios a la iglesia de los hombres. Con todo, la idea no surgió desde el comienzo de mi obra. Primero empecé por lanzar a la escena un puñado de visiones, de gérmenes, de situaciones (...)”

“Lentamente a trompicones, llegué a esa idea, iba por la mitad del segundo acto y seguía sin saber lo que quería. Y se me antojaba que la creación bamboleante, ebria y sonámbula, a partir de los cortocircuitos de la forma, de sus conexiones y combinaciones, se correspondía con el devenir de la propia historia, la cual avanza también medio ebria y sonámbula (...)”
“Pueden detectarse en ‘El casamiento’ ciertos mecanismos de gestación del hombre y de la humanidad modernos. La presencia constante de la forma en la escena constituye el spiritus movens del drama. Y aquel que se deje arrastrar en los torbellinos de la forma en proceso de formación, queda preso para siempre en una duda mortal. ¿Es eso cierto? ¿Es sensato, o más bien estúpido? ¿Es realidad o sueño? (...)”

“Mi modesto teatro de aficionado no es teatro del absurdo, sino teatro de ideas, con sus medios propios, sus propios objetivos, su clima particular y un mundo personal”. En esta pieza de teatro se narra el sueño sobre una ceremonia religiosa y metafísica que se celebra en un futuro trágico en el que el hombre advierte con horror que se está formando a sí mismo de un modo imprevisible.
Éste es un acorde disonante entre el individuo y la forma; si no hay Dios, los valores nacen entre los hombres. Pero el reinado de Henryk sobre los hombres tiene que hacerse real, las necesidades formales de la acción para hacerlo rey terminan por derrumbarlo y toda la transmutación fracasa; ha recibido un zarpazo de Dios. En esta pieza de teatro se cuenta el sueño de un soldado polaco alistado en el ejército francés.

Está peleando contra los alemanes en algún lugar de Francia. Durante el sueño se le abren paso las preocupaciones que tiene por su familia perdida en alguna de las provincias profundas de Polonia y se le despiertan los temores del hombre contemporáneo a caballo de dos épocas. Henryk ve surgir de ese mundo onírico a su casa natal en Polonia, a sus padres y a su novia.
El hogar de Henryk se ha envilecido y transformado en una taberna empobrecida en la que su novia Mania es la camarera y su padre el tabernero, y ese padre miserable y degradado en una posada miserable, perseguido por unos borrachos que se mofan de él, grita al cielo que es intocable, y alrededor de esta exclamación desesperada se empieza a hilar toda la trama de la obra.

Los borrachos cantando y bailando a su alrededor con risas beodas y sarcásticas lo señalan con el dedo como si fuera un rey intocable. Pero, entonces, el hijo le rinde homenaje al padre con toda la seriedad y pompas de una consagración real, y el padre se transforma en rey. Ya como rey el padre eleva al hijo a la dignidad de príncipe de la corona y le hace una promesa.
En virtud de su poder real, le concederá un casamiento digno y religioso que restituirá a la novia la pureza y la integridad de antaño. Cuando se está preparando el casamiento digno y sagrado que celebrará un obispo el sueño del protagonista empieza a vacilar junto a la misma ceremonia, se siente amenazado por la estupidez justamente cuando aspira con toda el alma a la sabiduría, a la dignidad y a la pureza.

Poco a poco, va perdiendo la confianza en sí mismo y en el sueño. Otra vez entra en la escena el cabecilla de los borrachos para provocarlos. Cuando Henryk está a punto de pegarle al borracho, la escena se metamorfosea en una recepción de la corte en la que el borracho se ha convertido en el embajador de una potencia extranjera que incita al príncipe a la traición.
El obispo, el rey, la iglesia y Dios son viejas supersticiones y, si Henryk se proclamara a sí mismo rey, ninguna autoridad divina ni terrenal le sería necesaria. Se administraría a sí mismo el sacramento del matrimonio y obligaría a todos a reconocerlo y a reconocer a la novia como pura y unida a él. La transformación había comenzado con la intocabilidad del padre.

Sin embargo culmina en el paso de un mundo basado en la autoridad divina y paternal a otro en el que la propia voluntad de Henryk deberá convertirse en la autoridad divina y creadora como la de Hitler, como la de Stalin. El príncipe cede a la incitación del borracho, destrona al padre y se convierte en rey, pero el borracho anda detrás de algo más, pretende despertar sus celos.
Cuando estaba por finalizar la ceremonia matrimonial le pide a Wladzio, el amigo de Henryk, que sostenga una flor encima de la cabeza de Manka-Mania, la novia. Escamotea rápidamente la flor dejándolos en una actitud falsa y sospechosa que despierta los celos del príncipe. Henryk ve al borracho como si fuera un sacerdote cochino uniendo a su amigo y a su prometida en un casamiento inmoral y bajo.

El padre tenía una idea un tanto rancia sobre su autoridad sobre el hijo y sobre la humanidad. “Y quien alce su mano sacrílega contra su padre cometerá un crimen espantoso, inaudito, infernal, diabólico, abominable y terriblemente despreciable. Un crimen que irá de generación en generación, lanzando gritos y gemidos terribles, en la vergüenza y los tormentos (...)”
“Maldito de Dios y de la Naturaleza, marchito, estigmatizado, abandonado”. Henryk se convierte en un dictador, ha dominado a todo el mundo, también a sus padres, y de nuevo se vuelve a preparar la ceremonia nupcial pero sin Dios, sin otra sanción que la de su poder absoluto. Henryk utiliza, a efectos de alcanzar sus propósitos, un procedimiento drástico (...)”

“Para hacerse de la autoridad que le arrebata al padre y, por lo tanto, a Dios. Es la paz. Todos los elementos rebeldes han sido detenidos. El Parlamento también ha sido detenido. Aparte de eso, también están en la cárcel los medios militares y civiles, y grandes sectores de la población, así como la Corte Suprema, el Estado Mayor y las Direcciones Generales (...)”
“Los Departamentos, los Poderes públicos y privados, la prensa, los hospitales y parvularios, todos están es prisión. Hemos encarcelado también a los ministros y, en general, a todo. También la policía está en la cárcel. Es la paz. La calma”. Sin embargo, la verdadera autoridad de “El casamiento” Gombrowicz la encuentra en el poder que tienen las palabras. “¡Todo eso es mentira! (...)”

“Cada uno dice lo que es conveniente y no lo que quiere decir. Las palabras se alían traicioneramente a espaldas nuestras. Y no somos nosotros quienes decimos las palabras, son las palabras las que nos dicen a nosotros, y traicionan nuestro pensamiento que, a su vez, nos traiciona. ¡Ah, la traición, la sempiterna traición! Las palabras liberan en nosotros ciertos estados psíquicos (...)”
“Nos moldean... crean los vínculos reales entre nosotros. Si tú dices algo como: 'Si tú lo quieres, Henryk, yo, Wladzio, me mataré de mil amores'. Parece en principio algo extraño, pero yo puedo responder con algo más extraño aún, y así, ayudándonos el uno al otro, podemos llegar lejos. ‘Asiste a la boda, Wladzio, y cuando llegue el momento, mátate con este cuchillo’”.

El dictador siente que su poder sólo tendrá una verdadera realidad si es confirmado por alguien que realice voluntariamente el sacrificio de su sangre. Le pide a Wladzio que se mate para él, pues este sacrificio calmará sus celos y lo hará poderoso y formidable para realizar su casamiento y conseguir la pureza de Manka-Mania, la novia. El amigo a pedido del Rey se mata.
Henryk retrocede horrorizado ante lo que ha hecho con el amigo y el casamiento no se consuma. “La impresión que me da Gombrowicz es la de un hombre que construyó su edificio sobre las ruinas de su vida emocional”. Estas declaraciones dramáticas de Czeslaw Milosz contrastan con otras formuladas por algunos gombrowiczidas eminentes.

“Gombrowicz, cuando se refiere a su vida personal e íntima, casi siempre recurre a fórmulas, anécdotas o generalidades poéticas, evitando los detalles. En sus cartas a los amigos cercanos, especialmente en los últimos años, se manifestaba más libremente y sin tantas restricciones, pero esta indecente confesión tardía sonó como una broma”. Otros gombrowiczidas en cambio sostienen otra cosa.
El erotismo de la juventud de Gombrowicz era normal en un sentido físico, pero anárquico y loco en un sentido mental. En la esfera erótica de Gombrowicz se manifestaba su pasividad, su naturalidad sumisa, su inmediatez y la facilidad del acceso, de la entrega total, un carácter ideal y místico. Necesitaba de una relación directa y espontánea con las personas.

“Por supuesto no he cometido ningún acto de locura. En la superficie he sido razonable, pero en el fondo, muy dentro de mí mismo, he vivido una vida apoyada enteramente en la fantasía. Creo que soy un hombre normal, pero tengo una tendencia a la locura interna”. Antes de hablar de Krystyna Janowska, la primera novia de Gombrowicz, vamos a dar unas vueltas alrededor de su naturaleza contradictoria.
“Como mi estancia en Potoczek, la finca de mi hermano Janusz, no curó del todo mis pulmones, fui a pasar el verano a una pensión de Rabka. Recuerdo que mi estancia en Rabka agravó aún más mis relaciones con la gente, ya de por sí bastante tensas. Pero es que en aquella estrafalaria pensión donde me instalé, me encontré frente a una colección de tipos que parecía expresamente confeccionada (...)”

“Representaba la mezcolanza de estilos y lo grotesco polaco. Movilicé enseguida todos mis rencores y me volví provocativo. Este talante no tardó en producir un resultado desagradable con una damisela que había estado en Inglaterra: –Se nota que se atracó de Inglaterra y ahora la está repitiendo en la mesa. La inglesa me echó una mirada fulminante (...)”
“Dijo algo de los mocosos mal educados, a lo cual un señor muy autoritario añadió unas palabras sobre la arrogancia típica de los estudiantes insensatos. Cuando un juez retirado, reprendió violentamente a su hija, yo me sentí aludido inmediatamente: –¡Hay que saber con quién se juega! Este señor, según supe después, había reprendido a la joven por haber jugado a las cartas antes de comer (...)”

“Sus palabras provocaron un cataclismo entre todos los presentes que no comprendía bien, pues creía que la indirecta estaba dirigida a mí. Después de la comida se produjo un gran movimiento entre los señores, ellos también habían jugado a las cartas antes de comer, se sintieron por lo tanto ofendidos y le pidieron explicaciones al juez. Cada uno mandó un emisario para preguntarle si se refería a él (...)”
“Al final llegó mi turno, me sentía enfermo con la suma de todas esas idioteces. Esa manifiesta y notable ausencia de civismo que nos caracterizaba a todos en esa maldita pensión de Rabka, me sumió en un estado de terrible impotencia, de trágico desánimo. De esa forma se producían en mí saltos de la bufonería a la seriedad, de lo cómico al sufrimiento real (...)”

“Y seguía sin poder resolver mi problema con la farsa polaca, con nuestro desequilibrio Se trataba de un océano en el que yo naufragaba pero que, a la vez, llevaba dentro de mí”. Esta confusión se acentuaba aún más en relación con las mujeres. “Personalmente no sabía tratarlas, me refiero a las mujeres, pues me comportaba realmente como no debía (...)”
“Me vengaba de ellas haciéndome el loco y el payaso cuanto podía, y en el fondo de mi alma odiaba a esas maestras indulgentes y presumidas que se creían superiores. Eran unas guías, institutrices y, desgraciadamente, a menudo críticas. Por fin llegó un momento en que me rebelé y saqué la conclusión de que había que exterminar la feminidad de la literatura (...)”

“Pero yo no me enterado nunca si las mujeres en la literatura y la femineidad literaria eran verdaderamente enemigos míos, y si mis reproches eran justos. De la justicia de nuestras pretensiones no nos convencemos hasta que comenzamos a luchar por ellas”. Si el destino hubiera sido un poco más recto de lo que suele ser quizás Gombrowicz hubiera tenido otro destino.
Se hubiera casado con su prima Barbara Godecka y hubiera tenido hijos con ella, como la Teresa de su hermano Jerzy muy agraciada e inteligente, no así como el Józef de su hermano Janusz, pedigüeño y medio tonto. Gombrowicz tenía de sí mismo una opinión más o menos estándar. “En cuanto hijo de una buena familia era educado y bastante sano (...)”

“Ni feo ni guapo, sólo pasable, haciéndole la corte a sus primas, alumno mediocre, un tanto enmadrado, delicado, inquieto, y al mismo tiempo burlón, parlanchín, provocador, a menudo insoportable en el colegio y golpeado por sus compañeros mayores, sociable, frívolo, audaz o tímido según las circunstancias”. Los modelos femeninos de Gombrowicz tenían varios orígenes.
Su madre, Marcelina Antonina, su hermana Irena, las criadas y las primas. La madre y la hermana eran dos bellas mujeres de aspecto virtuoso a cuya hermosura Gombrowicz nunca se refiere. Las primas que frecuentaban la casa se caracterizaban más por sus virtudes que por su coquetería, se dedicaban a actividades filantrópicas y no se mostraban dispuestas al flirteo.

Por esta razón Janusz y Jerzy, sus hermanos mayores, se sentían perjudicados. Su actitud hacia esas primas y hacia los principios que ellas practicaban era hostil y maligna. Con las criadas Gombrowicz ajusta las cuentas en “La escalera de servicio” y con las primas se toma revancha en Isabel de “Ferdydurke”. Los matrimonios de los nobles terratenientes polacos tenían mucho que ver con el interés.
La madre de Gombrowicz intentó casarlo con su prima Barbara Godecka por su posición social y su dote, mientras el padre, por los mismos motivos, intentaba casarlo con una joven que había elegido cuidadosamente. “¿Para qué necesito a una mujer? Esta joven le gusta a mi padre, por eso quiere que me case con ella, porque él no puede” Jan Onufry estaba preocupado por el matrimonio de su hijo

También lo estaba su amigo Tadeusz Breza. A Gombrowicz le encantaba el humor de Breza, envidiaba la facilidad que tenía para relacionarse con las mujeres, mientras él iba de mal en peor. Finalmente, como sus fracasos no cesaban de repetirse, llamaron la atención de Tadeusz. Le presentó a una joven actriz, hermosa, sana, simpática, amante de la lectura y del arte.
Tenía la esperanza de haber encontrado para Gombrowicz la unidad ideal de cuerpo y de espíritu, de cultura y naturaleza. Pero el hecho de que esa joven apareciera sobre un escenario, que se dejara contemplar, que tuviera una actitud profesional hacia su encanto y sus gracias, hizo que a Gombrowicz no se le despertara ningún interés por ella.

En el año 1926 Gombrowicz realiza los primeros flirteos con sus primas y las amigas de su hermana, todas las cuales lo abruman con su celo religioso. Su familia desea que se prometa a una joven condesa católica, amiga de su hermana, dos años mayor que él y organiza una discreta comida para que él se declare, pero nada ocurre. Su primer amor es Krystyna Janowska.
Es una joven, vecina de la propiedad de su hermano Jerzy en Wsola, a la cual ve por las noches. Fue un amor intermitente, que se prolongó durante varios años. Hacia el año 1930 había empezado a frecuentar los cafés literarios y seguía escribiendo novelas cortas. Decide permanecer en Radom pero choca con la hostilidad de sus abogados que en su gran mayoría pertenecían al Partido Nacional, una agrupación de derecha.

Los partidarios de esa agrupación se escandalizaban por las relaciones que tenía Gombrowicz con centros de izquierda y, particularmente, por las que tenía con Wiadomosci Literackie. Desde ese mismo momento Gombrowicz renunció a la continuación de su carrera jurídica. “Era una época en la que estaba en mala disposición con el arte (...)”
“Me saturaba de Schopenhaher y de su antinomia entre la vida y la contemplación, y de Mann en cuya obra ese contraste tiene un aspecto más doloroso. El arte era para mí el fruto de la enfermedad, la debilidad, la decadencia; los artistas, por así decirlo, no me gustaban, personalmente yo prefería al mundo y a la gente de acción. Estas fobias, a mi edad, eran apasionadas (...)”

“Yo tenía entonces veinticinco años, que es cuando todavía no se ha renunciado a la belleza. El mundo artístico me atraía por su libertad y por su resplandor, pero me repudiaba física y moralmente. Me sentía raro al entregar un ejemplar de ‘Memorias del tiempo de la inmadurez’, un libro fresco, recién sacado del horno, a mi respetable familia (...)”
“Supongo que si hubiera entrado a formar parte de un ballet y me hubiese puesto a saltar medio desnudo delante del público, mi familia no se hubiera sentido más incómoda”. Con esta mezcla de naturalezas, la de su familia y la de la literatura, se moría de vergüenza cuando pensaba que algún día sería un artista como ellos, que se convertiría en un ciudadano de esa ridícula república de almas ingenuas.

No quería ser un engranaje de esa terrible maquinaria, un miembro de ese clan. Por nada del mundo quería sentirse perteneciendo a ese al gremio. Desde muy temprano se le manifestó a Gombrowicz una tendencia personal que le causaría un gran daño en el transcurso de su vida, la imposibilidad de tratar normalmente a personas de rango social superior.
Era la consecuencia de su forma de comportamiento que lo hacía sentir a gusto solamente con aquellos a quienes conseguía imponer esa forma suya un tanto extravagante. La aristocracia tenía su propio estilo, definido, banal e impersonal, y nada podía hacer en su contra, tenía que someterse. Esta separación, sin embargo, no era tan drástica como podría suponerse.

La primera obra literaria de su vida fue la monografía “illustrissimae familiae Gombrovici”. La conservó en estado de manuscrito, y aunque no contenía nada de especial pues los Gombrowicz eran tan solo miembros de una pequeña nobleza, se pavoneaba con cada detalle referente a los bienes, funciones y vínculos familiares, y disfrutaba de esta manía.
Cuando murió su padre en el año 1933 ya había empezado a sentir la decadencia de su familia a la que le encontraba cierto parecido con “Los Buddenbrooks”, la novela de Thomas Mann. Era una familia que se extinguía, las perturbaciones mentales de algunos parientes de la parte de su madre pesaban sobre su cabeza como una amenaza de trastornos psíquicos futuros.

El padre fue el último Gombrowicz en gozar del respeto general e infundir confianza. Él y sus hermanos, la siguiente generación, eran unos excéntricos de quienes la gente decía que era una lástima que no hubieran salido al viejo Gombrowicz. Su pertenencia a dos mundos, tan fuertemente marcada desde su juventud, fue muy clara hasta la muerte del padre, después las cosas fueron cambiando.
En vida del viejo Gombrowicz entraba a la oscuridad y volvía a la luz con alguna facilidad, cruzaba la línea de sombra en las dos direcciones lo que le permitía comportarse como un camaleón. Esa doble personalidad se prestaba a la mistificación, su apariencia de terrateniente más que de asiduo de cafés y de escritor vanguardista le producía todo tipo de malentendidos, especialmente con el género femenino.

Después de la muerte de su padre se le fue haciendo claro que tenía que justificar su vida con una obra de orden superior pues el tiempo pasaba y su situación en Polonia se hacía cada vez más penosa. A partir de los treinta años su pertenencia a una clase social superior empezó a debilitarse y el desastre de la guerra que arruinó a su familia y también a él pusieron a esta pertenencia en el camino de la extinción.
Pero Gombrowicz nunca dejó de pertenecer a esos dos mundos, en la Argentina se las ingenió para darle una nueva vida al mundo de la aristocracia: “Entonces llegó el momento en el que los oyentes, fascinados por mi lúgubre resplandor, empezaron a insistir en que les dijera qué es el arte, en qué consiste el arte, cómo es y cómo debiera ser el arte (...)”

“Estas preguntas se me echaron encima igual que unos perros que años atrás me habían asaltado al llegar frente a la mansión de Wsola, en presencia de mi primera novia. Respondí. –¡No, eso no os lo voy a decir! Eso sólo puedo decirlo a una persona de un rango igual al mío. De entre todos vosotros, sólo a una persona; -¿A quién?; –Sólo a ella –contesté, indicando a una de las damas–, sólo a ella. ¡Porque ella es una princesa!”
Este pasaje de uno de sus diarios se refiere a Ada Lubomirska, la encantadora princesita. Gombrowicz siempre fue un holgazán, pero ya de joven se imaginaba que el pensamiento errante y libre de un holgazán era lo que más desarrollaba su inteligencia. Sin embargo, su pereza no era tan absoluta como pudiera parecer, no sabía bien cómo pero había conseguido una superioridad intelectual sobre su entorno.

Poco a poco se fue haciendo notar como más sensato y equilibrado que los demás, de alguna manera se sabía que su especialidad era la inteligencia y no otra cosa. “El hombre es un ser social, y quien se integra rápida y fácilmente en su ambiente, se forma e incluso llega a un grado considerable de eficacia... pero no se manifestará nunca en él la fuente de sus energías más profundas (...)”
“Será un hombre técnicamente útil, pero superficial y limitado”. Su gusto por decir tonterías le hacía decir a su hermano Jerzy: –Cuando voy de visita con mis hermanos lo único que temo es que Janusz se ponga a dormir y que Witold se ponga a contar tonterías. Contar tonterías constituía en la época de su juventud una de las ocupaciones que más lo absorbía pero nunca se censuró esta actividad idiota.

El desorden, la confusión y la torpeza de una existencia que elegía la idiotez para relacionarse con los demás fueron para él la mejor escuela en la se formó y que le permitió más adelante sobresalir y entrar en el gran mundo. La residencia Wsola perteneció a Jerzy Gombrowicz, hermano de Witold, y a su esposa Aleksandra Pruszak de Gombrowicz hasta la Segunda Guerra Mundial.
Gombrowicz solía pasar sus vacaciones familiares en ese lugar, donde escribió varias de sus obras, entre ellas “Ferdydurke” y algunas partes de “Los Hechizados”. En Wsola, Witold también solía jugar al tenis con Aleksandra. La residencia Wsola es el único lugar de Polonia vinculado con Witold Gombrowicz que no fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial.

Gombrowicz conoce a Krystyna Janowska en la juventud, sus familias eran amigas y ambas pertenecían al mismo círculo social de vecinos. Morena, de ojos grandes, alta delgada y esbelta. Era atlética, montaba a caballo, hacía esquí y jugaba al tenis. Krystyna se refiere a Gombrowicz como un hombre joven y guapo, diferente, interesante y original que se burlaba de los terratenientes.
Por tal razón las jóvenes no se sentían seguras con él y para ella misma no había sido una opción de casamiento. Krystyna, ya abuela, no recordaba ninguna de las reuniones nocturnas a las que se refiere Gombrowicz. Cuatro años menor que él, nacida en Bartidziejw, era hija de terratenientes. Igual que la Zutka de “Ferdydurke” era atlética y normal, no tenía nada que ver con el arte o el intelecto.

Gombrowicz sabía que no podía responder a las expectativas y a las necesidades de las jóvenes. No podía representar el papel de admirador y de amante. “Ferdydurke” termina con una escena que dice mucho sobre la relación convencional entre un hombre y una mujer. Pepe, de conformidad con el canon estándar secuestra a su prima Isabel. La joven disfruta del rapto y él debe responder a sus expectativas.
La escena muestra la incapacidad fundamental de Gombrowicz para representar el papel de novio y marido. La primera reunión de Krystyna con Gombrowicz se produce en 1922 en el río Vístula, tenía catorce años y era una colegiala. “No estuvimos vinculados por nada serio, sólo nos gustaba estar juntos, por otra parte Witold nunca me habló de sus sentimientos ni mencionó el casamiento”

Krystyna tenía una gran cantidad de pretendientes, y Gombrowicz era irritante. No sabía bailar, lo que en aquel entonces era una verdadera desventaja para un soltero. Le tenía miedo a los caballos, no nadaba ni esquiaba, era excéntrico y tenía ideas raras. A los cincuenta años Gombrowicz recuerda que, veinte años atrás, en una fiesta de vecinos se encontraba Krystyna Janowska.
Esa joven lo transportaba a estados de embeleso. Quería lucirse y brillar ante ella, en aquel entonces esto era absolutamente necesario para él. Pero al entrar al salón, en lugar de señales de admiración, se encontró con la compresión de las tías, las bromas de sus primas y la ironía vulgar de todos los nobles de la vecindad. Un periodista se había ocupado de uno de sus cuentos con unas palabras llenas de indulgencia.

Sin embargo daba a entender que le faltaba talento. La publicación había caído en las manos de los presentes y todos conocían su contenido. Le daban más crédito al crítico, naturalmente, porque era un escritor de mucho éxito. Esa noche Gombrowicz no sabía dónde esconderse, se sentía impotente, pero no porque la situación le viniera grande, sino porque era irrefutable, no merecía refutación.
Igualmente sufría, sufría y tenía vergüenza de su sufrimiento, a pesar de que ya, por aquel entonces, sabía arreglárselas con demonios más peligrosos. Sin embargo en este asunto se hundía descalificado por su propio dolor. Al Gombrowicz cincuentón le hubiera gustado ponerse detrás de aquel otro veinteañero para que se sintiera completado por el sentido futuro de su vida.

Quería ayudarlo a lucirse y brillar frente a Krystyna Janowska, esa joven virgen. “Pero yo –tu realización– estoy a mil millas, a muchos años de distancia de ti. Estoy sentado aquí, en esta orilla americana, tan amargamente retrasado..., con la mirada fija en el agua que brota por encima del parapeto de piedra, colmado por la distancia del viento que llega velozmente de la zona polar”.
Estaba en la Costanera mirando el Río de la Plata. Al Gombrowicz viejo le hubiera gustado ayudar al joven completándolo con su madurez. Pero se sentía incompleto, distante, amargado y retrasado a orillas de la costa americana, tan distante, amargado y retrasado como se sintió con la Regina de su cuento. El miedo es un sentimiento de inquietud causado por la posibilidad de un daño inminente, real o imaginario.

Cuando el riesgo no es inminente el miedo no aparece o, si aparece, es muy débil. Lo que ocurre con los miedosos es que tienen una tendencia a convertir en inminente la posibilidad de los daños remotos y esto es lo que le pasaba a Gombrowicz. “Todos estos fermentos de juventud se fueron civilizando y puliendo en el curso de mi desarrollo ulterior. Pero no han desaparecido”.
El sentimiento del que derivan la deserción y el destierro de Gombrowicz es el miedo. Pero, ¿y la homosexualidad?, no es tan evidente que el origen de la homosexualidad de Gombrowicz sea el miedo. Gombrowicz no le tenía odio a las mujeres, no era misógino, pero, ¿y miedo?, ¿no será que era ginófobo? La homosexualidad le producía ciertamente vergüenza.

Sin embargo la heterosexualidad de sus relaciones algunas mujeres dan para pensar que le tenía miedo a las mujeres. Algunos gombrowiczidas connotados piensan que el miedo era el origen de su homosexualidad. Dejemos este dilema para otra oportunidad, pero si fuera cierto que era ginófobo, el miedo se convertiría en el archiorigen de los dolores de Gombrowicz.
Fue el miedo a la guerra y no la conclusión de un análisis ponderado de la realidad el que impulsó a Gombrowicz a saltar del transatlántico Chrobry en el puerto de Buenos Aires. Los pasajes de su inmadurez a su madurez son obscuros e incompletos, es evidente que no tuvo esa transformación interna estándar que nos va volviendo maduros.

Del erotismo a la sexualidad, del estudio a la profesión, de la profesión al trabajo, del trabajo al dinero, de la sexualidad a la pareja, de la pareja a los hijos, y, en general, de una cosa a la otra, en este camino nos vamos transformando y nos volvemos maduros. Sin embargo, siempre nos queda como en un sueño actual el recuerdo de la juventud, el deseo de volver a ser jóvenes.
Pero finalmente Gombrowicz atraviesa el Rubicón del matrimonio. Las primeras palabras que nos anuncian que Gombrowicz está en las vísperas de este fenómeno nos vienen del Príncipe Bastardo. “A causa de esto decidió postergar su viaje a la Argentina en la primavera pues tiene miedo del calor y, por el momento, tiene la intención de irse al sur de Francia con una canadiense de 22 años que, según él, está enamorada (...)”

“Yo todavía no la vi a esa chica (él la conoció en Royaumont) pero parece ser que es inteligente, viva y está dispuesta a ayudarlo. A lo mejor es una solución para este invierno”




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