jueves, 15 de septiembre de 2011

WITOLD GOMBROWICZ Y EL IDIOMA DE LA NATURALEZA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y EL IDIOMA DE LA NATURALEZA



Gombrowicz, nacido de terratenientes y educado en un colegio aristocrático, era el producto del refinamiento y del tipo de belleza que produce la riqueza. Pero Gombrowicz era, antes que ninguna otra cosa, un escritor, y sólo un escritor puede confundirse o incomodarse cuando lo mira una vaca. Quien ha decidido ocupar su vida escribiendo debe empezar a tomar apuntes y a realizar experimentos originales.
También debe escribir un diario para alcanzar sus objetivos y no malograrse. Cuando el escritor comienza a meditar en el resultado de su actividad se le presenta el problema de la originalidad, y en este campo Gombrowicz era un maestro. La más de las veces pensaba que su vida no era interesante, que a él no le ocurría nada que valiera la pena contar en los diarios.

Aquí, en la Argentina, se nos aparecía como una persona sin pasado, un Deus ex machina, y tanto era así que los cubanos habían hecho correr el rumor en el café Rex de que era hijo de un relojero próspero de Varsovia, y de que de esta profesión provenía su filosemitismo. Ya sabemos que Gombrowicz se sentía confuso y en contradicción con la naturaleza.
Al momento de ponerse en contacto con la naturaleza Gombrowicz se transformaba en un demonio, en una verdadera anti-naturaleza. La importancia que fue tomando el dolor respecto de la muerte con el transcurso del tiempo era, a su juicio, la causa de esta inseguridad, pero la causa también podría ser el papel preponderante que le daba Gombrowicz a la actuación y al artificio.

Sea como fuere vamos a ver qué cosas le ocurren cuando se pregunta cómo debía comportarse en los encuentros que había tenido con una vaca en los campos de su amigo Wladyslaw Jankowski. Paseando por un avenida arbolada de la estancia “La Cabaña” en Necochea, detrás de un árbol se le apareció una vaca. Quizá el hecho que lo obligó a realizar indagaciones sobre este encuentro fue que la vaca lo miró.
Él le había permitido a la vaca que lo mirara, y si bien es cierto que no estaba en condiciones de sacar de ese encuentro las consecuencias drásticas que saca Sastre de la mirada, se sintió tenso y con una vergüenza propia de hombre frente al animal. Continuó el paseo pero se sentía incómodo, como si toda la naturaleza lo estuviera asediando mientras lo contemplaba.

La primera idea que le pasó por la cabeza para resolver esta oposición entre su humanidad y la naturaleza fue la de que el hombre es no-natural, es anti-natural, pero resulta que Gombrowicz tenía la tendencia a establecer contacto con lo inferior. En el mundo humano pone al descubierto la dependencia que tiene la conciencia superior de la inferior, recorre el camino descendente de la madurez a la inmadurez.
Entonces, ¿por qué no seguir descendiendo hasta el fondo en la escala de las especies? Y cuando pareciera que empieza a seguir los pasos de San Francisco de Asís, de pronto se detiene. Mirar, contemplar y comprender la naturaleza es una cosa, pero dejarla aproximar como algo igual a nosotros porque la comunidad de la vida nos engloba, tutearla, es demasiado.

En este punto Gombrowicz regresa rápidamente a su casa humana y cierra la puerta con doble llave. La negativa a reconocer la humanidad de una vaca, es decir, de la naturaleza, una negativa que se le traduce en fatiga y aburrimiento a partir del momento en que intenta reconocer a esa vida inferior en un pie de igualdad, vendría a ser una de las características principales de la humanidad de Gombrowicz.
El realismo y la sensatez de su postura frente a la vida le abren las puertas a la fantasía y al absurdo en su creación literaria. En “La rata”, una historia escabrosa de extroversión e introversión, Gombrowicz saca a la superficie con ligereza e indiferencia el aspecto automático que tiene la muerte. “La rata” es uno de los relatos cortos que Gombrowicz escribió en 1937, el año de la publicación de “Ferdydurke”, su obra fundamental.

“La rata” ilustra todos los fermentos del alma de Gombrowicz. En este cuento se manifiesta su talante de demonólogo de la forma y su carácter de demiurgo de la inmadurez a los que apunta con tanta inteligencia y genio este magnífico integrante de los tres mosqueteros. Un malhechor llamado Huligan asolaba con sus fechorías una comarca de Polonia.
Tenía un carácter exuberante y no admitía restricciones de ninguna especie. Odiaba a los ladrones de carteras y de cosas pequeñas, si tenía que elegir entre pellizcar a alguien o despacharlo al otro mundo con un golpe violento, lo liquidaba y seguía caminando y cantando a pleno pulmón. Nadie podía atribuirle un asesinato vil o hecho a traición, todos sus asesinatos tenían un aspecto noble y los realizaba al son de una tonada.

“Ay, María, María, Mariíta mía”. Amaba a María más que a nadie, la amaba con amplios gestos, entre bailes, saltos y vodka en abundancia. No concebía el silencio ni la falta de lenguaje tan común en los hombres de nuestro tiempo. A veces le pesaba la nostalgia, entonces toda la comarca escuchaba sus lamentos sonoros y lánguidos. Los perros aullaban dentro de los corrales y su aullido contagiaba a los hombres.
“Ay, María, vida mía”. Poco a poco se convirtió en una leyenda y se compusieron canciones en su honor con el estribillo: “Ay, ay, ay, vida mía”. En una villa solitaria vivía un soltero encallecido que había sido juez y detestaba la fantasía exuberante de la región. Se quejaba a las autoridades por la tolerancia que tenían con sus asesinatos y sus escándalos a pleno día.

Pero la policía se mostraba impotente porque la población lo protegía. Además sólo mataba a unas pocas personas y a la gente le gustaba presenciar sus asesinatos. Mientras el comisario conversaba con el ex-juez volaba por los aires un cadáver y llegaba a sus oídos un grito magnífico, como si miles de bisontes hollaran los campos sembrados y los prados. La conversación que mantuvo con el comisario no lo satisfizo.
Entonces el juez jubilado se propuso detenerlo con sus propias manos y encerrarlo en una jaula para limitar su naturaleza exuberante. Le ordenó a su mayordomo que se colocara debajo de un árbol en la colina y lo encadenó a su tronco. Excavó con sus manos un hoyo en el que puso una trampa de hierro y regresó a su casa. Llegó la noche y el juez miraba a la colina desde un balcón.

Hulingan se encaminó hacia el sirviente a grandes zancadas para despedazarlo a la luz de la luna pero cayó en la trampa, el juez llega a la carrera y con mucho trabajo lo transporta al sótano de su vieja casa. En los días siguientes el jubilado se regocijaba de tener en el sótano al bandido amordazado para evitar que aullara y provocara escándalos. Durante meses enteros reinó en la comarca un gran silencio.
Huligan soportaba las vejaciones del juez en silencio, y su silencio crecía, crecía y se agigantaba en las tinieblas, digno de sus hazañas más gloriosas. Con la meticulosidad de un ratón de biblioteca el viejo buscaba el punto flaco del bandido para transformarlo en un ser de naturaleza estrecha, tan estrecha como la de él. Cuando le quitaba la mordaza para darle de comer Huligan estallaba en aullidos.

De esa manera la población de las aldeas se daba cuenta de que estaba vivo. El juez seguía buscando el punto de menor resistencia y finalmente lo encontró: la rata. En una ocasión una rata entró en la celda y en ese momento el malhechor se contrajo. El juez le quitó la mordaza pero Huligan permaneció en silencio, el asco y el miedo lo paralizaron. Cuando la rata se acercó a sus pies, sujetos al cepo, se rió nerviosamente.
Huligan no se había conmovido ante los tormentos a que lo sometía el juez pero le tenía mucho miedo a una rata, matar a una rata con sus propias manos se le aparecía como una acción realmente inaccesible. El viejo jubilado se convirtió finalmente en el amo de Huligan, y a partir de entonces, sin la menor piedad, le propinaba todos los días y a cada momento rata.

Pasaron los años y el mayordomo, hastiado de todas las tareas que tenía que realizar para maltratar a Huligan, empezó a maldecir a la rata, al amo, a la casa y al bandido. La tensión crecía y crecía. Una noche la rata rompió la cuerda que la tenía sujeta, el sirviente bajó la cabeza y la persiguió, el juez también la persiguió con la cabeza baja, ambos habían perdido los estribos y se envistieron.
Se oyó un estruendo enorme en el sótano y los cerebros volaron por el aire. Después de once años Huligan se halló libre. Lo obsesionaba el pensamiento de qué habría ocurrido con la rata, pero la rata no aparecía. Había conocido demasiado bien el aspecto horroroso de la rata al punto que su sola ausencia era más importante para él que los sonidos más dulces y que todas las brisas del mundo.

El oído del bandido era empleado para captar el rumor más ligero semejante al que hace una rata, pero la rata no aparecía. Era increíble que el roedor, durante tantos años unido a su persona por relaciones tan estrechas y espantosamente profundas, hubiera podido separarse de él, desaparecer y renunciar a él de buenas a primeras. No había caso, la rata no aparecía.
Un día la vio, la rata deslumbrada por la luz buscaba refugio, y las cavidades de la ropa y el cuerpo de Huligan eran los escondites más a mano que tenía la rata. Huligan empezó a correr seguro que detrás de él galopaba la rata, estaba confundido y sin darse cuenta se metió en la cabaña de María, la muchacha dormía con la boca abierta. De pronto apareció la rata y empezó a remolonear cerca de las faldas de María.

El bandido había descubierto la madriguera y hacía maniobras silenciosas para que el roedor se metiera en ella, pero, repentinamente, algo atrajo a la rata hacia la rodilla derecha de la joven, y Huligan se quedó paralizado. El terror que le produjo el contacto de la rata con María hizo que el bandido aullara. Aulló como en el pasado para despertar al mundo entero.
Se lanzó aullando contra la rata, ya no tenía miedo, la atacó de frente, tenía la convicción de que estaba acorralada, pero ocurrió algo terrible. La rata, ciega de terror, sintió la necesidad de meterse en un agujero, se dirigió rápidamente a la boca de María y saltó dentro de la cavidad abierta de la muchacha dormida. María, semidormida, se despertó sorprendida.

Cerró las mandíbulas mecánicamente pero de manera implacable y puso fin a la máquina del horror: la rata terminó con la cabeza guillotinada. Un mordisco en el cuello consumó la muerte de la rata. La rata dejó de existir. Huligan tuvo que enfrentase a la espantosa muerte de la rata en la adorable cavidad oral de su amada María. Y con esa visión en los ojos desapareció.
“Da un paso y otro paso y otro paso, pero lo sigue aquella rata muerta. Paso tras paso, paso tras paso, y en la boca de María sigue la rata muerta”. Uno de los propósitos deliberados que tenía Gombrowicz era el de desvincular la conducta humana de la voluntad y del determinismo psíquico. A la voluntad la trasponía con el automatismo y al determinismo psíquico con partes del cuerpo.

Entre el idioma de la naturaleza y el idioma de sus novelas Gombrowicz busca un lenguaje intermedio, el del “Diario”. Dos de los reproches más frecuentes que suelen hacerle a Gombrowicz son los de su falta de sinceridad y su histrionismo, cargos que son más bien aplicables a sus diarios que a su obra artística. Hay que decir que los diarios de Gombrowicz tienen una génesis particular.
En efecto, Gombrowicz empieza a escribir los diarios porque, según lo sentía él, su empleo de bancario le impedía emprender proyectos literarios de mayores alcances. Gombrowicz comienza a publicar sus diarios cuando todavía no había alcanzado la celebridad pero, lamentablemente para su suerte, la gente sólo compra diarios de escritores famosos.

Uno de los propósitos que tenía Gombrowicz cuando escribía los diarios era introducir a los lectores por una puerta lateral en los bastidores de sus novelas y de sus piezas de teatro. Su época le estaba pidiendo a la palabra que fuera, además un recurso artístico, un instrumento del devenir del escritor en el mundo, algo íntimamente ligado a la vida y a la otra gente para definir y fijar su lugar en la sociedad.
Gombrowicz le agradece al Ser Supremo por haberlo sacado de Polonia y lanzado a la Argentina. También le da las gracias al Ser Supremo Dios por haberle permitido escribir el “Diario”. El quid de las obras de Gombrowicz, por lo menos en una gran parte, es su propia vida. Pero, ¿es su vida o una puesta en escena de su drama personal lo que relata en sus diarios?

Amordazado en Polonia, aislado del gran mundo por el exotismo de la legua polaca, acorralado en el ambiente cerrado y estrecho de le emigración, en esta bruma nacían sus obras difíciles. A tal punto eran difíciles sus obras que en el mismo corazón de París debieron luchar duramente para ser reconocidas. La superficialidad de las cabezas polacas con las que trataba en el emigración era enorme.
Se la podría medir por el hecho de que el mismo “Diario”, más fácil de comprender en apariencia que sus otras obras creativas, no conseguía penetrar en sus cerebros. Lo tildaron de egotista, no se les ocurrió pensar que uno puede hablar de sí mismo sin que su yo sea por eso egotista y trivial, sino alguien consciente, con un egotismo metódico y disciplinado, y un objetivismo desarrollado y distante.

Cuando estaba llegando a los cincuenta años empieza a escribir sus diarios y emprende un camino sin regreso hacia la madurez. Gombrowicz es creado por su obra pero ahora es ese Gombrowicz el que a por fin le dicta su ley al “Diario”, ahora es él el que escribe, el que crea su propia obra. Es un sentimiento nuevo que se le contrapone al sentimiento de que su obra se había escrito sola, por fuera de él.
La tensión entre la grandeza y la falta de seriedad, un registro profundo que aparece en el "Diario" de Gombrowicz, le sigue los pasos a la representación de los sentimientos. Un sentimiento que se representa y un sentimiento que se vive son dos cosas casi indiscernibles: decidir que amo a mi madre quedándome junto a ella o representar una comedia que hará que permanezca con mi madre, es casi la misma cosa.

Dicho de otro modo, el sentimiento se construye con actos que se realizan; no puedo pues consultarlo para guiarme por él. Lo cual quiere decir que no puedo ni buscar en mí el estado auténtico que me empujará a actuar, ni pedir a una moral los conceptos que me permitirían actuar. La idea de la representación de los sentimientos es el centro de gravedad alrededor del cual giran las ideas de Gombrowicz.
También éste es el origen de su inseguridad personal que se le puso de manifiesto en su juventud. Como no le aparece clara la diferencia que existe entre un sentimiento sentido y uno representado no está seguro de que pueda coger el toro por los cuernos. “Ya está listo para la impresión. Lo he revisado. He corregido algunas cosillas. Ya lo puedo enviar a Giedroyc para que aparezca el volumen de mi diario (...)”

“Estoy lejos de sentirme satisfecho. Lo diré con sinceridad. Uno de los objetivos más importantes que palpitaba en mí en esos años, cuando me ponía a trabajar en el diario, no ha sido cumplido. Ahora lo veo claramente... y me deprime... No he sabido expresar debidamente mi transición de la inferioridad a la superioridad, ese paso del Gombrowicz insignificante al Gombrowicz significante (...)”
“El sentido espiritual de esta cuestión no ha sido debidamente tratado. Tampoco lo han sido el sentido vergonzosamente íntimo, ni el sentido social. Las conveniencias resultaron más fuertes. Cada vez que tocaba este tema, siempre se me desmenuzaba, se me volatilizaba, se me transmutaba en broma fácil, en polémica, en aparente fanfarronería, en provocación..., en simple crónica (...)”

“Los medios de expresión trillados de la literatura han conseguido imponérseme. A los fragmentos de mi diario que tocan esta cuerda les falta energía, coraje, seriedad e ingenio. Es un fracaso personal -estilístico- considerable. Y dudo que en el futuro pueda coger ya a este toro por los cuernos. Es demasiado tarde. El presente volumen contiene los textos de mi diario que se han venido publicando en ‘Kultura’ (...)”
“Estos textos están completados con fragmentos hasta ahora inéditos. Aún me queda algo en reserva, pero ese material, más íntimo, prefiero no incluirlo. No quisiera exponerme a tener problemas. Quizás algún día... Más adelante. Es una escritura bastante desordenada, hecha de un mes para otro; seguramente me repito o me contradigo más de una vez (...)”

“¿Qué hacer? ¿Ordenarlo? ¿Pulirlo? Prefiero que no quede demasiado relamido”. Gombrowicz siente a sus tres debuts, el de Polonia, el de la Argentina y el de polaco emigrado, como se podría sentir la presencia de un archienemigo, y a su cuarto debut con el “Diario”, como una espada flamígera. En “Aventuras” también se siente la presencia de un archienemigo y la posibilidad de una salvación.
Gombrowicz escribió “Aventuras” en el año 1930, una narración en la que retoma el idioma de la naturaleza. Esta novela corta termina en un pasaje que nos contaba reiteradamente en el café Rex. En aquel tiempo comenzaba a frecuentar los cafés literarios y seguía escribiendo novelas cortas. Decide permanecer en Radom pero choca con la hostilidad de los abogados locales.

Estos abogados en su gran mayoría pertenecían al Partido Nacional, una agrupación política de derecha. Sus partidarios se escandalizaban por sus relaciones con centros de izquierda y, particularmente, por las que tenía con Wiadomosci Literackie. Desde ese momento renunció a la continuación de su carrera jurídica. “Era una época en la que estaba en mala disposición con el arte (...)”
“Me saturaba de Schopenhaher y de su antinomia entre la vida y la contemplación, y de Mann en cuya obra ese contraste tiene un aspecto más doloroso. El arte era para mí el fruto de la enfermedad, la debilidad, la decadencia; los artistas, por así decirlo, no me gustaban, personalmente yo prefería al mundo y a la gente de acción. Estas fobias, a mi edad, eran apasionadas (...)”

“Yo tenía entonces veinticinco años, que es cuando todavía no se ha renunciado a la belleza. El mundo artístico me atraía por su libertad y su resplandor, pero me repudiaba física y moralmente” En este cuento hay dos personajes: el protagonista y el Negro. Es un relato fantástico sobre la naturaleza del encierro y del miedo, pero lo es más bien como un acontecimiento exterior.
Unas aventuras cuyas variaciones son mecánicas y automáticas, y ajenas a los fenómenos psíquicos y a las concepciones morales. En el mes de septiembre de 1930 el protagonista navegaba rumbo a El Cairo y cayó en las aguas del Mediterráneo. Advirtieron su caída pero el barco ya se había alejado un kilómetro, el capitán se puso muy nervioso y ordenó un regreso a toda marcha.

La maniobra fue tan brusca que cuando el gigante llegó donde estaba el protagonista no se pudo detener. El navío volvió a dar la vuelta pero otra vez lo volvió a pasar como un tren a toda velocidad, esta maniobra se repitió diez veces hasta que un yate se acercó y lo recogió, mientras el otro barco retomaba tranquilamente su ruta. Por casualidad descubrió que el capitán del yate tenía el rostro y los pies blancos pero era negro.
El capitán se puso furioso, lo hizo atar, lo encerró en un camarote y empezó a alimentar un odio ilimitado. Era la única persona en el mundo que había descubierto su secreto: era un negro blanco. Durante los ocho meses siguientes navegó sin parar y se deleitó con el poder que le proporcionaba el tenerlo encerrado en un camarote oscuro. Un día, finalmente, lo condujo al puente del yate y el protagonista se preparó para morir.

Fue colocado en el interior de un recipiente de cristal en forma de huevo, podía mover los brazos y las piernas pero no cambiar de posición. El Negro le enseñó el mapa del océano Atlántico y señaló la ubicación del yate, estaban en el centro del mar, entre España y México. En esa zona marítima las corrientes eran circulares, si algo caía al agua, después de un viaje de circunvalación, volvería a pasar por el mismo lugar.
Lo equiparon con tres mil comprimidos de caldo que le alcanzaban para vivir diez años, con un pequeño instrumento para destilar agua, y lo tiraron al océano. Como las paredes del huevo eran de cristal observaba todo lo que pasaba en el exterior. Bajo la superficie del mar había una calma verdosa, pero arriba el mar estaba muy agitado, finalmente estalló una tormenta y se levantaron olas gigantescas.

El Negro lo siguió un par de semanas, después se aburrió y tomó otro rumbo. Tenía ganas de aullar encerrado en ese huevo pero se puso a cantar ya que el desencadenamiento de los elementos marítimos lo predisponía al canto. Un barco francés lo atropello, rompió el cristal del huevo y lo rescató. Habían pasado unos años desde que el Negro lo tirara al océano.
Cuando desembarcó en Valparaíso se escondió, estaba convencido de que el Negro lo había seguido, había disfrutado mucho de él y no iba a renunciar a ese placer. El protagonista atravesó el mundo huyendo de esa amenaza, finalmente le pareció que el lugar más seguro era Islandia, pero ya en el puerto apareció el Negro, lo atrapó y lo condujo al yate.

Después de largos meses de prisión sofocante pudo respirar nuevamente el fresco del aire marítimo en el puente de popa. Vio una enorme bola de acero cuya forma recordaba a la de un obús, abrieron una portezuela lateral y lo arrojaron a su interior donde había un pequeño saloncito. Se encontraban en el Pacífico, en el punto del abismo oceánico más profundo del mundo.
El Negro tenía curiosidad por saber qué existiría en el fondo del mar al que vería con su imaginación adivinando lo que estaría mirando el protagonista moribundo. El peso de la bola de acero fue mal calculado y cuando la tiraron al agua no se hundió, entonces el Negro ordenó que le engancharan un ancla pesada, el protagonista fue arrojado al mar y comenzó a descender.

Al final de un viaje de dos horas sintió una ligera sacudida, había tocado fondo. Pasó el tiempo y no pudiendo resistir más, comenzó a dar golpes en todas las direcciones. Aquella locura estéril provocó seguramente algún movimiento en el exterior, y la cadena arruinada por la herrumbre se rompió, el hecho es que la bola empezó a ascender aumentando a cada minuto su velocidad.
Finalmente salió disparada como un proyectil a un kilómetro de altura sobre la superficie del mar. El obús fue abierto por la tripulación de un barco mercante, el Negro había desaparecido. Hicieron escala en el puerto de Pernambuco desde donde el protagonista partió para Polonia. En ese mismo período un gigantesco bólido había caído sobre el mar Caspio y las aguas se evaporaron en un instante.

Las nubes cubrieron la tierra amenazando con producir un segundo diluvio universal. Finalmente alguien tuvo la idea de perforar una nube que se encontraba encima del lecho del mar Caspio en la parte más ventruda y la nube empezó a desaguar. Cuando se vació por completo otras nubes ocuparon su lugar y, mecánicamente, el forma automática entregaron el agua y reconstituyeron el mar.
En su casa de campo de Polonia, descansaba y se entretenía para pasar el tiempo. El Negro había desaparecido, el otoño se acercaba. Por mera diversión empezó a construir un globo aerostático tipo Montgolfier. Una mañana, después que lo tuvo terminado, encendió la llama de la lámpara y empezó a ascender. Voló sobre el bosque y sobre el río, desde abajo la población lanzaba gritos jubilosos.

Llegó a una altura de cincuenta metros, apagó la mecha y empezó a descender. Aterrizó en un patio en el que lo recibieron con risas y bravos. Interrumpieron la merienda y lo invitaron a tomar café, queso y pastelillos. El protagonista les propuso que uno de ellos podía subir a la cesta y volvió a encender la llama. La pasajera que subió le proporcionaba una alegría íntima mucho mayor que el globo mismo.
Por primera vez en la vida sentía que estaba perdiendo el juicio mientras ella lo escuchaba con atención. A pesar de que es bien sabido que las mujeres aman lo aventurero y novelesco, no se atrevió a contarle nada de sus aventuras con el marinero Negro. Llegó el día del cambio de anillos. Luego empezó a acercarse también el día de la boda.

Una semana antes de la fecha de casamiento, se sentía penetrado por el secreto y el escalofrío jubiloso prenupcial. En ese momento se le ocurrió hacer un paseo en globo durante un día de tormenta. La tormenta fue tan grande que lo arrastró con fuerza diabólica, y después de varias horas, al levantarse el telón del alba, vio que debajo de él se agitaban las olas del Mar Amarillo.
Se despidió por dentro de los viaje en globo, de los abedules y de los ojos de su amada y se abrió dócilmente a las pagodas contrahechas, a los bonzos y a las divinidades extrañas. Cuando descendió de la cesta se le acercó gritando un chino leproso. Tocó con sus manos la piel pustulosa y lo condujo hacia unas cabañas miserables que se veían a lo lejos.

Todos los habitantes de la aldea eran leprosos, pero a pesar de su condición aquellas personas no tenían nada que ver ni con la modestia ni con la humildad. El protagonista se alejó al instante de aquel pueblo pero la chusma lo seguía a cierta distancia. Los amenazó con los puños en alto y los leprosos desaparecieron, pero un momento después lo volvieron a seguir.
La isla donde había caído ocupaba poco más de unos quince kilómetros cuadrados, estaba desierta y buena parte de ella era boscosa. El protagonista caminaba acelerando el paso pues sentía detrás de él la presencia de aquellos monstruos lascivos y anhelantes.
No sabiendo bien que hacer se internó en la espesura de la selva pero ellos le pisaban los talones.

Gombrowicz no podía comprender qué es lo que quería esa chusma roñosa, tenía la misma sensación que se apodera de las mujeres cuando los vagabundos maleducados las importunan en la calle, primero persiguiéndolas y después permitiéndose bromas de mal gusto y palabras soeces, hasta que las pobres se veían obligadas a huir con la cabeza baja.
Si bien ignoraba la causa de la excitación de esos leprosos, eran evidentes sus demostraciones de obscenidad, de impudicia y de lascivia, tanto en los monstruos machos con su dura brutalidad, como en las monstruosas hembras con su diversión maliciosa que no podía significar otra cosa que inocencia o inmadurez. El protagonista hubiese aceptado la lepra, pero la lepra y el erotismo a la vez, no.

Estaba enloquecido y empezó a huir, se escondió en la fronda de un árbol con un garrote en la mano dispuesto a romperle la cabeza al primero que se acercara. Durante dos meses llevó en la isla una vida de mono escondiéndose en la cima de los árboles. Finalmente, por azar, descubrió unas cuantas botellas de petróleo provenientes, posiblemente, de algún naufragio. Logró inflar nuevamente el globo y levantar vuelo.
Se preguntaba qué podía hacer cuando volviera a ver los abedules y los ojos de la mujer amada. No, no le era posible volver, tenía que abandonar todo aquello que ya lo había abandonado a él. “Por otra parte nuevas aventuras reclamaron muy pronto mi atención. Recuerdo que en 1918 fui yo, yo solo, quien rompió el frente alemán. Como es de todos sabido, las trincheras llegaban hasta el mar (...)”

“Se trataba de un verdadero sistema de canales profundos que tenían una longitud que alcanzaba los quinientos kilómetros. Sólo a mí se me ocurrió la sencilla idea de inundar los canales. Una noche trabajé a escondidas, cavé un foso que comunicó los canales con el mar. Al penetrar ininterrumpidamente, el agua inundó las trincheras y corrió por toda la línea del frente (...)”
“Con gran estupor los aliados vieron a los alemanes, empapados hasta los huesos, saltar fuera de las fosas enloquecidos de pánico, cuando despuntaban las primeras luces de un amanecer brumoso"


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