jueves, 11 de agosto de 2011

WITOLD GOMBROWICZ Y LA POLÍTICA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y LA POLÍTICA


Gombrowicz fue contemporáneo, contempló y padeció las conducciones políticas de tres personajes históricos: el mariscal Józef Pilsudski, el general Juan Domingo Perón y el doctor Arturo Frondizi. A este último presidente lo conoció personalmente. Antonio Berni relata en una nota el clima que reinaba en su estudio cuando Gombrowicz dio su conferencia sobre la regresión cultural de Europa.
“Mi estudio lo tenía en una casona, resto de un antiguo casco de estancia hoy demolido, frente al parque Lezica, al costado de un pasaje y refugio nocturno de parejas. Una glicina centenaria extendía sus ramas por la vecindad. Asistieron Emilio Soto, Sigfrido Radaelli, Conrado Nalé Roxlo con Arturo Frondizi, futuro presidente de la Argentina, que vivían a cincuenta metros de mi estudio, y una docena más de personas”

Gombrowicz, tanto como el Asiriobabilónico Metafísico, tenía una relación extraña con la política, se interesaba más por el estilo de los políticos y de los jefes militares que por las ideas que representaban. Para provocar a la gente de izquierda adoptaba la pose de un retrógrado recalcitrante. Al Pterodáctilo le cuenta en Vence que había destapado una botella de champaña el día que mataron al “Che” Guevara.
El Indiecito le quiso pegar por una de esas discusiones disparatadas, y Arrillaga, el comunista español que me lo había presentado, le quiso desparramar mierda en la cara. Pero las manifestaciones políticas más dramáticas y peligrosas Gombrowicz las hace en Berlín en el año 1963, lleva la excitación al paroxismo declarando que era hora de que los polacos dejen de pavonearse con sus cinco millones de muertos.

A juicio de Gombrowicz esa actitud era snob, y Hitler no era tan malo. Gombrowicz buscaba la liberación de su conciencia, estaba convencido de la bancarrota de todas las ideologías políticas, de las de izquierda y de las de derecha. Siguiendo las enseñanzas de Marx pensaba que había llegado el momento de estudiar en forma completa el condicionamiento de la conciencia.
Se debía estudiar no sólo el condicionamiento de la conciencia de los aguaciles del capitalismo, sino también el de los estudiantes que profieren injurias en un mitin. Desde adolescente se sintió en rebeldía contra las instituciones que utiliza la colectividad para presionar sobre el individuo y desde entonces estuvo convencido de que ninguna reforma violenta puede transformar el mundo en un paraíso.

Mientras, por un lado, seguía perteneciendo a la vieja época de la buena educación política en la que la gente se expresaba con mayor moderación y seriedad, por otro, era un representante de los tiempos modernos poniéndose en contra de todo lo que facilitaba la existencia: el dinero, el origen, los estudios y las relaciones. Hubiese utilizado el comunismo como un instrumento.
Quería destruir el conjunto de las condiciones que fatalmente lo determinaban, pero el comunismo es una teoría, y Gombrowicz no creía que las teorías fueran capaces de transformar verdaderamente la vida. Contrariamente a lo que se ha dicho y escrito sobre él nunca fue indiferente al siniestro problema de la vida fácil de los ricos y la vida difícil de los pobres.

Una noche conversaba con Gombrowicz en el café Rex sobre la derivación cómica y dramática que había tenido su discusión con Arrillaga acerca del comunismo, repentinamente me pregunta: –¿Qué idea política tiene usted, Gómez?; –Anarquista, le respondí después de haberlo meditado un momento. Se le iluminó la cara, mordió la pipa y la giró hacia el otro lado, me observó en diagonal con una mirada cómplice.
¿Pero usted no creerá que el anarquismo sea una idea realizable; –No, no lo creo, pero hay que mirar en esa dirección. No volví a hablar del anarquismo con Gombrowicz, y creo que tampoco de política. “Tenía dieciséis años y acababa de termina el sexto curso, cuando sobrevino el dramático verano de 1920”. Gombrowicz se refiere al mes de agosto de 1920, cuando el ejército bolchevique se acercaba a Varsovia.

El mariscal Pilsudski, gracias a una hábil maniobra, logró derrotar al ejército invasor. “Todos los jóvenes se alistaban entonces como voluntarios, casi todos mis colegas se paseaban ya en uniforme, las calles estaban llenas de carteles con un dedo índice que apuntaba y un eslogan del estilo ‘La patria te llama’, y en las alamedas las jovencitas preguntaban a los muchachos: –¿Por qué no está usted todavía en el ejército?”
Gombrowicz no se enroló, la oposición determinante de su madre venció la voluntad de su padre que, en principio, exigía que cumpliera con su obligación. Su abuela Aniela también estaba escandalizada: –Imagínate, Tosia, qué tiempos, qué poca educación tienen esas jóvenes, paran a los hombres en la calle sin ninguna vergüenza. Cualquiera les puede responder: –Pero si usted a mí no me gusta, señorita.

Gombrowicz utilizaba las formas políticas y militares como si fueran un juego, tanto era así que él y sus hermanos se declararon partidarios fervientes de la coalición de Francia e Inglaterra tan sólo por el hecho de que su madre tenía una ligera tendencia proalemana. Tampoco quiso tomar parte en el festín de la independencia. “Me mantenía a distancia en los desfiles”
“Cuando me topaba en la calle con los ruidos de una marcha militar y el ritmo de una tropa que desfilaba a mi lado, hacía todo lo posible para no seguir su compás. ¿Estaría buscando quizás mi propia música y mi propia marcha? La vida política no me interesaba”. Pero la figura del mariscal Józef Pilsudski era demasiado imponente como para que le pasara desapercibida.

Lo que realmente le disgustaba a Gombrowicz del mariscal Pilsudski no es que fuera un hombre de izquierdas, sino la propaganda pomposa e ingenua que le hacían sus partidarios, y también la actitud de Pilsudski hacia su propia grandeza. El mariscal estaba aplastado por la dimensión histórica de Polonia y por la misión que se le imponía. Pero la historia no sólo trata a la gente con crueldad.
Además, se burla de ella; ninguna iniciativa radical podía llevarse a cabo en las condiciones de esa Polonia de entre guerras, y hombres eminentes como Pilsudski estaban condenados a la insignificancia. Pilsudski hizo lo todo lo que pudo y como pudo con realismo, valor y virilidad contra los pacifismos cobardes de los burgueses presumidos tanto de Francia como de Inglaterra.

A Gombrowicz, en tanto que artista, le encantaba y lo divertía el estilo impresionante del mariscal, su manera imponente y pintoresca, y su grandeza tan personal y auténtica. No obstante, en las discusiones que mantenía con otros colegas escritores sobre ese personaje predominaba el sentimiento y el respeto que tenían por él, por eso se hacía imposible el análisis.
La grandeza del mariscal Józef Pilsudski permanecía en Polonia fuera de toda discusión como algo establecido de una vez y para siempre. Pero esta predisposición hacia la admiración y la obediencia tan generalizada, aún entre sus adversarios, no le convenía a la elite de Polonia, lo que es bueno para un soldado no siempre es recomendable para un intelectual.

Y esa impotencia romántica e ingenua de la intelligentsia polaca respecto a Pilsudski le hacía daño, ya que él mismo era la primera víctima de su propia leyenda. A veces se atacaba algún aspecto de su política, pero no se ponía en discusión ni se analizaba su propia grandeza. “Puede ser que fuera grande, no lo niego. A mí lo que me enervaba no era su grandeza sino la pequeñez de los que se sometían a ella con tanta facilidad (...)”
“No le reprochaba en absoluto a las masas que lo siguieran ciegamente; sin embargo, me preocupaba la ligereza con la que la capa social más avanzada de la nación renunciaba a su derecho a la crítica, al escepticismo y, ésta es la palabra precisa, al control. Mientras la fuerte personalidad del mariscal dominó el panorama de la vida política e incluso espiritual, las cosas se sostuvieron bastante bien (...)”

“Pilsudski se alejaba de toda teoría, nadie sabía a ciencia cierta cuáles eran sus principios, no obstante infundía la confianza que puede dar un hombre altruista y capaz, acaso genial o incluso providencial”. Gombrowicz, entre otras muchas luchas, había empezado a lidiar con el espíritu romántico polaco en “Ferdydurke”, burlándose del mismísimo mariscal Pilsudski.
“A Nalkowska le debo el haber retirado a tiempo de ‘Ferdydurke’ un pequeño verso que parodiaba ‘La primera Brigada’ de las Legiones de Pilsudski. Puso el grito en el cielo. Pero, aunque todo lo que se refería al mito de Pilsudski y las Legiones estaba lejos de poder ser comentado libremente en la prensa o en los libros, cada uno podía hablar de ellos lo que le viniera en gana”

El comportamiento de Gombrowicz cuando murió Pilsudski no estuvo a la altura de las circunstancias. “Por fin comprendí, se trataba de Pilsudski. Hacía unos días que se sabía que su estado de salud era alarmante. De repente una fila de Cadillacs empezó a entrar en el patio del palacio Belweder: era el Gobierno, con el primer ministro Skalkowski a la cabeza, que iba a despedirse del Mariscal (...)”
“Miré con ira los pálidos semblantes de unos cuantos de mis colegas escritores y dije en voz alta: –¡Qué bonitos coches! Es fácil imaginarse el efecto producido por semejantes palabras... Los más benévolos, explicaban a los demás, menos indulgentes, que yo estaba un poco loco, que era un poco comediante, que no era más que una pose y que jugaba a ser un cínico y un tipo grosero”

Un día de 1955, un año antes de haber sido presentados en el café Rex, yo lo vi a Gombrowicz hablando solo por la calle Florida. Caminaba con entusiasmo, no sólo hablaba, también sonreía como si hubiera resuelto algún problema. Pasado más de medio siglo me doy cuenta ahora que ese talante de condenado que recién sale del presidio estaba relacionado con su próxima renuncia la Banco Polaco.
Al Banco Polaco se dirigía cuando me crucé con él aquella mañana. Su campaña literaria en los siete años y medio de trabajo en la oficina no fue arrolladora. Escribió “Transatlántico”, y comenzó el “Diario”, “Opereta” y “Cosmos”. El trabajo y Gombrowicz nunca se habían llevado bien en Polonia y aquí en la Argentina esta relación siguió la misma suerte. “Ante mí –nada, ninguna esperanza (...)”

“Para mí todo ha terminado, nada quiere comenzar. ¿Mi balance al día de hoy? Después de tantos años, llenos a pesar de todo de esfuerzo intenso y de trabajo, ¿qué soy? Un empleadillo, asesinado por siete horas pasadas diariamente ocupándome de papelejos, estrangulado en todas sus empresas de escritor. Nada, no puedo escribir nada aparte de este Diario”
El año 1955 fue un año turbulento, los conflictos civiles entre los peronistas y los antiperonistas se transforman en conflictos bélicos, aunque restringidos y muy localizados. Se produjeron enfrentamiento entre las fuerzas armadas, la Marina de Guerra amenazó con bombardear el puerto de Buenos Aires, con más exactitud, las refinerías de petróleo, las refinerías no la ciudad.

Gombrowicz se siente cerca de las refinerías por su tendencia a convertir en inminente lo remoto y se escapa, aproxima su casa de Venezuela 615 a las refinerías y el miedo que le sobreviene lo obliga a hacer una mudanza preventiva, se muda a San Isidro, a la casa de los Swieczewski, a muchos kilómetros del puerto. Me tocó hacer el servicio militar en la Marina de Guerra.
La Marina de Guerra era una de las fuerzas armadas argentinas, la fuerza que despertaba más nostalgia en Gombrowicz desde Europa recordando los encuentros que había tenido con sus jóvenes conscriptos en los tiempos de Retiro. El servicio militar lo hice durante dos años, en 1955 y 1956, una época bastante revuelta de la historia política argentina en la que cambió de forma abrupta nuestro destino político.

Como no tenía vocación para el combate un almirante me dio una mano y finalmente me ocuparon en el Ministerio de Marina, un edificio bastante cañoneado y bombardeado durante la Revolución Libertadora mientras yo estaba adentro. Me habían destinado a los conmutadores telefónicos así que, hasta que sobrevinieron los acontecimientos del 16 de junio, pasaba una buena vida.
En septiembre, después del derrocamiento de Perón ocurrido tres meses después de la sublevación de junio, nuestra vida de conscriptos retomó una cierta calma hasta que se produjo la contrarrevolución peronista en 1956, abortada por informaciones oportunas que recibieron los sediciosos evitando de esta manera una derrota segura y el derramamiento de sangre.

Desde el mismo día de la sublevación empezaron a investigar todos los centros desde donde los contrarrevolucionarios podían haber sido alertados y los conmutadores telefónicos cayeron bajo la lupa de las pesquisas militares. Aunque yo no tenía nada que ver con los sediciosos preventivamente me pasaron por un tiempo al servicio de ascensores del Ministerio de Marina, y este cambio despertó algunas suspicacias.
Cuando Gombrowicz se fue de la Argentina en el año 1963 yo me hice amigo de la comparsa de Jorge Brussa, archienemigo de Gombrowicz y campeón de ajedrez del café Rex. Al poco tiempo de haber entrado en contacto con los nuevos contertulios hicieron correr el rumor que yo lavaba ropa a domicilio y que ellos conocían el origen y las características de mi cultura.

Después de haber pasado miles de horas polemizando con Gombrowicz en los cafés, yo tenía un gran entrenamiento para hablar de cualquiera de los asuntos que ocupan el mundo de la inteligencia aunque, debo reconocerlo, sin profundizar demasiado, y esta particularidad de mis conocimientos incompletos fue relacionada con el ascensor del Ministerio de Marina.
Durante el día escuchaba muchas conversaciones en esa cabina cerrada que yo hacía subir y bajar, pero eran conversaciones que no tenían principio ni fin, las tomaba empezadas en algún piso y se me escapaban sin terminar en algún otro nivel. Pues bien, esta ocurrencia que tuvieron esos amigos míos de café que me aparecieron cuando se fue Gombrowicz me hicieron recordar un poco a las conferencia que daba Gombrowicz.

Las conferencias que daba Gombrowicz versaban sobre el existencialismo y el marxismo, sobre la mecánica ondulatoria y la relatividad. El hablaba de estos temas como si para él fueran pan comido, pero sabía perfectamente bien que cualquier cuestionario no demasiado profundo que le hubieran hecho lo podía haber puesto en verdaderos aprietos. Las ideas de Gombrowicz sobre el peronismo eran ambiguas
El 1º de junio de 1955, dos semanas antes del estallido de la Revolución Libertadora, Gombrowicz renuncia al Banco Polaco al que había ingresado en diciembre de 1947. Se siente libre y le da rienda suelta a la alegría que le produce la finalización de sus obligaciones laborales. “Y como coincidió con el derrocamiento de Perón, ¡el viento de la libertad soplaba de todas partes en torno a mí!”

Pareciera una declaración casi política, sin embargo, unos meses antes de esta manifestación antiperonista me había pedido ayuda para traducir unos párrafos escritos para el diario en los que elogiaba tanto a Peron como a su régimen. Este texto nunca se publicó, naturalmente. “Ya sabe como son los mozos en Buenos Aires: envidiosos, amargados, peronistas, bien, aquí en Berlín son todo lo contrario (...)”
“Atentos, sonrientes, amabilísimos, corriendo, con vocación verdadera de mozo, con profundo y sincero respeto. Cuando uno se da cuenta de que casi todos eran asesinos torturadores (arriba de cuarenta años)... esto es genial, no hay caso. Bolches no hay. Aman tiernamente a los yanquis. Son cien por ciento europeos, antinacionalistas, pacifistas. Goma, son geniales no cabe duda”

“No tengo mucho que decir sobre la victoria de Arturo Frondizi, que ha sido elegido presidente de la Argentina; en cambio quisiera anotar que el acto en sí de las elecciones no deja de sorprenderme. Ese día en que la voz de un analfabeto cuenta lo mismo que la voz de un profesor, la voz de un idiota lo mismo que la de un sabio, la voz de un canalla lo mismo que la de un hombre honrado, es para mí el más loco de todos los días (...)”
“No comprendo cómo este acto fantástico puede determinar para varios años sucesivos algo tan importante en la práctica como lo es el gobierno de un país. ¡En qué burda patraña se basa el poder! ¿Cómo ese cuento fantástico acompañado de los famosos cinco adjetivos –universal, libre, secreto, igualitario y directo– puede constituir la base de la existencia social?”

Las circunstancias políticas que vivió Gombrowicz después de la aparición de “Ferdydurke” en la Argentina fueron variopintas: los gobiernos de Juan Domingo Perón,, la Revolución Libertadora y el gobierno de Arturo Frondizi. A Gombrowicz le interesaban muy poco los contenidos políticos cualesquiera fuera el régimen, le interesaba mucho más el estilo de los políticos.
“Este país tan aburrido que es la Argentina, de un día para otro se ha convertido en uno de los espectáculos más interesantes del mundo”. Fue una época de una gran exaltación política, Frondizi había hecho un pacto con Perón y ganó las elecciones del año 1958 de una manera aplastante. Los discursos de su campaña electoral contenían los programas de la izquierda nacionalista.

El petróleo debía ser nuestro, había que llevar adelante la reforma agraria, había que darle un gran impulso a la industria nacional y había que socializar el capital. Este programa que complacía a la izquierda y al nacionalismo despertó el entusiasmo del pueblo y obtuvo cuatro millones de sufragios sobre siete millones de votantes, pero el presidente Frondizi empieza a tomar decisiones de lo más extrañas.
“Apenas nueve meses más tarde, ese mismo Frondizi entregaba la explotación del petróleo a los magnates extranjeros. Anuncia un programa de reformas financieras y económicas que es uno de los más draconianos del mundo. Empieza a cerrar las empresas estatales y despide a los empleados. Abre de par en par las puertas del país al capital extranjero. Proclama el estado de sitio y sofoca la huelga general con el ejército”

Este escándalo le resulta a Gombrowicz bastante instructivo. Los argentinos estaban aturdidos, habían pasado del arrebato de entusiasmo, al temor y a la rabia. Los salarios subían por la escalera y los precios empezaron a subir por el ascensor, Gombrowicz estaba cayendo en la cuenta de que se había acabado la facilidad. El país era tan rico que durante largos años había soportado la demagogia, la megalomanía y la fraseología.
También había soportado toda clase de teorías magníficas, sin hablar de diversos negocios turbios que habían prosperado en ese caldo de cultivo. En esta forma se refiere Gombrowicz a la época del gobierno peronista, a su entender había llegado la hora de enfrentarse cara a cara con la realidad, con el enorme despilfarro que había realizado el régimen derrocado.

“La enorme energía acumulada en el capital internacional ha irrumpido en la Argentina, un país que es casi tan grande como la mitad de Europa. De modo que un ciudadano de a pie no entiende nada de nada y no sabe a qué atenerse. Durante largos años le han dicho que todo eso era ‘explotación’ e ‘imperialismo’, y ahora resulta que es la perspectiva de un nuevo bienestar y el remedio más eficaz contra la anemia”
Los nacionalistas piensan que Frondizi los ha traicionado: –¿Qué es lo que, a juicio de ustedes, se puede hacer?; –Hay que hacer la revolución; –Bien, pero si la revolución triunfara, al llegar al poder, ¿qué programa tienen ustedes para salir de la crisis que afecta al país?; –¿Programa? Bueno... Era imposible seguir imprimiendo billetes sin el respaldo de la provisión de fondos.

El nacionalismo argentino, como todos los nacionalismos del mundo, es emocional y no le gustan las cifras. “Todo su programa se reduce a un odio verdaderamente enfermizo hacia los Estados Unidos y a un temor igualmente enfermizo de que los Estados Unidos los va a devorar. La Argentina debe a los Estados Unidos una parte importante de su desarrollo técnico, sin hablar ya de los provechos en el tema de la política (...)”
Según la manera de ver las cosas que tenía Gombrowicz se estaba produciendo una guerra entre las cifras y los sentimientos, las fobias y las ilusiones. Los nacionalistas habían conducido el país al aislamiento económico, una de las causas principales de la crisis. En la Argentina existían varios tipos de nacionalismos y cada uno de ellos deseaba una variante distinta de dictadura para recuperar la dignidad.

Un cierto tipo de nacionalismo era el clerical militarista, admirador de España y de Franco, que había formado parte de la revolución contra Perón por haber quemado iglesias y combatido al clero. Pero en la época de Frondizi ese mismo grupo intentaba aliarse con los peronistas y con los comunistas, porque también ellos eran nacionalistas, querían formar un frente antigubernamental y establecer una dictadura.
Pero la única dictadura posible en la Argentina era la dictadura militar, y el ejército estaba contra ellos. Para los comunistas del país existían tres centros de poder: el poder del ejército, el poder de la iglesia católica y el poder de los sindicatos obreros. Las instituciones democráticas, como el parlamento y la corte suprema, habían sido violadas tantas veces que carecían de prestigio.

Los partidos políticos y la opinión pública estaban desorientados, habían elegido un presidente de izquierda y progresista y justamente él los había traicionado. El cambio de camisa del presidente había provocado una confusión infernal en todo el país. Pero a un simple obrero no le preocupa tanto la victoria de la revolución mundial, lo que quería era seguir viviendo más o menos bien, descubriendo cómo iba recuperando su bienestar.
“Mientras volvía a casa, unas masas de niebla irrumpían por entre los bloques de edificios, y yo me decía que la Argentina es un lugar del mundo atractivo, incluso para un escritor como yo, poco interesado en política, pues poco a poco, la niebla va disipándose y deja al descubierto el implacable contorno de la vida real. Todo eso ocurre por sí solo, simplemente porque se ha agotado el dinero (...)”

“Se ha agotado ese dinero que es el infalible instrumento de los sueños y de la ilusión. La verdad es que toda esta aventura no ha sido nada original. Se trata de un proceso histórico dialécticamente clásico. La izquierda llega al poder: reformas, subidas de sueldos, precios más bajos, planificación, reestructuración, manipulación y declamación, después de lo cual aparece el fondo de la caja (...)”
“Entonces empieza la crisis, el poder da un giro a la derecha, liberal, impopular, y al cabo de unos años de esfuerzos y ahorro las cajas vuelven a estar llenas y de nuevo se puede soñar, y planificar, y engrandecer..., e imprimir los billetes para cubrir todos esos gastos. He aquí la noria de la Historia. Vuelta a empezar”. Los temas políticos toman una forma explícita en las páginas del “Diario” de Gombrowicz.

No ocurre lo mismo en el resto de su obra el la que sólo roza temas políticos y siempre en ambientes monárquicos y no republicanos, verbigratia en “Ivona princesa de Borgoña”, “El casamiento” y “El banquete”. “El banquete” es el último cuento que escribe Gombrowicz, lo escribe mientras está garabateando también “El casamiento”, en La Falda, una ciudad de la provincia de Córdoba.
Es una narración paródica y teatral cuyo nivel no es menor al de ninguna de sus obras grandes. Están presentes, la repetición, la simetría, la analogía, la mitologización y, en fin, muchas de la visiones y situaciones que aparecen en sus piezas teatrales y en sus novelas. Las sesiones secretas del consejo de ministros se desarrollaban en la oscuridad de la sala de los retratos.

Los ministros y viceministros del estado se pusieron de pie, iban a anunciarse las nupcias del rey con la archiduquesa Renata Adelaida Cristina. Al día siguiente, durante la celebración del banquete real, los prometidos, que sólo se conocían por fotografías, serían presentados formalmente. Esa unión acrecentaría realmente el prestigio y el poder de la corona.
El canciller abre el debate de la sesión del consejo. El ministro del interior pide la palabra pero comienza a callar, y no hace otra cosa más que callar todo el tiempo que dura su intervención. Los ministros que le siguen en el uso de la palabra hacen lo mismo, se callan. No podían decir nada, todos callaban porque el rey era venal y corrupto, se dejaba sobornar y vendía a manos llenas su propia majestad.

Entra el rey al consejo vestido de general con la espada al flanco y un tricornio de gala en la cabeza. Los ministros se inclinan y el monarca, mientras se arrellana en el sillón, los contempla con una mirada astuta. El consejo de ministros se transforma en consejo de la corona por la presencia del rey y se prepara para escuchar sus declaraciones. El soberano manifiesta su satisfacción por la próxima boda con la archiduquesa.
Pone de relieve la responsabilidad que pesaba sobre sus hombros, pero su voz suena tan venal que el consejo de la corona se estremece de miedo en el completo silencio que reina en la sala. Sigue diciendo que estaba obligado a hacer un serio esfuerzo para que la archiduquesa reciba la mejor impresión de su reinado. Cuando sus dedos empiezan a tamborilear sobre la mesa a los ministros no les queda ninguna duda.

El monarca estaba solicitando una colaboración para la realización del banquete. Se queja de los tiempos difíciles, de que no sabía cómo hacer para afrontar ciertos compromisos, en ese momento se empieza a reír y a guiñarle el ojo al canciller en forma repetida, finalmente, le hace cosquillas debajo del brazo. El silencio del canciller es profundo y la risa del rey se extingue.
El anciano canciller y los otros ministros se inclinan ante el soberano. El poder de la reverencia de la corte fue verdaderamente tremendo, el rey quedó golpeado e inmovilizado, aquella reverencia le devolvió la realeza, el pobre rey Gnulo gimió y trató de reír pero no pudo, entonces huyó aterrorizado amenazando al consejo con que se iba a tomar venganza.

Los ministros se preguntaban cómo había que hacer para impedir que el rey Gnulo armara un escándalo en el banquete como represalia por no haber obtenido la cantidad de dinero que deseaba. La archiduquesa extranjera era hija de emperadores y no podían permitir que se llevara una mala impresión de la actitud miserable del monarca. A las cuatro de la mañana el consejo presentó su dimisión.
El viejo canciller no acepta la dimisión con el argumento de que había que constreñir, encarcelar y enclaustrar al rey en el rey mismo. Había que aterrorizar al rey para salvar la reputación de la corona con el esplendor y la magnificencia de la recepción. La archiduquesa Renata Adelaida Cristina entra al salón y cierra los ojos deslumbrada por la luminosidad del archibanquete.

Cuando entra el rey es saludado con una gran exclamación de bienvenida. La archiduquesa no podía dar crédito a sus propios ojos al ver al rey, no podía creer que ese hombrecillo vulgar con cara de comerciante y con una mirada astuta de vendedor ambulante fuera su futuro marido. En el momento que Gnulo le toma la mano la archiduquesa se estremece de disgusto.
Sin embargo el estruendo de los cañones y el repique de las campanas extraen de su pecho un suspiro de admiración. Un sonido apenas perceptible empezó a hacerse oír, se parecía al tintineo que producen las monedas en el bolsillo. El embajador de una potencia enemiga sonríe con ironía mientras le da el brazo a la princesa Bisancia, hija del marqués de Friulo.

El anciano canciller mira de reojo al embajador porque sospecha que el sonido viene de ahí. El presagio de una infame traición se apoderó del consejo. El rey y la asamblea se sentaron. El soberano empieza a comer y todos los demás repiten el gesto multiplicado al infinito por los espejos. Lo que hacía Gnulo lo hacían también los otros en medio del estruendo de las trompetas y los reflejos brillantes de las luces.
El rey, aterrorizado por esta duplicación, bebió un sorbo de vino. El tintineo de las monedas no había desaparecido, era evidente que alguien quería comprometer al rey y desprestigiar el banquete. En el rostro vulgar del mercachifle apareció la rapacidad. El rey sólo se dejaba tentar por pequeñas sumas, era insensible a las grandes cantidades debido a su mezquindad miserable.

Lo que corroía a Gnulo eran las propinas y no los sobornos. El rey empezó a relamerse y la archiduquesa emitió un gemido de repulsión. La asamblea se espanta, entonces el venerable anciano también se relame. Los espejos multiplicaban al infinito los relamidos de todos los presentes. El rey se enfurece al ver que nada le estaba permitido hacerlo por sí mismo.
Todo lo que hacía era imitado de inmediato, así que empuja con violencia la mesa y se levanta bruscamente. Todos lo imitaron. El canciller se había dado cuenta que la única manera de salvar a la corona, ya que no se le podía ocultar a la archiduquesa la verdadera naturaleza del rey, era obligar a los invitados a repetir los actos de Gnulo, especialmente aquellos que no admitían imitación.

Había que convertir los gestos del rey en archigestos para presionar al monarca. Gnulo, enfurecido como estaba, golpea la mesa y rompe dos platos. Todos los demás hicieron lo mismo, cada acto del rey era imitado y repetido en medio de las exclamaciones de los invitados. El rey empieza a deambular de un lado para otro cada vez con más furia, y los comensales deambulan.
Cuando el archideambular alcanza una gran altura, Gnulo, repentinamente mareado, lanza un alarido sombrío y cae sobre la archiduquesa. No sabe que hacer y empieza a estrangularla delante de toda la corte. Sin dudarlo un instante el canciller se deja caer sobre la primera dama que encuentra y empieza a estrangularla del mismo modo en que lo estaba haciendo el rey Gnulo.

Los otros siguen el ejemplo y el archiestrangulamiento rompe los lazos que unen a los invitados con el mundo normal liberándolos de cualquier control humano. La archiduquesa y muchas otras damas caen muertas mientras crece y crece una archiinmovilidad. Tomado por el pánico el rey empieza a huir con las dos manos tomadas al culo, obsesionado con la idea de dejar atrás todo aquel archireino.
Como nadie podía atreverse a detener al rey el anciano canciller exclama que hay que seguirlo. El rey huía por la carretera seguido por el canciller y los invitados. La ignominiosa huida del rey se transforma de esa manera en una carga de infantería y el rey se convierte en el comandante del asalto. La plebe ve a los magnates latifundistas y a los descendientes de estirpes gloriosas galopando.

Cabalgan junto a los oficiales del estado mayor que, al modo militar, galopan junto a los ministros y mariscales mientras los chambelanes forman una guardia de honor rodeando el galope desenfrenado de las damas sobrevivientes. La archicarrera era iluminada por las luces de las lámparas bajo la bóveda del cielo, los cañones del castillo dispararon y el rey se lanzó a la carga.

“Y archicargando a la cabeza de su archiescuadrón, el archirey archicargó en las tinieblas de la noche”



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