
Detrás de la forma (La inmadurez, una experiencia fuera de lugar) de (Witold Gombrowicz)1, Alfredo Martín
Cuando no obedecer es necesario
Estamos    en la situación de un niño que se ve obligado a llevar un traje demasiado    grande para él y en el cual se siente incómodo y ridículo; el niño no puede    quitárselo puesto que no tiene ningún otro, pero, por lo menos, puede    proclamar en voz bien alta que el traje no esta hecho a medida, y de tal modo    establecerá una distancia entre el traje y su persona. Esto significa: tomar    distancia frente a la forma. Cuando logremos compenetrarnos bien con la idea    de que nunca somos ni podemos ser auténticos, que todo lo que nos define –sean    nuestros actos, pensamientos o sentimientos – no proviene directamente de    nosotros sino que es producto del choque entre nuestro yo y la realidad    exterior, fruto de una constante adaptación, entonces, a lo mejor la cultura    se nos volverá menos cargante. 
 (Prefacio a Ferdydurke, Wiltod Gombrowicz)

María  de los Ángeles Sanz
 El primer texto adaptado por  Alfredo Martín sobre el autor polaco, fue un cuento La virginidad, esta vez toma  de su Ferdydurke (1937) el tema de la inmadurez para trabajar sobre el concepto  de construcción a partir del lenguaje; la designación que el otro hace de  nosotros al adjudicarnos desde la palabra una forma, y nos instaura un  determinante que nos persigue como una sombra. Convertido con el tiempo como un  autor de culto, en la época de la guerra la lectura de la novela fue la lectura  favorita de las hijas del presidente de la Asociación de escritores polacos:  Jaroslaw Iwaszkiewicz que fundaron un “Círculo de Auténtica Inteligencia” y  nombraron al autor su presidente honorario.1a La novela era el punto de partida  para una crítica aguda sobre la sociedad de su tiempo, atravesada por una  educación dogmática, que edificaba por contraparte una sociedad enamorada de la  palabra “modernidad”, y que buscaba desde los pilares familiares devastar las  costumbres, dejándose llevar por los cantos de sirena de los nuevos tiempos, y  la búsqueda desesperada de los personajes de un lugar donde se encuentre valores  reales para descubrir que también están sujetos a formas creadas desde palabras  huecas, vacías de sentido; pero que intentan subsistir a través del poder y la  humillación del otro. El conflicto del personaje, Pepe (Guillermo Ferraro),  Joseph Kowalski en la novela, se produce cuando no acepta la denominación de  inmadurez que le cuelgan como un nuevo traje y fracasa en su intento de  asimilarse a esa “forma” construida desde la mirada de los demás. Fuera del  centro donde es situado, siempre duda de la consistencia del lugar que ocupa, y  ni la amistad ni el amor son anclajes suficientes para responder con  tranquilidad a una forma que se le pide pero que él no puede sostener. La puesta  de Andamio 90 con un elenco que bajo la dirección de Alfredo Martín le imprime  un ritmo sostenido sin altibajos a la pieza, da cuenta con solvencia y  actuaciones precisas de las vicisitudes por las que atraviesan sus personajes.  Mérito de la dirección y de las seguras y muy buenas actuaciones, (la  composición que Alfredo Martín hace del profesor es de antología) que vuelven un  relato espiralado en su desarrollo, atractivo desde el juego con el lenguaje, la  coreografía que dibuja el espacio escénico, la música que ilustra el tiempo  narrativo, y el vestuario que desde el exterior construye la estructura de ese  viaje de aprendizaje hacia el interior de sí mismo que llevan adelante los  personajes. Los espacios que la escenografía va construyendo a partir de unos  módulos blancos, luces como perchas, y pizarras que van indicando la sucesión de  los cuadros, sitúan al espectador2, en los territorios diferentes donde  los adolescentes juegan su eterna lucha de afirmación de identidad; el  enfrentamiento entre Sifón y Polilla, entre lo ideal y lo material, la seducción  del amor y la liberalidad de Zutka (Victoria Fernández Alonso); aguas tenebrosas  donde Pepe se mueve con dificultad y venga su desconcierto en el tejido de una  trama que devela no sólo la falsedad de las costumbres, las máscaras y las  perversidades de quienes se denominan “adultos”, sino también la fragilidad de  su propia realidad. De la desazón a la búsqueda de un continente distinto es la  huída con Polilla hacia la naturaleza, la nueva forma que se desvanece en las  certezas previstas cuando lo que se descubre son las miserias de las diferencias  sociales. El amor en ese espacio que se cree bucólico, y que muestra las  contradicciones en toda su exasperación renace nuevamente como esperanza, para  los personajes en las figuras de la hija de los dueños del campo, Isabel,  (Luciana Procaccini) y el peón (Gonzalo Camiletti). Pero Pepe ha vuelto a sí  mismo, y se ha despojado de la sujeción de la palabra ajena, ha madurado en el  sentido Grombowiano, no obedeciendo los mandatos ajenos, no utilizando el  lenguaje ya que impide las diferencias en su afán homogeneizador, sino partiendo  desde el principio; la finalidad de la poesía es la deconstrucción de los  paraísos permitidos. Merece un párrafo final la adaptación de la novela, y su  elección en estos nuestros tiempos donde los discursos que se cruzan confunden y  se desmienten en los hechos; y cada vez más sólo dejan a luz la vacuidad de sus  palabras. La problemática que el texto propone y la puesta evidencia en su punto  de vista, nos dice mucho sobre el estado de nuestra sociedad setenta años  después. Aquel escenario polaco que tanto le dolía al autor y que expresa en  Ferdydurke, es por demás un paisaje conocido. Me atrevo a terminar con sus  propias palabras que son más exactas que las mías: “Reconozcamos que la  vida nos ha propinado una buena paliza. Nuestra dignidad por los suelos y  nuestra casa…destruida mientras una sonrisa idiota deformaba nuestros labios  ensangrentados. Pero todo eso ha terminado y hoy iniciamos una nueva creación.  Que esa creación sea única y verdadera, no una miserable imitación, una firma  gratuita, una simple forma de hablar sin decir nada, sino un verdadero trabajo  del espíritu a la búsqueda de su expresión” (Gombrowicz, 1970, 21)
 Detrás  de la forma: Autoría y dirección: Alfredo Martín. Elenco: Cecilia Antuña,  Alberto Astorga, Julián Bellegia, Gonzalo Camiletti, Luis Dartiguelongue, Rubén  Di Bello, Ignacio D’Olivo, Guillermo Ferraro, Francisco Gonzalez Franco, Alfredo  Martín, Luciana Procaccini, Martín Savo, Gabriela Villalonga. Iluminación:  Pehuén Stourdeur. Vestuario: Ana Revello. Escenografía: Alejandro Alonso.  Andamio 90.
 
Direccionario:
 1 Witold  Gombrowicz (Vítold Gom-bró-vich) nació en el seno de una familia acomodada  perteneciente a la nobleza polaca. Estudió Derecho en la  Universidad de Varsovia, desde 1926 hasta 1932. Durante sus estudios se ve  envuelto en la vida cultural de Varsovia frecuentando los cafés  Zodiak y Ziemiańska junto a otros jóvenes escritores e intelectuales. En 1933, Gombrowicz publica  algunas historias cortas reunidas bajo el título de Memorias del período de  la inmadurez obteniendo pobres críticas (Este libro será posteriormente  reeditado, con el añadido de tres cuentos más, con el nuevo título de  Bacacay o Bakakaï). Su primer éxito llega con la novela Ferdydurke, que ganó  notoriedad a raíz de la virulenta crítica dirigida a la parte nacionalista de la  sociedad de Varsovia. Hasta mediados de los  años 60, Gombrowicz permanece en la Argentina, desempeñando diferentes  ocupaciones (periodista, traductor, maestro de filosofía...) y congregando en  torno suyo a un círculo de fieles. La traducción colectiva de Ferdydurke al castellano  que realizó con sus camaradas del café Rex de Buenos Aires, culminó en un  lenguaje complejo, infantil y vanguardista al mismo tiempo: la publicó Editorial Argos en 1947, con prólogo del  autor.
 1a Durante el transcurso de la segunda guerra  mundial Gombrowicz vive en Buenos Aires, ya que se encontraba en esta ciudad en  el momento que los alemanes invaden Polonia el 1 de septiembre de 1939, y decide  no volver. Luego del conflicto, y ya Polonia bajo el régimen comunista se  instala en el país aunque de manera precaria hasta 1963.
 2 En la disposición  escenográfica en H los espectadores a la puesta, se encontraban divididos por el  espacio escénico. Algunos situados en el tradicional lugar de las butacas del  teatro, mientras otros ocupaban también sentados en butacas el locus de la caja  a la italiana. Esa disposición permite que el punto de vista se expanda y   que ambas perspectivas se crucen en el centro de la escena.
  
 
 
 


No hay comentarios:
Publicar un comentario