viernes, 16 de julio de 2010

WITOLD GOMBROWICZ, LOS PERROS, LA TIBIEZA Y LA RISA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ, LOS PERROS, LA TIBIEZA Y LA RISA



“Durante diez años no se es nadie, durante dos se es importante, después de lo cual, en virtud de una disposición cultural, uno se convierte en autor de golosinas literarias, por lo demás, bastante buenas. Este por lo demás es lo que más me inquieta. Quizás me gustaría más que ellos callasen sobre mí de una forma tajante, salvaje, como ocurría hasta hace poco, que me quemaran en la hoguera o que me ahogaran en un retrete (...)”
“El arte, como es bien sabido, sólo teme una cosa: la tibieza. Pero ellos proceden... de manera culturalista. Con una planificación. Se puede alabar un poco, cómo no, para que no parezca que reine el terror..., pero no demasiado. Este un poco mata como un veneno aplicado en pequeñas dosis. Los perros se mordisquean en la canícula”. Gombrowicz utiliza a los perros para burlarse del gran enemigo del arte que es la tibieza y para provocar la risa.

Hace más o menos dos lustros, Eugenio Noworyta, mejor dicho, el Camaleón, por aquel entonces Embajador de Polonia en la Argentina, en el medio de una conferencia muy seria que estaba dando en el Centro Naval de Buenos Aires, relató la historia del encuentro de dos perros, uno checo y el otro polaco. Los pichichos se encuentran en la frontera, el perro checo está bien alimentado y va camino de Polonia.
Al perro polaco se le ven las costillas y va camino de Checoslovaquia: –¿Adónde vas, pregunta el perro checo; –Voy y a ver si puedo comer algo, ¿y vos?; –Voy a ver si puedo ladrar un poco. Porque les damos de comer y por su instinto altruista los perros polacos, los perros checos y todos los demás perros del mundo han llegado a tener un gran afecto por nosotros.

Dostovieski dice que no hay hombre por más ruin y miserable que sea que no lo pueda querer un perro o una mujer. Los terratenientes tienen en general una buena relación con los animales, a Gombrowicz lo alcanzan las generales de la ley, es una predisposición que paradójicamente humaniza el carácter de los hombres, como también le ocurría al Dandy, es decir, a Bioy Casares.
Gombrowicz era muy tierno con los gatos y con los perros. En cierta oportunidad en que le había pedido ayuda a dos jóvenes señoritas para pasar al francés la versión española de “El casamiento” les pagó con siete gatitos que había encontrado en la calle; también dio muestras de una gran congoja cuando murió el perro de Frau Schultze, la encargada de la pensión de la calle Venezuela.

Un canon que aparece en los diarios y que Gombrowicz utilizaba sistemáticamente era el de hacer seguir la ligereza a la seriedad y viceversa, para satisfacer este principio a veces recurría a los perros. Cuando apareció “Ferdydurke” en la Argentina Gombrowicz se convirtió en el editor de una revista literaria a la que le puso el nombre de “Aurora”, se tiraron cien ejemplares del primer número que, lamentablemente, también fue el último.
Era un panfleto humorístico, una sátira en la que se burlaba a la manera estudiantil de Borges, Capdevila, Larreta, Barletta y Victoria Ocampo, un libelo en el que observé por primera vez cómo Gombrowicz separaba el texto en partes con anuncios publicitarios caninos. “Un perrito blanco lanudo, y bien alimentado”; “Se busca perro grande para achicarlo”; “Un perro lindo y grande con cachorros y dos perras”.

Gombrowicz pasaba así de la seriedad de la aparición de “Ferdydurke” en el continente Sudamericano, a la ligereza de las intervenciones caninas. Es indudable que con esta intervención de los perros Gombrowicz nos quiere provocar la risa. Después de una memorable intervención de carácter intelectual en una charla magistral que había dado a los estudiantes de Santiago del Estero, aparecen unos perros.
Estos perros le dan título a una serie de pensamientos bastante serios. Se refiere a los abogados y a los ingenieros, a los que ve como naturalezas vulgares condenados únicamente a la ciencia, todo lo demás era para ellos una tomadura de pelo de la que tenían que defenderse para no ser engañados. Se refiere también a sus alumnos de filosofía a quienes previene de su falta de seriedad.

Él era un bribón al que le gustaba divertirse y burlarse de los alumnos y de sus enseñanzas. Cuenta además que su exceso de inteligencia e imaginación lo llevaba a la estupidez puesto que nada resultaba para él demasiado fantástico, y que el arte sólo le teme a la tibieza, un apotegma fundamental en las concepciones de Gombrowicz. Y por último saca la conclusión de que tiene poca resistencia para sus angustias.
Esta debilidad le dificulta la entrada a un ascensor o la subida a un tranvía. La imaginación le hace aparecer los tormentos del momento con un aspecto insignificante, antes de llegar a ser verdaderos tormentos. Esta manera de acercarse al dolor, piensa Gombrowicz, corroe la importancia del dolor como los gusanos a la madera. A cada una de estas reflexiones más o menos serias las acompaña con sendas publicidades para perros.

“Perrito mojado o sólo húmedo a elegir”; “Perrito blanco, sabroso, bien nutrido”; “Cambio perro negro mordedor por dos viejos”; “Perro mojado y gordinflón”; “Los perros se mordisquean en la canícula”. En ese panfleto humorístico al que dio en llamar “Aurora” también utiliza a los perros para atacar la responsabilidad por la palabra. El escritor Hipólito Alonso Pereiro estaba escribiendo a máquina la primera página de su novela.
En este relato un mucamo le pregunta a la señora si había ordenado llamar el coche. Cuando Matilde, la señora, le estaba diciendo que sí, pero que no había ningún apuro, en vez de pero, y por error, a Pereiro le salió perro. Un escritor con menos fuerza de carácter hubiera corregido el error, pero Pereiro era consciente de su misión y aceptó con responsabilidad la palabra que había escrito: –¡Perro, insolente perro!

Y esta respuesta de Matilde obligó al pobre Pereiro a modificar la respuesta del mucamo: –Si yo soy un perro, entonces usted, señora, es una pera. Este nuevo error que se le deslizó en el teclado de la máquina, pues en vez de perra escribió pera, lo obligó a cambiar otra vez : –Si yo soy un perro, entonces usted es una pera perra, una perra pera para mí, señora, porque sepa que a mí me gusta la bruta.
Quiso decir fruta pero ya era tarde: –¡Ah, soy bruta, que me muerda si yo soy bruta! Había querido decir muera: –¿Morderte? ¡Con pusto!; –¡Infame, sos coco!; –¡La Coca-cola es usted!; –¡Lococo!; –¡Co-coco, cocococo! A veces la burla prescinde de la intervención directa de los perros en diversos pasajes de los diarios, pero un poco antes o un poco después aparecen los pichichos.

“Cuando abordo la crisis del arte, no es porque, siendo yo mismo artista, la sobrestime, sino porque creo que ilustra la crisis de la forma humana en general... Georges Girreferést-Prést ha llegado procedente de París. Ayer estuve con él en la Fragata... Café. Coñac. Me explicó lo que le habían explicado..., anécdotas y chismorreo recogidos por ahí, ya algo rancios, referentes a la inmediata posguerra (...)”
“Es difícil comprobarlo, sólo Dios sabe cómo fueron las cosas realmente... No obstante, todo esto proyecta una luz extraña sobre la historia del pensamiento sartreano”. Como si hubiera presentido la invitación que poco después le haría la Fundación Ford, Gombrowicz se prepara para llegar a Francia. Un poco antes de abandonar la Argentina relata un encuentro en la Fragata con un tal Georges Girreferèst-Prést recién llegado de París.

El hecho de que la falta de seriedad fuera, a juicio de Gombrowicz, tan importante para el hombre como la seriedad explica el porqué, a pesar de su conflicto tan agudo entre la vida y la conciencia, no se refugió en ninguno de los existencialismos contemporáneos. La autenticidad y la inautenticidad de la vida le resultaban a Gombrowicz igualmente preciosas.
La insuficiencia y el subdesarrollo tenían para él la misma importancia que las grandes categorías de la existencia humana. Georges Girreferèst-Prést le cuenta a Gombrowicz en la Fragata que Sartre, cuando todavía era muy joven, acostumbraba a pasear por la avenue l’Opéra a las siete de la tarde, la hora de más tráfico. Sartre le había dicho que la percepción del hombre a una distancia tan corta actúa como una amenaza física.

Debido a la cantidad de hombres que también paseaban, el hombre le resultaba enormemente próximo y terriblemente lejano. Esta apretujada masa no humana de hombres condicionaba el pensamiento del joven Sartre, empieza a buscar entonces un sistema solitario para la actividad de su conciencia, y se refugia, le dice, en sí mismo, se aísla herméticamente de los demás, cerrando la puerta del propio yo.
Paradójicamente, esta soledad había nacido de la multitud. Cuando la idea de la soledad se instaló en él, advirtió que su soledad iba a encontrar resonancia en miles de otras almas. La cantidad parecía seguir formando parte de la idea que derivaba de ella: la soledad. Pero la filosofía y la cantidad son antinómicas, la conciencia y el hombre concreto no pueden alimentarse con la cantidad, sin embargo, se estaban alimentando con ella.

El sistema de Sartre en su fase inicial proclama sencillamente que yo soy yo de manera impenetrable para los otros, como una lata de sardinas; los otros no existen. El miedo que le produce esta idea no está solo, lo ve multiplicado por la cantidad de aquellos a los que puede haber convencido con la idea. No podía seguir adelante con este pensamiento que se comía la cola.
Debía pues volver a reconocer, mejor dicho, debía volver a construir al otro, pero cuando termina de construir al otro empieza a sentir sobre sí mismo la mirada de ese otro. Y ese otro, determinado y construido por Sartre, no tenía nada que ver con el hombre concreto, ese otro al que tenía que reconocerle la libertad, era al mismo tiempo un objeto. Sartre se encuentra cara a cara, le dice Girreferèst-Prést a Gombrowicz, con la cantidad.

La cantidad en toda su plenitud, con todos los hombres posibles, con el hombre en general, y él, que de joven se había asustado de la multitud parisina, se las está viendo con todos los individuos. Estaba solo frente a todos. A pesar de este panorama terrible no se asusta y se pone sobre los hombros la responsabilidad por todos los hombres. Pero esta plenitud se le viene a mezclar nuevamente a Sartre con una cantidad relacionada ahora con su obra.
La cantidad de ediciones, de ejemplares, de lectores, de comentarios, de ideas derivadas de sus ideas, y variantes de estas variantes. “Entonces, me dice, lo vi acercarse a Sartre a un cristal empañado y escribir con el dedo: Nec Hercules contra plures”. La bancarrota era completa, Hercules no puede contra todos, pero como esa bancarrota estaba dividida por millones a causa de la cantidad, la bancarrota se empequeñecía.

Se achicaba justamente gracias a la cantidad, en medio del caos y de la confusión donde nadie sabe nada, nadie entiende nada, donde se parlotea y se habla sin ton ni son, y donde todo acaba en nada. El humor de este pasaje que escribe Gombrowicz en los diarios es un tanto serio, como también lo es el humor de aquellos otros en los que asoman la cola los perros.
Y otra vez tenemos que decir que esta historia no tendría nada de particular si no fuera porque esa conversación con el francés en la Fragata nunca existió, y no existió porque no existía el francés. Hay varias maneras de comprobarlo, la más sencilla consiste en descubrir que cada vez que nombra al francés, siete veces en total, lo hace de una manera diferente, variando las letras y el tipo de acento.

Es decir, en este caso no sólo se está burlado del lector, como lo hizo con Siegrist, una narración en la que sólo se provoca la risa así mismo porque el lector no sabe que se está burlando, sino que también le da pistas al lector para que sepa que se está burlando de él, para que nos riamos todos como nos reímos cuando aparecen los perros. Sin embargo, las reflexiones son atinadas y están de acuerdo con su manera de pensar.
Reír resulta agradable porque nos satisface el triunfo del conocimiento intuitivo, la forma natural del conocimiento inseparable de nuestro ser animal, sobre el pensamiento abstracto. Nos agrada comprobar que el pensamiento es incapaz de comprender todas las variantes que presenta la realidad, es placentero ver perder a la razón de vez en cuando, un dominio severo, perpetuo y molesto.

Gombrowicz mezcla la seriedad con la ligereza para hacernos reír a nosotros y para provocarse la risa a sí mismo.




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