WITOLD GOMBROWICZ, EUROPA Y LA ARGENTINA
“Con el pintor español Sanz en el café El Galeón. Ha llegado a la Argentina para pasar dos meses, ha vendido cuadros por varios centenares de miles de pesos. A pesar de haber ganado bastante dinero en la Argentina, habla de este país sin entusiasmo: –En Madrid uno está sentado a la mesa de un café, en plena calle, y aunque no le espere nada concreto, sabe que todo puede ocurrir, la amistad, el amor, la aventura (...)”
“Aquí se sabe que no va a pasar nada. Pero este descontento de Sanz es muy moderado en comparación con lo que dicen otros turistas. Los enojos de los extranjeros con la Argentina, sus críticas altivas y juicios sumarios, no me parecen de muy buen gusto. La Argentina está llena de maravillas y encanto, pero este encanto es discreto, está envuelto en una sonrisa que no quiere expresar demasiado (...)”
“Flota aquí algo en el aire que nos desarma; el argentino no cree en sus propias jerarquías o bien las acepta como algo impuesto. La expresión del espíritu en la Argentina no es convincente, cosa que los argentinos saben mejor que nadie; existen aquí dos lenguajes diferentes: uno público, que sirve al espíritu, ritual y retórico, y otro privado con el que la gente se comunica a espaldas del primero (...)”
“Entre estos dos lenguajes no existe la más mínima conexión; el argentino aprieta dentro de sí mismo un botón que lo conecta a la grandilocuencia, después de lo cual aprieta el botón que lo devuelve a la cotidianidad. ¿Qué es la Argentina? ¿Es una masa que todavía no ha llegado a ser pastel, es sencillamente algo que todavía no tiene una forma definitiva, o bien una protesta contra la mecanización del espíritu (...)”
“Un gesto de desgana o indiferencia de un hombre que aleja de sí mismo la acumulación demasiado automática, la inteligencia demasiado inteligente, la belleza demasiado bella, la moralidad demasiado moral? En este clima, en esta constelación podría surgir una verdadera y creativa protesta contra Europa, si..., si la blandura encontrase un método para hacerse dura..., si la indefinición pudiese convertirse en un programa, o sea, en una definición”
Europa y la Argentina atraían la atención de Gombrowicz por razones diferentes, por la definición y la indefinición, y de ambas trampas intentaba salir victorioso. Zeus estaba enamorado de Europa, una hermosa mujer fenicia. Decidió violarla y con tal fin se transformó en un toro blanco que se mezcló con las manadas del padre de Europa. Mientras ella recogía flores cerca de la playa vio al toro, y viendo que era manso lo empezó a acariciar y se subió a su lomo.
Zeus aprovechó la oportunidad que se le había presentado, corrió al mar y nadó con ella montada en su espalda hasta la isla e Creta. Entonces reveló su auténtica identidad y Europa se convirtió en la primera reina de Creta. Gombrowicz, igual que Zeus, quiso violar a Europa, pero no pudo. “Yo el travieso, yo el fantasmagórico, yo el bromista, yo el torturado, yo viviendo, yo agonizando (...)”
“Me atormentaba no haber sido todavía capaz de emprender nada más personal e innovador con respecto a Europa, a la que visitaba después de una cuarto de siglo de ausencia, yo el extranjero, yo el argentino, yo el polaco que regresaba. Me daba vergüenza pensar en los países que volvía a ver de un modo ya establecido, mil veces hablado, banalizado, que si la técnica, que si la ciencia, que si el aumento del nivel de vida, la motorización, la socialización, la libertad de costumbres... ¿No seré capaz de nada mejor? ¿Qué clase de Colón soy? (...)”
“Me parecía casi ridículo que esa enormidad en la historia, Europa, en lugar de deslumbrarme con su novedad después de los años de no verla, años de pampa, se me convirtiera en un montón de lugares comunes de lo más trillado. Lo peor es que la verdad sobre ella no me interesaba en absoluto. Yo quiero devolverle el frescor y refrescarme con su contacto (...)”
“¡Y todo para que el tiempo se vuelva rejuvenecedor en lugar de hacernos envejecer a mí y a ella! Por eso debo concebir un pensamiento aún no pensado, destinado a servir no a la verdad, ¡sino a mí! Egoísmo. El artista, es decir, la subordinación de la verdad a la propia vida, la utilización de la verdad con fines personales. Gracias a ‘Ferdydurke’ tenía un papel que cumplir en Europa (...)”
“Me correspondía a mí decirle a aquella iglesia, a aquellas madonas y a aquel foro romano, a aquellos frescos y a aquellas habitaciones: Sois un atavío del hombre, pero nada más”. La convicción absoluta y persistente de que lo imperfecto es más creador que lo perfecto, y la puerta que le abre a las potencias de la inferioridad son intuiciones primordiales de “Ferdydurke”.
Cuando Gombrowicz recibe la invitación de la Fundación Ford ya sentía la necesidad de volverse extranjero otra vez. ¿Se había adaptado a la Argentina?, él dice que no pero también dice que esa inadaptación lo vinculaba íntimamente a esta patria. ¿Se va entonces para romper ese vínculo íntimo buscando otra vez la libertad en Europa? “Pero, ¿qué tengo que hacer yo aquí, donde ni se me lee, ni se me edita, ni se me conoce? (...)”
“Evidentemente, una existencia tan anónima y tranquila es muy propicia para el trabajo artístico e intelectual, pero ya todos los mecanismos de la situación me proyectan hacia a fuera”. Los mecanismos de la situación que menciona Gombrowicz y el taedium vitae tienen un tufillo marcado, la falta de aire es la que lo expulsa a Gombrowicz de la Argentina, pero Europa no se le aparece como una tierra de promisión.
“Comprenda usted que para mí volver a Europa es un asunto realmente dramático, no es nada parecido a un viaje de turismo. Tendré que enfrentar amigos envejecidos, amigos muertos, ciudades transformadas, gente desconocida, surgirá ante mí una Europa disfrazada y me temo que el tiempo se dejará sentir demasiado. Por cierto, viajaré temblando, como si temiera verme con un fantasma”.
No obstante, es el sentimiento de libertad el que lo mueve a Gombrowicz a emprender la retirada. A alejarse de un país íntimo y extraño que lo recibió con los brazos abiertos pero que nunca terminó de cerrarlos. Él siente su libertad más como una ruptura con los vínculos que lo están aprisionando que como el sueño en un esplendor futuro. Ese pájaro huyó por la puerta de la Fundación Ford pero ya existían otras puertas que se le estaban abriendo en el mundo, y por una u otra puerta el águila polaca se nos iba escapar de la jaula.
Es difícil resumir en pocas palabras el proceso de deshumanización que sufrió Gombrowicz y que se manifiesta en los diarios que escribió en Europa, pero hay dos cosas que se pueden comprobar: la desaparición de su inclinación a humanizar lo que no es humano, por ejemplo, los escarabajos, las vacas y las moscas, y la declinación de su capacidad para formar el pensamiento dejándose en cambio tomar por las cosas.
Todo ocurre como si se hubiera alejado de esa libertad con la que descubría zonas enteras de la cultura que el pensamiento crítico había dejado vírgenes, y como si se hubiera quedado sin fuerzas para seguir derribando tabúes, pero esta característica era, precisamente, lo más sobresaliente de su humanidad. La enfermedad jugó un papel importante en la deshumanización, pero el cambio de escenario fue decisivo.
Tuvo que reemplazar sus conversaciones del café Rex por un mundo distinto: editores, ediciones, profesores, directores, funcionarios, artistas, entrevistas, reuniones, escritores, escritores y escritores… y la administración de su gloria, un mundo distinto al que le había perdido la costumbre durante veinticuatro años. Es claro que Gombrowicz no perdió sus características humanas, y mucho menos aquellas que están relacionadas con el dolor.
Al final de la historia argentina se produce el segundo destierro de Gombrowicz, en 1939 se había desterrado de Polonia y en 1963, veinticuatro años después, se estaba desterrando de la Argentina volviendo a Europa. Se fue a Berlín invitado por la Ford Fundation a pasar un año en esa ciudad endemoniada donde se pergeñó buena parte de su ruina. ¿En qué pensó cuando le ofrecieron la beca?
Es difícil responder esta pregunta pero más que pensamientos debieron ser impulsos obscuros los que lo pusieron en movimiento. Estos impulsos obscuros le impedían a Gombrowicz conocer lo que quería, lo ponían en contacto con lo que él rechazaba, con lo que no quería. En primer lugar, ¿se iba para siempre o por un año solamente? No lo sabía, y una prueba de que no lo sabía es que cambió de opinión varias veces después de haberse ido. Gombrowicz era manejado a menudo por los miedos.
La Argentina no le estaba ofreciendo ninguna garantía de una vejez protegida, al contrario, era un país que no podía proteger a un extranjero cuya única fuente de ingresos era la literatura. Al parecer, Europa, sí le ofrecía esa garantía, pues entonces, Europa. Yo atribuí su alejamiento de la Argentina al aburrimiento y a la búsqueda de una nueva libertad, pero, ¿era un llamado que le hacía Europa o era una patada que le daba la Argentina, ¿o era un llamado y una patada?, ¿o era...
Sí, pero en Europa se iba a encontrar con la muerte, él describe muy bien este sentimiento en el diario, la muerte de Polonia a la que no quería volver porque el régimen comunista lo había despojado de sus bienes y hacía interminable el desastre familiar y social que habían desencadenado los alemanes.
La muerte de sus amigos, de sus colegas, de sus vecinos, de su terruño, de Varsovia, y también de París, pues entonces, la Argentina. Sí, pero la Argentina era un pozo de indiferencia, aquí no era reconocido ni se tomaba en cuenta su consagración europea, la diversión era cada vez más pequeña, su acceso a la juventud le empezó a resultar difícil después del cierre del café Rex, y la angustia que le producía la incertidumbre de cómo iba a vivir en el futuro era cada vez más grande, pues entonces, Europa.
Sí, ¿pero qué iban a pensar los polacos, los de Polonia y los de la inmigración, los comunistas y los no comunistas? Estaba aceptando una invitación política, los norteamericanos querían convertir a Berlín occidental en una Atenas para oponerlo al mundo pobre y sombrío de la Alemania oriental, pero Alemania, la occidental y la oriental, había sido el verdugo de Polonia, pues entonces, la Argentina.
Sí, pero la Argentina ya no era la fuente de Juvencia en la que lo habíamos conocido nosotros, se había puesto aburrida y vieja, pues entonces... Son muchos los pro y los contra, no creo que Gombrowicz se los haya representado a todos, fueron impulsos obscuros los que lo movieron para regresar a Europa. La cuestión es que en Europa no pudo disfrutar de un sueño por el que bien valía la pena cambiar de aire.
No pudo disfrutar de ese sueño porque a comienzos del año 1964 las enfermedades lo empezaron a postrar sistemáticamente y poco a poco lo fueron aniquilando. La posición de Gombrowicz respecto a la Argentina es cambiante, a veces parece que la quiere y otras veces parece que no la quiere tanto, aunque queriéndola o no queriéndola se siente atraído profundamente por ella
“Soy amigo de la Argentina natural, sencilla, cotidiana, popular. Estoy en guerra con la Argentina superior, ya elaborada, ¡mal elaborada! Hace poco un argentino me dijo: –Usted es alérgico a nosotros, por eso no nos quiere. En cambio otro me escribió recientemente: ‘Usted busca en la Argentina lo legítimo, porque usted nos quiere’ ¿Querer yo a un país? ¿Precisamente yo? (...)”
“Y aquí, en la Argentina, estoy privado hasta de una café literario, de un grupito de amigos artistas en cuyo seno puede acogerse en las ciudades de Europa cualquier bohemio, innovador o vanguardista. Yo me veía en el café Rex con mi amigo Eisler, a quien conseguía sacarle algunas monedas ganándole al ajedrez. Hubo un tiempo más animado cuando emprendía la audaz tarea de traducir (...)”
“Pero, hablando seriamente, ¿qué aspecto tendré yo si el enemigo me sorprende en París en uno de esos momentos de debilidad como un admirador? ¡No, debo ser siempre difícil, difícil! Y sobre todo ser igual que en la Argentina. Oh, la, la, si yo cambiara no sería más que un pequeño detalle bajo la influencia de París, ése sería el efecto. No, debo ser así como yo era con Flor o Eisler en el Rex (...)”
“Así debo ser ahora, ¡tengo que estampar mi sello en la cúpula de los Inválidos o en las torres de Notre-Dame tal como era con Flor en la Argentina. ¡Con Flor o también con la vieja Polonia aristocrática!”. Cuando hacemos la cuenta global nos da la impresión que la flor se marchita. Gombrowicz llegó a Buenos Aires con doscientos dólares que le alcanzaron para vivir seis meses, el país era muy barato en aquella época.
Durante un tiempo tuvo una modesta subvención de la legación polaca pero, finalmente, no quiso ayudarlo más. Amenazó con instalarse delante de la puerta del edificio con un cajón de lustrabotas para limpiar zapatos. Cayó en desgracia porque no quiso alistarse en el ejército a pesar de la insistencia de todo el mundo. Sus relaciones con el medio literario argentino fueron escasas.
Al principio se esforzó por entrar en contacto con ellos por razones prácticas, pero pronto desistió. Sus libros no habían sido traducidos y eran inaccesibles, su español era malo y las conversaciones sobre la literatura no le interesaban. Sólo se podría hablar de relaciones tras la aparición de “Ferdydurke”, pero para entonces se había instalado en el anonimato y lo tenía sin cuidado el mundo literario.
“!Oh, belleza! ¡Crecerás donde te siembren! ¡Y serás como te siembren! No creáis en las bellezas de la Argentina. No son verdad. ¡Me las he inventado!”. “Acerca de lo que ocurrió a bordo de la goleta Banbury” es una narración donde aparece la Argentina antes de conocerla, es la novela corta más larga de Gombrowicz. La escribió en el año 1932, y sin saber que siete años más tarde desembarcaría en la Argentina, sueña con ella.
“Bajo el hermoso cielo de Argentina, los sentidos gozan gracias a una niña”. Y comienza la narración en forma premonitoria: “Mi situación en el continente europeo se hacía día a día más penosa y más equívoca”. Pero es en el final de esta novela donde podemos encontrar una premonición de lo que sería la Argentina para Gombrowicz. “No, no quería saberlo y no deseaba el calor, ni la exuberancia, ni el lujo (...)”
“Prefería no salir al puente por temor a ver lo que hasta ese momento ofuscado, oculto y no dicho se desencadenaría con toda su falta de pudor, entre plumajes de pavos reales y fulgores espléndidos. Desde el comienzo todo había estado en mí, y yo, yo era exactamente igual a todos los demás. El mundo exterior no es sino un espejo que refleja el interior”
Gombrowicz empezó a escribir sobre la Argentina recién después de haber vivido quince años en ella, un conocimiento que tiene mucho que ver con ese camino de Sísifo que emprendió hacia la madurez cuando salió de Polonia, una Argentina ya perturbada por su mirada y en gran parte creada por él. Guiado por su inspiración inicial, seguía buceando en el corazón de los argentinos, un pueblo simpático, charlatán y quejumbroso, un oligarca orgullosamente asentado en sus maravillosos territorios.
La Argentina, igual que Polonia, es un país centrífugo, es decir, con su centro fuera de sí, que ajusta su conducta colectiva a la luz de los soles que la iluminan. De modo que Gombrowicz usó para comprender este país el mismo cedazo del que se valía para dar cuenta de la deformación de los polacos. Gombrowicz intenta dar un paso más en el camino hacia la madurez, pero el hombre no puede ser más fuerte de lo que es, y la piedra, como a Sísifo, se le siguió viniendo encima.
“Escríbeme, mis lazos con la Argentina se aflojan y no se puede remediar, cada vez menos cartas, pero es casi seguro que apareceré un día por Buenos Aires, porque experimento una curiosidad casi enfermiza; es realmente extraño que no me atraiga en absoluto Polonia, en cambio, con Argentina no puedo romper. En los últimos tiempos vuelvo a menudo, con mis pensamientos, a Argentina y también me acordé del momento de la revolución de 1955, cuando escuchábamos la radio con Karol (...)”
¿Nos quiere o no nos quiere? La relación que tuvo Gombrowicz con la Argentina no se puede cerrar ni sumar, aunque él está muerto, está abierta como la vida.
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