martes, 18 de agosto de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y WLADYSLAW BRONIEWSKI



JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y WLADYSLAW BRONIEWSKI

Los humores de Gombrowicz, uno dramático y el otro cómico, no estaban separados, estaban superpuestos, no se mezclaban pero existían al mismo tiempo. En las vísperas de la guerra, cuando Europa estaba arrastrada por la vanguardia, el proletariado, el surrealismo, el social realismo, el ocaso de la burguesía y del feudalismo, Gombrowicz maniobraba en una mesa del café Ziemianska con su abolengo: –Mi abuela es prima de los Borbones españoles.
Realizaba también actos de servidumbre alcanzando el azúcar a un poeta de clase social alta, y no al mejor poeta que era de familia pobre. Apoyaba la opinión de otro porque era de una familia de terratenientes: –La poesía es muy importante pero ante todo te aconsejo que no seas provinciano. Aparecían algunas protestas: –No, señores, el arte es ante todo un fenómeno esencialmente heráldico.

Y así durante meses, años, con la imperturbable lógica del absurdo. Los otros chillaban y vociferaban pero, poco a poco, sucumbían; una ya decía que su abuelo era terrateniente, otro, que la hermana de su abuela era del campo, otro más empezaba a dibujar su blasón en la servilleta.
“¿Socialismo? ¿Surrealismo? ¿Vanguardia? ¿Proletariado? ¿Poesía? ¿Arte? No. Un bosque de árboles genealógicos y nosotros a su sombra. Me dijo el poeta Broniewski: –¿Qué está haciendo usted? ¿Qué sabotaje es éste? ¡Usted ha logrado contagiar de heráldica hasta a los mismos comunistas!”
Gombrowicz era escurridizo como una anguila o un camaleón, con estos artificios quería aproximarse a verdades más profundas.

La palabra humana tiene la consoladora particularidad de que se halla muy cerca de la sinceridad, no por lo que confiesa, sino por lo que busca. Era todavía un adolescente y ya el mundo se la hacía insoportable. La familia, la sociedad, la nación, el estado, el ejército, los ideales, las ideologías y él mimo le resultaban unas caricaturas. Erraba por los campos cabizbajo aplastando terrones con la punta de sus zapatos.
No había dejado de creer pero la fe ya no le interesaba por lo que su soledad llegó a ser completa. Cuando Gombrowicz observaba a sus compañeros de la infancia, esos pequeños campesinos que habían integrado una guardia que él organizaba y comandaba bajo la supervisión de su hermano Janusz, se daba cuenta que ellos no eran caricaturas, al contrario, eran sencillos y sinceros.

No podía comprender por qué la cultura y la educación falsificaban al hombre, mientras el analfabetismo daba buenos resultados. Viajando en tren hacia Varsovia, en circunstancias extrañas y dramáticas, se le vino a la cabeza una idea que, por lo menos en parte, le pudo aclarar este enigma. En la estación siguiente a la de su ingreso al tren subió uno de sus tíos y se sentó junto a él. Era un hombre mayor, terrateniente, tirador excelente y apasionado por la caza.
De repente miró a su alrededor: –Salgan, por favor. La gente observó que estaba armando un revolver, y otra vez con tono firme pero sin levantar la voz : –Salgan, por favor. El compartimento se vació en un santiamén, entonces el tío le guiñó un ojo: –Por fin, un poco más de espacio. Había tanta gente que no sabía lo que decía. Ando mal de los nervios, no puedo dormir, voy a Varsovia a ver si allí mejoro.

Gombrowicz se dio cuenta que se había vuelto loco, que dispararía si lo provocaban, tuvo que convencerlo al guarda del tren de que podía controlarlo hasta que llegaran a Varsovia: –Es terrible que todo terrateniente tenga que ser un excéntrico y haya de comportarse como si estuviera chiflado; –¿Tú crees?, pero sí, es verdad, lo he observado, se han vuelto tan extravagantes que da vergüenza, serán sus fortunas que se le han subido a la cabeza; –Sabes tío, yo tengo una teoría. La gente sencilla vive una vida natural, sus necesidades son elementales y por lo tanto sus valores son verdaderos; –¡Qué cosas dices!; –Para un hombre rico, en cambio, el pan, por ejemplo, no es un valor porque está saciado de pan. Un hombre rico no tiene que luchar para vivir, entonces inventa necesidades artificiales, es decir, falsas: el cigarrillo, la elegancia, la genealogía, los galgos, por eso son excéntricos y no encuentran el tono adecuado.

Con esta explicación que le dio al tío no sólo resolvió el enigma de la educación y el analfabetismo, sino que también dio una clase familiar de lo que el marxismo llama la dialéctica de las necesidades y los valores. La idea sobre lo artificioso de la forma de las clases superiores iba a ser uno de los puntos de partida de su trabajo artístico.
“Cuando, transcurridos una decena de años, le conté a Wladyslaw Broniewski en el café Ziemianska, cómo por miedo a un revólver cargado llegué a concebir una de las tesis fundamentales del marxismo, se me echó encima acusándome de fabulador”
Wladyslaw Broniewski, ese poeta de izquierdas que ponía en su lugar a Gombrowicz en el café Ziemianska, después de la guerra se convirtió en uno de los máximos exponentes de la literatura del régimen comunista.

Combatió en las Legiones Polacas bajo el mando del mariscal Pilsudski contra el ejército bolchevique en la batalla de Varsovia, y a las órdenes del general Anders en las batallas que se libraron en Francia. Comenzó a publicar sus poemas revolucionarios en Wiadomosci Litrackie.
La simplicidad de los versos de Broniewski, junto con su retórica revolucionaria y lírica, hizo de su poesía un acontecimiento popular, no sólo para los críticos literarios, sino también para el pueblo polaco, que encontró en él un portavoz de muchos de sus problemas sociales y sentimientos patrióticos. En los años 50 se intentó, por motivos políticos, cambiar el himno de Polonia, pero el poeta Wladyslaw Broniewski, al cual se le propuso escribir la letra, se opuso rotundamente a esta idea.

Las discusiones que Gombrowicz mantenía con su madre lo iniciaron en las burlas a unos principios morales y a un estilo demasiado rígidos. Marcelina Antonina participaba de la vida social, durante un tiempo presidió la Asociación de Mujeres Terratenientes, una institución terriblemente devota que se caracterizaba por una incurable grandilocuencia de estilo.
Gombrowicz experimentaba un salvaje placer haciendo caer esos altos vuelos del cielo a la tierra, más aún, le gustaba escuchar detrás de la puerta el contenido de esas sesiones para obtener material satírico. La nobleza terrateniente vivía una vida fácil y no conocía la lucha esencial por la existencia y sus valores. Jan Onufry, su padre, sólo muy de vez en cuando se daba cuenta de lo anormal de su situación social.

Para él un lacayo era algo absolutamente natural, se comportaba como un señor, relajadamente, con gran desenvoltura. Su madre también aceptaba su posición social como algo completamente lógico, pertenecía a una generación que no había experimentado lo que Hegel llama mala conciencia.. Pero la generación joven empezó a sentir el peso de este problema.
“De todos los ambientes, estilos y espíritus moribundos el que agonizaba con más suntuosidad en Polonia era el estilo de los terratenientes, el espíritu de la nobleza. Fue un espíritu imponente, formado por la tradición, pulido por la literatura, representante de casi todas las facetas de lo polaco y que, en la víspera de su descalabro, aún gobernaba en el país (...)”

“¡Qué espectáculo daban los hidalgüelos bonachones y afables, corpulentos y cerrados de mollera, cuando todo empezó a fundírsele entre las manos y tuvieron que enfrentarse con la modernidad armados nada más con un puñado de perogrulladas prestadas de Sienkiewicz! Un exquisito bocado para un joven sádico... me dediqué enseguida a practicar la provocación en diversas mansiones grandes y pequeñas de las regiones de Sandomierz y Radom”
Con el material satírico que sacaba de las reuniones de la madre escuchando detrás de la puerta más algunas otras ocurrencias, entre las que se encontraban las conversaciones que mantenía con Wladyslaw Broniewski, Gombrowicz ajusta las cuentas con su familia y con su clase social provocando un verdadero descalabro en el final de “Ferdydurke”.

La fraternización entre el señorito y el peón va descomponiendo poco a poco las formas del señorío a pesar de los esfuerzos que hace el tío por encontrarle alguna analogía a esa aparente perversión sexual con la conducta del príncipe Severino a quien también le gustaba de vez en cuando. Después de que el peón rompe la bisagra mística con un soberbio cachetazo que le da al señor en medio de la facha, la servidumbre y el pueblo asaltan la casa señorial mientras el protagonista intenta raptar a su prima de un modo maduro y noble.
El deseo del señorito de entrar en contacto con un peón de la casa de campo de los tíos de Kowalski empieza a descomponer el estilo de los terratenientes. El tono altanero y aristocrático del tío tenía sus raíces en un fondo plebeyo, y era de la plebe de donde obtenía sus jugos.

Vivían un sistema según el cual la mano del amo quedaba al nivel del rostro del criado, y el pie del señor llegaba hasta el medio del cuerpo del campesino. Se trataba de un ley eterna, un canon, un orden. Después de que Kowalski le da un sopapo en la cara al peón y el peón le da otro al señorito a su pedido, se empiezan a producir acontecimientos irregulares que provocan la confusión de los roles.
Kowalski descubre que el misterio del caserón campestre de la nobleza rural es la propia servidumbre. El comportamiento de los tíos quería distinguirse justamente de la servidumbre, estaba concebido contra la servidumbre para conservar el hábito señorial. El orgulloso señorío racial del tío crecía directamente del subsuelo plebeyo. Sólo a través de la servidumbre se puede comprender la médula misma de la nobleza rural.

El hecho perverso de que el sirvientito pegara con su mano en la cara del señorito, un huesped de señores y un señor, tenía que provocar consecuencias también perversas. “Oí todavía el chillar de Alfredo y el chillar del tío, parecía que los tomaban de algún modo entre sí y empezaban con ellos lerda e indolentemente, pero ya no veía por la oscuridad... Salté detrás de la cortina. ¡La tía! ¡La tía! Recordé a la tía. Corrí descalzo al fumoir, atrapé a la tía que, sobre el canapé, trataba de no existir y ¡a tirarla, a empujarla en el montón! para que se mezclara con el montón. –Niño, niño, ¿qué haces? –suplicaba y pataleaba y me convidaba con bombones, pero yo justamente como niño tiro y tiro, tiro al montón a la tía, ya la tienen, ya la agarran. ¡Ya la tía en el montón! ¡Ya en el montón!”



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