jueves, 23 de julio de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y STEFAN ZEROMSKI


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y STEFAN ZEROMSKI

Los caminos que hay que seguir para llegar a ser un escritor connotado son misteriosos. A los ocho años, Gombrowicz, para escabullirse del hermano mayor que le quería pegar, usaba la táctica del pájaro cucú. Se escondía detrás de un arbusto y salía gritando: –¡Chiflado! Cuando el hermano empezaba a correr en esa dirección, Gombrowicz, que ya se había escondido detrás de otro arbusto, salía y le gritaba: –¡Bestia!
A estas aventuras infantiles le siguieron las del colegio en el que, por una cosa o por la otra, también era corrido, y así llegó el tiempo de la Universidad.
“Finalmente escogí la Facultad más cómoda y atrayente para los holgazanes: la Facultad de Derecho.. En el otoño comencé a asistir a las clases de derecho romano. Pero pronto dejé de asomarme por la Universidad (...)”

“El derecho resultó ser un aburrimiento insufrible y mis compañeros de curso tampoco se mostraron demasiado interesantes. Cuando leo en los diarios de Zeromski sus años universitarios saturados de colorido, ricos en amistades, política, sueños, poesía y declamación, llenos de lo que él denomina ‘la genial charlatanería estudiantil’ le tengo envidia, ya que a mí el destino me escatimó ese entusiasmo (...)”
“Es curioso: aunque Stefan Zeromski alcanzó muy pronto la madurez y a la edad de los veintitantos años ya tenía barba y había destrozado unos cuantos corazones, sin hablar de experiencias de otra naturaleza, yo, por el contrario, con el aspecto de un mocoso y de un hijo mimado de mamá en comparación con él, fui, de alguna manera, mucho más maduro (...)”

“Mi madurez se manifestaba en la convicción de que ‘la vida es la vida’, como solían decir mis tíos del campo, y ninguna reforma, acción, levantamiento, lucha, daría una pizca más de razón a mis colegas y no transformarían el mundo en un paraíso. Era realista hasta la médula y sentía aversión por toda clase de ilusiones, trivialidades y teorías escritas. Odiaba el entusiasmo”
Condicionado social y políticamente por un período particularmente conflictivo en la historia de Polonia, Stefan Zeromski, escritor muy comprometido con los movimientos libertarios y patrióticos polacos de finales del siglo XIX y principios del XX, dedicó gran parte de su esfuerzo literario a defender un punto de vista nacionalista, exaltando la conciencia nacional polaca y el patriotismo.

“Cenizas” es una novela de Zeromski dedicada a narrar la historia de los soldados polacos que lucharon y murieron como miembros de la Grande Armée durante las campañas napoleónicas. Los protagonistas, dos oficiales de la entonces inexistente Polonia, recorren la Europa destrozada por la ambición del corso y en su peripecia aparece la carga de la caballería polaca contra las fuerzas españolas en Somosierra en el momento en que Napoleón se dirige hacia Madrid.
Cuando después de varios intentos los franceses entran en Zaragoza, convertida en despojo humeante y ruinoso, los dos polacos resumen el cansancio del empeño en una amarga reflexión: “¿Qué hacemos nosotros aquí, luchando contra la libertad de los españoles cuando lo que tendríamos que hacer es batallar para obtener la nuestra, la de Polonia, la de todos nuestros compatriotas?”

Su objetivo de libertad e independencia para Polonia marcó la literatura de Zeromski, tanto para señalar virtudes como defectos; incluso la enorme contradicción de aquellos patriotas polacos que, creyendo defender el ideal de libertad, contribuyeron, junto a Napoleón, a sojuzgar a un pueblo, el español, que luchaba por defender los mismos ideales.
“Zeromski fue seguramente más profundo y más sublime que Sienkiewicz. Pero tiene un defecto, o quizás se trata más bien de una flauta hecha de dos materiales de calidades diferentes: no suena limpio (...) En Zeromski, el modo de sentir el amor es definitivo y trágico, mientras que el modo de sentir la patria es secundario y más bien didáctico, El Zeromski que destila los elixires del amor aparece desnudo, y el Zeromski patriota, aunque todo corazón y todo conciencia, es un ciudadano y un ‘escritor polaco’ (...)”

“Zeromski, que no tenía nada de novelista y en cambio lo tenía todo de poeta, se puso a escribir novelas de temas sociales, que eran, cuanto menos, extraños a su naturaleza (...) El destino lo había situado en las regiones del sexo y del amor pero, poco a poco, a medida que iba adquiriendo madurez intelectual, aumentaba la presión de otras cuestiones relacionadas con Polonia, con el pueblo, con la injusticia y con los agravios, y la conciencia empezó a atormentarlo (...)”
“Es sabido que el arte requiere frialdad; el artista se expresa con tanto más acierto y tanto más fuerza cuanto menos vinculado sentimentalmente está con el tema, el artista tiene que ver objetivamente lo que ha de ver, de modo que no puede estar interesado en ello (...)”

“Y de entre todos los sentimientos, el que más esclaviza es el respeto; el artista tiene que dominar el tema y, es más, tiene que deleitarse con él (...) Pero la conciencia no le permitía a Zeromski tratar la materia social en forma creativa y soberana. De este modo, el respeto y el amor debilitaron su mano, no se atrevió a ser suficientemente sensual, se volvió modesto, sumiso, serio y responsable, ni hablar de divertirse o de sentir emoción por su propia madre (...)”
“Es así como esos contenidos respetables irrumpieron en su arte y en su personalidad, sin estar digeridos ni destilados previamente. No alcanzó a llevar en la sangre todo aquello que trataba con tanto respeto, y ese amante no poseyó a Polonia, la respetaba demasiado. No supo poner de acuerdo su misión social con su instinto”

Gombrowicz siguió otro camino, bastante distinto al de Zeromski. Pensaba en los roles que podía desempeñar y que no le resultaban inaccesibles: abogado, juez, comerciante, profesor, filósofo, artista, lugareño..., pero ninguno le gustaba demasiado. A pesar de la confusión que tenía en la cabeza y de que la actividad de escribir no estaba bien vista entre los miembros de su familia, poco a poco se fue convirtiendo en un escritor, apuntando siempre al mismo norte: “la vida es la vida”..
Había una paradoja, sin embargo, en esa convicción de sus tíos del campo, que despertaba la perplejidad de Gombrowicz. Si sus acciones iban a influir en el futuro, era responsable, por lo menos en parte, de lo que ocurría en el mundo. Pero si su propia vida estaba regida por circunstancias que escapaban a su control, entonces no era responsable de sus acciones.

Y esta paradoja ya nos lleva de la mano, porque una cosa que siempre le anduvo dando vueltas en la cabeza a Gombrowicz era saber cuánto de loco estaba. En la vida corriente no era tan extravagante ni tan loco como en la literatura, pero él quería experimentar en su gran laboratorio, sacar consecuencias formales extremas de las ligeras alteraciones que sufría su imaginación.
Gombrowicz no soportaba el compromiso y la responsabilidad que habían desviado de su camino a Zeromski, los consideraba una enfermedad que producía una deformación en el hombre, era una carga muy pesada para la naturaleza humana. La idea de una conciencia cada vez más profunda para alcanzar la existencia auténtica debía conducir a la locura.

El compromiso y la responsabilidad tientan al hombre a resolver con su propia cabeza los problemas del mundo, una tentación que, por lo general, produce resultados catastróficos. Gombrowicz se presenta como un paseante pequeño burgués que sólo por azar y jugueteando se pone en contacto con causas supremas y poderosas. Él es un representante ejemplar de una vida que huye del compromiso y la responsabilidad, su metafísica intenta soportar a todos los hombres, en cualquier escala, en cualquier nivel, una metafísica que abarque todos los tipos de existencia, tan irresistible arriba como abajo. De este rechazo que hace Gombrowicz del compromiso y la responsabilidad excesivos nacen algunos reproches que se le hacen a su falta de sinceridad y a su histrionismo, pero hay que recordar que la literatura es escurridiza y lo obliga al escritor a rebotar con las paredes del lenguaje y del objeto.

El bufón que todos llevamos dentro nos habla muy claramente de las ganas que tenemos de divertirnos y del deseo de una mayor flexibilidad y de una forma menos definida. Si alguna cosa en el mundo, sea la cosa fuere, no le permite al hombre pensar y sentir libremente, puede que no alcance para volverlo loco, pero lo pone en el camino de la locura. Al reflexionar sobre sus numerosas angustias Gombrowicz llega a la conclusión de que los tormentos se le aparecen con un aspecto insignificante e inocente.
“Me puedo imaginar la guerra como el sabor de un té de anteayer o como un forúnculo en un dedo o como las tinieblas. Semejante visión corroe el valor de los tormentos como los gusanos corroen la madera. ¿Qué tienen en común el miedo y la inocencia? Y sin embargo, el colmo del terror es para mí algo tan puro como... el colmo de la inocencia”



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