martes, 7 de julio de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y EDUARDO MALLEA


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y EDUARDO MALLEA

La traducción de “Ferdydurke” había llegado a su fin, el próximo paso era publicar el libro, tarea a la que se abocaron inmediatamente Virgilio Piñera y Gombrowicz, empezaron a buscar editoriales de día y de noche.
“Como se dice, tocamos a muchas puertas, siempre con resultado negativo, ‘Ferdydurke’ no era un libro fácil, y su autor prácticamente desconocido en el país; para colmo de males, París o Londres no conocían a Gombrowicz, extremo éste de gran importancia para un editor.. Por fin, toqué a la puerta más inesperada, ‘Argos’, una editorial recién fundada. Para sorpresa mía el libro fue aceptado”
“Ferdydurke” se publicó cuando Gombrowicz ya tenía ocho años de Argentina, un tiempo que le había resultado más que suficiente para sembrar y cosechar algunas enemistades.

“Cuando Gombrowicz comenzó a conocer escritores e intelectuales, se constataron dos tipos de reacciones: unos decían que era un snob, un extravagante, y nada más. Otros, como Mastronardi, se interesaban por él de un modo más serio. Tomemos el ejemplo del escritor Eduardo Mallea, que era director de ‘La Nación’ (...)”
“Se trataba de una autoridad, un auténtico personaje aristocrático, que vivía en el Barrio Norte, gran amigo de Victoria Ocampo, colaborador de la revista ‘Sur’, serio y al mismo tiempo accesible, liberal, caballero. Fue él quien hizo publicar artículos de Gombrowicz en ‘La Nación’. Era generoso y apoyaba a los jóvenes talentos. Pero había que esforzarse para adaptarse a él. Gombrowicz era incapaz de hacerlo y enseguida se cerraba las puertas que gente importante, como Mallea, le abrían”

Algo debió ocurrir con Eduardo Mallea, en aquel tiempo creador y director de colecciones en la editorial ‘Emecé’, pues pasó por alto una carta conmovedora que le había escrito Gombrowicz.
“Muy estimado señor Mallea. No sé, francamente, si no estoy abusando de sus limitadas fuerzas y, en este caso, le ruego que me perdone. Ocurre que, con la ayuda de un Comité de Traducción formado por cinco literatos criollos y una veintena de colaboradores entre los aficionados, logré traducir ‘Ferdydurke’ en castellano. El libro ya está aceptado por la editorial ‘Argos’, pero allá habrá que esperar más de un año antes de que se publique, lo que me desespera pues toda mi situación personal está pendiente de esta publicación (...)”

“Por varias razones tengo un interés enorme en que el libro sea publicado a más tardar en febrero o marzo del año próximo. Sé que ‘Emecé’ podría hacerlo y por eso me dirijo a usted. Me baso en el hecho de que, en Polonia, muchas personas muy conocedoras de la literatura predecían a ‘Ferdydurke’ una gran carrera internacional y en que aquí, en la Argentina, también tengo lectores que demuestran un verdadero entusiasmo por este libro, colocándolo a la par de las mejores obras contemporáneas. Declaro no tener la menor idea de si se trata de un libro grande o regular nomás, pero en todo caso me arriesgo a mandárselo a usted. Conozco su pasión por la literatura y estoy seguro de que, si usted llegara a la conclusión de que en realidad ‘Ferdydurke’ tiene valor, me prestaría su apoyo para que ‘Emecé’ le diera la prioridad, apoyo que, por otra parte, en verdad necesito, pues confieso hundirme de modo suave, pero seguro, en ese mundo de la eterna postergación. Con la editorial ‘Argos’ todavía no estoy comprometido. Con mis mejores votos...”

Eduardo Mallea, descendiente de Faustino Sarmiento, fue escritor, diplomático y director, durante muchos años, del suplemento literario del diario “La Nación”. Más allá de los diferentes rostros e imágenes que suscitan al lector, los actores sociales que aparecen en los relatos de Mallea, manifiestan caracteres, personalidades y modos de ser parecidos. Casi todos ellos son seres solitarios, introspectivos, taciturnos, con escasa capacidad para la comunicación fluida con los otros.
“Debió sentir cierta afinidad con aquellos hombres de letras que trataron de utilizar el fenómeno del lenguaje no sólo como medio de comunicación o adorno descriptivo, sino como una fuerza vital y creadora que pudiera integrarse funcionalmente con la materia tratada”

Este hombre de letras aristocrático, amigo de Victoria Ocampo y colaborador de la revista ‘Sur’, no las tenía todas consigo, el Asiriobabilónico se había ocupado de su manera de escribir en forma despectiva.
“Sí, los títulos de los libros de Mallea son buenos –‘Todo verdor perecerá’, ‘La ciudad junto al río inmóvil’, ...–, lástima que después escribía los libros”
El desaire que le hizo Mallea a la carta de Gombrowicz merecía su castigo, algo que ocurre un lustro después según nos lo hace saber con claridad meridiana el Vate Marxista.
“En el ‘Transatlántico’ de Gombrowicz hay una escena memorable. Se trata de una especie de payada sarcástica entre un oscuro escritor polaco, llamado por supuesto ‘Gombrowicz’, y un escritor argentino en el que se identifican fácilmente los rastros de Eduardo Mallea, el novelista argentino por excelencia en esos años (...)”

“Este ‘Mallea’ posa de refinado y erudito y se pasea por el infierno de las influencias: cada vez que ‘Gombrowicz’ habla le hace ver que todo lo que dice ya ha sido dicho por otro. Lo despojan de su originalidad y este europeo aristocrático y vanguardista se ve empujado casi sin darse cuenta al lugar de la barbarie. A partir de ahí la política de ‘Gombrowicz’ en este duelo será la táctica de la ironía salvaje y del malón hermético: actúa como uno hubiera esperado que actuaran los ranqueles en el libro de Mansilla”
Hay cuatro cuestiones que interesan mucho a los lectores de Gombrowicz: saber qué quiere decir la palabra Ferdydurke; saber qué era lo más importante para Gombrowicz cuando se murió; saber qué obra era la más grande. Se podría agregar un cuarto asunto, pero éste sólo es interesante para algunos especialistas argentinos: saber si el escritor vestido de negro de “Transatlántico” es Mallea o Borges.

“Transatlántico” es, efectivamente la obra polaca más argentina de Gombrowicz, ya tenía encima más de la mitad del tiempo que vivió en Argentina, y no pudo ni quiso sustraerse a su influencia. Hay en esta novela un ambiente en el que aparecen en una misma escena, el estilo intelectual imperante por Buenos Aires en esa época, y un puto millonario. Es probable que el escritor vestido de negro fuera una mezcla de Mallea con Borges, y el puto millonario, una mezcla del mismo Gombrowicz, por lo de puto, con Manuel Mujica Láinez, por lo de puto y millonario.
“Borges me refiere: ‘Durante la comida, continuamente Manuel Mujica Láinez venía de su asiento a nuestra parte de la mesa. El propósito de estos viajes, que Mujica no ocultó, era tocar la nuca de un muchacho que lo emocionaba. ‘Se parece a Belgrano’, exclamó Mujica Láinez. ‘¿Usted, Manucho, admira a Belgrano?’, preguntó Wally Zenner. ‘¿Cómo no voy a admirarlo?, con esos muslos y con esas caderas’ (...)”
La primera consecuencia de la presentación que hace Gombrowicz en la embajada de Polonia, fue que lo invitaron a una recepción en la casa de un pintor a la que iban a asistir los escritores y artistas locales. Tenía una gran seguridad en su maestría y sabía que como maestro lograría superar y dominar a todos los demás.
Cuando llegó a la casa del pintor sus compatriotas lo alabaron y lo glorificaron, mientras el consejero de la embajada lo presentaba y ensalzaba como el gran maestro y genio polaco Gombrowicz, pero nadie le llevaba el apunte, entonces el consejero lo empezó a tratar de comemierda y le exigió que hiciera algo para no avergonzarlos. Entró un hombre vestido de negro, una persona muy importante, un gran escritor, un maestro.

Llevaba en los bolsillos una cantidad inconcebible de papeles que perdía a cada momento, debajo del brazo llevaba también algunos libros y se volvía a cada rato inteligentemente más inteligente. Los compatriotas de Gombrowicz lo empezaron a azuzar para que mordiera al hombre de negro, que si no lo hacía lo iban a tratar de comemierda y lo iban a morder.
Entonces Gombrowicz le habló a una de las personas que tenía más cercanas en voz bastante alta para que lo escuchara el hombre de negro, incitándolo a que le respondiera y satisfacer así a sus compatriotas.
“No me gusta la mantequilla demasiado mantecosa, ni los fideos demasiado fideosos, ni la sémola demasiado semolosa, ni los cereales demasiado cerealientos”

El hombre de negro le respondió que la idea era interesante pero no nueva, que ya Sartorio la había expresado en sus “Eglogas”, y cuando Gombrowicz le manifestó que no le importaba un comino lo que decía Sartorio sino lo que decía él, el que hablaba, el gran escritor le contestó entonces que esa idea tampoco era nada mala pero que existía un pequeño problema, ya había dicho algo parecido Madame de Lespinnase en sus “Cartas”.
Gombrowicz perdió el aliento, aquel canalla lo había dejado sin palabras, entonces empezó a caminar y a caminar, y cada vez caminaba con más furia, sus compatriotas estaban rojos de vergüenza y el resto de la concurrencia estaba blanco de ira. Pero alguien comenzó a caminar con él, era un hombre alto, moreno, de rostro noble.

Sin embargo, sus labios eran rojos, estaban pintados de rojo. Huyó como si lo persiguiera el diablo. El moreno lo siguió, era muy rico, vivía en un palacio, se levantaba al mediodía para tomar café y luego salía a la calle y caminaba en busca de muchachos; aunque vivía en una mansión simulaba ser su propio lacayo, tenía miedo que le pegaran o que lo asesinaran para sacarle la plata.


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