martes, 9 de junio de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y HELENA ZAWADZKA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y HELENA ZAWADZKA

La relación que Gombrowicz tenía con las mu-jeres es un campo fértil para el psicologismo. ¿Las despreciaba? No, pero no sabía muy bien lo que significaban para él. Se le aparecen con faldas, pelo largo y una voz un poco más aguda, y como un ser que aparenta cultivar la juventud. Pero los conflictos que Gombrowicz mantenía con las mujeres a veces excedían la naturaleza del género femenino, se referían más bien a cuestiones intelectuales.
La señora Swinarska había llegado de Polonia a Berlín para mantener un charla con Gombrowicz, un encuentro que la señora estimula regalándole una rosa. Le dice que ella conoce mejor la psicología alemana porque había sufrido a los alemanes en la propia piel cuando realizaban su tarea sangrienta, mientras él había estado en la Argentina a miles de kilómetros de distancia.

La conversación se encrespa y termina mal, la cosa es que unas semanas después aparece un artículo de esa señora en una revista polaca titulado: “Sobre la distancia, o una conversación con el maestro”. Esto lo hace sin el permiso de Gombrowicz que no la había autorizado a que publicara una conversación que había adquirido un carácter poco constructivo.
“Dígame, ¿por qué yo sé escribir como escribo?; –Porque usted tiene talento; –¡Talento! ¡No tengo talento, sino conciencia! ¿Comprende usted? Conciencia. Porque yo sé lo que los demás ignoran. ¡Porque sé abarcarlo todo! Sabe usted, yo aquí tengo una beca de la Fundación Ford de mil doscientos dólares. Y no pago nada por el alojamiento, porque soy un invitado del senado de Berlín. España es un país barato (...)”

“Me compraré allí una casita; –Y a cambio de esa beca, ¿usted está obligado a escribir?; –¿Obligado? No. Es una beca en reconocimiento a los méritos de un escritor (...) Vosotros los polacos presumís continuamente y sin modestia de los cinco millones de muertos. Se ve que sobre la ocupación nazi no tenéis nada más que decir... Los polacos son unos nacionalistas provincianos... Sólo en Polonia se cuentan las barbaridades que se cometieron durante la guerra...”
Según lo aclara Gombrowicz en los diarios la conversación había sido tergiversada, pero no demasiado tregiversada, así que los polacos se enfurecieron.
“La forma más común del egoísmo humano es cerrar lo ojos a la desgracia ajena para no enturbiar el goce de todos los placeres y encantos de la vida...¡Usted no merece el nombre de escritor! (...)”

“Quien muestra una actitud tan cínica hacia el martirio de millones de sus compatriotas... es un hombre carente de toda conciencia y sentido moral”
Gombrowicz manda una nota de descargo a la revista que había publicado el artículo de la señora Swinarska, pero aparece en la revista mucho tiempo después, cuando el asunto estaba olvidado.
“Ni en el más negro de mis sueños habría podido tener la miserable intención de justificar, o ni tan sólo minimizar, los crímenes cometidos por los nazis en Polonia, que condeno de la manera más enérgica junto a toda la gente honesta del mundo entero. No pueden haber a este respecto ni la más mínima duda, ya que en diversas ocasiones me he pronunciado sobre este tema en mi ‘Diario’. Siento un profundo respeto por los indescriptibles sufrimientos de los polacos durante la última guerra”

El conflicto que Gombrowicz mantuvo en Berlín con la señora Swinarska duró nada más que unas horas, el que mantuvo con Helena Zawadzka, la secretaria del presidente del Banco Polaco, duró siete años, y más aún, tenía muy presente a esa señora cuando escribió “Cosmos”, mucho tiempo después de haber renunciado al banco. Leon contaba en esa novela, que se llevaba muy mal con la secretaria del presidente del banco, que esa arpía lo acusaba de escupir en el cesto de basura.
Esta historia novelada del dueño de la posada de “Cosmos”es la misma que la historia real de Gombrowicz con la secretaria de Juliusz Nowinski, el presidente del Banco Polaco. En los primeros ocho años de Argentina Gombrowicz fue un bohemio que vivió en la miseria, en los ocho años siguientes fue un empleado de oficina.

Ese hijo de una familia noble que no había trabajado en los últimos cuatrocientos años fue arrastrado al trabajo por el hambre. El transcurso de las horas en el empleo alcanzó en Gombrowicz una dimensión metafísica. Todas las horas eran terribles para este bancario ilustre, las más singulares, la de entrada y la de salida. Como no soportaba al banco ni a nada de lo que ocurriera dentro de él, el tiempo no le pasaba nunca.
Para mitigar la angustia se imaginaba un viaje a Mar del Plata, a determinada hora calculaba que estaba promediando el viaje, más o menos había llegado a Maipú, ya más cerca del destino final y, en su caso, de la salida del banco. Claro que esta tortura la compartía con otros empleados de oficina, inútiles como él, que tenían poco para hacer, pero la tragedia de Gombrowicz era mucho mayor.

Mientras fingía que trabajaba en la oficina empezó a construirse un pasado familiar dibujando su árbol genealógico en sus horas de ocio, necesitaba esclarecer su pertenencia a una familia de linaje noble. Comenzó haciendo pequeños trabajos de secretario, luego Nowinski le dio permiso para escribir sus cosas en la oficina. Se aprovechó de la situación y se paseaba en forma arrogante delante de los otros empleados fumando nerviosamente en busca de inspiración.
Así escribió “Transatlántico”, también componía poesías festivas que circulaban de despacho en despacho, y hablaba por teléfono en voz alta para pavonearse: –Prepárame por favor una cuajada, sobre todo, nada de caviar rojo, quiero estar a la derecha del príncipe.

Helena Zawadzka, la secretaria de Nowinski, le llevaba alcahueterías: –Ha vuelto a llegar tarde y se viste como un puerco; pone las piernas sobre el escritorio y escupe las semillas de las naranjas en el canasto de papeles; le faltan botones en la camisa, se queda dormido en la silla, además, podría escribir, aunque sea una vez, algo que tenga algún sentido.
“Ante mí, nada, ninguna esperanza. Para mí todo ha terminado, nada quiere comenzar. ¿Mi balance? Después de tantos años, llenos a pesar de todo de esfuerzo intenso y de trabajo, ¿quién soy? Un empleadillo, asesinado por siete horas pasadas diariamente ocupándome de papelejos, estrangulado en todas sus empresas de escritor. Nada, no puedo escribir nada aparte de este Diario”

Mientras trabajó en el Banco Polaco tuvo servicios sociales a precios módicos, sin embargo, acostumbraba a pagarle a sus médicos con libros dedicados. También disponía de alojamiento en casas de vacaciones que el banco tenía disponibles en Mar del Plata y Córdoba a la mitad del costo, donde Gombrowicz pasó varias temporadas. Cobraba horas extras, un sueldo mensual suplementario, componía poesías festivas, escribió los diarios y todo el “Transatlántico” en la oficina.
Helena Zawadzka cuenta que Gombrowicz no se fue del banco para recuperar el tiempo que le robaba a su actividad de escritor, sino porque se lo estaban vendiendo a accionistas argentinos que no hubieran tenido con él las mismas consideraciones que había tenido Nowinski.

“En el banco nadie creía en él salvo Kaminski, él fue su mejor aliado y, prácticamente, único (...) Kaminski era inteligente y poliglota, hablaba de filosofía y de música. Witold lo quería a Kaminski y a menudo discutía con él. Conversaban frecuentemente de Chopin...”
Gombrowicz se despide del amigo Kaminski en el “Diario” de una manera sincera.
“Durante varios años he pasado con el señor Kaminski siete largas horas al día en la misma habitación. Era mi compañero de trabajo, un empleado como yo, y terminó por resultarme simpático... El viernes pasado me despedí de él como de costumbre, pero el lunes siguiente por la mañana no apareció por la oficina. Desaparecido, es decir, muerto. Muerto tan bruscamente y desaparecido tan por completo como si una mano lo hubiera llevado de entre nosotros. Lo vi por última vez en el ataúd, donde tenía aire de importancia. Una impresión penosa”


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