GOMBROWICZIDAS
Gombrowicz desmontó buena parte de las posiciones de la cultura de las formas en sus diarios y buena parte de las posiciones de la cultura literaria en su creación artística echando mano a su conciencia y a su inmadurez. Empecemos por decir entonces que no tenía una visión del mundo predeterminada cuando empezaba a escribir y que, mientras escribía, poco a poco esa visión se la iba formando dándose la cabeza contra la pared pues en el acto mismo de la creación debía utilizar materiales, digámoslo así, que le venían dados siendo el leguaje el más importante. Y éste no es un problema menor ya que nadie podría, pongamos por caso, construir un edificio transparente si sólo dispusiera de ladrillos opacos. Los estilos y las formas están hechos y sólo nos resulta posible expresarnos a través de ellos, esto es así para Gombrowicz y para cualquier otro hombre que utilice la palabra como un medio artístico de expresión.
La visión del mundo es pues un producto social que le viene dado al hombre desde el pasado a caballo de la historia, y tiene éxito en la medida que no la pongamos en tela de juicio. Esto ocurre cuando no somos conscientes de cómo esa visión del mundo afecta nuestra forma de hacer las cosas y de percibir la realidad. La visión del mundo es entonces un marco de referencia interhumano y, de la misma manera que nos pasa con la forma, no es nuestra. Son las representaciones de ideas, valores, ideologías y creencias que le fueron impuestas durante siglos a la humanidad y que, a juicio de Gombrowicz, nos deforman.
Él se ocupó de destruir su visión del mundo, una visión del mundo que, por otra parte, no era suya, y no de crear una visión del mundo nueva, pues ningún hombre individualmente, por más genial que sea, puede emprender una empresa semejante, a excepción de los profetas.
Más que la consecuencia de una visión del mundo, sea ésta a priori o a posteriori, su obra es el resultado del esfuerzo consciente que realiza para organizar el caos inicial de una narración que le rebota como una pelota contra las paredes del leguaje y que constantemente es absorbida por estilos y obsesiones que le viene dados por la herencia, por la tradición y por la cultura.
Pero su idea sobre la forma lo pone a Gombrowicz en el andarivel de las profecías y el porvenir o, mejor dicho, del deseo que él tenía de ponerse en contacto con ellos para convertirse en un profeta. Sólo un profeta puede emprender la gigantesca tarea de crear una nueva visión del mundo quedando para los genios la responsabilidad de destruir la visión anterior pues los genios son conscientes de cómo la visión del mundo afecta nuestra manera de hacer las cosas y percibir la realidad.
La forma es la dirección que toma Gombrowicz para vislumbrar el rostro del porvenir, entonces se empieza a preguntar si los demás caminarán también en esa dirección. La forma es autónoma y disponible, creadora y perversa, analítica y sintética; si en el futuro se difunde esta noción de la forma es posible que la obra de Gombrowicz produzca escalofríos, y de esto depende el porvenir de su literatura. La crisis de las ideologías y el interés cada vez mayor por la forma en las más recientes tendencias del arte pareciera que le dan la razón a Gombrowicz, pero con esto no basta, es necesario que el formalismo creciente sea compensado por el humanismo, y en esto las cosas no van tan bien que digamos.
El problema de la forma está presente en toda la obra de Gombrowicz, él mismo se encarga de recordárnoslo de todas las maneras posibles.
En uno de los primeros intentos que hizo en los diarios, al que podríamos considerar al margen de la literatura, se las arregla para desvincular a la forma de sus ataduras y darle vida propia echando mano a Creta.
Todo ocurre un día en que va almorzar a la casa de un ingeniero que tiene una industria en la localidad de Acassuso. A medida que ponía atención se iba dando cuenta que la casa, la mesa del comedor y los platos eran demasiado renacentistas, mientras la conversación se centraba también en el Renacimiento, una adoración por Grecia, Roma, la belleza desnuda y la llamada del cuerpo. La conversación giró alrededor de una columna de Creta, y a Gombrowicz se le pegó el cretino, leitmotive de toda la narración, pero no de una manera renacentista, sino totalmente neoclásica y cretínica. Llegado a este punto le advierte al lector que él sabe que no debería escribir sobre esto.
De vuelta en la ciudad se dirigió al café Rex pero, de repente, desde el café París, le hacen señas unas señoras conocidas que aparentemente estaban sentadas a la mesa comiendo bizcochos que mojan en la crema. Pero era una mistificación, la verdad es que estaban sentadas a un tablero cubierto de esmalte apoyado sobre cuatro barras de hierro torcidas, y la acción de comer consistía en meterse una cosa u otra por un orificio practicado en la cara, al tiempo que sus orejas y sus narices despuntaban. Cháchara va, cháchara viene, Gombrowicz pide disculpas y se marcha alegando falta de tiempo. El hecho de que estuvieran ocurriendo cosas demasiado cretinas como para ser reveladas, era la razón que lo obligaba a relatarlas pues tenían un exceso de cretinismo.
Al salir del café París se dirigió al café Rex. En el camino se le acerca una persona desconocida, le dice que hacía tiempo que quería conocerlo, lo salida, le da las gracias y se va.
Cuando iba a ponerlo de vuelta y media al cretino, se da cuenta que no es cretino, puesto que sólo quería conocerlo y lo había conocido. Se empiezan a encender las luces de la noche, pasan los coches, caminan los transeúntes, mientras tanto Gombrowicz mira las casas. En el balcón de un séptimo piso le están haciendo señas Henryk y su mujer. Él también les hace señas. Henryk y su mujer hablan y hacen señas. Coches, tranvías, gente, bocinazos, Gombrowicz les responde con señas. De pronto repara en que Henryk, más que hacer señas, enseña..., ¿pero qué es lo que enseña? Se está enseñando a sí mismo como si fuera una botella.
"Yo hago señas. De repente ella (pero no, yo no puedo hacer el cretino; sin embargo, si tengo que desenmascarar al Cretino debo hacer el cretino); entonces ella le enseña hasta que él se asoma y ella le enseña con saña (pero qué es lo que enseña?), después de lo cual los dos se ensañan ligeramente, y uno hacia aquí, el otro hacia allá, y, ¡puff!... (¡Esto sí que no puedo decirlo, está por encima de mis fuerzas!)"
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