WITOLD GOMBROWICZ Y LA SOCIOLOGÍA
Gombrowicz intentó desde muy joven penetrar en el núcleo más profundo de la persona y abarcar el conjunto del género humano, pero sin recurrir ni a la psicología ni a la sociología, más bien rechazando este tipo de conocimientos. Cuando escribía “Ivona” se le va poniendo en claro algo referente a este asunto. Es este rechazo sistemático el que lo va poniendo en contacto con la idea de la forma,
“En primer lugar, Ivona procede más de la biología que de la sociología; y en segundo lugar, nace en esa región de mi interior donde me asaltaba la anarquía ilimitada de la forma, de la forma humana, de su desenfreno y de su desvergüenza. Seguía pues estando en mí…, y yo me hallaba dentro”. Siguiendo un camino extraño, al que no fue ajeno su madre, Gombrowicz primero rechazó la sociología y después la psicología.
De naturaleza perezosa y desprovista de sentido práctico en un tiempo en el que había abundancia de criados y de institutrices, el papel de la madre de Gombrowicz se limitaba a darle órdenes al cocinero y al jardinero. Sin embargo, le decía a todo el mundo que la casa estaba a su cargo, que el jardín era una obra de ella, que menos mal que tenía sentido práctico.
Profesaba una gran admiración por todo cuanto ella no era. La fascinaban los médicos eminentes, los profesores, los grandes pensadores y en general las personas serias. Gombrowicz y sus hermanos bien sabían que los libros del filósofo inglés, que fundamentó el proceso social en la lucha por la existencia y la supervivencia del más apto, permanecían en los estantes de la biblioteca con las páginas sin abrir.
Sin embargo, a Marcelina Antonina se le ocurría presentarse de otra manera: –Confieso que pueda parecer un poco extraño, pero tengo una gran debilidad por la filosofía, por el pensamiento riguroso y en ocasiones me deleito leyendo Spencer. Herbert Spencer fue el fundador del darwinismo social y un ilustre positivista. Utilizó en forma sistemática los conceptos de estructura y función.
Concibió a la sociología como un instrumento al servicio de la reforma social. Spencer considera a la evolución natural como la clave de toda la realidad, a partir de cuya ley mecánica y materialista se explican los niveles progresivos de la realidad: la materia, lo biológico, lo psíquico, lo social... Intentó sistematizar todo el conocimiento dentro del marco de la ciencia moderna en términos de evolución.
Este intento lo convirtió en uno de los principales pensadores de fines del siglo XIX. No hay cosa que sea más ajena a Gombrowicz que las ideas de Spencer, el filósofo que subyugaba a Marcelina Antonina. Es fácil ver como se burla de estas ideas en “Ferdydurke”, especialmente con la Juventona. Gombrowicz también deja huellas en los diarios de cuánto lo perturbaba el determinismo evolucionista de Spencer.
La madre fue la primera quimera que Gombrowicz combatió, era para él la representación de la irrealidad, un exceso de irrealidad. Esta caída en la irrealidad en las vísperas de su propia muerte le venía desde la cuna pero, le viniera de donde le viniera, hay que decir que la idea de realidad se escurre entre las manos como una anguila. La realidad se define a veces de modo negativo y a veces de modo positivo.
En el primer caso se afirma que el ser real sólo puede entenderse como un ser contrapuesto al ser aparente, o al ser potencial, o al ser posible. En el segundo caso se afirma que es real sólo lo que existe, y no es real sólo lo que es. La falta de realidad era una espina que se clavó muy pronto en la piel de Gombrowicz, tanto que una buena parte de las historias que cuenta en sus novelas no es real.
Y no sólo no es real porque no relate acontecimientos que hayan ocurrido verdaderamente, sino porque son historias que no pueden ocurrir en el mundo real. Todas sus narraciones tienen elementos fantásticos, y estos productos de la imaginación son los que le hacen posible la actividad de escribir, es decir, el defecto de realidad es entonces el que pone en marcha su obra, pero no su desarrollo y su término.
Todas ellas tienen, como quien diría, una moraleja. Si el defecto de realidad es el motor de su literatura, se podría decir que el exceso de realidad obraría para Gombrowicz como un palo en la rueda. “Mi primera obra que nacía en medio de tantos dolores era muy ramplona. Carecía del precoz talento de Krasinski, quien a la edad de veinte años escribió ‘La no Divina Comedia” (...)”
“Además mi salvajismo espiritual, mi falta de habilidad literaria, todos mis fermentos y rudezas, me privaron incluso de esa fluidez que adquiere con facilidad cualquier joven que se mueve en los ambientes literarios. Leí un fragmento a mi hermano y a mi cuñada cuando vinieron a verme: –¿Qué horror! Tíralo, da asco. No digas a nadie que te has manchado con semejante parida y en el futuro ocúpate de otra cosa (...)”
“Mientras mi cuñada Pifink añadía: –Qué pena que no te hayas dedicado más a la caza. En el fondo sabía que tenían razón. Quemé mi obra y me dediqué de nuevo a la sociología de León Bourgeois”. León Bourgeois, abogado y político francés, fue el padre del solidarismo. Diputado, ministro, senador, presidió la primera sesión de la Sociedad de las Naciones en 1920.
En ese mismo año recibió el premio Nobel de la Paz. Se debe a León Bourgeois una nueva fundamentación de lo moral en el hecho de la solidaridad. Según esta teoría, el hombre depende por entero de la sociedad; de ella viene la civilización que nos impregna por todas partes, sin ella no somos nada. Tenemos frente a ella una deuda que pesa sobre nuestro actuar.
Por esto, la solidaridad domina nuestras actuaciones. Así, el mundo de la actividad humana está sometido a la ley de la solidaridad que expresa la dependencia universal de todo frente a todo. Presionados por esta solidaridad, deudores frente a la sociedad de una deuda que nunca lograremos saldar, debemos consagrarnos por entero al bien social: “el bien moral se identifica con las exigencias de la solidaridad”.
En esta moral no se puede hablar, entonces, de deberes para consigo mismo, y menos de deberes para con Dios; no hay más que deberes para con los demás, y estos deberes se expresan por la solidaridad, que nos hace estar siempre atentos de la repercusión de nuestros actos en la vida colectiva. Esta lectura obligatoria de unos libros de sociología produjo un efecto paradójico en Gombrowicz.
Abrumado seguramente por las concepciones morales de León Bourgeois Gombrowicz se hunde en esa mansión solitaria en unas monstruosidades literarias cuyo primer intento es abortado por su hermano y su cuñada. Sus lecturas de Herbert George Wells también lo llevan a una vía muerta. Se encuentra con una línea de novelistas que exponen una visión realista de la vida.
Estos novelistas mantienen una enérgica creencia en la capacidad del hombre para servirse de la ciencia y de la técnica como medio para mejorar las condiciones de vida de la humanidad. Wells fue toda su vida un izquierdista convencido. De hecho, su primera novela, “La máquina del tiempo”, seguía esa línea, trataba fundamentalmente de la lucha de clases.
Los hermosos Eloi eran descendiente de los antiguos capitalistas, y los Morlocks de los proletarios, enterrados junto con las máquinas y la industria y que, en la novela, acaban por dominar a sus antiguos opresores. Criticó la hipocresía y la rigidez de la época victoriana, así como el imperialismo británico, y se adelantó a lo que serían los movimientos de liberación femeninos.
Wells estaba convencido de que la especie humana podría ser mejorada gracias a la ciencia y a la educación. Gombrowicz perteneció a una época que sucedía a otra anterior en la que había triunfado el intelecto con una violenta ofensiva en todos los campos, parecía entonces que la ignorancia podía ser erradicada por el esfuerzo tenaz de la razón.
Este impulso intelectual creció hasta alcanzar su apogeo después de la segunda guerra mundial cuando el marxismo y el existencialismo se desparramaron por toda Europa. Estas ideas ampliaron explosivamente los horizontes de los hombres dedicados al pensamiento en toda Europa. Gombrowicz empieza a darse cuenta de que, si bien la vieja ignorancia estaba desapareciendo poco a poco, aparecía una nueva ignorancia.
Esta ignorancia estaba engendrada, justamente por el intelecto, y por una nueva estupidez desgraciadamente intelectual. La vieja visión del mundo que descansaba en la autoridad, sobre todo la de la Iglesia, estaba siendo remplazada por otra, en la que cada uno tenía que pensar el mundo y la vida por cuenta propia, porque ya no existía la vieja autoridad.
El mundo del pensamiento empezó a caracterizarse por una extraordinaria ingenuidad, a la que animaba una juventud sorprendente, los intelectuales exhortaban a los hombres a que pensaran por ellos mismos, con su propia cabeza, algo parecido a lo que había hecho Lutero con su protestantismo, un giro del pensamiento al que Nietzsche calificó de revolución provinciana.
Las ideas podían tener un salvoconducto si se las comprendía personalmente, y no sólo eso, había que experimentarlas en la propia vida, había que tomarlas en serio y alimentarlas con la propia sangre. El aumento de este exceso de responsabilidad tuvo consecuencias paradójicas: el conocimiento y la verdad dejaron de ser la preocupación principal del intelectual.
Esta preocupación fue remplazada por otra, por la preocupación de que descubrieran su ignorancia. El intelectual, atiborrado de conocimientos y de ideas que no termina de asimilar, anda con rodeos para no dejarse pescar en su ignorancia, entonces empieza a tomar algunas medidas de precaución bastante ingeniosas: enmascara la formulación de los pensamientos.
Utiliza nociones pero no las desarrolla, dando por sentado que son perfectamente conocidas por todo el mundo, y todo esto lo hace para ocultar su ignorancia. Los resultados no fueron buenos, la función social del escritor se hizo irresistible y el pensamiento se degradó. “¿Acaso este hombre no buscará la descarga de su propia vida psíquica en la esfera que le es propia, o sea, en la esfera de la pacotilla? (...)”
“Quien no llega a aprehender, a sentir esta degradación en ‘Ferdydurke’ y en mis otras obras, no ha comprendido lo más esencial de mí”. La conciencia de las transformaciones que sufre el hombre por la acción de los otros es la razón por la que Gombrowicz ha ocupado un lugar especial en la literatura. La importancia que le ha dado a la forma es el punto de partida de su psicología.
“Antes de la guerra ‘Ferdydurke’ pasaba por ser una novela escrita por el desvarío de un loco, pues en la época de la euforia creativa y las aspiraciones de grandeza no hacía más que estropearlo todo. Hoy, cuando la Facha y el Cucul han castigado dolorosamente al pueblo, mi libro ha sido elevado al rango de sátira. Ahora se dice que es un libro razonable (...)”
“Se afirma que es la obra de un racionalista lúcido que juzga y vapulea con premeditación, una obra casi clásica y perfectamente sopesada. Pasar de loco a racionalista, ¿es eso un ascenso para un artista?”. Para atacar la concepción simplista de la crítica literaria Gombrowicz da una explicación sobre el significado de “Ferdydurke”, una costumbre que mantiene viva a lo largo de las páginas de su “Diario”.
La idea de que el hombre es creado por los hombres, es decir, por el grupo social que le impone las costumbres, los convencionalismos y el estilo debe ser sobrepasada, para Gombrowicz era más importante destacar que el hombre es también creado por otra persona en los encuentros casuales. De modo que es más que el producto de su clase social como explicó Marx.
El hombre es también el resultado del contacto con otro hombre y del carácter casual, directo y salvaje de ese contacto del que nace una forma a menudo imprevista y absurda. Esa forma no es necesaria para el uso de uno mismo sino que es necesaria para que el otro me pueda ver y experimentar, y por tal razón es un elemento imposible de dominar.
Un hombre así, creado desde el exterior por el grupo social, pero más especialmente por el contacto casual con el otro, debe ser esencialmente inauténtico pues está determinado por la forma que nace entre los hombres. El hombre es entonces un actor natural desde el nacimiento. En estas condiciones lo único que se puede hacer es confesar que la sinceridad está fuera de nuestro alcance.
Sólo puede constatar que el deseo de “ser yo mismo” está perpetuamente condenado al fracaso. Sin embargo, es la degradación, un subproducto de la actividad de la inmadurez, más que la deformación, la que le confiere al estilo de Gombrowicz un carácter propio. Si el hombre no puede expresarse con transparencia no es sólo porque los demás lo deforman.
Es sobre todo porque sólo es expresable aquello que tiene una forma, todo lo demás, es decir, la inasible inmadurez, se queda en silencio. La forma desacredita a la inmadurez y humilla a esta parte del hombre inexpresable; las bellas artes, las filosofías y las morales de la humanidad nos ponen en ridículo porque nos superan, porque son más maduras que nosotros.
“Hace ya largo tiempo que estamos deshabituados de fenómenos tan perturbadores, de estallidos ideológicos de tal magnitud, como la novela de Witold Gombrowicz, “Ferdydurke”. Nos hallamos aquí ante una manifestación excepcional de talento de escritor, de una forma y de un método novelístico nuevo y revolucionario y, a fin de cuenta, de un descubrimiento fundamental (...)”
“Este descubrimiento fundamental es la anexión de un nuevo reino de fenómenos espirituales, dominio hasta ahora echado al abandono, del que nadie se había apropiado, y donde jugaban, en plena indecencia, el chiste irresponsable, los retruécanos y el absurdo”. Todo lo que concierne a la naturaleza del hombre, salvo los misterios trinos, suele dividirse en dos: el cuerpo y el alma, la tierra y el cielo, el bien y el mal...
Gombrowicz, siguiendo él también la línea binaria del pensamiento, eligió la inmadurez y la forma. En su visión del mundo irreverente y libertaria la cultura y las ideas juegan un papel paradójico pues lo ponen al hombre en el camino de la inmadurez en vez de hacerlo crecer. No son las ideas las que mueven a las personas sino las funciones, un pensamiento fundamental del estructuralismo.
Este estructuralismo apareció bastante después de que Gombrowicz empezara a darle vueltas a esta nueva manera de ver las cosas. Echa mano a varios recursos para malograr el desempeño social y psicológico de sus personajes cuyas acciones desembocan generalmente en comportamientos quebrados y fracasados. No se propone construir una moral nueva.
Le da una buena paliza a la que ya tenemos para que se aligere y se ponga a andar, para entretenerse con él mismo y para que nosotros nos entretengamos con él. Las ideas de la forma y de la inmadurez emprenden la marcha por dos caminos distintos, el de la conciencia y el del pensamiento, y es este tránsito doble de los dos universos opuestos el que convierte su línea binaria de pensamiento en una actitud fundamental.
A Gombrowicz se le ocurrió que la única arma de la que disponía para convertirse en un fenómeno de pleno derecho en la cultura consistía en no ocultar su inmadurez, al contrario, tenía que confesarla. Con esta confesión podía tomar distancia de su inmadurez y de la cultura. Gombrowicz no entró en la cultura como un campesino polaco libertario absoluto.
Si hubiera entrado de ese modo los expertos de la literatura lo habrían ubicado inmediatamente en el casillero de los autores destacados del primitivismo en estado puro y el problema quedaba resuelto, pero no fue así, Gombrowicz entró a la cultura de otra manera y lo más que se atrevieron los especialistas franceses fue a clasificarlo entre los anarcoexistencialistas.
Gombrowicz desmontó buena parte de las posiciones de la cultura de las formas en sus diarios y buena parte de las posiciones de la cultura literaria en su creación artística echando mano a su conciencia y a su inmadurez. Empecemos por decir, entonces, que no tenía una visión del mundo predeterminada cuando empezaba a escribir, no la podía tener.
Escribiendo, poco a poco, esa visión del mundo se la iba formando dándose la cabeza contra la pared pues en el acto mismo de la creación debía utilizar materiales, digámoslo así, que le venían dados, siendo el leguaje el más importante. Y éste no es un problema menor ya que nadie podría, pongamos por caso, construir un edificio transparente si sólo dispusiera de ladrillos opacos.
Los estilos y las formas están hechos y sólo nos resulta posible expresarnos a través de ellos, esto es así para Gombrowicz y para cualquier otro hombre que utilice la palabra como un medio artístico de expresión. La visión del mundo es pues un producto social que le viene dado al hombre desde el pasado a caballo de la historia, y tiene éxito en la medida que no la pongamos en tela de juicio.
Esto ocurre así cuando no somos conscientes de cómo esa visión del mundo afecta nuestra forma de hacer las cosas y de percibir la realidad. La visión del mundo es entonces un marco de referencia interhumano y, de la misma manera que nos pasa con la forma, no es nuestra. Son las representaciones de ideas, valores, ideologías y creencias que le fueron impuestas durante siglos a la humanidad.
A juicio de Gombrowicz, estas representaciones nos deforman. Él se ocupó de destruir su visión del mundo, una visión del mundo que, por otra parte, no era suya, y no de crear una visión del mundo nueva, pues ningún hombre individualmente, por más genial que sea, puede emprender una empresa semejante, a excepción de los profetas, y Gombrowicz no era profeta.
Más que la consecuencia de una visión del mundo, sea ésta a priori o a posteriori, su obra es el resultado del esfuerzo consciente que realiza para organizar el caos inicial de una narración que le rebota como una pelota contra las paredes del leguaje y que constantemente es absorbida por estilos y obsesiones que le viene dados por la herencia, por la tradición y por la cultura.
Gombrowicz nunca pudo ajustar las cuentas con su inmadurez, un poco porque no quiso y otro poco porque no pudo. El aspecto cómico de esa inmadurez era su infantilismo y la forma dramática su confrontación con la madurez. Todas las naturalezas intermedias están tironeadas por los extremos, la crisálida por el gusano y la mariposa, la adolescencia por la inmadurez y la madurez.
Según este modo de ver las cosas hay que decir que Gombrowicz fue un adolescente desde la niñez hasta la muerte. Si hay algo nuevo después de Gombrowicz es la irrupción consciente que realiza con su inmadurez en el mundo de la cultura. “Ferdydurke” tuvo desde el comienzo el doble aire de la irresponsabilidad y la provocación de una comedia y el aspecto de la profundidad y el dolor de una tragedia.
De los fondos de una gigantesca cloaca provienen la substancia y el alimento para el desarrollo de todos los valores y de toda la cultura. El complejo de formas de segundo orden encadenado a nuestra inmadurez está incorporado a nuestra vida como un viejo hábito. La envoltura de las formas maduras y convencionales le rinde homenaje a los valores elevados y sublimados.
Mientras tanto nuestra vida esencial se desarrolla en una esfera familiar y sucia, con ligereza y libre de sanciones. Su energía emocional es cien veces más pujante que la de aquella otra en la que se tejen las telas de las convenciones, una esfera detestable y vergonzante en la que prospera una vida exuberante y lujuriosa. Gombrowicz pone en entredicho la posición aislada y privilegiada atribuida a los fenómenos psíquicos.
Destruye el mito de su divinización, y pone al descubierto una genealogía zoológica escabrosa y poco reluciente que repudia toda vanidad. Descubre una naturaleza común entre las esferas de la cultura y de las subculturas y vislumbra en la región de la inmadurez el modelo y el prototipo del valor en general, y en el mecanismo de su funcionamiento la llave para la comprensión de la maquinaria de la cultura.
En el salón que da a la calle todo obedece a lo que es conveniente, pero en la cocina de atrás de nuestro yo se practica la economía de la peor de las conductas. Gombrowicz domina esta maquinaria psíquica ridícula y caricaturesca al punto de llevarla a una zona de cortocircuitos violentos y de explosiones que condensan en forma grotesca. “Cabe concebir la guerra como un conflicto de formas (...)”
“Yo veía con estupor cómo Europa, la central y la oriental principalmente, se preparaba para la guerra, entraba en la era de la movilización demoníaca de las formas. Los hitlerianos y los comunistas se componían ambos un rostro amenazador, y la fabricación de creencias, de entusiasmos y de ideales igualaba a la fabricación de cañones, de balas y de bombas (...)”
“La obediencia ciega y la fe ciega se habían vuelto obligatorias, y no solamente en los cuarteles. La gente se ponía artificialmente en estados artificiales, y todo –incluso, y en especial, la realidad–, todo debía ser sacrificado para obtener la fuerza. Esta obediencia ciega suponía puras sandeces vocingleras, cínicas falsificaciones, la deformación de la realidad más evidente; una atmósfera de pesadilla (...)”
“Un horror sin nombre... Esos años de preguerra fueron quizás más ignominiosos que los de la guerra misma. Asfixiado por esa presión de la forma, me lancé con todas mis fuerzas hacia una nueva aprehensión del hombre; era la única posibilidad de conservar algo de esperanza. Me hallaba, junto a la humanidad, en la más negra de las noches. El viejo Dios agonizaba (...)”
“Las leyes, los principios y las costumbres que habían constituido el patrimonio de la humanidad se veían suspendidos en el vacío, despojados de su autoridad. El hombre, desembarazado de Dios, liberado y solitario, amenazaba con formarse a sí mismo a través de los demás hombres... Seguía siendo la forma, y no otra cosa, lo que se encontraba en la base misma de esas convulsiones (...)”
“El hombre moderno se caracterizaba por una nueva actitud frente a la forma. La imaginación me representaba a los hombres del futuro dejándose formar deliberadamente unos por otros. Vinculé mi experiencia particular a ese panorama general de la humanidad y conseguí con ello un sosiego relativo. No era el único en ser camaleón, todo el mundo lo era (...)”
“Se trataba de la nueva condición humana, había que tomar conciencia de ello con rapidez. Me convertí en el poeta de la forma, y ‘Ferdydurke’, en lugar de servirme a mí, se transformó en un poema grotesco que describía los tormentos de los hombres en un lecho de Procustes: el de la forma. A decir verdad, el artista no piensa, si por pensar se entiende la elaboración de un encadenamiento de conceptos (...)”
“En el artista, el pensamiento nace del contacto con la materia a la que le da forma, como algo auxiliar, como la exigencia de esa materia por tener una forma naciente. Se trata de que la obra se logre, de hacerla apta para vivir, no es de la verdad de lo que se trata. Mis pensamientos se gestaban al mismo tiempo que mi obra, era una simbiosis cotidiana con su mundo, que, lentamente, se revelaba (...)”
“Triste, deprimido, agotado, pasé algunos meses en los Tatras, y luego me fui a Roma. A veces me invadía el miedo, pues ‘Ferdydurke’ era una provocación y la prensa nacionalista me atacaba brutalmente tratándome de corruptor, lo que podía muy bien significar que iba a ser apaleado por bandas fascistas. Ya en la escuela, pese a ser un gallina, a menudo había sufrido las consecuencias de entregarme a la provocación (...)”
“Volví de Roma a Varsovia pasando por Venecia y Viena. En Varsovia reinaba la excitación, las muchedumbres, la fiebre, el frenesí, el estado de alerta... Y de todos los países llegaba una furia aterradora de pueblos amenazados. Comprendí con una claridad meridiana una cosa: ‘Ferdydurke’ estaba condenado al fracaso, y yo también estaba condenado al fracaso junto con él (...)”
“Sólo diez años más tarde, tras el desastre universal, sobre los escombros y las cenizas de la forma hecha trizas, yo y ‘Ferdydurke’ empezamos a dar de nuevo algunas señales de vida”. Esas señales de vida de la actividad literaria de Gombrowicz las empieza a dar en el año 1944, en La Falda, una localidad de la provincia de Córdoba, donde escribe su cuento “El banquete” y empieza “El casamiento”.
La traducción de “Ferdydurke” fue posible gracias a que Frydman consiguió traer en forma milagrosa un ejemplar del libro desde Polonia, pero ni Piñera ni las otras personas que ayudaron a Gombrowicz a poner en español a “Ferdydurke” pudieron comparar las dos versiones pues no sabían polaco. Los polacos hispanohablantes hicieron una observación interesante después de que el libro apareciera en la Argentina.
Gombrowicz había creado una versión más fácil de la novela para atraer la atención del lector al contenido del libro. Por medio de la eliminación de las partes difíciles y estilísticamente más extrañas, reemplazadas por un breve sumario del sentido del fragmento faltante, los autores de la traducción se propusieron no desalentar a los lectores hispanohablantes en el mismo comienzo de la obra.
"Las opiniones vertidas en los artículos y comentarios son de exclusiva responsabilidad de los redactores que las emiten y no representan necesariamente a Revista Cinosargo y su equipo editor", medio que actúa como espacio de expresión libre en el ámbito cultural.
No hay comentarios:
Publicar un comentario