WITOLD GOMBROWICZ Y LOS PUNTOS DE VISTA
Así como Gombrowicz miraba y era mirado por los demás de distinta manera. con el transcurso del tiempo yo también llegué a mirar y a ser mirado por los polacos de distinta manera. Para no hacer de este conjunto un universo ilimitado vamos a poner la atención en cinco nombres: Gombrowiz, Milosz, Witkiewicz, Jarzebski y Bereza. Las opiniones de estos hombres son presentadas de una manera especial.
Sólo para resaltar las diferencias de cómo uno puede ver de distinta manera una y la misma cosa vamos a desarrollar esta cuestión interesante. Según parece el Este siempre se ha regido por el principio de que no existe el término medio, de modo que sus hombres de letras o son de una terrible profundidad o de una terrible superficialidad. Sin embargo, siempre dentro del Este, a los polacos hay que añadirles un marbete más.
En efecto, por su situación geográfica intermedia Polonia es una poco la caricatura tanto del Este como del Oeste. El Este polaco es un Este que muere en contacto con Occidente, y viceversa, así que aquí hay algo que empieza a fallar. Gombrowicz toma el caso de Milosz para analizar este asunto polaco. Milosz pertenece, dice Gombrowicz, a este tipo de autores cuya vida personal les dicta la obra.
La mayor parte de su literatura está relacionada con su historia personal y la historia de su tiempo. Se fue convirtiendo poco a poco en el informante oficial del Este para los escritores del Oeste. Esta actividad lo colocó en un terreno en el que, para cuidar su prestigio, intentó ser más profundo que los ingleses y que los franceses, y para cuidar el rendimiento de sus temas, tuvo que recurrir con frecuencia a la grandeza y al terror.
Gombrowicz terminó por ubicar a Milosz, no como al guardián de un verdadero misterio, sino como a un borrachín más de la gran taberna polaca. El cuño literario y existencial de Gombrowicz se mueve entre la templanza religiosa de Milosz y el demonismo metafísico de Witkiewicz; de ambos fue amigo aunque en épocas diferentes.
A Witkiewicz lo veía a menudo en su juventud, antes de la guerra, pero tenía que utilizar alta diplomacia para mantener una cierta armonía con una naturaleza tan diferente de la suya. Sin embargo, Witkacy también le tenía paciencia a él. Gombrowicz, que conocía el egocentrismo agresivo de ese gigante pesado, estaba dispuesto a romper las relaciones con él en cualquier momento.
No le importaba que para diferenciarse de Witkacy tuviera que insistir en la representación del papel de un terrateniente snob. “Cuando Witkacy se deleitaba a su manera, demoníaca, con la perfecta necedad del señor X, yo preguntaba: –¿No es ese señor pariente de los condes Plater? Él me contemplaba con una mirada apagada y contestaba pesadamente: –No sé si es pariente de los Plater”
Witkacy se daba cuenta que le respondía con su propia pose a su pose, pero el séquito de tontos que lo rodeaba, en cambio, lo consideraba a Gombrowicz como a un verdadero idiota. Witkiewicz se rodeaba de este conjunto de imbéciles mediocres para que lo adoraran. “Jamás he visto con más nitidez cómo en Polonia, la superioridad y la inferioridad no son capaces de convivir normalmente (...)”
“Se hunden mutuamente en la farsa”. En Francia un universitario puede conversar de igual a igual con alguien que sólo sabe leer y escribir, y ambos pueden encontrar un terreno común para comunicarse libremente. Y un hombre francés puede hablar de la grandeza de otro hombre sin rebajarse a sí mismo. En Polonia, según parece, no ocurre lo mismo.
Hay que decir, no obstante, que este hombre endemoniado luchaba contra el fanatismo nacionalista, contra los delirios de grandeza polacos, contra la misión de Polonia “Semper fidelis” en los confines de Europa. Despreciaba a los intelectuales polacos mediocres. “Qué despreciable es el intelectual medio polaco. Prefiero a la gentuza de altos vuelos (...)”
“O simplemente a la espiral humana, en la que se esconde todo el implacable y maléfico futuro de los estratos sociales de la humanidad, ya en completo desuso. Nuestro horizonte literario está dominado por la charlatanería más barata y por los más bajos instintos aduladores destinados a un público viciado desde hace años por constantes caricias”
El elemento que lo hace a Witkacy tan familiar a nuestro presente es el demonismo, un demonismo al que Gombrowicz califica de monstruosidad. Su objetivismo inhumano se transformó en algo escandalosamente humano, se transformó en cinismo. El cinismo se metamorfoseó en brutalidad sexual. A las monstruosidades del cinismo del intelecto y de la brutalidad del sexo le agregó otra monstruosidad más: el absurdo.
Impotente y desesperado frente la insensatez del mundo lleva el absurdo al punto de convertirse él mismo en un absurdo, un sin sentido que utiliza para vengarse de los hombres. “Finalmente llega a la monstruosidad metafísica. Quiere alcanzar el escalofrío metafísico que nos arranca de lo cotidiano, colocando a la naturaleza humana en contacto inmediato con su insondable misterio (...)”
“Por otra parte, esta metafísica no eleva al hombre, al contrario, lo desfigura. Witkiewicz tiene algo de un ser fantástico por su deforme y convulsa capacidad de excitarse frente al abismo de su propia persona. El frío sadismo con el que este autor trata los productos de su imaginación no se apaga jamás, ni siquiera un segundo. La metafísica es para él una orgía, en la que se abandona con el enfurecimiento de un loco”
Gombrowicz era el benjamín de un grupo que recibió el nombre de los tres mosqueteros: Stanislaw Ignacy Witkiewicz, Bruno Schulz y Witold Gombrowicz. Sin embargo, ninguno de los tres tenía un sentimiento marcado de pertenencia a ese clan de escritores cuyo horizonte era bastante diferente al del nivel medio de la literatura polaca.
Bruno Schulz llevó a Gombrowicz a la casa del más loco de los mosqueteros.
Stanislaw Ignacy Witkiewicz. De ese modo esos tres hombres que trataban de orientar la literatura polaca hacia nuevos caminos, que tuvieron una gran influencia en el arte polaco y que fueron apreciados en el mundo, se encontraban por fin juntos. Si dejamos un poco de lado el entusiasmo de Bruno por Gombrowicz se podría decir que el escepticismo y la frialdad reinó siempre entre ellos.
Gombrowicz no creía en el arte de Witkacy, y Witkacy pensaba que Gombrowicz era demasiado hijo de mamá y no esperaba de él nada extraordinario. Desde el primer encuentro Witkacy lo cansó a Gombrowicz y lo aburrió, se atormentaba a sí mismo y a los demás con una actuación teatral incesante para sorprender y centrar la atención de los demás en él.
Sus defectos eran también los de Gombrowicz que los observaba en Witkacy como en un espejo deformante, monstruoso y de proporciones apocalípticas. Cuando le mostró su “museo de los horrores” en el que lucía la lengua seca de un recién nacido Gombrowicz lo detuvo con una actitud de hidalgo polaco: –¡Pero no nos enseñe cosas semejantes! ¡Eso es incorrecto!
Fue el instinto de conservación, Gombrowicz sabía que si no se le oponía de inmediato lo iba a dominar e incluir en su séquito. A pesar de los antagonismos y animosidades de los tres mosqueteros tenían en común el deseo de sobrepasar los límites del provincianismo polaco y salir a aguas más abiertas respirando el aire de Europa y del mundo, al contrario de los ases locales que eran cien veces más polacos.
Conocían el valor de la originalidad en una medida universal más que local, y abordaban el arte formados en técnicas y conceptos extranjeros de vanguardia decididos a tomar a la literatura polaca por los cuernos. Renunciaron a muchos amores que podían atarlos y fueron más libres e incisivos, más severos y dramáticos. La inteligencia y la intransigencia de Witkiewicz eran espléndidas.
Sin embargo exageraba su actitud de teórico endemoniado y no se daba cuenta de que aburría, su incapacidad de tratar con un hombre vivo sin considerarlo una abstracción era irritante y lo convirtió en un hombre seco y farsante. Witkacy, el demonio, acabó consigo de una manera demoníaca. Huyendo de los bolcheviques en la última guerra se mató en un bosque.
“La derrota que sufrió Witkacy era inteligente: el demonismo se convirtió para él en un juguete, y ese payaso trágico estuvo muriéndose durante su vida, como Jarry, con un palillo entre los dientes, con sus teorías, con la forma pura, sus dramas, sus retratos, sus 'tripas', su 'panza' y sus colecciones porno-macabras. Lo que se destaca en él es la impotencia frente a la realidad y la suciedad de su imaginación (...)”
“No era sólo el resultado de la irrupción de lo asqueroso en el arte europeo, sino también la expresión de nuestra impotencia ante la suciedad que nos devoraba en una casa de campesinos, en el camastro judío, en las casas sin retrete. Los polacos de esta generación ya percibían con toda claridad la suciedad como algo extraño y horrible, pero no sabían qué hacer con ello (...)”
“Era un forúnculo que llevaban encima y cuyas ponzoñas los envenenaban”. Un talante parecido empleé yo para dar cuenta de Jarzebski. “Pero, ¿para qué?, si ni siquiera sé si recibes mis cartas. Tienes la conducta de una persona de malos modales, que no tiene ningún interés en mantener una correspondencia conmigo, pero te disculpo, porque la idea que me hago de vos es equivalente a la de una Vaca (...)”
“Una Vaca que la mandan fuera de Polonia a comer pasto y cuando regresa la ordeñan hasta dejarla exhausta. Supongo que a estas horas tus ubres no deben dar abasto”. La Vaca es un insigne profesor de la Universidad Jaguellónica de Cracovia, crítico e historiador de la literatura este especialista en Gombrowicz despliega una gran actividad por el mundo entero.
Visitó la Argentina en el año 1998 buscando rastros de Gombrowicz y en el 2004, el año del centenario, para participar del homenaje que le hicimos en la Feria del libro. En “Juguemos a Gombrowicz” la Vaca define las reglas de un juego que él mismo inventa para comprender a Gombrowicz. “ Salvo las escaramuzas con un mundo que lo disfraza ridículamente con máscaras, anda en busca de algo más duradero”
“Eso en dos caminos paralelos: presenta al mundo de manera obsesiva y repetida, su gesto espontáneo –frente a las personas, las cosas, los valores–, trata de entrever a partir de ese gesto, la diferencia específica que lo separa de los demás; pero además, intenta crear el modelo intelectual de esos enfrentamientos con el entorno, reencontrándose en una fórmula repetitiva y algo mágica (...)”
“Una fórmula mágica que –de un modo casi independiente del propio jugador– dará forma a su biografía”. Este galimatías de la Vaca, que no tiene nada que envidiarle a los que posteriormente escribieron el Pato Criollo y el Vate Marxista, me lo volvió a recitar en Buenos Aires y me dejó mal predispuesto. Cuando lo llevé a Santos Lugares a conocer al Pterodáctilo quedó deslumbrado y aturdido con nuestro hombre de letras.
“Mi expresión personal es completamente diferente de la tuya. Tú eres más que nada un actor, con un gran gesto, con una mímica muy expresiva, la voz lenta y modulada, con enunciados organizados como un poema. Yo estoy mucho más ‘oculto’, soy introvertido ¡El encuentro con Sabato! Me gustó mucho, estaba tan emocionado que dejé en su casa el primer casete (...)”
“Te burlarás de mí, pero no me atreví a pedirle que me firmara el ejemplar de ‘Sobre héroes y tumbas’ que había llevado conmigo a propósito”. La Vaca ha alcanzado una gran maestría en el arte de no decir nada, mejor dicho, en el arte de decir algo y todo lo contrario al mismo tiempo, cosa que se me hizo muy evidente cuando leí “El drama del ego en el drama de la historia”.
Este es un texto que la Corifea puso en mis manos y ante el que estaba arrodillada con la devoción de una adoratriz. La Vaca tiene mucho talento para ponerle títulos a sus textos, el de “El drama del ego en el drama de la historia”, es un buen ejemplo de ello. El punto de partida de las especulaciones que hace en este trabajo es que el drama de Gombrowicz está adentro, es decir, en la psique, pero también afuera.
Esto quiere decir que también esta fuera en la historia del siglo XX; que el drama de Gombrowicz está en la lectura de su teatro, pero también en su escenificación. Promediando su análisis nos advierte que esta divergencia no es tan radical como pudiera parecer. En efecto, la convergencia se produce en la esfera del drama familiar donde lo de adentro y lo de afuera son más o menos la misma cosa.
Y son la misma cosa porque la familia es un sistema social íntimo y, al mismo tiempo, una miniatura del macromundo social. Acto seguido le aplica a las tres piezas teatrales de Gombrowicz la trinidad consagrada de Freud: el yo, el super yo, y el ello, para mostrarnos cómo una y la misma cosa puede estar en la psique y en la historia al mismo tiempo, de donde deduce que el drama es psicológico.
Pero el drama además es antropológico, dice también que el aherrojamiento de Gombrowicz estaba en las esfera del yo, pero también en la miniatura del macromundo social. Yo supongo que en la medida en que la Vaca siga obligándose a complacer a públicos diferentes va a resultar cierto lo de que una cosa puede ser A y no A al mismo tiempo.
La Vaca, conocido también como el científico de Cracovia por sus aportes literarios continuos y cuidadosamente elaborados, tiene inclinaciones donjuanescas. No basta para conformar estas inclinaciones que sea profesor de filología, debe haber en él una predisposición amatoria, probablemente genética, que lo orienta para ir detrás de estas aventuras.
Desde el mismo comienzo de nuestra relación epistolar tuve sospechas de que la Vaca corría tras las jóvenes estudiantes como los faunos seductores corren en el bosque tras las campesinas. ”Es una generación mucho más joven y quisiste entrar en la Corifea con una llave equivocada, a mí me resulta más fácil porque siento mejor su estilo y el de su generación (...)”
“Además de que, como ya te escribí, tengo un buen contacto con las chicas, aunque no lo quieras creer. Puede ser por eso que trabajo en la universidad y tengo con esa gente un contacto diario. Mi ventaja es que puedo vivir entre chicas muy lindas, con la belleza de la juventud. Sí, sí, podés tener envidia de mí por mis jóvenes”. Es muy útil descubrir los vicios asociados a los hombres de letras.
Estos vicios nos orientan en el recorrido de los laberintos del mundo que construyen en sus escritos. En la actualidad estoy empeñado en ponerle el punto final a los estudios que he emprendido para descubrir cuál es la verdadera personalidad de la Vaca y su vicio más característico. Durante un tiempo prolongado la Vaca recorrió el camino de la heurística, de la exégesis y de la hermenéutica.
De esta manera completó el trayecto que va del descubrimiento a la explicación. Finalmente se convirtió en un santo que intenta guiarnos en el camino hacia Gombrowicz. En “Gombrowicz hacia Europa” la Vaca formula cinco interrogantes que responde con un sí y con un no a cada uno de ellos, utilizando el mismo procedimiento que ya había aplicado en “El drama del ego en el drama de la historia”.
¿Podemos entrar a Europa de la mano de Gombrowicz? ¿Se convertirá Gombrowicz en el vate nacional como Mickiewicz? ¿es Gombrowicz un hombre de izquierda o de derecha? ¿Es católico, comunista o existencialista? ¿Podemos estar a la altura de Gombrowicz? La Vaca va ajustando las cuentas conmigo poco a poco, en “Espiando a Gombrowicz” se refiere a mí de manera desdeñosa.
“ Pero... la maldición de Gómez es la de que no se nos mostró como artista y sólo brilla con la luz que refleja. Estaría contento si consiguiera para sí mismo la fama y los aplausos que consiguió Gombrowicz en forma auténtica, pero esos materiales no le alcanzan para una túnica real. ¿Podrías arrodillarte delante de mí y llamarme genio?, me propuso este juego al estilo Gombrowicz (...)”
“El juego es una cosa buena pero después de un rato renace la necesidad de algo más serio. Gómez, no sólo se enamoró de Gombrowicz, también tomó de él el deseo de la celebridad y de la grandeza pero sin la determinación y la fuerza creativa necesarias. Este alumno sabe imitar el gran gesto del maestro pero ese gesto vacío es como el duelo final del ‘Transatlántico’”
El domingo que siguió al día de nuestras exposiciones en la Feria del Libro del año del centenario, nos encontramos en lo de Madame du Plastique que homenajeó a los tres ponentes con un almuerzo que dio en su casa de San Isidro. Yo exclamé que en tanto que representante de Gombrowicz en la tierra le exigía a la Vaca que se arrodillara delante de mí y me llamara genio.
Me había dicho que sólo lo haría, cuando se lo pedí por primera vez en 1998, en el momento que yo me manifestara como escritor con una obra. El momento había llegado, pero la pobre Vaca estaba cansada con tanto trajín y con el viaje, y en vez de arrodillarse y de llamarme genio, se durmió. “Twórczosc”, la revista literaria más prestigiosa de Polonia, es atacada de una manera ruin y artera por la Vaca.
“No construyáis demasiado sobre ‘Twórczosc’ porque es una sociedad respetable pero bastante cerrada y apegada a las viejas tradiciones homoeróticas después del paso de Iwaszkiewicz por su redacción. Los que publican ahí, si admiran de Gombrowicz, corren el peligro de ser calificados de homosexuales” Bereza, redactor de la revista y uno de los mejores críticos literarios de Polonia, le contesta con firmeza y dignidad.
“Una cantidad nada desdeñable de gombrowiczólogos se han convertido en unos maestros en desparramar mierda. No saben lo que escriben, ni siquiera sospechan que escriben tan solo contra sí mismos, dejando evidencia de su propia manera de pensar y de su desvergüenza moral. Ningún bien puede tener influencia sobre ellos, no existe en ellos ninguna posibilidad de asimilar el bien (...)”
“En la región de estos gombrowiczólogos no saben que en el mundo en el que están sólo se puede ver mierda, ni que existe algo fuera de esa mierda, algo así pertenece a una esfera inalcanzable para ellos. La intensa relación espiritual de Gombrowicz con sus discípulos es uno de esos milagros de la existencia que puede ocurrir entre hombres, entre mujeres, entre mujeres y hombres.
“Puede ocurrir independientemente de las diferencias que existan entre generaciones, entre sexos y, en general, entre todo, solamente no puede ocurrir en los maestros en desparramar mierda porque su personalidad y su mentalidad, achatadas como después de un planchado, no pueden captar ni ver algo parecido”. Mientras tanto Gombrowicz no lo abandonaba a Witkiewicz por que lo consideraba una encarnación del demonio.
“Witkiewicz, desenfrenado y perspicaz, cuya inspiración provenía del cinismo, era suficientemente degenerado y loco como para salir de la normalidad polaca hacia unos espacios ilimitados, y al mismo tiempo lo bastante sensato y consciente como para devolver la locura a la normalidad y unirla a la realidad. Sin embargo, desaprovechó su talento, seducido por su propio demonismo (...)”
“No supo unir lo anormal a lo normal, fue víctima de su propia excentricidad. Todo amaneramiento es resultado de la incapacidad de oponerse a la forma; cierta manera de ser se nos contagia, se convierte en vicio, se hace, como suele decirse, más fuerte que nosotros. Estos escritores estaban muy poco asentados en la realidad, o más bien estaban asentados en la irrealidad polaca o en la realidad incompleta (...)”
“No es de extrañar pues que no supieran defenderse ante la hipertrofia de la forma. Para Witkiewicz el amaneramiento se convirtió en facilidad y absolución del esfuerzo, por eso su forma es tan apresurada como negligente”. Gombrowicz veía a Witkiewicz a menudo en su juventud, pero tenía que utilizar alta diplomacia para mantener una cierta armonía con una naturaleza tan diferente de la suya.
Hay que decir que Witkiewicz también le tenía paciencia a él. Gombrowicz, que conocía el egocentrismo agresivo de ese gigante pesado y esquizofrénico, estaba dispuesto a romper las relaciones con él en cualquier momento, así que no le importaba que para diferenciarse de Witkiewicz tuviera que insistir en la representación del papel de un terrateniente snob y amanerado.
Witkacy se daba cuenta que le respondía con su propia pose a su pose, pero el séquito de tontos que lo rodeaba, en cambio, lo consideraba a Gombrowicz como a un verdadero idiota. Despreciaba a los intelectuales polacos mediocres. El elemento que lo hace a Witkacy tan familiar a nuestro presente es el demonismo, un demonismo al que Gombrowicz califica de monstruosidad.
El objetivismo inhumano de Witkiewicz se transformó en algo escandalosamente humano, se transformó en un brutal cinismo, y el cinismo terminó por metamorfosearse en una brutalidad sexual sistemática. A las monstruosidades del cinismo del intelecto y a las monstruosidades de la brutalidad del sexo Witkiewicz le agregó otra monstruosidad más: el absurdo.
Impotente y desesperado frente la insensatez del mundo lleva el absurdo al punto de convertirse él mismo en un absurdo, un sin sentido que utiliza para vengarse de los hombres en todos los planos de la existencia. “Finalmente llega a la monstruosidad metafísica. Quiere alcanzar el escalofrío metafísico que nos arranca de lo cotidiano, colocando a la naturaleza humana en contacto inmediato con su insondable misterio.
Por otra parte, esta metafísica no eleva al hombre, al contrario, lo desfigura. Witkiewicz tiene algo de un ser fantástico por su deforme y convulsa capacidad de excitarse frente al abismo de su propia persona. El frío sadismo con el que este autor trata los productos de su imaginación no se apaga jamás, ni siquiera un segundo. La metafísica es para él una orgía, en la que se abandona con el enfurecimiento de un loco”.
Gombrowicz era el benjamín de un grupo que recibió el nombre de los tres mosqueteros: Stanislaw Ignacy Witkiewicz, Bruno Schulz y Witold Gombrowicz. Sin embargo, ninguno de los tres tenía un sentimiento marcado de pertenencia a ese clan de escritores cuyo horizonte era bastante diferente al del nivel medio de la literatura polaca. Bruno Schulz llevó a Gombrowicz a la casa del más loco de los mosqueteros.
Stanislaw Ignacy Witkiewicz. Esos tres hombres trataron de orientar la literatura polaca hacia nuevos caminos. Tuvieron una gran influencia en el arte polaco y fueron apreciados en el mundo entero. Witkiewicz, Schulz y Gombrowicz se encontraban por fin juntos. Stanislaw Ignacy Mitkiewicz quiso tener más de un nombre, como también los tiene el diablo, y adoptó el seudónimo de Witkacy.
Lo hizo para distinguirse de su padre, Stanislaw Witkiewicz, pintor y escritor como él. “La derrota que sufrió Witkacy era inteligente. El demonismo se convirtió para él en un juguete, y ese payaso trágico estuvo muriéndose durante su vida, como Jarry, con un palillo entre los dientes, con sus teorías, con la forma pura, sus dramas, sus retratos, sus 'tripas', su 'panza' y sus colecciones porno-macabras (...)”
“Lo que se destaca en él es la impotencia frente a la realidad y la suciedad de su imaginación, que no era sólo el resultado de la irrupción de lo asqueroso en el arte europeo. Era también la expresión de nuestra impotencia y nuestra parálisis ante la suciedad que nos devoraba en una casa de campesinos, en el camastro judío, en las casas sin retrete (...)”
“Los polacos de esta generación ya percibían con toda claridad la suciedad como algo extraño y horrible, pero no sabían qué hacer con ello, era un forúnculo que llevaban encima y cuyas ponzoñas los envenenaban”. Bruno Schulz fue llevado a un campo de concentración donde un oficial alemán encantado con sus dibujos espléndidos lo tomó bajo su protección.
Desgraciadamente, otro oficial alemán resolvió un conflicto que tenía con el protector pegándole a Schulz dos tiros en la nuca. Mientras Witkiewicz y Schulz morían en Polonia, Gombrowicz vagaba por Buenos Aires e intentaba olvidar la pobreza, la soledad y el desastre jugando al ajedrez en el café Rex. Henryk Bereza es poeta, ensayista y uno de los críticos más eminentes de Polonia.
Nos pone sobre aviso de la propensión que tenía Gombrowicz para jugar en contra de sí mismo con el propósito de provocar a los lectores. En unas palabras recientes que Henryk Bereza escribe sobre mí, despotrica contra las actuales condiciones políticas de la Polonia. “Juan Carlos Gómez es para mí el más importante exégeta de Gombrowicz entre los vivientes del mundo (...)”
“Ningún espíritu científico puede competir con él teniendo en cuenta su unión espiritual muy particular con el maestro y sus competencias intelectuales tan singulares de las que surgió como prueba sugestiva su brillante e insuperable trilogía gombrowicziana publicada en ‘Twórczosc’ (2004). Uno no llega a entender por qué esa trilogía no ha despertado interés en ningún editor de la patria del gran escritor a quien los manipuladores de la autoridad nunca podrán esconder ni destruir”
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