domingo, 4 de abril de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y LA CRÍTICA LITERARIA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y LA CRÍTICA LITERARIA




“La crítica literaria representa para mí un problema apremiante desde hace tiempo, quizá desde mis primeros contactos literarios con el público. Los polacos por lo general no son buenos psicólogos. El polaco, por ejemplo, no es capaz de juzgar apropiadamente al hombre con quien habla o cuyo libro lee. Yo sabía que el polaco no se tomaría la molestia de ponerse en mi lugar (...)”
“Un lugar donde la broma se convierte en seriedad, la irresponsabilidad en responsabilidad, la inmadurez en madurez, y que no sabría descubrir mi juego ni comprender mis razones. Pero de entre todos los polacos, el crítico literario, ese sabihondo profesional, es precisamente el ser que menos entiende de los hombres y, por consiguiente, de la literatura, pues su lastre intelectual ahoga del todo la percepción directa, intuitiva del hombre (...)”

“Así, al escribir ‘Ferdydurke’, un libro excepcionalmente difícil, es más, un libro que confunde y induce a error, sabía que si me entregaba indefenso en manos de esos señores, estaría perdido. Hoy, naturalmente, me siento mucho más seguro, me siento más a mis anchas entre la gente. Ya no estoy tan desesperadamente solo como cuando iba a ver al editor con mis primeros manuscritos (...)”
“Hoy puedo contraponer a la opinión de la señora X, que me considera un imbécil, la opinión del señor Y, que por el contrario me aprecia. Y sin embargo... La generación a la cual yo pertenecía se encontraba en una situación poco habitual para las generaciones polacas, entrábamos a la vida en una Polonia libre e independiente, un idilio que iba a durar veinte años completos (...)”

“Se generalizó entre nosotros un gran pudor respecto a la noción de patria, en ese sentido mis colegas se parecían a mí, les resultaba cada vez más difícil volcar su efusiones patrióticas en prosa o en verso. Defendían su sensibilidad con cinismo, preferían bromear antes que declamar. Esta Polonia recién creada se apartaba de los grandes descubrimientos en la filosofía, en la ciencia, en el arte (...)”
“Nosotros estábamos condenados al papel del discípulo, cuyo mayor mérito podía ser como mucho, asimilar cuanto antes los logros ajenos, y esa desesperante calidad de ser secundarios nos imposibilitaba acceder a la vida y a la realidad. En medio de esta realidad polaca yo luchaba con mis cuentos. Ocultaba esos tesoros en un cajón cerrado, puesto que era muy púdico en todo lo que se refería a mi literatura incipiente”.

Gombrowicz escribió doce cuentos a los que conocemos con dos títulos diferentes: “Memorias del tiempo de la inmadurez” y “Bacacay”, nombre este último de una calle del barrio de Flores en la que vivió durante unos meses en el año 1940. Adoptó desde el principio un tono fantástico y cortó de inmediato con la realidad normal para entregarse a las manías, a las locuras y al absurdo.
El absurdo de Gombrowicz tiene, sin embargo, la lógica ceremoniosa de los rituales y las celebraciones. Fue su madre, según nos cuenta, quien lo empujó al desatino y a las sandeces, el deporte de las conversaciones disparatadas que mantenía con ella lo iniciaron en los misterios del arte y de la dialéctica. El snobismo también jugó un papel importante en la formación de su estilo, aunque tenía conciencia de la estupidez de esa actitud.

Como esos líquidos que están en el mismo recipiente pero que no se mezclan, convivían en Gombrowicz su clase social y una conciencia penetrante y agnóstica que buscó muy pronto conocer los estilos fundamentales del pensamiento universal, la independencia, la libertad y la sinceridad. Y en el mismo recipiente se arremolinaban también las aguas turbias de sus anormalidades psíquicas y eróticas.
Ninguna de esas realidades tenía predominio sobre las otras, Gombrowicz se encontraba entre ellas y tenía que fingir para no ser descubierto. El estilo de estas novelas cortas es brillante, humorístico e irónico pero los componentes de las narraciones son, la más de las veces, morbosos y repulsivos. Esos componentes repugnantes, no obstante, perdían mucho de su carácter repulsivo.

Los utiliza como elementos de la forma, tenían un papel funcional y obedecían a un objetivo superior: la creación artística. El plasma sombrío que existía dentro de Gombrowicz está metido en estos cuentos, pero no como una marea hedionda, sino chispeante de humor y ennoblecido de poesía para alcanzar por el absurdo la inocencia. Gombrowicz intenta cancelar su deuda moral, quiere que la obra lo absuelva.
Dentro de él existían elementos abominables, pero si él podía utilizarlos como componentes de la forma, entonces, a través de este procedimiento, se convertía en su dueño y señor. El ser confuso, indolente e inseguro que era quería ser de otra manera en el papel, un ser brillante, original, triunfador y purificado. No estaba en condiciones, pues, de hacer otra cosa más que la parodia de la realidad y del arte.

La sensación de irrealidad lo ponía entre las cosas y no dentro de ellas, pero Gombrowicz buscaba la realidad y sabía que se la podía encontrar tanto en lo que es normal y sano como en la enfermedad y en la demencia. Los sondeos que estaba haciendo alrededor de la anormalidad y de la locura no llegaron a tocar fondo, por consiguiente sólo estaba en condiciones de escribir parodias.
Si esas novelas hubieran sido sinceras Gombrowicz hubiera estado engañando a los lectores por la sencilla razón de que él no era sincero. La parodia a la que se vio obligado le permitió liberar a la forma desvinculándola de su pesantez y convirtiéndola en reveladora. Con este aparato formal paródico fue penetrando en un mundo que con posterioridad sacó a la superficie en sus novelas y en sus piezas de teatro.

Hay en estas novelas cortas situaciones y visiones que no le van en zaga a lo que escribió después. Las reflexiones que estamos haciendo sobre sus comienzos artísticos tienen como inspiración los propios recuerdos de Gombrowicz. Pero el pasado no se recuerda tranquilamente, se recuerda con pasión. La memoria sólo recupera del pasado aquello que puede serle útil al presente para alimentar con lo que fuimos ayer lo que somos hoy.
“Mis cuentos eran cada vez más audaces en cuanto a la técnica, me atrevía con todo mi ardor a escribir de una forma no solamente fantástica, sino totalmente despegada de la realidad. En poco tiempo recogí bastante material para hacer un libro, en total eran siete cuentos, algunos de ellos, sin duda alguna, me salieron diferentes a lo que se escribía por aquel entonces en Polonia (...)”

“Pero yo me encontraba en esa época muy lejos de considerarme un innovador. Algunos amigos me animaron a editarlos, aunque en realidad la idea no me divertía en absoluto; la veía como una operación muy desagradable, que sin embargo no podía eludir, ya que era una consecuencia inevitable del hecho de escribir. Me obstiné en ponerle al volumen el título de ‘Memorias del tiempo de la inmadurez’ (...)”
“Pensaba que un título así podía despertar curiosidad, demostrando a la par que yo mismo no consideraba esos cuentos como un logro definitivo. En aquel momento se decidió la orientación de toda mi literatura ulterior, porque mi modestia e ingenuidad se vengaron de mí cruelmente. Los críticos me atormentaron con esa inmadurez hasta tal grado, que llegó a ser el punto de partida de mi libro siguiente, ‘Ferdydurke’ (...)”

“De esta forma me fui convirtiendo poco a poco en un especialista de la inmadurez y en su sacerdote. Fue así que comenzó mi primera escaramuza con la literatura en el mundo. Algunas críticas eran muy entusiastas y otras terriblemente negativas o, peor aún, despreciativas. Me dejó de piedra Juliusz Kaden-Bandrowski al escribir que era una obra joven, inmadura, llena de pose y amanerada. ¿Qué era por fin? (...)”
“¿Una obra maestra o una liviandad? Me retorcía de rabia bajo el fuego de esos juicios frívolos, y no hubiese sido de extrañar que hubiese llegado a perder totalmente la confianza en mí mismo. No obstante, si el artista está íntimamente convencido, aunque sea de manera semiconciente, de que lo que hace es bueno e importante, basta que una o dos personas expresen su reconocimiento para que el artista adquiera la seguridad de que su obra puede ser interpretada en la forma que él deseaba”

El primer golpe es siempre el que más duele y Gombrowicz recordaba con amargura el primero que le había dado Kaden. Gombrowicz habla en los diarios de los sueños de Kierkegaard. La pérdida del amor, de su novia, los ruegos que le hace a Dios para que le devuelva todo lo perdido. El petimetre danés espera la repetición de una vida que no vivió, la recuperación de la novia perdida.
Quiere que le sea devuelta Regina, tal como era en los tiempos de noviazgo. A este sueño de Kierkeggard Gombrowicz le encuentra un parecido con “El casamiento”, pero Regina sigue siendo pura cuando el más elegante de los filósofos le ruega a Dios que se la devuelva, en cambio Manka-Mania estaba pasada de vueltas cuando Henryk le ruega al padre que se la devuelva virgen e inocente.

Quizá Regina fuera más parecida a otra novia de la que Gombrowicz habla en los diarios. A los cincuenta años Gombrowicz recuerda que, veinte años atrás, en una fiesta de vecinos se encontraba una joven que lo transportaba a estados de embeleso. Quería lucirse y brillar ante ella, en aquel entonces esto era absolutamente necesario para él. Pero al entrar al salón, en lugar de señales de admiración, se encontró con la compresión de las tías.
También se encontró con las bromas de sus primas y la ironía vulgar de todos los nobles de la vecindad. Juliusz Kaden-Bandrowski se había ocupado de uno de sus cuentos con unas palabras llenas de indulgencia, pero dando a entender que le faltaba talento. La publicación había caído en las manos de los presentes y todos conocían su contenido. Y le daban más crédito al crítico, naturalmente, porque era un escritor de mucho éxito.

Esa noche Gombrowicz no sabía dónde esconderse, se sentía impotente, pero no porque la situación le viniera grande, sino porque era irrefutable, no merecía refutación. Igualmente sufría, sufría y tenía vergüenza de su sufrimiento. A pesar de que ya, por aquel entonces, sabía arreglárselas con demonios más peligrosos, en este asunto se hundía descalificado por su propio dolor.
Al Gombrowicz cincuentón le hubiera gustado ponerse detrás de aquel otro veinteañero para que se sintiera completado por el sentido futuro de su vida, para ayudarlo a lucirse y brillar frente a esa joven virgen. “Pero yo –tu realización– estoy a mil millas, a muchos años de distancia de ti, y estoy sentado aquí, en esta orilla americana, tan amargamente retrasado (...)”

“Con la mirada fija en el agua que brota por encima del parapeto de piedra, colmado por la distancia del viento que llega velozmente de la zona polar”. Estaba en la Costanera de Buenos Aires mirando el Río de la Plata. “Cuando hoy, años más tarde, ya mucho más tranquilo y menos expuesto a las gracias y desgracias de los juicios ajenos, pienso en las ideas sobre la crítica literaria que expuse en ‘Ferdydurke’ (...)”
“Suscribo una vez más estas palabras, sin reparos; basta ya de obras inocentes, obras que entran en la vida con la cara de quien no sabe que será perseguido y violado con mil juicios idiotas y maliciosos; basta ya de autores que fingen que esa violencia innoble cometida en ellos por un juicio superficial y descuidado, es algo incapaz de herirles y algo que se debe ignorar (...)”

“He escrito este texto al enterarme de que la Unión de Escritores Polacos en el Exilio ha instituido un premio de veinticinco libras esterlinas al mejor trabajo crítico. Aunque todos esos premios acontecen fuera de mí, aunque es un baile al que no he sido invitado..., quien sabe, si esta vez... Presento este ‘trabajo crítico’ al premio y lo recomiendo encarecidamente al Comité”
Gombrowicz desmontó buena parte de las posiciones de la cultura de las formas en sus diarios y buena parte de las posiciones de la cultura literaria en su creación artística echando mano a su conciencia y a su inmadurez. Sin embargo, no pudo elaborar un pensamiento compatible para que las formas y la inmadurez convivieran juntas en una teoría que no se devorara a sí misma.

Dio explicaciones analíticas pero también simples en sus diarios y en los prólogos de sus novelas y de sus piezas de teatro, con el propósito de divulgar un pensamiento sobre su propia obra, a sabiendas de que ese pensamiento no podía resultar un acercamiento lo suficientemente esclarecedor de los problemas que introduce la inmadurez en la esfera de la cultura.
En el año de la primavera polaca se levantaron las barreras del index y sólo siguió prohibida la publicación de sus diarios, la crítica del país se ocupó de este renacimiento y Gombrowicz escribió que sólo lo estaban comprendiendo parcialmente. “Antes de la guerra ‘Ferdydurke’ pasaba por ser el desvarío de un loco, pues en la época de la euforia creativa y las aspiraciones de grandeza no hacía más que estropearlo todo (...)”

“Hoy, cuando la Facha y el Cucul han castigado dolorosamente al pueblo, mi libro ha sido elevado al rango de sátira. Ahora se dice que es un libro razonable, la obra de un racionalista lúcido que juzga y vapulea con premeditación, una obra casi clásica y perfectamente sopesada. Pasar de loco a racionalista, ¿es eso un ascenso para un artista?”. Para atacar la concepción simplista de la crítica literaria da una explicación sobre el significado de “Ferdydurke”.
La idea de que el hombre es creado por los hombres, es decir, por el grupo social que le impone las costumbres, los convencionalismos y el estilo debe ser sobrepasada, para Gombrowicz era más importante destacar que el hombre es también creado por otra persona en los encuentros casuales. De modo que es más que el producto de su clase social como había explicado Marx, es también el resultado del contacto con otro hombre.

Es el producto del carácter casual, directo y salvaje de ese contacto del que nace una forma a menudo imprevista y absurda. Esa forma no es necesaria para uno mismo sino para que el otro me pueda ver y experimentar, es un elemento imposible de dominar. Un hombre así, creado desde el exterior por el grupo social, pero más especialmente por el contacto casual con el otro, debe ser esencialmente inauténtico.
Ese hombre está determinado por la forma que nace entre los hombres, el hombre es entonces un actor natural desde el nacimiento. “Ser hombre quiere decir ser actor, ser hombre significa imitar al hombre, ser hombre es comportarse como hombre sin serlo en lo profundo de uno mismo, ser hombre es recitar lo humano”. En estas condiciones lo único que se puede hacer es confesar que la sinceridad está fuera de nuestro alcance.

Constatar que el deseo de “ser yo mismo” está perpetuamente condenado al fracaso. Sin embargo, la degradación, un subproducto de su atracción por la inmadurez, es más que la deformación, es la que le confiere al estilo de Gombrowicz un carácter propio. Si el hombre no puede expresarse con transparencia no es sólo porque los demás lo deforman sino, sobre todo, porque sólo se puede expresar lo que tiene forma, lo demás, es decir, la inmadurez, se queda en silencio.
La forma desacredita a la inmadurez y humilla a esta parte del hombre; las bellas artes, las filosofías y las morales nos ponen en ridículo porque nos superan, porque son más maduras que nosotros. La crítica literaria intenta ser una forma de formas, pero Gombrowicz llegó muy temprano a la conclusión de que los dos grandes enemigos de la literatura son los escritores y justamente la crítica literaria.

El ataque a la actividad de la crítica literaria ocupa buena par-te de las páginas de su “Diario”. La naturaleza de la facilidad con la que el periodismo literario le ajusta las cuentas a la literatura lo induce a oponerle resistencia. La obra de un escritor no puede ser ino-cente respecto de la crítica, pues corre el riesgo de ser destruida por el juicio de un idiota.
El autor debe procurarse una ventaja de parti-da contra los críticos, pues un estilo que no sabe defenderse a sí mis-mo de un comentario humano no cumple con su cometido más importante. Esos juicios son decisivos para el escritor, incluso cuando procedan de un cretino; la actitud orgullosa de ponerse por encima de ellos es una ficción absurda que produce consecuencias prácticas y de importan-cia vital.

El crítico es por lo general un literato de segunda clase con una relación frágil, casi siempre de carácter social, con el mun-do del espíritu. ¿Cómo un hombre así, inferior, puede valorar el tra-bajo de otro superior? Los efectos que causan estos parásitos son ca-tastróficos, pero Gombrowicz es un hombre de buen corazón y les arma un programa universal y expiatorio a los parásitos.
Les pide que no juzguen, que describan únicamente sus propias reacciones, que no escriban ni sobre el autor ni sobre su obra sino sobre ellos mismos en confrontación con la obra o con el autor, que no escriban como pseudo científicos sino como artistas. Hace algún tiempo le ofrecí a Malgorzata Nycz, la Muda, editora responsable de la organización editorial más importante de Polonia, Wydawnictwo Literackie, y una crítica literaria connotada, la publicación de la correspondencia que tuve con Gombrowicz.

A los días recibí una respuesta alentadora en la que me informaba que se iba a poner en contacto con Jerzy Jarzebski, la Vaca, que juntos y, rápidamente, iban a tomar una decisión porque estaba interesada en la propuesta. Me senté a esperar con una enorme paz espiritual, como si estuviera mirando los lirios del campo pero, la Muda, recién volvió a escribirme cuatro años después.
Lo que dijo me resultó tan difícil de descifrar como si hubiera estado escrito en chino o como si fuera un jeroglífico egipcio o como un comentario de esa crítica literaria que le ponía los pelos de punta a Gombrowicz. “Disculpe este largo silencio, pero en cuanto a las ‘cartas’ yo también sigo estando en suspenso. Explico: todo el tiempo estamos esperando una estabilización, estamos precisando el contrato. Parece con todo, que estamos acercándonos al final. Creo que la cosa será actual en el futuro”



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1 comentario:

  1. ¡Qué bueno!, ¡Qué bueno un blog dedicado a un escritor como Gombrowicz, tan bien mantenido!. Felicitaciones, y gracias

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